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No hemos dejado de evolucionar

Hasta hace unos pocos años la visión establecida en la intersección entre biología y cultura coincidía en que el ser humano había dejado de evolucionar significativamente en los últimos 50.000 años. Para el influyente Stephen Jay Gould “hemos construído todo lo que llamamos cultura y civilización con el mismo cuerpo y el mismo cerebro” y David Attenborough, recientemente, es de la misma opinión: “Detuvimos la selección natural tan pronto como fuimos capaces de criar al 95-99% de nuestros bebés nacidos”. Esta supuesta detención de la selección natural también es uno de los supuestos de la psicología evolucionista, es decir, de la aplicación de los principios «darwinistas» al estudio de la mente humana. Para los padres fundadores John Tooby y Leda Cosmides (2005) las adaptaciones humanas complejas, relacionadas con aspectos importantes de la conducta y la mente, requieren más tiempo y genes de los que los últimos milenios han podido proporcionar.

No tenemos «mentes de la edad de piedra»

Sir David Frederick Attenborough

Sir David Frederick Attenborough

John Hawks y Gregory Cochran, entre otros, discrepan de esta visión heredada. Lejos de detener la selección natural, los últimos milenios habrían visto una aceleración de nuestro “ritmo” evolutivo y la razón tendría que ver con el importante aumento de la población humana en este tiempo (Hawks et al. 2007). Como la mayoría de las buenas historias sobre evolución, esta ecuación ya fue advertida por Darwin y, más tarde, en los años treinta del siglo pasado, por R.A. Fisher: “El gran contraste entre las especies abundantes y raras radica en el número de individuos disponibles en cada generación como posibles mutantes”. Cuánto más grande y potencialmente variable es una población, mayor es el material bruto con el que dispone la selección natural para actuar. El supuesto de Darwin y Fisher desde entonces se ha verificado en la evolución de plantaciones genéticas (como nuevos tipos de maíz), experimentos con microbios o evolución derivada de la resistencia a los pesticidas en los insectos.

Los humanos no somos una excepción tampoco en esto: “los cambios ecológicos documentados en la historia humana y el registro arqueológico crean una situación excepcional. Los humanos se enfrentaron con presiones selectivas durante los últimos 40.000 años, relacionadas con las enfermedades, las dietas basadas en la agricultura, el sedentarismo, la vida en la ciudad, una mayor expectativa de vida, y muchos otros cambios ecológicos”.

Todos estos cambios ambientales y culturales habrían servido como semilla para los cambios evolutivos. Unido al aumento de la población, las raras mutaciones beneficiosas habrían tenido oportunidades crecientes de prosperar en los últimos milenios, dando lugar finalmente a cambios significativos. Hawks y Cochran verificaron esta evolución humana reciente analizando los datos del International HapMap, con una lista de más de 3 millones de polimorfismos genéticos extraídos de personas con ancestros europeos, africanos y asiáticos. Según sus resultados, los cambios biológicos recientes habrían afectado a genes seleccionados para cosas como la defensa ante nuevos patógenos, a nuevas necesidades metabólicas asociadas a la dieta y al procesamiento de nueva comida, como muestra la próxima historia de la tolerancia a la lactosa.

Para Hawks, el aumento en las muestras genéticas disponibles, incluyendo el secuenciamiento de nuevos miles de genomas, nos permitirá averiguar más detalles en el futuro.

El miedo a las diferencias

Además de poner en discusión un presupuesto querido por los psicólogos evolucionistas, la evolución humana reciente está mostrando un aspecto potencialmente más engorroso, al agitar el espectro de las diferencias humanas y recrudecer lo que Pinker ya llamaba «miedo a las diferencias».

Hawks mismo reconoce que esta evolución reciente está afectando tanto a la «humanidad», como un todo, como a poblaciones humanas diferenciadas. Que nos estamos haciendo biológicamente más diferentes como “seres humanos” en todo caso es una posibilidad a considerar seriamente. En este mismo sentido, el antropólogo canadiense Peter Frost (2011), sugiere que más que de “naturaleza humana” deberíamos incluso hablar de “naturalezas humanas” con historias evolutivas propias y relativamente diferenciadas. Para Frost es cuestionable que la mayoría de los rasgos conductuales y mentales heredables hayan sido fijados en el “ambiente evolutivo adaptativo” de la Sabana africana, y argumenta que es preciso tener en cuenta la evolución de cambios complejos en los últimos milenios. También tengamos en cuenta que los datos combinados de la genética y la arqueología están complicando recientemente la hipótesis «out of Africa«.

Jonathan Haidt hacía esta advertencia sombría en una de las preguntas EDGE de hace años: «Recientes ‘barridos’ en genoma a través de poblaciones humanas muestran que cientos de genes han estado cambiando durante los últimos 10 milenios en respuesta a presiones selectivas locales. No es posible crear módulos mentales desde la nada en unos pocos milenios, pero pequeños cambios en los mecanismos existentes pueden ocurrir rápidamente, y pequeños cambios genéticos pueden tener grandes efectos conductuales. En consecuencia debemos empezar a mirar más allá del Pleistoceno y fijarnos también en el Holoceno, los últimos 10.000 años.” Haidt añadía que las agrias guerras en torno a “The bell curve” en los años noventa, a cuenta de las diferencias raciales en inteligencia, parecerán pequeñas delicadezas en comparación a los argumentos que se avecinan sobre diferencias étnicas en “rasgos morales” y predecía que esta nueva “guerra” estallaría entre 2012 y 2017. Corran a sus respectivas trincheras.

 

Referencias:

Hawks et al. (2007). Recent accelaration in human adaptive evolution. PNAS vol. 104 no. 52

Frost, P. (2011). Human nature or human natures. Futures 43 (740-748)

Tooby, J. & Cosmides, L. (2005). Conceptual foundations of evolutionary psychology, in: Buss, D.M. (Ed.), The Handbook of Evolutionary Psychology, Wiley, Hoboken, NJ, pp 5-67

 

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