Coincidiendo con la publicación de la versión castellana de su ibro “Píldoras o Freud”, volvemos a publicar la interesante crítica que realizó Cristian Campos.
Por Cristian Campos
Los psicofármacos tienen mala prensa. No sólo entre aquellos que no los consumen, sino también entre aquellos que sí lo hacen. Pero muy especialmente, tienen mala prensa entre psiquiatras y psicoterapeutas. Tanta como, deduzco, tuvieron estos entre curas, rabinos, imanes y demás mecánicos espirituales cuando ambos bandos empezaron a disputarse el antiguo coto privado del bienestar del alma. Cosas del progreso, se supone. Aunque en realidad, como dice Adolf Tobeña en su último libro, Píndoles o Freud. Remeis per als neguits de l’ànima (Columna Edicions, edición en catalán), esa aprensión no se manifiesta en absoluto contra los remedios, infusiones y comprimidos que pretenden “erradicar fatigas, irritaciones o flaquezas transitorias de la lampistería y la carrocería corporal”, sino más bien contra las que pretenden modificar “el ánimo, el temperamento o el criterio”. El viejo dualismo cuerpo-alma, en definitiva, que vuelve al ataque. Claro que a tenor de lo que dicen las estadísticas del Ministerio de Sanidad, ese recelo no es más que pura y dura hipocresía: en 2007, médicos de cabecera, neurólogos, psiquiatras y otros especialistas recetaron 41 millones de cajas de ansiolíticos y 24 de antidepresivos. Si descontamos a los menores de 15 años, tocamos a caja y media anual por español. Suficiente como para decir que la psicofarmacia le ha ganado la partida claramente a las terapias conversacionales. Terapias, por cierto, que Adolf Tobeña llama con retranca “el confesionario laico y tarifado”. Primer hallazgo lingüístico de un libro que rebosa de ellos.
De eso exactamente va Píndoles o Freud. Remeis per als neguits de l’ànima (en castellano, “Píldoras o Freud. Remedios para las angustias del alma”): de la batalla entre las píldoras y la (se supone) innata necesidad humana de contarle nuestros sufrimientos al prójimo, en busca de ayuda. Desde luego, Adolf Tobeña, Catedrático de Psiquiatría de la Universidad Autónoma de Barcelona, no esconde su opinión al respecto: tras concluir su “itinerario ilustrativo por las herramientas farmacológicas al alcance en la clínica psicológica y la psiquiátrica”, les augura un futuro esplendoroso y un papel central en el tratamiento de los trastornos mentales y las anomalías del comportamiento. Según Tobeña, como ha ocurrido en el caso de la Viagra y los sexólogos, la popularización masiva de los psicofármacos no dejará en el paro a psicoterapeutas, neuropsicólogos e interventores psicosociales, sino que les proporcionará nuevos pacientes. Y es que la confesión psicoanalítica funciona. Concretemos: funciona, al menos, tanto como un placebo. ¿De dónde si no el éxito de los chats interneteros? La efectividad de los placebos en los trastornos depresivos llega al 40%. Un porcentaje nada desdeñable. Sólo como referencia, los placebos consiguen resultados tangibles en casos de dolores musculares en “sólo” el 30% de los casos. Quizá las psicoterapias son sólo un placebo, pero un placebo especialmente efectivo.
Los epígrafes de Píndoles o Freud demuestran que Tobeña no ha dejado ningún rincón psicofarmacológico por analizar: en el primer capítulo se centra en el ya mencionado “confesionario laico y tarifado”, la conversación reparadora y las grietas de la conversación confesional. En el segundo se centra en los nichos gremiales, los Vademécums, los psicofármacos para roedores y en las sectas psicoterapéuticas (todos conocemos al menos una). En el tercero, se pregunta si funciona la confesión de sofá, analiza los placebos y la eficacia cada vez mayor de los medicamentos, y habla sobre su potencial “sexy”. En el cuarto vuelve a los placebos, sus fortalezas y debilidades. En el quinto repasa los diferentes tipos de psicofármacos: píldoras, vigorizantes, correctores de demencia, calmantes, hipnóticos, ansiolíticos y restauradores sexuales (entre otros). En el sexto, habla del dopaje farmacodoméstico (otro hallazgo lingüístico), el futuro “post-humano” y la posible erosión farmacológica de la esencia humana. Y en el séptimo acaba con un epígrafe de esos que pide un libro de investigación periodística para sí solo: glamour y corrupción en psiquiatría.
El ensayo de Tobeña tiene además la virtud innegable de encajar como un guante en esa nueva generación de textos de ciencia divulgativa, hasta ahora únicamente anglosajones, que están convirtiendo el género en un nuevo filón editorial. No veo razones por las que Tobeña no pueda convertirse en el primero de una generación de científicos e intelectuales españoles que le dispute el trono de la ciencia divulgativa, de la Tercera Cultura en definitiva, a los Dawkins, Pinkers, Hawkings y Harris.