Hace 30 años hubiera resultado absurdo sugerir que los niños pequeños piensan de un modo parecido a los científicos, debido sobre todo a la influencia del psicólogo evolutivo Jean Piaget (1896-1980), que había descrito a los preescolares como agentes irracionales que piensan de forma “pre-causal”. Antes todavía, Lucien Lévy-Bruhl (1857-1939) había sugerido en línea con este tipo de pensamiento que el “alma primitiva” de los salvajes, cuyo estado mental se equiparaba más o menos con la infancia de la humanidad, también era “pre-lógica”.
Ambas ideas han resultado erróneas. En las últimas décadas se acumulan evidencias que apuntan a que los niños realmente razonan desde una edad muy temprana de un modo análogo a los científicos. Alison Gopnik, profesora de psicología en la universidad de California, pasa revista a estas investigaciones en Science, sintetizando los principales logros teóricos y algunas probables implicaciones para la política educativa.
De acuerdo con las conclusiones de esta nueva ciencia del aprendizaje, los niños podrían emplear mecanismos de aprendizaje que realmente “recuerdan a los procesos inductivos básicos de la ciencia”, y la clave podría residir en el razonamiento bayesiano, una aproximación utilizada ampliamente en la informática, la estadística y la filosofía de la ciencia.
Los niños no aprenderían aplicando a la realidad conceptos innatos, de tipo platónico, o categorías «a priori» a la manera de Kant, sino estableciendo una negociación permanente entre los modelos de pensamiento y las evidencias del mundo exterior. Como resultado, a semejanza de los científicos, también los niños serían capaces de revisar sus representaciones sobre el mundo en base a nuevas experiencias.
Los niños son algo así como “bayesianos” intuitivos y, de un modo en que resulta útil compararlos con los científicos “emplean los datos para formular y poner a prueba hipótesis y teorías”. Los preescolares serían capaces de reconocer patrones estadísticos y aprender de ellos, de “jugar” y experimentar con la realidad para modificar su conocimiento del mundo, y también de aprender de la experiencia de otros. Los niños son incluso capaces de variar opiniones intuitivas sí se les presentan evidencias suficientes. No están atados a concepciones “intuitivas”:
Varios estudios recientes muestran que los niños integran el conocimiento anterior con las nuevas evidencias. Por ejemplo, los niños de 4 años de edad empiezan pensando que las causas psicológicas (por ejemplo, estar ansioso) no es probable que causen efectos físicos (por ejemplo, tener dolor de estómago) y rechazando las evidencias en sentido contrario. Pero si les das evidencias acumuladas en favor de esta hipótesis “psicosomática”, gradualmente se sentirán más inclinados a aceptarla que al principio, y un modelo bayesiano puede predecir este cambio de modo bastante preciso.
Nota bene: si la enseñanza acumulada de evidencias es capaz de cambiar el pensamiento de los niños pequeños en un tema relativamente trivial como el origen del dolor de estómago, ¿es que no se podrían también cuestionar, y desde una edad no menos temprana, otras ideas al parecer intuitivas, como el supuesto “teleologismo promiscuo” o el animismo intuitivo de los niños?
Existiría, por lo visto, una continuidad que no excluye diferencias entre el aprendizaje de los niños, y en general el aprendizaje diario, y el proceso más avanzado del aprendizaje científico.
Por supuesto, el pensamiento científico implica un nivel de reflexión autoconsciente, que incluye la reflexión sobre los mismos procesos de la ciencia. No vemos esta reflexión en los niños muy jóvenes: los preescolares ven evidencias probabilísticas y revisan hipótesis, pero no necesariamente entienden lo que están haciendo, y de hecho tampoco lo hacen los adultos normales.
¿Qué implicaciones se pueden derivar para las políticas educativas del presente y en definitiva para el modo en que enseñamos a los niños en la escuela?
Por de pronto, el conjunto de estas evidencias sugiere que los educadores podrían estar menospreciando las capacidades intelectuales de los niños preescolares, en favor de los aspectos “socio-emocionales”: “Los nuevos estudios muestran que incluso los niños muy jóvenes están metidos de lleno en un trabajo cognitivo tan profundo como la puesta a prueba de hipótesis y la inferencia causal”.
Los niños no son “pre-causales” ni insensibles al pensamiento lógico como se había creído. Son capaces de aprender de su entorno, de sus compañeros de juegos, y de los profesores desde una edad muy temprana. Según Gopnik, más que a través de una instrucción directa, los educadores podrían fomentar las habilidades cognitivas de los niños animándoles a que jueguen, pero también presentándoles anomalías que cuestionen sus visiones intuitivas y estimulando en ellos la búsqueda de explicaciones que a veces se parecen de forma asombrosa a las que ofrecen los mismos científicos.
Referencia: Gopnik, A. (2012-09-28) Scientific Thinking in Young Children: Theoretical Advances, Empirical Research, and Policy Implications. Science, 312(5782), 1900-1627. DOI: 10.1126/science.1223416
Muy interesante el artículo, y lo creo muy atinado. Una observación que pasa cuando las creencias pragmáticas que tienen los niños, como la creencia en los Reyes Magos, que tienen mucho sentido pero que no se pueden considerar verdaderas, siguen funcionando en los adultos hasta un extremo insoportable (leáse creencias en astrología, constelaciones familiares, homeopatía, y dios sabe cuantas cosas más…). Adviértase que no tengo ningún problema con lo que crean los niños, el problema es con los adultos.