Tercera Cultura
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El contador de cuerpos

Traducción de Iñigo Valverde – Original: http://www.foreignpolicy.com/articles/2012/02/27/the_body_counter?page=full

Les presentamos a Patrick Ball, un estadístico que se ha pasado la vida disipando las nieblas de la guerra.

Patrick BallLa coreografía de una típica investigación sobre cuestiones de los derechos humanos es la siguiente: los investigadores entrevistan a las víctimas y a los testigos y redactan su informe. Los medios de comunicación locales lo cubren – si pueden. A continuación, los acusados lo refutan; no quedan más que unos relatos, es la palabra de unos contra la de otros, las fuentes son parciales, las pruebas manipuladas. Y se estanca la cuestión.

El 13 de marzo de 2002, en un tribunal de La Haya, ocurrió algo diferente. En el juicio de Slobodan Milosevic, Patrick Ball, un estadístico americano, presentó unos números para apoyar la alegación de que Milosevic había seguido una política deliberada de limpieza étnica. «Hemos encontrado pruebas coherentes con la hipótesis de que las fuerzas yugoslavas obligaron a la gente a abandonar sus casas, expulsaron por la fuerza a los albano-kosovares de sus hogares, y causaron muertes de personas «, dijo Ball.

Ball hizo esta declaración en el interrogatorio al que lo sometió el abogado de Milosevic, que era, de hecho, el propio Milosevic. Durante dos días, el ex presidente de Yugoslavia utilizó su tiempo atacando a Ball con que las pruebas habían sido manipuladas. Las organizaciones que habían recopilado los datos eran anti-serbias y trataban de «galvanizar la opinión pública y amplificar la hostilidad contra los serbios y el deseo de castigarlos», insistió Milosevic. La guerra es el caos, dijo – ¿cómo se puede ser tan simplista como para pensar que los resultados tienen una sola causa? ¿Por qué no analiza usted los flujos de refugiados serbios? ¿Cómo puede usted, alguien que se describe a sí mismo como partidario del Derecho internacional, considerarse objetivo?

Estos eran los argumentos habituales. Rara vez convencen, pero su mera existencia establece un contrapeso a las acusaciones formuladas por grupos de derechos humanos: una persona que se plantea argumentar que es su palabra contra la nuestra tiene ahí algo a lo que agarrarse. Pero Ball ofreció unas pruebas mucho más consistentes que las entrevistas con los albaneses que habían huido de sus aldeas. Había obtenido los registros de las fronteras de Kosovo donde se reseñaban las personas que se habían ido y cuándo lo habían hecho. Tenía datos de las exhumaciones y una gran cantidad de información acerca de los desplazados. En dos palabras, tenía números.

Tradicionalmente, el trabajo en relación con los derechos humanos venía siendo más parecido al periodismo de investigación, pero Ball es el más influyente de un pequeño grupo de personas a escala global que ven el mundo no en términos de palabras, sino de cifras. Su especialidad es la aplicación de un análisis cuantitativo a montañas de anécdotas, la búsqueda de correlaciones que organicen un relato de forma que no pueda refutarse fácilmente.

¿Podrían haberse efectuado los movimientos de refugiados al azar? No, dijo Ball. Había analizado también las muertes de los kosovares y encontró que ambos fenómenos se habían producido en los mismos momentos y en los mismos lugares – desplazamientos y muertes, mano a mano. «Recuerdo muy bien el momento de asombro que sentí cuando vi el gráfico de muertes por primera vez», dijo Ball a Milosevic. «Yo mismo pensé que había cometido algún error, al ver que la correlación era tan estrecha».

Algo había provocado los dos fenómenos, y Ball examinó tres posibilidades. En primer lugar, las oleadas de muertes y desplazamientos no ocurrieron durante o poco después de los bombardeos de la OTAN. Tampoco eran coherentes con las pautas de ataque de los grupos guerrilleros albaneses. Eran coherentes, sin embargo, con la tercera hipótesis: que las fuerzas serbias llevaban a cabo una campaña sistemática de asesinatos y expulsiones.

En su testimonio, Ball estaba haciendo algo con lo que otros trabajadores de derechos humanos sólo pueden fantasear: se enfrentó al acusado, lo puso frente a la evidencia, y lo vio rendir cuentas. A aquellas alturas, Milosevic, en sus cuatro guerras, había matado a unas 125.000 personas, más que nadie en Europa desde Stalin. Pero ahora el carnicero de los Balcanes se sentaba en una sala que parecía más bien un aula de un instituto de segunda enseñanza, con dos agentes de policía holandeses detrás de él y su celda esperándole al final de la sesión de cada día, con bravatas retóricas como única arma disponible contra los testimonios de Ball.

Milosevic murió antes de que finalizara el juicio. Ball volvió a Washington y luego pasó a Lima para trabajar para la Comisión de la Verdad y la Reconciliación del Perú – una de las docenas de comisiones de la verdad, tribunales y organismos de investigación donde sus métodos han cambiado nuestra comprensión de la guerra.

BALL tiene 46 años, corpulento, no muy alto y con barba, con gafas y el pelo de color castaño rojizo, que solía recogerse en una cola de caballo. Su actitud es más bien la de un friki entrañable. Pero es también un apóstol, un verdadero creyente en la necesidad de tener una visión real de la historia, de decir la verdad sobre el sufrimiento y la muerte. Como todos los apóstoles, puede impacientarse con las personas que no comparten sus prioridades; su dificultad para aguantar a los tontos (un grupo extenso, al parecer) no siempre es una ayuda para su causa.

Ball no tenía intención de convertirse en un estadístico de los derechos humanos. En la década de los 80, antes de hacer el doctorado en la Universidad de Michigan, se involucró en las protestas contra la intervención de la administración Reagan en América Central. Hizo algo más que protestar – se dirigió a Matagalpa, Nicaragua, a la cosecha de café, en la época sandinista. Odiaba el trabajo y en su lugar construyó una base de datos en la cooperativa cafetera para llevar el control del inventario.

En 1991 aplicó por primera vez las estadísticas a los derechos humanos en El Salvador. La Comisión de la Verdad de Naciones Unidas para El Salvador se creó en un momento favorable – la nueva práctica de recopilar información exhaustiva sobre los abusos contra los derechos humanos coincidió con ciertos avances en materia de computación que permitieron a personas que disponían de ordenadores personales corrientes organizar y utilizar los datos. Los estadísticos habían hecho ya mucho trabajo sobre los derechos humanos – personas como William Seltzer, ex jefe de estadística de las Naciones Unidas, y Herb Spirer, profesor y mentor de casi todo el mundo en ese campo hoy en día, había ayudado a las organizaciones elegir el método de análisis correcto, había desarrollado maneras de clasificar a los países en varios índices, y había descubierto la manera de medir el cumplimiento de los tratados internacionales. Pero el problema de contar y clasificar testimonios masivos era algo nuevo.

Mientras trabajaba para un grupo salvadoreño de derechos humanos, Ball empezó a presentar resúmenes estadísticos de los datos que el grupo había recogido. La Comisión de la Verdad se dio cuenta y acabó utilizando el modelo de Ball. Uno de sus análisis presentaba las muertes por períodos y por unidades militares. Las muertes podrían ser comparadas con una lista de oficiales, por lo que es posible identificar a los militares responsables de la mayor parte de las brutalidades.

«El Salvador significó un salto cualitativo de los casos particulares, aun cuando sean muy numerosos, a las pruebas masivas», dice Ball. «La comisión salvadoreña fue la primera que entendió que un gran número de voces podían hablar en el mismo sentido. Después de eso, cada comisión tendría que hacer algo en esa misma línea».

Desde la publicación en 1984 de “Nunca Más”, el informe de la Comisión Nacional Argentina sobre la Desaparición de Personas – la primera comisión de la verdad moderna – se ha ido recolectando información sobre el número de víctimas de la represión política y de la guerra de forma habitual y a una escala masiva. Las comisiones de la verdad desde Chile a Timor Oriental han reunido los testimonios de decenas de miles de personas, un proceso diseñado para devolver la dignidad a las víctimas, identificar los delitos que exigen justicia o restitución y escribir la historia de lo ocurrido – para tratar, en la medida de lo posible, de clausurar el pasado. Hoy en día, la tecnología se ha acelerado y ha ampliado el proceso de información: las herramientas de correlación en colaboración abierta (crowdsourced) recolectan y analizan miles de mensajes de texto de personas que han presenciado actos de violencia. Con los teléfonos móviles, la gente corriente toma fotos y videos de las atrocidades, que se suben a la Red y se descargan y exhiben por todo el mundo.

Sin embargo, poseer un océano de testimonios no es lo mismo que saber la verdad. Por numerosos que sean los casos de los que nos enteramos, podrían no ser representativos del conjunto. Una comisión de la verdad puede inspirar desconfianza a un determinado grupo lingüístico o étnico, lo que significa que los miembros de éste no se presenten a testificar ante ella. Menos información en los medios sobre muertes en realidad podría significar un menor número de muertes – o también que hubiera habido intimidación a los periodistas para que se callaran. Los grupos de derechos humanos podrían registrar una disminución de la violencia debido a que los recortes presupuestarios les obligaran a despedir a la mitad de su equipo de recogida de datos. Puede haber violaciones que nunca salgan a la luz. Los videos grabados por los teléfonos móviles nos cuentan sólo lo que presenciaron personas con teléfonos móviles.

«Me inquietan igual que a todo el mundo los vídeos que veo tomados con teléfonos móviles de la primavera árabe», me dijo hace poco Ball. «Pero no olvidemos que la mayoría las violaciones de los derechos humanos se cometen en secreto – lejos de los móviles. Es fácil pensar que el mundo ha cambiado por completo porque ahora tenemos teléfonos móviles. Ha cambiado nuestra comprensión de la violencia pública – pero la mayor parte de la violencia no es pública».

Para Ball, fueron estas incógnitas las que le llevaron a su más importante descubrimiento: «Puedes hacer estadísticas precisas sobre lo que tienes en tu base de datos», dice, «y al mismo tiempo puedes estar completamente equivocado respecto al mundo».

Pero necesitamos entender el mundo. Esas bases de datos gigantescas y esas tecnologías avanzadas nos incitan ahora a esperar respuestas, y respuestas lo más precisas posibles. Periodistas, políticos, activistas y ciudadanos, todos piden números y etiquetas. ¿Cuántos muertos ha habido en Darfur o en Libia? ¿Cuántas violaciones en el Congo? ¿Quién fue más letal en Perú, el ejército o la guerrilla? ¿Hubo depuración étnica en Kosovo? ¿Y genocidio en Guatemala? Las respuestas pueden inclinar la balanza entre la intervención y no intervención, entre la justicia y el olvido. Configuran la forma en que los supervivientes de catástrofes designan nuevos gobiernos. Afirman o desmienten las historias que cada cultura cuenta de sí misma.

Hay dos maneras de conseguir esas respuestas. Muy a menudo hay que conjeturar. Pero esas conjeturas se basan en datos que nos pueden inducir a graves errores. La gente aún se toma en serio las respuestas, dice Ball, «a pesar de que los fundamentos científicos puede no ser mejores que en los años 60 y 70, cuando estábamos empezando. No sólo es fácil malinterpretar estas cifras; es mucho más fácil malinterpretarlos que interpretarlos correctamente. Miras el gráfico y dices: “Ahora sé lo que ocurrió en Liberia”. No, usted sabe lo que les pasó a las personas que hablaron con la Comisión de la Verdad en Liberia. Puede decir que hubo al menos 100 personas muertas. Pero no puede decir que hubo cinco en el norte y cinco en el sur y empezar a perfilar pautas con eso».

Lo que Ball ha conseguido ha sido proporcionar una alternativa a las conjeturas: con métodos estadísticos y el tipo correcto de datos, puede hacer que lo que sabemos nos descubra lo que no sabemos. Ha enseñado a los grupos de derechos humanos, comisiones de la verdad y tribunales internacionales cómo tomar una colección de miles de testimonios y extraer de ellos la magnitud y las pautas de violencia – para disipar las nieblas de la guerra.

A finales de 1990, Ball hacía el trayecto entre Ciudad del Cabo y Ciudad de Guatemala, trabajando para las comisiones de la verdad de Sudáfrica y de Guatemala, inmerso en las distintas atrocidades de apartheid y de genocidio cometidas por dos regímenes muy diferentes. Luego, en junio de 1998, cuando el personal de la Comisión de la Verdad y Reconciliación de Sudáfrica estaba redactando su informe, la comisionada Mary Burton le planteó lo que debería haber sido una simple pregunta: ¿Cuántos asesinatos había habido en la Sudáfrica del apartheid?

«Según los testimonios, 20.000», dijo Ball.

«No», dijo Burton. «¿Cuántos eran en total?»

Oh–oh, pensó Ball. «No tengo una respuesta», le dijo a Burton.

La Comisión se había visto obstaculizada por un boicot del Partido de la Libertad Inkatha, el segundo mayor grupo político negro, que había impedido a sus miembros testificar debido a que sus líderes pensaron que la Comisión se inclinaba a favor del Congreso Nacional Africano, con el que había combatido en una larga guerra a fuego lento. Pero justo antes de la fecha límite para la caducidad de los testimonios, Inkatha levantó la prohibición y sus miembros se dieron a conocer. Esos testimonios reescribieron por completo las conclusiones de la Comisión, ya que prestaron testimonio unos 8.000 miembros de Inkatha – alrededor de un tercio del total que había obtenido la Comisión. ¿Que habría pasado, preguntó Ball, si Inkatha no se hubiera decidido a participar? «¿Se presenta la gente realmente en proporción a lo que han sufrido?», se preguntaba.

Mientras hablaba con Burton, se dio cuenta: no sabemos lo que no sabemos. «No era suficiente tener mucho cuidado con las pruebas que teníamos», dice. «Teníamos que trascender de lo que la gente estaba dispuesta a decirnos. Piensas: ¿qué puedo corregir de los datos que llegan? Pero el gran problema es: ¿qué es lo que hay de cierto en el mundo?»

En la Universidad de Michigan, donde Ball estudió sociología en un intenso programa que daba mucha importancia a la estadística, la solución a estos problemas parecía clara: salir a tomar muestras aleatorias. Eliges hogares al azar y los estudias en relación con lo que pasó. Puesto que la muestra es representativa de la totalidad, puedes extrapolar fácilmente los resultados a un universo más amplio. Pero esto no era algo que los grupos de derechos humanos supieran hacer, y habría tenido un precio prohibitivo. No era la respuesta.

Trabajando con los datos de Guatemala, Ball encontró la respuesta. Llamó a Fritz Scheuren, un estadístico con una larga historia de participación en proyectos de derechos humanos. Scheuren recordó Ball que en el siglo XIX se había inventado una solución a este mismo problema para contabilizar la vida silvestre. «Si quieres saber cuántos peces hay en un estanque, puedes vaciar el estanque y contarlos», explicó Scheuren, «pero entonces todos estarán muertos. Pero también puedes pescarlos, etiquetar los peces capturados, y devolverlos al agua. Después vas otro día y pescas de nuevo. Cuentas la cantidad de peces que capturaste el primer día, y los del segundo día, y el número de coincidencias».

El número de coincidencias es clave. Te dice cuál es la representatividad de una muestra. A partir de las coincidencias, se puede calcular cuántos peces hay en todo el estanque. (La fórmula concreta es la siguiente: multiplicar el número de peces capturados el primer día por el número de peces capturados el segundo día. Dividir el total por la coincidencia. El resultado es aproximadamente la cantidad de peces que hay realmente en el estanque). Se hace con más precisión si se pesca no sólo dos veces, sino muchas más – entonces se pueden medir las coincidencias entre cada par de días.

En Guatemala hubo tres colecciones diferentes de testimonios de derechos humanos acerca de lo que había sucedido en el país durante la larga y sangrienta guerra civil: de la Comisión de la Verdad de las Naciones Unidas, de la Comisión de la Verdad de la Iglesia Católica, y del Centro Internacional de Investigación sobre Derechos Humanos, una organización que trabaja con los grupos de derechos humanos de Guatemala. Cuando trabajaba para la Comisión de la Verdad oficial, Ball utilizaba el mismo método que el de conteo de peces, llamado estimación de sistemas múltiples (ESM), para comparar las tres bases de datos. Constató que durante el tiempo cubierto por el mandato de la Comisión, de 1978 a 1996, hubo 132.000 homicidios (sin contar los desaparecidos), y que las fuerzas gubernamentales cometieron el 95,4 por ciento de ellos. También fue capaz de desglosar los homicidios en función de la etnia de las víctimas. Entre 1981 y 1983, el 8 por ciento de la población no indígena de la región ixil fue asesinada; en la región de Rabinal, la cifra fue de alrededor del 2 por ciento. En ambas regiones, sin embargo, los asesinados de la población maya superaban el 40 por ciento.

Era la primera vez que se aplicaba la ESM a las labores de derechos humanos. «Presentó números que proporcionaban una base sólida y nítida para elaborar las conclusiones de la Comisión sobre la violencia, de una manera que no es posible obtener de los testimonios», dice Kate Doyle, analista del National Security Archive de la George Washington University, quien ha trabajado extensivamente con archivos en Guatemala.

Los números de las ESM no eran la única prueba de genocidio, ni siquiera la más importante. El genocidio está determinado por la intención. La Comisión encontró que el ejército guatemalteco y las patrullas civiles que éste apoyaba llevaron a cabo un plan coordinado de masacres contra la población maya para «matar el mayor número posible de miembros del grupo», pretextando que los mayas eran aliados naturales de la guerrilla. Los datos de Ball reforzaban poderosamente esa conclusión. El 26 de febrero de 1999, los comisionados presentaron su informe, «Memoria del Silencio», que llegó a la conclusión de que el Estado había cometido «actos de genocidio» contra la población indígena del país.

Lo que aprendió Ball en Sudáfrica y Guatemala – la desconexión entre lo que sucede en una base de datos y lo que sucede en el mundo, y cómo conseguir vincularlos – ha sido la base de su trabajo desde entonces. Dos semanas después de salir de Guatemala, viajó a Kosovo, por cuenta de la American Association for the Advancement of Science (asociación americana para el progreso de la ciencia – AAAS), en colaboración con Human Rights Watch y otros grupos para cuantificar la destrucción de la cuarta guerra de Milosevic.

Ahí tuvo lugar una de las aventuras más disparatadas de Ball. Él y su intérprete, Ilir Gocaj, habían ido a salvar datos – los registros que mantenían los guardias fronterizos de las familias albano-kosovares que cruzaron a Albania. Los registros, listas manuscritas del número de personas de cada grupo que sale, lugar de residencia, y nombre del cabeza de familia – eran pruebas de cuándo había huido la gente de determinados pueblos. Era la clave para averiguar por qué habían huido.

El problema era que el puesto fronterizo se había trasladado. Un ataque serbio había empujado a los guardias albaneses a unos 500 metros al interior de Albania. Los registros, sin embargo, estaban todavía en el antiguo puesto fronterizo abandonado. Los guardias albaneses dijeron a Ball y Gocaj que la caminata de 500 metros era muy peligrosa: Unos disparos habían herido gravemente a un periodista unos días antes, y el área todavía estaba bajo fuego de francotiradores.

Pero Ball necesitaba esos registros. Él y Gocaj organizaron un rescate, a pie – muy lentamente – hasta el viejo puesto fronterizo, una casita blanca. Los registros estaban esparcidos por el suelo, mezclados con trozos de madera y vidrios rotos. Ball y Gocaj recogieron los papeles y se replegaron lentamente. Cuando regresaron, se encontraron con las risas de los guardias. Resultaba que los guardias de fronteras de Albania se habían convertido en la única fuente de cigarrillos para los serbios del lado kosovar de la frontera. Un ataque de los serbios era impensable, porque podría cortar el suministro de nicotina. Ball y Gocaj habían sido objeto de una broma.

Más tarde, cuando Ball dio una conferencia en La Haya sobre sus hallazgos, alguien de la oficina del fiscal se lo llevó aparte. «¿Quiere usted testificar?» –le preguntó. Sólo si se le permitía reforzar su investigación, dijo Ball, que necesitaba más datos. La fiscalía le dio información sobre las actividades de la guerrilla albanesa, informes de exhumaciones y relaciones de desplazados. Con una ESM de cuatro vías – de hecho “contando los peces” en cuatro días diferentes – Ball encontró que las migraciones y los asesinatos de albaneses de Kosovo coincidían exactamente, lo que sugería que los dos fenómenos tenían la misma causa. Esa causa no procedía de los bombardeos de la OTAN o de la actividad de la guerrilla albanesa, que no coincidían ni en la fecha ni en el lugar. Sólo quedaban los ataques de las fuerzas serbias.

Había otra prueba devastadora. Milosevic había ordenado un cese de la actividad militar de los serbios en la noche del 6 de abril de 1999, para celebrar la Pascua ortodoxa. Al instante, el número de asesinatos y de personas que huían se redujo casi a cero. Sin embargo, la OTAN y la guerrilla albanesa no habían interrumpido las hostilidades. Dos días después, cuando las fuerzas serbias volvieron a la tarea, también se reanudaron los asesinatos y las huidas de albano-kosovares. «La evidencia estadística es coherente con la hipótesis de que las fuerzas yugoslavas llevaron a cabo una campaña sistemática de asesinatos y expulsiones», concluyó Ball.

«Ball refutó directamente la afirmación de Milosevic de que las personas huían de las bombas de [la OTAN]», recuerda Fred Abrahams, investigador de Human Rights Watch que trabajaba con Ball. «Desmanteló directamente uno de los principales argumentos de la defensa de Milosevic».

EN LA AAAS, Ball había estado trabajando como solista. Pero en 2002, con una beca de la Fundación MacArthur, empezó a levantar el Human Rights Data Analysis Group (grupo de análisis de datos de derechos humanos – HRDAG), y en 2003 trasladó el grupo, cruzando todo el país, a Benetech, una organización de tecnología sin fines de lucro y de interés público con sede en Palo Alto, California. Algunos años antes, Ball había trabajado con Benetech para crear Martus, un software de cifrado de datos diseñado para proteger los datos sobre derechos humanos y evitar que sean robados y utilizados para volver a perseguir a las víctimas y testigos. Ball es ahora vicepresidente y director científico del HRDAG, que cuenta con un equipo de 14 activos empleados y asesores. Han diseñado bases de datos y realizado análisis estadísticos para docenas de comisiones de la verdad, misiones de Naciones Unidas, tribunales internacionales y grupos de derechos humanos. El propio Ball ha trabajado en Chad, Colombia, República Democrática del Congo, Timor Oriental, Etiopía, Perú, Sierra Leona y Sri Lanka, entre otros países.

Desde que Ball reunió aquella primera base de datos, se ha vuelto obligatorio hacer análisis estadísticos elaborados; una comisión de la verdad no podría prescindir de ese análisis desde el momento mismo de registrar los datos con lápiz y papel. Pero, tal como lo ve Ball, los números correctos se ven amenazados por todas partes – por parte de los oficiales del ejército descontentos con lo que revelan, de los grupos de derechos humanos que hacen afirmaciones irresponsables, e incluso de los defensores de esas mismas tecnologías que están revolucionando el campo de los derechos humanos. A menudo son los defensores de los recortes presupuestarios que tratan de escatimar en la recopilación de datos, los que representan el mayor obstáculo para hacer las cosas bien. Los recursos son limitados, y a pesar de los ataques a veces furibundos de Ball a los miembros de la Comisión de la Verdad que están en desacuerdo con él, la recogida de datos es sólo una de las cosas que tienen que hacer las comisiones de la verdad.

En algunos lugares, el desafío viene de los grupos políticos que tratan de desacreditar las conclusiones de las comisiones de la verdad. En Perú, por ejemplo, el trabajo de Ball trastocó completamente lo que los peruanos creían saber acerca de la guerra de su país contra las guerrillas de Sendero Luminoso. Ball se unió a la Comisión de la Verdad y la Reconciliación de ese país un poco tarde. «Nuestra idea inicial era hacer un simple recuento», recuerda Daniel Manrique, que estaba a cargo de la base de datos de la Comisión. «Pero leímos el análisis de Patrick en Guatemala y sabíamos lo que estaba haciendo en Kosovo, y nos dijimos que eso era lo que necesitábamos». Ball combinó seis colecciones de datos, llegando a conclusiones que fueron muy controvertidas. Un hallazgo sorprendente fue que la guerrilla de Sendero Luminoso había cometido no aproximadamente un 3 por ciento de las atrocidades, como se había pensado, sino alrededor del 50 por ciento. Además, el informe situó el número de asesinatos en 69.000 – casi el triple de las estimaciones anteriores. La enorme brecha era una prueba de la desconexión entre el Perú blanco y la sierra indígena – el 75 por ciento de las víctimas no hablaban español como primera lengua. ¿Cómo podían haber asesinado a tantos indígenas peruanos sin que la élite del Perú se hubiera enterado? El racismo implícito hizo que muchos de ellos se sintieran incómodos.

Aunque la proporción de muertes causadas por el Estado era menor de lo que se pensaba, el número absoluto resultó ser más alto. Las fuerzas del Estado y de la derecha acusaron a la Comisión de inventar cifras para desacreditar a los militares peruanos, crítica que tuvo un eco interminable en los ámbitos universitarios y en los medios de comunicación,  y de manera muy elocuente tras las armas que empuñaban. Aún hoy, hay miembros de la comisión que siguen recibiendo amenazas de muerte.

Las comisiones de la verdad son las organizaciones que se toman los datos más en serio, pero distan de ser los únicos grupos que cuantifican las cuestiones de derechos humanos. Y fuera de las comisiones de la verdad, todo vale.

El International Rescue Committee (comité internacional de rescate – IRC), por ejemplo, ha estudiado periódicamente el número de muertes en el conflicto del Congo; su último estudio, en enero de 2008, dio la cifra de 5,4 millones de muertes entre 1998 y 2007. Ahí ha quedado fijado el número para el Congo – se puede ver en todas partes. El IRC las encontró estimando cuántas muertes se habrían producido normalmente, y luego contando las muertes reales y calculando el exceso. Ball piensa que la estimación básica de referencia que hacía el grupo de un número «normal» de muertes era demasiado baja. – si se corrige la estimación, dice, se obtiene una cifra de exceso de mortalidad que representa sólo un tercio o un cuarto del total. «Pero no vamos a seguir haciendo eternamente estimaciones sobre el Congo», asegura. Otros grupos, como Human Rights Watch, han adoptado unas cifras más moderadas, piensa Ball; el grupo, dado tradicionalmente al estilo de investigación «¿A quién han torturado aquí que hable inglés?» como me dijo el director del programa, Iain Levine, ha utilizado métodos cuantitativos siempre que ha sido posible, desde los resultados de Ball en Kosovo. Y Ball elogia esa actitud. «Cuando no saben los números, lo dicen», dice.

Es fácil entender números “a bulto”. Casi todos los reportajes periodísticos, discursos políticos o comunicados de prensa de una campaña sobre una guerra exigen la cláusula obligatoria «un conflicto que se ha cobrado  ______  vidas hasta ahora». Los grupos de apoyo son propensos a llenar el espacio en blanco con el mayor número que puedan citar como verosímil. Los periodistas largan a veces cantidades grandes para inflar la importancia de la historia. Muy a menudo, sueltan cualquier número que haya utilizado alguien vagamente autorizado.

Las dos revoluciones más violentas de la primavera árabe – en Libia y Siria – son ejemplos muy claros. En Libia, dice Ball, hay medios para obtener una estimación rigurosa, pero «no me tomaría muy en serio» las cifras que se están difundiendo hoy en día. En un momento dado, el embajador de EE.UU. en Libia daba una cantidad de 30.000 muertos, triplicando lo que afirmaban los líderes rebeldes libios. «¿Hemos visto más de 1.000 cadáveres?» pregunta Ball. «Cuando veo cifras como 10.000 a 30.000, sin ninguna prueba, lo que me imagino es que en general sólo quieren decir «muchos»«. La oposición victoriosa al final dijo que había habido unos 50.000 muertos en los combates.

En Siria, las cifras parecen ser mucho más precisas. La Comisión General de la Revolución Siria , que afirma hablar en nombre de la oposición, dice que entre marzo de 2011 y enero de 2012, han muerto 6.275 personas. Pero ¿es exacto ese número? «En este momento, me dijo Ball, esa cifra es probablemente demasiado alta – existe una duplicación inadvertida. Y demasiado baja, porque hay un montón de gente que se queda fuera de ella». Hay una tendencia a contar las muertes producidas durante las manifestaciones, mientras que las que ocurren fuera de ellas no suelen contarse. «Las fuerzas de seguridad pueden cazar gente por la noche, y esas víctimas pueden no quedar documentadas», señala. «La violencia a posteriori puede terminar matando a más gente que la violencia en las manifestaciones».

En 2007, la Coalición Save Darfur, una organización de defensa de los derechos humanos, recibió un aviso de urgencia del Consejo de Asuntos Públicos europeo-sudanés, con sede en Londres, un grupo alineado con el gobierno de Sudán. Save Darfur había estado poniendo anuncios a toda página en los que publicaba que han sido asesinadas 400.000 personas en Darfur. El Consejo presentó una denuncia a la Advertising Standards Authority (autoridad británica de estándares de publicidad) alegando que la cifra era falsa. Los reguladores resolvieron que Save Darfur debía haber presentado esa cantidad no como un hecho, sino como una opinión.

Fue muy incómodo para Save Darfur. Censurada por un tribunal a instancias del gobierno de Sudán – «¿Cuánto peor puede ser aún?» , dice Ball (piensa que 100.000 muertes sea probablemente más verosímil). «Un grupo de derechos humanos nunca debe perder un desafío factual. Nuestra legitimidad moral depende de que siempre le digamos la verdad al poder. La gente que quiere deshacerse de nosotros dice que lo único que hacemos es dar la brasa…. Si llegan a tener razón cuando dicen eso, vamos a tener problemas».

En los últimos años, el acontecimiento más importante en la información sobre derechos humanos – y el último campo de batalla de Ball – por encima de lo que los datos nos puedan decir – ha sido el aumento del autoservicio. El 3 de enero de 2008, Ory Okolloh, una abogada keniata, contó en su blog un angustioso viaje a través de la violencia post-electoral de Nairobi, atravesando batallas entre policías y civiles. «¿No hay ningún tecnómano por ahí que se atreva a hacer una mashup (aplicación híbrida para combinar fuentes de datos) que muestre donde se está produciendo la violencia y la destrucción con Google Maps?» –preguntaba.

Así comenzó Ushahidi, que en swahili significa «testimonio», una plataforma para la recogida y análisis de textos, tweets y correos electrónicos enviados por las masas. Ushahidi es ahora omnipresente. Se utiliza en todo el mundo para investigar no sólo violaciones de los derechos humanos, sino también daños por terremotos, árboles derribados por tormentas de nieve, violencia electoral, escaseces de medicamentos o incluso las mejores hamburguesas de Estados Unidos. En todos los medios de comunicación hay las mismas historias agitadas al respecto. La Atlantic Review la designó una de las mejores ideas del año en 2010, calificándola de «Zelig de los desastres de 2010».

Ushahidi es, obviamente, de enorme utilidad para los primeros respondedores. Sin embargo, sus defensores piensan que puede dar más juego: algo mucho más cercano a una base de datos en tiempo real de la catástrofe en acción. Christina Corbane del Centro Común de Investigación de la Comisión Europea analizó informes Ushahidi cruzándolos con mapas de satélite de los daños en edificios tras el terremoto de Haití de 2010 y llegó a la conclusión de que los datos obtenidos en abierto estaban en perfecta correlación con el daño. Ushahidi los analizó: Patrick Meier, director de correlación de crisis de Ushahidi, argumentó que, aunque la información sobre la crisis enviada por las masas no es representativa y ha sido considerada irrelevante para un análisis estadístico serio, el trabajo de Corbane demuestra lo contrario. Estos datos compartidos pueden servir para predecir la distribución espacial de los daños estructurales en Port–au–Prince», escribió en su blog  iRevolution.

Para Ball, es el ejemplo perfecto de por qué tener sólo algunos datos es peor que nada. Cuando analizó las cifras de Haití, se encontró con que los mensajes de texto y los daños de los edificios estaban relacionados con otra cosa – la ubicación de los mismos edificios. Un mapa de los edificios habría sido una guía más fiel de los daños que un mapa que integrase los datos de Ushahidi, dice Ball. Ushahidi no es el equivalente de una muestra aleatoria, argumenta. «Confunde la imagen». En una mordaz entrada de blog, Meier respondió que Benetech debía atenerse a los derechos humanos. Defendió sus números, pero al final, se conformó con un conjunto más restringido de reclamaciones.

La plataforma SwiftRiver de Ushahidi, ahora en fase beta, permite la validación en convocatoria abierta de datos obtenidos también en convocatoria abierta, la forma en que las búsquedas de Google validan la información en Internet. Ball, sin embargo, advierte que Ushahidi está cometiendo el mismo error en que él había caído: preocuparse por si los datos son ciertos, pero no por si reflejan con exactitud los acontecimientos. Ushahidi es aún menos representativo en la correlación de la violencia, dice; al menos, en los terremotos no hay mala gente que intenta impedir que la gente comunique información. Con las violaciones de los derechos humanos, es perfectamente plausible que lo único que vayas a oír de las peores zonas sea el silencio. «Muéstrame un vídeo de alguien en una cámara de tortura», dice. «Aparte de Abu Ghraib, no hay muchos».

La tecnología nos tienta con promesas de rendición de cuentas inmediata y de conocimiento omnisciente. Aunque los conflictos anteriores eran opacos, sin duda ahora la tecnología nos ha dado las herramientas necesarias para saber. Pero hay que fijarse en lo que «sabemos» del violento derrocamiento de Muammar Al–Gaddafi en Libia o de la hirviente guerra de clanes en Siria. No es muy diferente de lo que sabíamos de Argentina o de Sudáfrica.

Las medidas cuentan. La información sobre el número y las pautas de las atrocidades influyen en las decisiones acerca de dónde poner dinero, prestar apoyo político, enviar tropas. Afecta a los juicios acerca de quién es culpable, a quién ayudar, cómo reconstruir. «En el pasado, bastaba con llamar a un gran grupo de personas», dice Ball. «Interrogábamos a los expertos: Estás en el terreno – ¿mejora o empeora? Iba simplemente de lo que decían ‘observadores bien informados’, pero nadie se lo tomaba en serio. Ahora la gente sí que se lo toma en serio, y eso es un problema. La gente pide cifras, muchas cifras. Y les importa un comino de donde vengan».

5 Comentarios

  1. Muchas gracias a Íñigo Valverde por traducirlo. Es uno de los artículos más interesantes que he leído en mucho tiempo y está plagado de reflexiones lúcidas sobre la tecnología y la visibilidad, el método científico, la verdad y la mayoría…En definitiva, de alejar la poesía de los muertos.

  2. Teresa says

    Gracias, Daniel. Es un ejemplo de cómo la ciencia puede afectar el modo de hacer política. O debería afectar…

  3. IValverde says

    Ha sido un placer, amigos. Por mi parte, ha encontrado interesantísima la búsqueda de la verdad de este estadístico. Su trabajo desmiente con mucha claridad aquella clasificación progresiva de «lies, bloody lies and statistics».
    Es como un bisturí, que puede servir para cortar el cuello o para operar de apendicitis.
    Sería utilísimo usar los métodos de Ball en muchos sectores de España.
    Muchos «formadores de opinión» se quedarían pasmados si se vieran obligados a descubrir así la realidad.
    Saludos, IV

  4. luis says

    El artículo es cojonudo.

    El día que en economia se den datos precisos…..será la repera.

    Por ejemplo…no sabemos cuantos pisos tienen los bancos por vender.Y cuando digo que no se sabe (no se publica) es que no se sabe. La Sociedad de Tasación por ejemplo lo ignora. Y este dato es fundamental para comprender la dimensión de la crisis en España. Pero ese dato se oculta.

    Tampoco tenemos cifras de Ingresos totales reales y Gastos Totales reales de la mayor parte de instituciones públicas que nos ayuden a identificar: fuentes de financiación, ayudas fiscales recibidas y proveedores seleccionados, créditos recibidos, condonaciones concedidas, gastos de personal. No saber esto es una lacra en la lucha contra la corrupción.

    Es más, considero que no es posible (por falta de gente con capacidad de hacerlo, tiempo, medios y acceso a información) por ejemplo, conocer los ingresos totales reales y gastos totales reales de TVE desde 1982 por ejemplo. COn detalles sobre entrada y salida de personal, productoras, proveedodes etc. Y cuando digo que es imposible es imposible,. Es decir, que es imposible saberlo. Desgraciadamente es más facil cuantificar las atrocidades en serbia.

    Tmabién se que esto excede a TerceraCultura. Excede a todos. Así que volvamos al cosmos, la biología, la neurociencia etc…

  5. alfredo says

    pues yo creo que sí será posible, luis. falta que haya interés político. pero los instrumentos se tienen. hasta hace poco no se exigíaa precisión, la certeza en los casos que cuenta Ball, pero ya sí. es un avance.

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