Tradicionalmente “filosofía experimental” venía a ser lo mismo que la filosofía natural, el antecedente histórico de la física y de las ciencias naturales. Pero desde hace unos años “filosofía experimental” se refiere a un movimiento académico específico que intenta “entender cómo piensa la gente normalmente sobre ciertos temas fundamentales de la filosofia”, alejándose del “sillón” intelectual y empleando las herramientas típicas del resto de la ciencia: una metodología experimental, análisis estadístico y publicación en revistas científicas revisadas por pares.
El punto de partida de los filósofos experimentales es que existe un desacuerdo básico sobre cuáles son las intuiciones filosóficas “verdaderas” y en qué medida el conocimiento de los expertos puede avanzar sobre las intuiciones de la gente corriente.
Los filósofos experimentales plantean preguntas que en cierto modo ponen en duda nuestra posición como agentes libres, capaces de «escoger» nuestras ideas favoritas. Hace poco Avi Tuschman desafiaba en estas mismas páginas el punto de vista de que las preferencias políticas son independientes de la biología. ¿Y si también las intuiciones filosóficas, incluso aquellas que sostienen los expertos tras años de duro entrenamiento, están relacionadas con la personalidad? ¿Y si la filosofía está en definitivas cuentas en los genes? El asunto es viejo. Según uno de los padres fundadores del idealismo alemán, J.A. Fichte (1762-1814), “qué tipo de filosofía se escoge depende de qué clase de hombre se es” y un sistema de filosofía siempre estará “animado por el alma del hombre que lo tiene”.
Adem Feltz y Edward Cokely pasan revista a este mismo tema empleando técnicas y herramientas algo más actualizadas, y han publicado sus conclusiones en la revista Philosophy Compass (2013).
Los filósofos experimentales han descubierto interesantes correlaciones entre rasgos de personalidad básicos e intuiciones filosóficas. Por ejemplo, las personas con rasgos más extrovertidos están más dispuestas a mantener posiciones compatibilistas entre la responsabilidad y el libre albedrío. Otros rasgos de personalidad, como la apertura a nuevas experiencias, también parecen estar fuertemente correlacionadas con posiciones relacionadas con el objetivismo moral y la ética de la virtud.
Si las intuiciones filosóficas están basadas en los rasgos de personalidad básicos, cabe preguntarse si la asociación entre una intuición y una emoción o un rasgo de personalidad considerado como negativo podría servir para invalidarla. Para Feltz y Cokely el mero hecho de que algunas intuiciones filosóficas se basen emociones negativas o desagradables no es una evidencia de que sean falsas: “muchos rasgos de personalidad que pueden parecer poco deseables no son indeseables en muchos contextos comunes. Al fin y al cabo, la teoría de la selección natural sugiere que los rasgos persisten porque son adaptativos o son útiles para sobrevivir”. Las emociones negativas, como la ansiedad social, pueden ser adaptativas en algunas situaciones (y las emociones positivas también tienen sus contrapartidas). Los que tengan miedo al fatalismo pueden respirar tranquilos: un rasgo de personalidad, en sí mismo, no es capaz de determinar que el contenido de la intuición sea verdadero o falso.
Los autores llaman a la cautela: “estos datos no establecen de forma inequívoca que los rasgos de personalidad causen las intuiciones filosóficas”. Al fin y al cabo, correlación no es causación, y pueden existir terceros factores involucrados que desconocemos.
No obstante, dado que la correlación es bastante fuerte (calculan que similar a la relación entre sexo y peso corporal) es bueno que los filósofos empiecen a tomarse este tema en serio, en especial habida cuenta de que incluso años de entrenamiento académico en el área de la filosofía no suponen una vacuna contra el error.
Referencia: Feltz, A., Cokely, E.(2013) Predicting Philosophical Disagreement. Philosophy compass. Vol 8. DOI: 10.1111/phc3.12076
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