Los ataques con bomba de Boston han provocado la muestra más intensa de aplicación de la ley y cobertura en los medios desde los ataques del 11S. Todo Boston estaba bloqueado, “una ciudad fantasma”, “una ciudad en estado de terror”, “Una zona de guerra”, vociferaban los titulares. Se detuvo el tránsito público, se proclamó una zona sin vuelos, se le dijo a la gente que permaneciera dentro de sus casas, cerraron las escuelas y las universidades, y cientos de agentes del FBI dejaron a un lado apremiantes investigaciones para centrarse exclusivamente en este caso, junto con miles y miles de otros agentes federales, del estado y la ciudad equipados con armas pesadas y vehículos armados. Casi se llegó a la ley marcial, con todos los instrumentos de la seguridad del estado movilizados para localizar a dos jóvenes inmigrantes con explosivos de baja tecnología y pequeñas armas que fracasaron a la hora de reconciliar sus problemas de identidad para convertirse en sospechosos terroristas aficionados.
No es que los hechos no fueran chocantes y brutales. Pero esta aplicación de la ley y la respuesta en los medios, por supuesto, es parte de la reacción general de EE.UU al terrorismo desde el 11S, cuando quizás nadie en la historia, armados con tan pocos medios, causó tanto miedo en tantos. De hecho, como con los anarquistas de hace un siglo, la respuesta de la última semana es precisamente la reacción desmedida con la que los sponsors del terrorismo siempre han contado para aterrorizar.
Nada se puede comparar a la aflicción de los padres cuyo hijo ha sido asesinado, como el niño de ocho años Martin Richard, exceptuando tal vez la aflicción colectiva de muchos padres, como los de los 20 niños asesinados el pasado diciembre en la masacre escolar de Newtown, Conn. Aún así, pese al hecho de que la probabilidad de que un niño, o cualquier otro en los Estados Unidos, sea asesinado por un ataque terrorista con bombas es inmensamente más pequeña que ser asesinado por un propietario de armas no registrados, o incluso por una planta fertilizada sin regular, parece que los políticos de EE.UU y el público seguirán apoyando de forma acrítica las extravagantes medidas asociadas con una política irracional de “tolerancia cero” al terrorismo, en oposición a la tolerancia “de mucho más que cero” para casi todas las amenazas de violencia. Teniendo en cuenta los millones de dólares que ya se han gastado en la investigación de los ataques con bomba en Boston y los trillones que la respuesta nacional al terrorismo han costado en poco más de una década, el público merece una respuesta más razonada. Nunca podremos estar completa y totalmente seguros, no importa cuánto presupuesto nos gastemos o cuántas libertades civiles sacrifiquemos.
Aunque siempre existe la posibilidad de que los investigadores encuentren conexiones extranjeras y complots más amplios que los quehaceres de los dos hombres sospechosos del ataque con bomba en Boston, nuestro conocimiento sobre el terrorismo sugiere que lo que ya sabemos sobre los ataques del 15 de abril no justifica la respuesta desmedida y desproporcionada, incluyendo la “alerta de seguridad global” que aprobaron las autoridades de EE.UU a través de la Interpol para 190 países. Incluso si se prueba que los atacantes sospechosos de Boston son parte de una red más amplia de aspirantes a yihadistas , como ocurrió con los terroristas suicidas del metro de Londres de 2005, o que hayan planeado más operaciones antes de morir en un destello de gloria, tal como hicieron los terroristas del atentado con bombas en Madrid de 2004, estos aprendices de caballeros bajo el estandarte del profeta jamás podrían haber causado solos el caos que sí causa nuestra reacción.
Los hermanos Tsarnaev, sospechosos de los ataques con bomba de Boston, han sido descritos por vecinos, amigos y familiares como hombres jóvenes normales, del tipo frecuente en Cambridge. Dejaron el conflicto checheno hace años e inmigraron a los Estados Unidos en busca de asilo bajo el programa de reasentamiento de refugiados del gobierno de EE.UU. Tamerlan, el mayor, estaba casado con una hija de tres años. Un antiguo boxeador Guantes de Oro de peso pesado que compitió para los EE.UU estuvo inclinándose crecientemente hacia el Islam en los últimos años. En un reportaje fotográfico sobre su afición por el boxeo se mostró preocupado porque “No tengo un sólo amigo estadounidense, no los entiendo”. Se quejó de que “Ya no hay valores”, abjurando de la bebida porque “Dios dijo no al alcohol”. La página de YouTube de Tamerlan contiene videos de clérigos islamistas radicales de Chechenia y otros partes lanzando amenazas a Occidente con bombas explotando al fondo. En 2011, el FBI entrevistó a Tamerlan a petición de Rusia sobre las conexiones con extremistas chechenos, pero la investigación no encontró “información negativa”. Aunque las fuerzas rusas se retiraron de Chechenia en 2009, la violencia ha persistido en los alrededores de Dagestan, donde Tamerlan visitó a su padre el pasado año y quizás matuvo contactos con instigadores yihadistas que le instigaron para que actuara. Como el padre del piloto terrorista del 11S Mohamen Atta, el padre de Tamerlan afirma que su chico fue señalado y asesinado. En su última comunicación telefónica de la que se tiene noticia, el martes, horas después de que comenzara el tiroteo policial, llamó a su madre.
El hermano más joven, Dzohkhar, que pasaba su segundo año en la universidad de Massachussets en Dartmouth, jugaba al futbol cubierto. El dia anterior a los ataques se fue a la residencia universitaria, se pasó por el gimnasio y aquella noche asistió a una fiesta con algunos compañeros de su equipo de futbol. Conocido por sus amigos como Jahar, entró en la universidad pero últimamente había estado faltando a sus clases. Se juntó con otros estudiantes, tuvo una relación fácil con otros hombres y mujeres jóvenes, casi nunca habló de política, y nunca pareció un islamista activista o un simpatizante, ni siquiera particularmente religioso. Mientras que los familiares, amigos y profesores coinciden en describir a Jahar como alguien “siempre sonriente”, y con “un corazón de oro”, otros conocidos dicen que Tamerlan nunca sonría y era agresivo. Un primo dijo que avirtió a Jahar sobre la influencia negativa del hermano mayor al que quería. En los últimos meses, los tweets de Jahar empezaron a volverse sombríos: “No huiré, simplemente os voy a acribillar a todos”, “Asesiné a Lincoln durante mi dos horas de siesta”. Pero declarar a este asesino rebelde, y ciudadano naturalizado, un “combatiente enemigo” bordea con lo orwelliano.
Bajo el patrocinio del Departamento de Defensa, mi equipo de investigación multidisciplinar y multinacional ha estado organizando estudios de campo y análisis de los procesos mentales y sociales implicados en la radicalización en nuestro país y el extranjero. Nuestros hallazgos indican que las tramas terroristas contra las poblaciones civiles occidentales no tienden a ser parte de organizaciones sofisticadas, basadas en el extranjero y bien dirigidas y controladas.Más bien, pertenecen a redes domésticas de familiares y amigos que no mueren por una causa, sino por cada uno. Los yihadistas se distribuyen en la población normal: hay pocos psicópatas y sociópatas, algunos pensadores brillantes y estrategas. Los candidatos a yihadistas de hoy son en su mayoría adultos emergentes en fases de transición de sus vidas, estudiantes, inmigrantes en busca de trabajo o compañeros, que están dispuestos especialemente a unirse a movimientos que les prometen una causa con sentido, camaradería, aventura y gloria. La mayoría posee una educación secular, y se han convertido en “nacidos de nuevo” para la causa yihadista en los últimos años de su adolescencia o en la veintena. El camino a la radicalización puede llevar años, meses, o sólo días, dependiendo de las vulnerabilidades personales y de las influencias de los demás. Ocasionalmente se da la participación junto con un familiar, o un amigo de un amigo, que ha posee ciertas conexiones con el extranjero con alguien que puede proporcionarles algo de entrenamiento y de motivación para embalar un paquete de explosivos o aprender a disparar, pero internet y los medios sociales normalmente son suficientes para la radicalización e incluso para la preparación de los operativos.
El resultado no es un movimiento terrorista jerárquico y dirigido desde un centro, sino un complejo evolutivo de redes sociales basadas en adaptaciones contingentes a eventos cambiantes. No existen realmente “células”, sino sólo grupos de hombres mayoritariamente jóvenes que se motivan unos a otros dentro de “hermandades” de parentesco real y ficticio. A menudo, de hecho, existe una figura de hermano mayor, una personalidad dominante que moviliza a los otros en el grupo. Pero raramente hay una autoridad primordial o figura paterna (Notablemente, para estos jóvenes en transición, a menudo hay ausencia de un padre real)
Algunos de las tramas más exitosas, tales como los ataques con bombas de Madrid y Londres, son tan anárquicos, fluídos e improbables como para evitar ser detectados pese al hecho de que la inteligencia y los agentes de la ley han seguido a algunos de los actores durante un tiempo. Tres elementos claves caracterizan la “anarquía organizada” que tipifica el activismo islámico violento y moderno: los fines últimos son vagos y superficiales (a menudo no más profundos que la venganza contra supuestas injusticias contra los musulmanes en el mundo); los modos de acción son decididamente pragmáticos sobre la base del ensayo y error, o basados en el aprendizaje de accidentes de experiencias pasadas; y aquellos que se unen no son reclutados sino que son buscadores individuales enlazados entre sí, a menudo de la misma familia, vecindario, o salón de chat de internet, cuya conexión con la Yihad global es más virtual que material. Al Qaeda y asociados atraen más que reclutan a individuos desafectos que ya han decidido embarcarse en el camino del extremismo violento con la ayuda de la familia, los amigos, o unos pocos compañeros de viaje.
Como los hombres jóvenes que llevaron a cabo los ataques de Madrid y Londres, la mayoría de los conspiradores yihadistas de cantera se engancharon en primer lugar con el amplio sentimiento de protesta contra “el ataque global contra el Islam” antes de moverse a un universo paralelo más estrecho. Cortan lazos con antiguos compañeros que juzgan demasiado tímidos como para actuar y cimentan lazos con aquellos que están dispuestos para la lucha. Emergen de su capullo con un fuerte compromiso para la lucha y la muerte si es necesario, pero sin ningún claro plan contingente sobre lo que pudiera pasar después del ataque inicial.
Por primera vez en la historia ha tenido lugar una toma de conciencia política masiva dirigida por los medios y facilitada por la llegada de internet, las redes sociales y la televisión por cable, que puede, por una parte, motivar el respeto universal por los derechos humanos mientras que, por la otra parte, permitir que, digamos los musulmanes de Borneo, se sacrifiquen a sí mismos por Palestina, Afganistán o Chechenia (pese a no tener apenas contacto o historia común en los últimos 50000 años). Cuando lo que se percibe como una injusticia global resuena con las aspiraciones personales frustradas, la ira moral da un significado universal y proporciona un empujón a la radicalización y las acciones violentas.
Pero la noción popular de un “choque de civilizaciones” entre el Islam y Occidente es lamentablemente errónea. El extremismo violento no representa el resurgimiento de culturas tradicionales, sino su colapso, a medida que los jóvenes cortan amarras con tradiciones milearias y buscan una identidad social que les de un significado personal. Este es el lado oscuro de la globalización.
Fíjense en Faisal Shahzad, el pretendido terrorista con bomba de Times Square en 2010, o Maj. Nidal Hasan, que asesinó a 13 compañeros soldados en Fort Hood en 2009. Ambos estaban aparentemente inspirados por la retórica de internet de Anwar al-Awlaki, un antiguo predicador en una mezquita de Virginia del Norte que fue asesinado por un drone norteamericano en Yemen en 2011. Aunque muchos comentaristas supusieron que Awlaki y los de su calaña habían sido reclutados y sometido a lavado de cerebro a Shahzad y Hassan, de hecho fueron ellos los que buscaron al popular predicador de internet debido a que ya estaban tan radicalizados como para desear otras guias para actuar. Como comenta el consultor Marc Sageman del departamento de terrorismo: “Del mismo modo que ves al mayor Hasan enviando 21 correos electrónicos a al-Awlaki, que se los devuelve, tienes a gente buscando a estos tipos y pidiéndoles consejo.” Más del 80 por ciento de las tramas en Europa y EE.UU. fueron urdidas en su mayoría por gente joven que se enganchaba mutuamente.
Especialmente para los hombres jóvenes, el combate mortal con una “banda de hermanos” en servicio de una gran causa es tanto la aventura última como el camino hacia la estima en los corazones de sus compañeros. Para muchas almas desafectas de hoy, la Yihad es una causa heroica, una promesa de que cualquiera en cualquier parte puede hacer algo importante contra la nación más poderosa de la historia del mundo. Pero dado que los aspirantes a yihadistas actúan mejor en pequeños grupos, sus amenazas sólo pueden ajustarse con sus ambiciones si son alimentadas más allá de su fuerza actual. Y la publicidad es el oxígeno que prende al terrorismo moderno.
Alineando “todos los elementos de nuestro poder nacional” contra los aspirantes a yihadistas y aquellos que los inspiran no se detendrá el el extremismo violento, como declaró una vez Obama. Aunque para vigilar y frustar la expansión de los afiliados de Al Qaeda en la península arábiga, Syria (quizás Jordania), el Norte de África y el este de África se requiere una inteligencia de amplias miras, un buen trabajo policial y preparación para la seguridad (incluyendo la aplicación de la ley y el ejército), esto no es suficiente. Como bromeó el candidato presidencial de 2012 Mitt Romney: “En medio de este desorden no podemos matar a nuestro modo” En los Estados Unidos, hay muchas bolsas de inmigrantes desplazados y jóvenes refugiados que tienen que hacer un esfuerzo mayor de lo normal para conseguir el desarrollo personal. Los jóvenes somalíes parecen tener dificultades especiales, y unos pocos se están dirigiendo en el camino de la yihad violenta. Este es un buen momento para pensar en cómo nos relacionamos con ellos, aunque probablemente es más sencillo equivocarse que acertar con soluciones fáciles. Pero las tentativas políticas de relacionar estos problemas con el asunto tan diferente de la inmigración sólo lleva al alarmismo.
Debemos prestar atención a aquello que hace que estos hombres jóvenes deseen morir matando, escuchando a sus familias y amigos, intentando comprometernos con ellos en internet, y observando a quién idolatran, cómo se organizan, que les une y qué les mueve. El poder de EE.UU no detendrá esta búsqueda individual, y predicando el Islam “moderado” (o moderando cualquier cosa) difícilmente disuadiremos a los jóvenes de su búsqueda de gloria y sentido. Ni siquiera pasando por el scanner a todos los pasajeros de avión o bloqueando a todas las ciudades estadounidenses se disuadiría a los hombres jóvenes para que se unieran a la yihad o tramasen nuevas formas de asesinar a civiles.
Los terroristas son directamente responsables de los actos violentos, pero sólo son indirectamente responsables de las reacciones que les siguen. Objetivamente, ni tan siquiera actos terroristas de la escala del 11S podrían haber causado un daño serio a la sociedad estadounidense. Este daño sólo puede ser causado por nuestras reacciones. Amplificando y conectando actos terroristas relativamente esporádicos como si formaran parte de una “guerra” generalizada o de un “ataque a nuestra libertad”, conseguimos que un fenómeno en cierto modo marginal se convierta en una preocupación primordial del gobierno de EE.UU y el pueblo estadounidense. En este sentido, Osama Bin Laden ha conseguido realizar sus sueños más salvajes, no tanto por algo que haya hecho, sino por cómo reaccionamos a los episódicos sucesos que inspiró.
Hay varias formas de reaccionar al histerismo político y la amplificación mediática del terrorismo. Si no hacemos nada y permitimos que continúe este frenético ambiente mediático sólo estimularemos futuros ataques. Mientras tanto, los juicios apresurados y la negación de los derechos de Miranda sólo conseguirán erosionar la confianza en la integridad y justicia de la prensa y de las instituciones del gobierno de EE.UU. La regulación legal de los medios, como en muchos otros países, puede que no sea compatible con una sociedad libre si provoca una persistente oposición y un profundo escándalo. Por ejemplo, se han echado atrás los intentos previos del gobierno británico de prohibir las entrevistas con los terroristas y seguidores. Como afirmaba el sexto Circuit Court of Appeals de EE.UU en 2003, “Las democracias se mueren detrás de las puertas cerradas”. Incluso las pautas no coercitivas probablemente incitarán una resistencia generalizada. Como lo expresó el antiguo editor ejectuvo del New York Times A.M. Rosenthal: “Lo último en el mundo que quiero son pautas. No quiero pautas del gobierno ni de ningún otro.”
El autocontrol de los propios medios, algo mucho menos violento y apoyado por muchos, no sólo es posible sino manejable. (El venerable periodista Edward R. Murrow, informado por el presidente Franklin D. Roosevelt sobre los detalles del ataque a Pearl Harbor, declinó hacerlo público y no archivó la noticia hasta que la administración fue capaz de formular una respuesta razonada.) Por supuesto, la “censura amable”, como los intentos iniciales de la administración de George W. Bush para prevenir que se hicieran públicos los mensajes de Bin Laden o las charlas con terroristas, pueden limitar seriamente el flujo de información necesaria para comprender qué hace a un terrorista y cómo frustarlo.
La primera enmienda permite que los medios de noticias sometan la república a vigilancia y ayuden a prevenir los excesos y abusos del gobierno de modo que un público bien informado pueda controlar y decidir hacia donde debería dirigirse la política del gobierno. Sin embargo, los medios son cada vez menos un servicio público consagrado a su tarea y más un negocio competitivo que cree que el éxito se logra a través de la sensacionalismo violento. Por ejemplo, la historia típica de las noticias ha declinado desde varios minutos de media en los años cincuenta y sensenta a las cuñas (“sound bites”) actuales, que a menudo no duran más que unos pocos segundos de sensacionalismo y espectáculo. Pese al hecho de que uno de los sospechosos del atentando de Boston ahora está muerto y el otro está detenido, puede argumentarse que su terrorismo tuvo éxito a través del teatro espectacular provocado por los eventos de la semana pasada, atrayendo nuestra atención y avivando nuestros miedos más profundos.
Podemos romper alianza real y no planeada entre el terrorismo y los medios a través de mejores informes para el bien social, que podrían ser la mejor estrategia para todos. Cuando ponemos en práctica la moderación y mostramos la resistencia de la gente que prosiguen con sus vidas incluso en frente de atrocidades como la de Boston, entonces el terrorismo fracasará.
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Los hermanos Tsarnáev no «cortaron amarras con una tradición milenaria» cuando decidieron convertirse en terroristas islámicos. Al contrario, ambos estaban abrazando una antiquísima tradición mahometana respaldada explícitamente por el «Sagrado» Corán: la de matar y aterrorizar al infiel.
Así dice el libro sagrado inventado por el profeta guerrero Mahoma: «¡Preparad contra ellos toda la fuerza, toda la caballería que podáis para amedrentar al enemigo de Alá y vuestro!» (Corán 8,60)