Desde que empiezan a estudiarse las diferencias individuales en inteligencia –que Francis Galton (1822-1911) llamó “excelencia”– y a establecerse comparaciones entre la inteligencia de los antiguos y de los modernos, básicamente hay dos aproximaciones en competencia. Según la aproximación conservadora, que el propio Galton inaugura al estudiar la demografía británica de la época victoriana, las condiciones modernas de vida y ciertos cambios ecológicos habrían invertido las presiones tradicionales favorables al incremento generacional de la inteligencia. Estos cambios incluyen el fin de la miniglaciación de mediados del siglo XIX, la mejora en las técnicas y la producción agraria, pero también avances en la medicina que reducen la mortandad infantil, o innovaciones sociales como el nacimiento de los “estados de bienestar”, la escolarización y la sanidad universal.
Con el auge de la nueva sociedad industrial, y la transición hacia un crecimiento posmalthusiano de la población, son los menos inteligentes los que tienen más hijos, hecho que resulta alarmante para la élite intelectual de las naciones occidentales, pavimentando de paso el camino para los primeros planteamientos eugenésicos. A su favor, los primeros test de inteligencia parecen confirmar las observaciones del primo de Darwin, al evidenciar que los coeficientes de inteligencia alto (por encima de 111 puntos) están inversamente relacionados con la fertilidad, y hay pruebas que apuntan a que esta tendencia no se ha detenido hasta el presente.
En los años ochenta del siglo pasado, sin embargo, las tornas parecen cambiar a favor de una aproximación progresista sobre las diferencias generacionales en inteligencia. Según el conocido “efecto Flynn” las lúgubres predicciones de los conservadores no sólo no son ciertas, sino que la inteligencia general de hecho estaría incrementándose hasta tres puntos cada generación.
El problema es que esta ganancia generacional, que la mayoría de los psicometristas dan por válida, presenta una serie de inconvenientes persistentes.
En primer lugar, seguimos sin tener ni idea de cuáles son sus causas.
En segundo lugar, las ganancias generacionales observadas a lo largo de estos años podrían estar concentradas en la parte menos heredable de la inteligencia, poniendo un techo próximo a las perspectivas de perfectibilidad. Cabe mencionar que también es difícil ganar inteligencia a escala individual, dada la acreditada heredabilidad (50-90%) (Bouchard, 2013) y estabilidad del rasgo, y habida cuenta de que el papel de la educación en la mejora de estas capacidades dista mucho de ser ilimitado.
Un tercer inconveniente con la aproximación progresista, y con su optimismo racional, proviene de observar la historia cultural reciente. En este sentido, no parece que nuestra época destaque por la excelencia de los logros culturales, artísticos o científicos, en comparación con aquellos de nuestros directos ancestros.
Para salvar la brecha entre el efecto Flynn y la aparente decadencia de la excelencia, algunos psicometristas han propuesto un modelo teórico que llaman de “concurrencia”, según el cual el efecto Flynn y un descenso en la inteligencia están ocurriendo simultáneamente. Podríamos estar perdiendo en lo que Richard Lynn llama “inteligencia genotípica” mientras ganamos algo de “inteligencia fenotípica”. En un sentido similar, también sabemos que la «inteligencia cristalizada» es mucho menos variable que la «inteligencia fluida», y ambas podrían estar sometidas a presiones selectivas diferentes e incluso opuestas.
Así lo resumen Woodley y sus compañeros (2015):
La alta heredabilidad del factor g ha estado declinando históricamente debido a la selección genética y a la acumulación de mutaciones (dando cuenta de la aparentemente alta productividad intelectual de las poblaciones del siglo XI relativas a las modernas) mientras que las capacidades menos heredables y más especializadas que exhiben una menor carga de g se habrían incrementado en las poblaciones a lo largo del tiempo en respuesta a mejores educativas y ambientales. En consecuencia, los efectos Flynn y el declive de g debido a selección genética y acumulación de mutaciones pueden concurrir, si bien de forma jerárquica, en la medida en que la selección y la mutación afecta a los lugares más altos de la jerarquía cognitiva.
Estos investigadores acaban de publicar un ingenioso trabajo avalando en general la aproximación conservadora –con elementos progresistas-, según este modelo de concurrencia, basándose en el análisis de casi 6 millones de textos publicados entre 1850 y 2005. Según sus resultados, los textos evidencian un declive general en el uso del lenguaje. En concreto, utilizamos palabras más “fáciles” –asociadas con una menor demanda de inteligencia– que nuestros ancestros del siglo XIX, mientras arrinconamos más palabras “difíciles”.
El panorama del film Idiocracy (2006) en el que la sociedad de 2025 experimenta una seria degradación cognitiva que compensan a duras penas avances en la automatización y la tecnología, a fin de cuentas, no es tan descabellado.
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Cuando hoy me llegó esto me di cuenta inmediatamente de cuán políticamente incorrecto era. Pensé «¿quién se atrevería a tratarlo? Nadie, por supuesto». Pero luego me acordé de Tercera Cultura.
http://offsettingbehaviour.blogspot.com.au/2015/04/gender-blind-economists.html
http://www.pnas.org/content/early/2015/04/08/1418878112
Si los resultados de ese trabajo hubieran mostrado que se favorece a los hombres en las carreras técnicas y científicas en una proporción de 2 contra 1, estarían diciendo que hay que impulsar las carreras de las mujeres en la ciencia. Pero como lo que se ha encontrado es que se favorece a las mujeres en una proporción de 2 contra 1, lo que están diciendo es que hay que impulsar las carreras de las mujeres en la ciencia.
En todo lo relativo al género nos tropezamos con la losa de lo políticamente correcto, de tal modo que si algo no está de acuerdo con la política de género, no solo no existe sino que llega a ser peligroso intentar destaparlo.
En un sector como la enseñanza la ocupación de las nuevas plazas se está haciendo en porcentajes muy superiores al 50%, también a la proporción de universitarios y universitarias y hay sectores completos de lo público -mucho más que en lo privado- en los que la figura masculina comienza a ser residual.
Hoy lo más frecuente es que en un instituto de enseñanza media la prevalencia entre el profesorado sea femenina con una tasa de reemplazo casi totalmente femenina, pero es que entre el resto del personal: administrativos, conserjes y limpieza esa prevalencia lo sea todavía mayor.
Y otro tanto de lo mismo sucede en los juzgados, particularmente en los de familia, en los que en un proceso de separación no es extraño que todo las personas incluyendo: juez, fiscal, abogados, equipos de valoración y personal administrativo sean mujeres.
Pero es que este resultado viene de mucho más atrás, de tal modo que hasta el presente tanto la educación primaria como la secundaria y el propio proceso de selectividad favorecían descaradamente a los alumnos de letras y en la Universidad se observa que frente a facultades de ciencias prácticamente desiertas solo en Madrid hay más estudiantes de Derecho que en todo el Reino Unido, o que frente a una Universidad con excesos muy abultados de ciertos titulados, no es capaz de suministrar los especialistas en Big Data y varias especialidades informáticas relacionadas con la empresa que el mercado reclama y tendrían fácil contratación
De todos modos, no es el tema del post. Estoy preparando una traducción de un psicólogo evolucionista que sí tiene que ver con las brechas de género, aunque no directamente con Ceci y Williams.