Fernando Savater lanza un alegato a favor de la filosofía que titula exactamente así en su artículo en El País del día 2 de septiembre. Pero le añade una pulla contra la psicología evolutiva con estas palabras: “de ahí que quienes aconsejan con impaciencia a los filósofos acogerse a la psicología evolutiva o a las neurociencias sencillamente no entienden el chiste ni ven la gracia al asunto”. A mi me interesa la psicología evolutiva, pero no porque me sienta impaciente ni porque no le vea la gracia o el chiste a la filosofía. Lo que me ocurre es igual que lo que dice Fernando Savater que le pasaba a Isaiah Berlin que dejó la filosofía por la Hª de las Ideas: que al final queremos saber algo más que cuando empezamos. ¿Qué tendrá eso de malo?
Conozco su animadversión por la psicología evolutiva porque en más de una ocasión hemos hablado de ello. Y es algo que no comprendo. Descartada, por su erudición e inteligencia, la posibilidad de que no haya profundizado en el tema, no me queda ahí más que un interrogante algo desalentador. Cuando nos remite a un Giacomo Marramao que concluye que “las interrogaciones filosóficas se sirven de la experiencia”, no puedo dejar de pensar: ¿de qué experiencia hablamos? ¿De la del filósofo? ¿La de las personas que ha conocido sea de manera personal o a través de sus lecturas o estudios? Pero trascender este marco personal es justo el paso que da quien se plantea saber algo más que cuando empezó. Si “la filosofía trata de cuestiones no instrumentales —como las que se plantea la ciencia— y que por tanto nunca pueden ser definitivamente solventadas: sus respuestas ayudan a convivir con las preguntas, pero nunca las cancelan”, ¿por qué no intentar encontrar esas respuestas?
Naturalmente que la filosofía es la tierra que nutre toda la aventura intelectual y científica del hombre. La filosofía es la fase previa pero, para saber si una conjetura tiene alguna correspondencia con el mundo material (yo no creo que exista otro, pero vaya), hay que diseñar métodos para verificarla. Y la experiencia del filósofo no es la respuesta final sino la pregunta del principio. Incluso si estas preguntas se refieren al ser, al amor, al libre albedrío o no digamos al incesto. La aplicación de los métodos de las ciencias estaba confinada a determinadas especialidades, y se ignoraron sus más amplias implicaciones en nuestra visión de la realidad. Pero eso ya no es así y materias antes consideradas exclusivamente “humanísticas” se benefician de ello. La psicología evolutiva tiene su ámbito de discusión dentro del método científico: propone hipótesis, hacen predicciones, y diseña experimentos que confirmarán o falsarán esas hipótesis. ¿Por qué no utilizar esos instrumentos? La filosofía opera por medios introspectivos, pero siempre desde una óptica personal, subjetiva; opinativa digamos. Hasta hace poco las cuestiones que tanto nos incumben estaban sancionadas, descartadas, valoradas o anatemizadas por medio de la elevación del problema hacia Dios o por un análisis aproximadamente racional. Pero no teníamos ningún medio de contrastar su razón de fondo. Afortunadamente los avances científicos sobre la naturaleza humana de los últimos 200 años nos permiten un acercamiento más fundamentado. Me interesa la psicología evolutiva porque considero la conducta y el pensamiento humano como algo inscrito en el mundo de lo natural, y por ello estudiable desde el naturalismo científico. Naturalmente, los presupuestos de la psicología evolutiva pueden ser falsos, pero la ciencia adopta conclusiones sobre la realidad siempre dejando abierta la posibilidad de mejora en las teorías, o incluso de rectificación si aparece nueva evidencia que lo exija. Todo esto no lo hace el filósofo. Es más, como parte de un universo propio e intransferible, donde dijo “digo” puede luego decir “Diego” y aquí no ha pasado nada. Ejemplos, a porrillo.
De las cuatro nuevas ciencias que estudian la naturaleza humana -la ciencia cognitiva, la genética del comportamiento, la neurociencia y la psicología evolutiva – ninguna, al decir de Steven Pinker, ha despertado tanta controversia como esta última. La psicología evolutiva, en el sentido de que está basada en la teoría de la evolución, es una aproximación teórica que pretende explicar los rasgos psicológicos y mentales (como la memoria, la percepción o el lenguaje) como adaptaciones, es decir, como los productos funcionales de la selección natural o de la selección sexual. La psicología evolutiva se centra en cómo la evolución ha dado forma a la mente y a la conducta. Los filósofos y estudiosos que no aceptan que el hombre se inscriba y se estudie en la naturaleza, deberían explicar desde dónde enfocan su estudio. John Dupré, filósofo que cuenta con el interés de Fernando Savater, es de los que no simpatiza con los preceptos de la psicología evolutiva y cree que la evolución no puede decirnos casi nada respecto de la naturaleza humana. Le llama falacia a “comparar las conductas humanas con la de los animales”. Para investigadores como él, el ser humano es algo extraordinario, tanto como para afirmar que «los detalles de la mente humana son los parámetros de un rasgo único y exclusivo de una especie en particular» Según mi opinión, quienes más allá de admitir que plantean preguntas sin buscar respuestas, esperan encontrar explicaciones para la conducta humana fuera del ámbito natural especulan en el vacío. La ciencia no es una “teoría” o una “reflexión” como las demás. Representa el punto mensurable del conocimiento plausible según el tiempo y el espacio existencial humano, abierta a la corrección, al cambio y al progreso evolutivo.
No puedo presumir de ser amiga de Fernando Savater. Como respondió Ana Botella cuando le interrogaron por cierto supuesto affaire de su marido, parafraseo así: “qué más quisiera yo”. Pero hemos compartido mantel, empresa política y siempre que se lo he pedido ha participado en cualquiera de las charlas o conferencias que he organizado. Sé que está dispuesto,