Ciencia cognitiva, Neurociencia, Tercera Cultura
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El cerebro incrédulo

Mucho se habla sobre la biología de la religiosidad. Pero el cerebro realmente interesante es el del no creyente. Esa es una de las conclusiones que se extrae del último libro de Adolf Tobeña, “Devots i descreguts”, que tiene como objetivo conocer el origen y las funciones de las creencias religiosas. Los ateos tenemos cierta tendencia a pensar que la incredulidad es la expresión de una mayor capacidad de análisis y de raciocinio. Más indicación de lo que nos sobra que de lo que nos falta, por así decirlo. Pero Tobeña nos da una ducha fría. “De la misma manera que hay gente apática, asocial, perezosa o boba, la hay que no ve trascendencia en parte alguna”. Y demos las gracias, porque no muy lejos de esta frase hay un párrafo donde destaca, fosforescente, la palabra “autismo”.

Investigación con neuroimagen. Wikimedia Commons

Investigación con neuroimagen. Wikimedia Commons

Afortunadamente, estoy leyendo a la vez el libro de Satoshi Kanawaza “The intelligence Paradox”, en el que el ateismo es descrito como algo que suele ir asociado a una mayor inteligencia, y eso me gusta más. La tesis de Kanazawa es que lo que llamamos inteligencia es una habilidad que se desarrolló recientemente en un Homo Sapiens al que no le bastaron ya las habilidades cognitivas adaptadas a un mundo estable en el que genes y entorno ecológico iban a la par. Según su atrevida (pero documentada) teoría, las personas inteligentes suelen ser las que adoptan los modos de pensar más alejados de su naturaleza ancestral. Así aparecen criaturas extravagantes como los “progres” (liberals), los ateos o los monógamos, que van tan sobrados en la vida que se permiten rizar el rizo. Lo cual no quiere decir que sean quienes más éxito o felicidad obtienen de ella. Ahí tienen ventaja los “listos”, que no están tan dotados pero que no suelen ser tan desastrosos en cuestiones de “sentido común”, dispositivo que viene de serie pero que es obviado demasiado a menudo por los más inteligentes.

¿Estamos los ateos menos pertrechados para afrontar la existencia que los creyentes? Quién quiera conocer el fascinante mundo del cerebro religioso no puede perderse el libro de Tobeña. Los 4 jinetes de la militancia atea, Dawkins, Dennet, Harris y Hitchens, promueven la idea de que la religión es algo describible como una “infección memética”. Para ellos, las creencias son el resultado del adoctrinamiento, un artefacto cultural. Pero cada vez conocemos más estudios que nos muestran que eso no es así. Las doctrinas particulares se adoptan culturalmente, pero nuestro cerebro es un cerebro religioso. Está hambriento de transcendencia. La religión forma parte de nuestro hardware, está en nuestra naturaleza. Y estos estudios apuntan a que la religión nos aporta unas ventajas psicológicas y sociales que valdría la pena volver a valorar.

Diferencias de religiosidad en la vida adulta (Kanazawa, 2010)

Diferencias de religiosidad asociadas con la inteligencia (g) en la vida adulta (Kanazawa, 2010)

Esta es la idea de Alain de Botton, que en su libro “Religion for Atheists”, propone, a la manera de August Compte, aunque con derivaciones más pintorescas, repensar la cuestión religiosa desde la secularización. Muchos ateos lo son porque no se conforman con los cuentos de hadas. Porque les repugna el ocultismo y la superstición. Porque valoran más el conocimiento que el mito. Pero muchos estamos abiertos a incorporar ciertos elementos religiosos en nuestra vida partiendo de un mayor entendimiento de los entresijos de nuestro cerebro religioso y sus implicaciones psico-sociales. Es una planteamiento que permitiría a los ateos supuestamente más inteligentes pero infelices conseguir beneficios similares a los que disfrutan los “listos” crédulos. Si fuera posible, ¿por qué no?

 

Referencias

De Botton, A. (2012) Religion for Atheists. Pantheon Books

Kanazawa, S. (2012) The Intelligence Paradox. John Wiley & Sons, Inc.

Why liberals and atheists are more intelligent (2010). Social Psychology Quarterly

Tobeña, A. Devots i descreguts. (2013) Universitat de València

 

54 Comentarios

  1. Eduardo says

    Ciertamente Spinoza no era cristiano, ni para el caso judío, pero su sistema filosófico, si no «dentro del cristianismo», si hay que ubicarlo dentro de la escolástica cristiana, con sus categorías de substancia, modo, etc (de origen aristotélico, y por tanto no cristiano, también ciertamente). Ahora bien, el problema es que el «Dios de los filósofos» como lo llamó Pascal es una cosa muy diferente al Dios de los creyentes, por lo que en cierto modo, toda la teología, no sólo el heterodoxo Spinoza, es ya una «divergencia» con respecto a la religión popular.

  2. Rawandi says

    No hay teología posible sin al menos un sujeto divino. Dado que Spinoza llamaba «Dios» a la naturaleza impersonal, lo que él hacía no era teología sino ateología.

    Hay dos tipos de sujetos divinos: el deísta y el teísta.

    El Dios creador deísta no se preocupa de su propia obra, por lo cual no puede servir como núcleo de una religión: no tiene sentido tratar de aplacar a dicho ser mediante ritos.

    Únicamente el Dios creador teísta, que interviene en el mundo,permite construir en torno a él una religión. La teología cristiana y la mahometana son ejemplos de teología teísta.

  3. Eduardo says

    Puede que el sistema de Spinoza sea una ateologia enmascarada, pero en todo caso su marco conceptual netamente escolástico; se trata de posibilidades dialécticas que aparecen en el seno mismo del «pensamiento» de los doctores cristianos.

  4. Ya que se trata de una discusión filosófica que no se qué aportaría cognitivamente, me pierdo el sentido de suponer el sistema de Spinoza como uno ex nihilo y sui generis ajeno al contexto cristiano, judeocristiano o por último ajeno al monoteísmo abrahámico, ya que en absoluto lo es y no puede serlo. ¿Hay razones para suponer que Spinoza fue un vedanta camuflado de judío introduciendo una filosofía ajena en el monoteísmo abrahámico? Tampoco; y el hecho de que Spinoza viviera en Europa y no en Asia es una obviedad que carece de importancia. Si no me equivoco Gustavo Bueno argumentó que el ateísmo (se sobrentiende que el occidental) mismo surge de este monoteísmo (análogamente al surgimiento del ateísmo en el seno de otras religiones orientales). Y Spinoza viene a ser una fase previa. No se puede afirmar que su sistema fue «ateo», esa es una interpretación más bien oscura.

    Ver: http://symploke.trujaman.org/index.php?title=Benito_Espinosa

    Luego no entiendo tu comentario de que los stalinistas «entendieran en sentido literal» la trascendencia de Stalin. La percepción como «persona distribuida» no es un discurso lógico-analítico ni una conclusión empírico-racional, se trata de sesgos perceptuales e inferencias automáticas, a nivel inconsciente. Por lo menos lo que los psicólogos y antropólogos observan en experimentos y contextos diversos es que la gente se comporta como si hubiese en sus cabezas un sentido implícito de tal trascendencia o agencia abstracta. Se sabe que en lugares alejados, como típicamente se da con los héroes y los eventos inesperados, se hablaba de Stalin, de Napoleón o de Hitler como si tuvieran poderes sobrehumanos, como si (de manera implícitamente mágica) pudieran saber qué ocurre en las lejanías y actuar a distancia.

    Lo cual es cierto metafóricamente, ya que objetivamente existía la telecomunicación y los espías y mensajeros que le informaban a Stalin, y emisarios y enviados que traían mensajes y ejecutaban órdenes de él, pero todo esto era desconocido para el habitante alejado y ajeno a estos mecanismos reales. Lo interesante no es pues que la gente sea consciente de la metáfora y que sea consciente de su desconocimiento de los mecanismos reales y objetivos, sino que se comportan como si en efecto esos individuos (Stalin, etc.) estuvieran presentes, lo cual evidencia (porque se ha demostrado experimentalmente) la existencia de esos sesgos e inferencias agentivas.

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