Publicado originalmente por John T. Tost y traducido por Antonio Arturo Gonzalez
Jonathan Haidt es todo lo omnipresente que un psicólogo social pueda ser. Cuando no está dando conferencias en las TED talks o escribiendo tribunas de prensa, aparece en el American Enterprise Institute o en el programa de Bill Moyers de la PBS, advierte al Dalai Lama de los males del socialismo o es satirizado por Stephen Colbert. Orador activo, seguro y carismático, es también un narrador con talento para entrelazar anécdotas históricas y personales, matáforas biológicas e incluso aforismos espirituales.
En The Righteous Mind, Haidt trata de explicar los fundamentos psicológicos de la moralidad y cómo éstos conducen al conflicto político. Las tres partes del libro no son tan firmes ni consistentes como la ingeniosa prosa de Haidt las hace parecer. La primera repasa los fascinantes argumentos de un influyente trabajo anterior (1) en el que expuso cómo el razonamiento moral no es más que racionalización post-hoc de intuiciones instintivas. La segunda presenta un marco evolutivo que establece cinco o seis «bases morales» y aplica esta estructura al análisis de las diferencias de juicio moral liberal-conservador. En la tercera parte, Haidt especula que el patriotismo, la religiosidad y «psicología de la colmena» evolucionó en los humanos rápidamente a través de selección de grupos.
De entrada, Haidt rechaza por ideológicamente sesgadas las tentativas por parte de Lawrence Kohlberg, Elliot Turiel y otros, de elaborar unos estándares psicológicos racionales y objetivos del desarrollo (o progreso) moral. Afirma que «era inevitable que su [de ellos] investigación avalara cosmovisiones de tipo secular, escéptico e igualitario». Pero al refedinir la moral en términos subjetivos y culturalmente relativos, lo que hace Haidt no es tanto corregir un supuesto error en la investigación de la psicología del desarrollo, como reemplazar éste con su propia cosmovisión. Pero al borrar toda diferencia entre ser moral y ser moralista, su enfoque puramente subjetivista corre el peligro de sustituir lo que él considera un sesgo liberal en el estudio psicológico del comportamiento moral, por otro conservador.
¿Cómo llega hasta ahí? Una importante teoría del razonamieto humano sostiene que existen dos sistemas cognitivos(2): el Sistema 1 es rápido, intuitivo, fácil y asociativo. El Sistema 2 es lento, consciente, laborioso y lógico. Según Haidt, el Sistema 2 en realidad no es más que un bullshitter, un simulador, un racionalizador post hoc. Asegura que los humanos son abominables como científicos y lógicos pero excelentes abogados y secretarios de prensa (gente que sólo considera un aspecto del asunto y lo defiende al ultranza). Haidt procede así a hacer virtud de la necesidad: como funcionamos tan emocionalmente y realizamos tan mal el pensamiento racional acerca de la moralidad, debe seguirse que la moralidad en sí está basada, y sólo puede estarlo, en intuiciones instintivas (casi siempre emocionales). Descarta la posobilidad de que, como escribió Max Bazerman, «el Sistema 2, nuestros procesos de pensamiento más reflexivos, puede ser utilizado para rebajar los efectos negativos de nuestro juicio intuitivo»(3). Por contra, la investigación muestra que disminuir la intensidad emocional de las situaciones por medio de la reconsideración lleva a las personas a abandonar las intuiciones instintivas y a adoptar un razonamiento moral más reflexivo [p.ej. (4)].
Tras argumentar que el «razonamiento moral» no es más que racionalización post hoc de reacciones intuitivas y emocionales, Haidt corre riesgo de contradicción cuando pretende que los liberales adopten intuiciones morales conservadoras en cuanto a la importancia de la obediencia a la autoridad, la lealtad de grupo y el respeto de estándares de pureza. Si tiene que aceptarse la premisa de racionalización post hoc de Haidt y sus conclusiones sobre las diferencias de jucio moral entre liberales y conservadores, se podría dar una circunstancia más económica y más susceptible de soporte empírico: que por una variedad de razones psicológicas, los conservadores llevan a cabo más racionalización de reacciones instintivas, y esto los hace más moralistas (juiciosos) que los liberales. Sin embargo, esto no los convierte en más morales en ningún sentido de la palabra, ni les otorga base legítima para criticar el juicio moral liberal del modo en que lo hace Haidt.
Haidt argumenta que el código moral liberal es deficiente porque no se basa en todos sus «fundamentos morales». Sostiene que el liberal es como el restaurador estúpido que pretendió elaborar toda una cocina con un sólo sabor, siempre que fuera dulce. Esto ilustra la mayor flaqueza del libro de Haidt: oscila entre un supuesto sentido neutral de la «moral» (todo lo que un individuo o grupo cree que es moral y sirve para suprimir el egoísmo) y un sentido más preceptivo que él usa principalmente para punzar a los liberales. En definitiva, las mismas preferencias retóricas de Haidt hacen que su pretensión de imparcialidad no resulte convincente. Si la moralidad descriptiva se basa en cualquier cosa que la gente crea, entonces tanto liberales como conservadores parecerían tener igual derecho a ella. ¿Tiene realmente sentido, filosófica, psicológica o políticamente, tratar de llevar la cuenta, no digamos aseverar que «más es mejor» en lo referente al juicio moral?
Haidt confía en los datos de una encuesta online (5) para basar su evaluación crítica de la «estrechez» liberal. Al ser preguntados acerca de en qué medida es bueno ser «jugador de equipo», o malo «hacer daño a un animal indefenso» y otras cosas parecidas, los liberales resultan estar más interesados que los conservadores en alcanzar la justicia y evitar el daño, mientras que los conservadores se procupan más que los liberales por la obediencia a la autoridad, favorecer al grupo y respetar las reglas sagradas. Haidt caracteriza engañosamente estos resultados como sugerentes de que la moralidad liberal es un subconjunto parcial de la moralidad conservadora, de hecho llama a los liberales «monistas morales». Una explicación más simple es que los juicios liberales son más precisos que los conservadores. De hecho, si los encuestados expresaran estar moderadamente de acuerdo con todas las preguntas (mostrando lo que los investigadores en encuestas llaman sesgo de consentimiento), sus puntuaciones en el cuestionario de fundamentos morales se parecerían a las de los encuestados «muy conservadores» a quienes Haidt admira por su dieta equilibrada.
Elegantemente escrito, el libro de Haidt proyecta una luz nueva y creativa a la filosofía moral y ofrece un mensaje provocador. Sin embargo, desde una perspectiva científica, su teoría plantea más preguntas de las que responde. ¿por qué algunas personas sienten que es moralmente bueno (o necesario) obedecer a la autoridad, favorecer al grupo y guardar pureza, mientras que otras son escépticas? ¿Por qué algunos creen que es moralmente aceptable juzgar o despreciar a otros (como las parejas gays o lesbianas o, sólo una generación antes, las parejas interraciales) porque no les gustan o se sienten disgustados por ellos, mientras que otros no? ¿Por qué «nos cuidamos hoy más de la violencia hacia más clases de víctimas que nuestros abuelos»? Haidt desestima la posibilidad de que este aspecto del liberalismo, que valora los factores universales sobre los provincianos (el principio de imparcialidad) es de hecho un enorme logro cultural, una victoria común sobre las limitaciones de nuestro más primitivo legado ancestral.
Antes de extraer amplias y profundas conclusiones sobre la política de la moralidad, Haidt necesita abordar una cuestión más básica: ¿cuáles son los criterios específicos empíricamente falsables para designar algo como fundamento moral con base evolutiva? Haidt coloca muy bajo el listón, cualquier cosa que inhiba el egoísmo individual en favor de intereses de grupo. Con esta definición, la decisión de saquear, quizá incluso asesinar, a miembros de otra tribu contaría como adaptación moral. Investigación reciente sugiere que maquiavelismo, autoritarismo, dominancia social y prejuicios están positivamente asociados a temas de valoración moral del grupo, autoridad y pureza [p.ej. (6, 7)]. Si todo esto tiene acomodo bajo el cada vez más amplio manto de la moralidad de grupo, uno se pregunta qué cosa no sería admitida.
No veo razones concluyentes para asumir que la moralidad sea, y mucho menos debiera ser, cualquier cosa que venga a la mente de la manera más rápida, fácil o incluso enérgica (debido a nuestra herencia evolutiva o a cualquier otra causa). En muchas circunstancias el comportamiento moral puede requerir de nosotros hacer cosas difíciles, quizá incluso «antinaturales» en cierto sentido. O, como dijo John Stuart Miller (8) «…la naturaleza no puede ser para nosotros un modelo a imitar. O bien es correcto que debemos matar porque la naturaleza mata, torturar porque la naturaleza tortura, destruir y devastar porque la naturaleza lo hace, o bien no debemos considerar lo que la naturaleza hace, sino lo que es bueno hacer.
Referencias
1. J. Haidt, Psychol. Rev. 108, 814 (2001).
2. D. Kahneman, Thinking, Fast and Slow (Farrar, Straus and Giroux, New York, 2011); reviewed in (9).
3.http://www.psychologicalscience.org/index.php/publications/observer/obsonline/thinking-
4. M. Feinberg, R. Willer, O. Antonenko, O. P. John, Psychol. Sci. 23, 788 (2012).
6. M. Arvan, Neuroethics 10.1007/s12152-011-9140-6 (2011).
7. J. H. Park, E. Isherwood, J. Soc. Psychol. 151, 391 (2011).
8. J. S. Mill, Nature, the Utility of Religion, and Theism (Longmans, Green, Reader, and Dyer, London, 1874).
9. S. J. Sherman, Science 334, 1062 (2011).
Hay que tener cuidado, Sr. González, cuando se traduce el término liberal del inglés americano al español.
Como sabe cualquiera que tenga un poco de cultura política, lo que allí llaman liberal no es lo que aquí llamamos «liberal». En los EE.UU., el término ha experimentado un desplazamiento semántico tan considerable, que ha pasado a ser casi sinónimo de progresista (progre, en lenguaje coloquial).
Si esto no se entiende, nada se entiende.
Gato, en España hay muchas personas de gran cultura que usan la palabra de origen español ‘liberal’ exactamente en el mismo sentido en que la usan los estadounidenses: como sinónimo de ‘progresista’. Personalmente, creo que ese es el significado fetén desde cualquier punto de vista y que el otro uso (liberal = antiprogresista) debe ser eliminado por torticero.
Del artículo se deduce que a los liberales nos importa sobre todo el valor moral de la «justicia», mientras que los antiliberales como Haidt le dan prioridad a «favorecer al grupo» (o sea, el viejo prejuicio grupista que adopta múltiples formas: sexismo, clanismo, tribalismo, nacionalismo, racismo, especismo).
Señor gato:se dirige usted al señor Gonzalez,que es un excelente traductor(según mi humilde opinión)espero que de buena fé,pués creo innecesáreo hacer juicios de valor sobre los conocimientos políticos del traductor.Este tipo de artículos se supone, es para personas inteligentes,con lo cual el termino liberal en America se sobreentiende,imagino,que el señor Gonzalez debe ser una persona lo suficientemente inteligente para traducir un artículo correctamente sin cambiar su contenido inicial,lo que no se necesita es tener un master en ciencias politicas para poder hacer una traducción,habla usted ingles?
Llevamos más de 2500 años debatiendo sobre la justicia sin llegar a un acuerdo. Pare empezar, ¿qué es eso del «valor moral de la justicia»? De poder definirse de algún modo preciso, ¿a qué conjunto se aplicaría ese concepto «liberal» de justicia tan acrisolado? ¿Qué agente sería el encargado de establecerlo y de asegurar que se cumpla? ¿Formarían sólo los humanos parte de ese conjunto, o también otras especies?
La justicia tiene que ver con la «consideración imparcial de los intereses morales» de los afectados por cualquier acto y obviamente la esfera moral abarca a todo ser capaz de sufrir, no sólo a los de nuestra especie. Los policías y los jueces son los encargados de que las normas morales básicas encarnadas en el código penal sean respetadas y sus vulneradores (los agentes morales, es decir, capaces de comprender una argumentación moral) castigados.
En ese caso, sólo los animalistas se pueden considerar verdaderamente «liberales». O para afinar todavía más, el animalismo es una condición necesaria del concepto liberal de justicia.
Otra divertida implicación de este concepto animalista de justicia es que los animales no humanos aparentemente disfrutarían de la salvaguarda de ciertas «normas morales básicas» (sin especificar), pero sin tener que guardar ninguna obligación cívica o moral, ya que ninguna especie aparte de la humana es capaz de comprender una argumentación moral.
Lo que nos faltaba, el relativismo lingüístico: la gente culta y, por supuesto, inteligente tiene bula para denominar «liberal» al izquierdista difuso.
Pero no sé de que me extraño: para los relativistas «liberales», left is right & right is wrong.laprecisión en el lenguaje es pues una nimiedad…
En cuanto al significado de «liberal», yo coincido con la opinión de Rawandi. En España hay una larga tradición que identifica el término con el progresismo. Por tanto, es lícito mantener la traducción literal, a pesar de ciertas presiones culturales en sentido opuesto. Este criterio en ningún caso tiene algo que ver con «relativismo lingüistico» alguno.
Es que no es lo mismo progresista que «progre» o «izquierdista difuso».
Es fatigoso tener que recordar que la realidad es poliedrica (o esférica) y no lineal como sugiere esa pobre metáfora «izquierda/derecha». Hay también un arriba y un abajo, un delante y uj detrás, un antes y un después. Y sobre todo si nos aventuramos en los laberintos de la moral.
Me pregunto si en un entorno ‘tercerocultural’ conviene empeñarse en seguir las doctrinas de Humpty Dumpty y aferrarse a la simplicidad centenaria de l’Assablée Génerale…
Aquí nadie ha dicho que liberal sea lo mismo que «progre». Esa asociación es cosa suya. Haga el favor de atenerse al contenido real de la discusión.
Perdone pero el término «liberal» en EE UU es lo que más se parece al término «progre», como bien dice Gato. En cuanto a la distinción metafórica entre la»izquierda» y la «derecha» es precisamente el tema central del libro de Haidt. De todas forma, como el blog es suyo, lo último que deseo es molestar. Así que, bye, bye…
Váyase cuando quiera, pero el blog no es mío.
Por lo visto «Gato» también había hecho esa asociación entre «liberal» y «progre», aunque en tono coloquial. Bien, en todo caso, son opiniones suyas, que no oscurecen la verdad de que en España se ha utilizado tradicionalmente «liberal» como sinónimo de progresista.
Eduardo, la expansión liberal de la esfera moral ha sido un proceso necesariamente gradual y a trompicones. Por ejemplo, la revolución estadounidense del siglo XVIII aceptaba la esclavitud y discriminaba a las mujeres, y a pesar de ello podemos considerarla en conjunto como un triunfo para el liberalismo. El reto liberal de cara al futuro es combatir el prejuicio especista, un prejuicio profesado sin duda por muchos liberales actuales, del mismo modo que muchos liberales del siglo XVIII tenían prejuicios sexistas y racistas.
Los seres no humanos capaces de sufrir merecen al menos el derecho a no ser torturados, y en el caso de los grandes simios no humanos, dotados como están de una autoconciencia bastante evidente, también merecen el derecho a la vida y a la libertad. Dado que a los deficientes psíquicos profundos no les imponemos obligaciones legales precisamente porque no son agentes morales, por el mismo motivo tampoco debemos imponérselas a los animales no humanos.
Yo no acepto eso de que la flecha del progreso apunte hacia combatir «el prejuicio especista». La crítica del llamado especismo está llena de ideas confusas, oscuras y contradictorias entre sí. Para poner un ejemplo, muchos animalistas no están de acuerdo con que sólo los llamados «grandes simios» merezcan «el derecho a la vida y a la libertad», ya que les parece que esa limitación es una arbitrariedad.
Personalmente, creo que hay causas morales mucho más urgentes, si es que la «ética animal» es una causa moral en absoluto. Por ejemplo, como partidario de los derechos de los hombres, apuntaría a la causa de tomar conciencia sobre la desechabilidad masculina (ver Pete Billing).
«muchos animalistas no están de acuerdo con que sólo los llamados “grandes simios” merezcan “el derecho a la vida y a la libertad”, ya que les parece que esa limitación es una arbitrariedad»
Algunos animalistas reverencian la vida en general; es el caso, por ejemplo, de los llamados «ecologistas profundos». No es mi caso: Yo comparto el enfoque racionalista de Peter Singer. Y por cierto, Singer nunca ha defendido que «sólo» los grandes simios merezcan derecho a la vida entre los organismos no humanos. De hecho, Singer aclara que seguramente hay otros animales no humanos que quizá también posean autoconciencia suficiente como para merecer dicho derecho: elefantes, cerdos, perros, etc.
«creo que hay causas morales mucho más urgentes, si es que la “ética animal” es una causa moral en absoluto.»
En Occidente, gracias al progreso de los valores liberales, ya existen leyes encaminadas a garantizar el bienestar animal. Esas leyes no existirían si el maltrato a los animales no fuera una cuestión ética.
Todas las causas morales sensatas son compatibles. Además, seguramente entre ellas hay sinergia, ya que quien no tolera que se maltrate a los animales no humanos seguramente tampoco tolerará que se maltrate a los animales humanos.
Es que no es lo mismo oponerse al maltrato animal, que apoyar la ética animalista en la mayoría de sus versiones. Hay un enorme salto entre oponerse a los espectáculos que implican maltrato animal y la mayoría de las propuestas llamadas «animalistas». Uno se puede oponer al maltrato desde razones éticas puramente «antropocéntricas».
«Uno se puede oponer al maltrato desde razones éticas puramente “antropocéntricas”.»
Cierto, pero esa postura no destaca precisamente por su coherencia, ya que recuerda, por ejemplo, a la de los plantadores racistas blancos que presumían de no maltratar a sus esclavos negros.
Cuando los «antropocentristas» -o sea, los especistas- manifiestan oponerse al maltrato animal lo hacen casi siempre por mera hipocresía, para no ser tomados por bárbaros absolutos. Por ejemplo, el especista Fernando Savater reconoce que hay que tratar bien a los animales, pero al mismo tiempo defiende el espectáculo de tortura que se realiza en las plazas de toros.