Reseña de Hive mind. How your nation’s iQ matter so much more than your own, de Garett Jones. Stanford University Press. 2016
El mismo año en que Charles Murray y Richard Herrnstein publicaron The bell curve 52 académicos firmaron un editorial en The wall street journal explicando lo que a su juicio constituía la ciencia aceptada de la inteligencia hasta entonces.
El editorial subrayaba que –entendida como una competencia cognitiva muy general– la inteligencia i) se puede medir de forma fiable y no sesgada, ii) se distribuye dentro de la población siguiendo el dibujo de una “curva de campana” (la mayoría de las personas gravitan en torno a los 100 puntos y sólo el 3% supera los 130), y iii) varía sistemáticamente entre grupos –aunque hay miembros de todos los grupos étnicos en todos los niveles del CI (cociente intelectual).
Un “consenso científico” controvertido
Pese a este intento por resumir el consenso científico de los especialistas, son pocas las áreas de la ciencia donde la discrepancia entre la percepción pública y la opinión de los científicos es mayor.
Los hispanoparlantes somos un caso a propósito. En nuestro mercado, un libro muy crítico con The bell curve –nunca editado en España– como La falsa medida del hombre del biólogo evolucionista Stephen Jay Gould tuvo una difusión –y aceptación– importante.
Durante décadas, el público “ilustrado” en nuestro idioma ha tenido un amplio acceso a la crítica pero no al original.
La tormenta de críticas contra Murray y Herrnstein no ha desaparecido del todo desde entonces, pero se puede decir que ha sido algo amainada y pacificada.
Mientras que en La tabla rasa (2002) Steven Pinker propuso ya una lectura más equilibrada, con posterioridad internet –y Amazon– lo han puesto más fácil. La disponibilidad de los puntos de vista no depende de las decisiones de editoriales nacionales con criterios restrictivos, dado que cualquiera puede descargarse desde su ordenador personal los trabajos de Murray, Gottfredson, Lynn o Jensen. También es posible descargar el PDF del trabajo publicado en Plos Biology (Lewis et al., 2011) donde se describen las incorrectas afirmaciones de Stephen Jay Gould.
Siguiendo esta línea de discusión más civilizada, e información más democratizada, el libro de Garett Jones –profesor de economía en la universidad de George Mason–ha sido recibido con mayor ecuanimidad, pese al hecho de que no deja de tratar de espinosas diferencias humanas.
Un nexo empírico incómodo: inteligencia y prosperidad nacional
¿Por qué unas naciones son más prósperas, saludables y seguras que otras? Durante siglos, los filósofos, los economistas y los politólogos han propuesto diversas teorías, culpando a diferentes factores: el azar, el ambiente, la geografía, la religión o las instituciones. Pero quizás el factor clave esté aún más cerca: en el propio cerebro humano y en el capital cognitivo de una población. Esta es la posibilidad que baraja Garett Jones en Hive minds. How your nation’s IQ matters so much more than your own. A países más inteligentes “ciudadanos más pacientes, más cooperativos y mejor informados”.
Irónicamente, los test de inteligencia no predicen con mucha exactitud el éxito en la vida de un individuo. Son mejores prediciendo cómo les irá a países enteros: los países con resultados más altos en los test de inteligencia son alrededor de ocho veces más prósperos que aquellos con resultados más bajos.
Países con mejor capital cognitivo tenderán a ser más ahorradores, más cooperativos, más orientados al libre mercado y más exitosos empleando tecnología. Si esta asociación es cierta uno de los objetivos prioritarios de los profesionales de la política y la salud pública en los próximos años debería ser averiguar cómo incrementar la inteligencia media de los países.
La expectativa de hacer países más inteligentes no carece de alguna base: sabemos que la inteligencia media no es un rasgo fijo, que no está determinado completamente por los genes, y también que de hecho ya se ha incrementado en todo el mundo, tal como documenta el llamado “efecto Flynn” –si bien existen dudas sobre donde se encuentra su techo y cuáles son las causas que lo determinan.
La primera tentativa seria de medir las diferencias de inteligencia entre países corresponde al psicólogo Richard Lynn y el politólogo Tatu Vanhanen, que resumieron sus conclusiones en un libro de 2002: IQ and the wealth of nations (tampoco hay versión española). Basándose sobre todo en test visuales de Raven –que permiten minimizar los sesgos culturales y lingüísticos prooccidentales– Lynn y Vanhanen hallaron una fuerte relación entre el nivel de inteligencia y de productividad de las naciones. Aunque este trabajo se ha sometido a diferentes críticas y todavía no se ha resuelto el papel de los factores sociales ambientales –desde la educación, que parece impactar más en la inteligencia cristalizada que en la fluída, a la malnutrición y los parásitos– las conclusiones coinciden con décadas de estudios psicométricos que sitúan las poblaciones del este de Asia por delante de Europa y África en capital cognitivo humano. Simultáneamente los resultados de los test de PISA sobre logros educacionales (Rindermann, 2007) convergen a grandes rasgos con las estimaciones de Lynn y Vanhanen.
Las diferencias entre poblaciones en inteligencia podrían deberse a factores fundamentalmente ambientales, o al menos esta es la idea básica del filósofo James Flynn. El descubrimiento del ”efecto Flynn” acreditando un crecimiento generacional progresivo en el CI de todo el mundo –en realidad sería más justo llamarlo efecto Lynn/Flynn– estuvo inicialmente motivado por la necesidad de encontrar una explicación alternativa a la posición del psicometrista Arthur Jensen, mucho más pesimista con respecto a la posibilidad de alterar las diferencias en inteligencia. Ahora bien, incluso el más progresista Flynn (2012), por otra parte un activo defensor de la libertad académica, no pone en duda que estas diferencias son de hecho reales e importantes, y han de ser tenidas muy en cuenta para informar un planteamiento realista sobre la igualdad humana.
Epistocracia: el gobierno del conocimiento
Hay varios canales que explican la relación entre inteligencia, prosperidad económica y un gobierno mejor, basado en el conocimiento.
Por una parte, la inteligencia se asocia con más paciencia. Las personas más pacientes se preocupan más por el futuro y por su reputación a largo plazo; cooperan más, son más generosos, y tienden a devolver más favores, una tendencia que se retroalimenta positivamente en grupos formados por individuos que también son buenos cooperadores.
La paciencia y la cooperación, según Jones, son ingredientes indispensables para una política razonable…y más pacífica: “Si tú y tu oponente tenéis un profundo horizonte temporal en común, tiene mucho más sentido llegar a un acuerdo de paz”.
Un CI más alto no sólo beneficia al país a través de gobernantes y burócratas más inteligentes. También es beneficioso que los votantes tengan mayores niveles de educación e inteligencia. Votantes más inteligentes tienen más probabilidades de estar de acuerdo con los expertos y menos de sentirse atraídos por medidas extremistas e irracionales: “Esto importa en democracia. Si los votantes están mejor informados es más probable que formen sus políticas sobre la base de la realidad más que del rumor, la intuición o el temor”.
El tanto por ciento confuciano
A corto plazo los economistas están de acuerdo en que el efecto de la llegada de inmigrantes poco cualificados –contra algunas alarmas populistas– no impacta significativamente en el resto de la economía de un país avanzado. A largo plazo, sin embargo, los efectos pueden ser más importantes e imprevisibles.
En la economía política, el pasado parece ser un excelente predictor del futuro, algo que la literatura científica conoce como teoría de las “raíces profundas” (Deep Roots Theory). Esencialmente, “el desarrollo económico es afectado por rasgos que han sido transmitidos a través de generaciones a lo largo de mucho tiempo” (Spolaoare y Wacziarg, 2013). En este sentido, de dónde provienen los ciudadanos de una nación realmente importa. Comin, Easterly y Gong (2010), por ejemplo, estiman que la riqueza de los países actuales está altamente determinada por su situación en el año 1000. En el caso de Asia este efecto se conoce como “porcentaje confuciano” y “porcentaje budista”: la asociación entre el porcentaje de población de ascendencia china y libertad y prosperidad económica parece ser suficientemente fuerte (Sala i Martí, Doppelhofer y Miller, 2004).
Lo más difícil y políticamente controvertido es averiguar cómo afectará la llegada de inmigrantes menos cualificados, procedentes de países con un SAT comparativamente más bajo, a países con una alta calidad de gobierno y una tradición más favorable a la libertad económica. Los más optimistas, como el libertario Bryan Caplan, estiman que los inmigrantes terminarán conformándose a las actitudes de los nuevos países, dejando atrás el “amoralismo familiar”, ajustando sus preferencias de voto, y haciendo que a la larga sus actitudes sean más favorables hacia el libre mercado y la forma moderna de gobierno. Por su parte Jones insiste –siguiendo la teoría de las “raíces profundas” de la economía– en el argumento de que, en el largo plazo, nuevos ciudadanos llevan a políticas nuevas; insinuando por tanto que las políticas de inmigración de bajo SAT terminarán afectando significativamente el paisaje político y económico de los países; a no ser, como explica en su libro, que estos mismos países encuentren modos eficaces de incrementar el capital humano de sus poblaciones.
Las conclusiones son opuestas, los migrantes de IQ bajo tenderán al socialismo o la subsidio estatal ya que no pueden competir con las sociedades originarias que tienen ventajas en su totalidad.
Estos caeran en la pobreza y en la 3 generacion o 2 en los casos mas extremos se uniran a grupos violentos siendo ISIS el rey
La frase que empieza «votantes mas inteligentes…..» es falsa, vease Alemania…Rusia,…o la misma China
datos
http://rense.com/general96/IQreason.html