Los genes son responsables en distinta medida de construir el color de los ojos, la estatura, el tamaño del dedo índice, la circunferencia de la muñeca, la longitud del antebrazo, la amplitud interpupilar o la anchura de la nariz. En general no tenemos problemas en aceptar estas cosas. Pero cuando se trata de rasgos humanos conductuales y cognitivos complejos, como la inteligencia, los rasgos de personalidad, la propensión al crimen, las intuiciones filosóficas o las preferencias políticas, entonces saltan las alarmas.
En parte el desconcierto procede de malentendidos sobre qué significa “heredable” en genética de la conducta. Heredabilidad es la medida en que los rasgos de una población pueden ser atribuídos a la variación genética. Además de que la heredabilidad de los rasgos rara vez se acerca al 100%, la influencia de los genes puede ser enrevesada e indirecta. Esta es la razón por la que no suelen identificarse “genes para” en singular. Los rasgos varían en su heredabilidad y en los caminos que siguen los genes para determinar una conducta. Para complicar las cosas, los rasgos físicos no son necesariamente más heredables que los cognitivos o presuntamente “culturales”. La inteligencia general, por ejemplo, parece ser fuertemente heredable, hasta el 80% en la vida adulta. En realidad, la inteligencia es un rasgo más heredable que cosas como el tamaño de la nariz o la longitud del brazo.
Los genéticos conductuales llevan unos años estudiando el origen de las preferencias políticas, asociándolo con predisposiciones genéticas y psicológicas. Alford et al (2005), por ejemplo, propusieron que “los genes influyen en los resultados y las personalidades de las personas”, y en particular a las actitudes políticas, debido a dos “fenotipos políticos” o tipos de personalidad que subyacen al conservadurismo. El tipo “absolutista” estaría caracterizado por la sospecha hacia los grupos de extraños, el deseo de conservar la unidad del propio grupo y el liderazgo fuerte, en contraste con el tipo “contextualista”, más tolerante hacia otros grupos, menos dependiente de normas, más empático y más favorable a la igualdad.
Avi Tuschman explica en su libro en más detalle cómo las preferencias políticas están relativamente grabadas en nuestros genes y cómo se relacionan con nuestros rasgos de personalidad.
Un último estudio basado en gemelos idénticos y fraternales, publicado en Political psychology (2013), parece corroborar que existe esta asociación. Los investigadores se han basado en una encuesta de gemelos del Minnesota Twin Registry, incluyendo unas 8.000 parejas nacidas entre 1936 y 1955.
Según los resultados, factores genéticos explicarían más de la mitad de las diferencias en la ideología política. Rasgos psicológicos como el autoritarismo o el igualitarismo también rondan el 50%, menos que rasgos psicológicos como la extroversión (80%), pero más que otros como la capacidad para llegar a acuerdos (38%) o la apertura a nuevas experiencias (43%).
Los autores llaman a la cautela debido a que la muestra de su trabajo no sirve para representar a todo Estados Unidos (y menos al resto del mundo) ya que está compuesta por individuos «de mediana edad, mayoritariamente blancos y geográficamente concentrados«. Y también alertan de que «los genes no son un destino», debido a la importancia de la experiencia y el ambiente en la expresión de los genes. Pero, realmente, los genes rara vez son un destino. Desde la amplitud interpupilar a identificarse con la izquierda o la derecha.
Y sin embargo para mí, quizás porque la materia me es conocida y estoy de acuerdo con la idea, lo que más me llama la atención del texto no es la tesis principal, sino que incluso a la hora de caracterizar esos grandes grupos existe un evidente sesgo cultural izquierdista. La elección de las propias etiquetas, así como las descripciones, no dejan lugar a la duda.
En cualquier caso, tengo la fuerte sospecha de que en sucesivos años el panorama se va ir enrevesando mucho. Me intentaré explicar con unos ejemplos:
«(…) El tipo “comunista” estaría caracterizado por la sospecha hacia los grupos de extraños, el deseo de conservar la unidad del propio grupo y el liderazgo fuerte (…)»
Por ejemplo.
O también:
«(…) el tipo “contextualista”, más tolerante hacia otros grupos, menos dependiente de normas, más empático y más favorable a la igualdad.(…)»
¿Tolerante con quienes, por ejemplo, defienden la heredabilidad de la inteligencia o la adaptatividad del etnocentrismo? ¿Empatía?
¿Menos dependiente de normas? No estarán hablando de la «affirmative action» useña, me imagino. Ni de la prohibición de clubes exclusivamente masculinos en Reino Unido. Ni de los códigos implícitos del lenguaje, que nos han hecho cambiar a todos varias veces del término «negro» a «de color», para volver a «negro», y ahora a traducir por «afroamericano». ¿»Personas con capacidades especiales»? ¿Organismos divididos al 50% entre los sexos por decreto?
Me acuerdo ahora de esos cuestionarios políticos típicamente useños en los que te colocan en un cuadrante bidimensional, con cuatro grandes categorías. O incluso en un mapa de tres dimensiones.
Incluso en lo referente a la igualdad, que es la parte más acertada (la tiranía de la igualdad) hay más de lo que parece a simple vista. Hace ya muchos años que pude comprobar personalmente que las causas igualitaristas son una vía de ganar statu social frente a otros. «¿Que eres ‘de izquierdas y feminista’? Menuda cosa. Yo soy trotskista de cuarta generación, animalista anti-carnista y milito en contra de la ‘transfobia’…»
El igualitarismo como vía para la competición moral por el statu dentro del grupo.
Al fin y al cabo estos muy válidos y apreciables investigadores no dejan de vivir en un tiempo y un lugar caracterizados por el triunfo cultural cuasi-total de las izquierdas. Es muy difícil desprenderse de todo ello. Te impregna sin darte cuenta.
Estoy de acuerdo con Miguel. Casi me ha quitado las palabras de las puntas de los dedos.
La operación consiste en crear dos categorías caracterizadas por una serie de rasgos psicológicos susceptibles de ser interpretados en clave política, o de tener una proyección política. A un lado, están la categoría con rasgos antipáticos; a otro, la categoría con rasgos simpáticos. De las dos categorías, la última es aquella con la que se identifican los autores del estudio; se sobreentiende que es la progresista o «liberal» (en la acepción angloamericana del término). Es una operación más que discutible, porque contiene un sesgo implícito bastante evidente.
Entonces si mi papa es de la izquierda comunista y yo soy completamente contrario a esa ideología, que pasa ahí?
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