Tercera Cultura
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El stress y la paradoja de la felicidad femenina

Claire Lehmann

Desde los años 60 las mujeres han entrado en la fuerza de trabajo y conseguido independencia financiera. Dejar los matrimonios infelices se ha convertido en socialmente aceptable. A través de las carreras, las mujeres ganan en status, disfrutan de realización intelectual y tienen menos presión para conformarse a los estrechos estereotipos de lo que significa ser una “mujer”. Se ha suavizado el estigma que existía acerca de la libre expresión de la sexualidad femenina, y la legislación está ahí para proteger a las mujeres del acoso sexual. Teniendo en cuenta docenas de indicadores objetivos, las mujeres en Occidente nunca han disfrutado de más derechos y nunca han estado más liberadas. Pero a cambio de estas mejoras parece que muchas mujeres están estresadas, cansadas, sobrepasadas e infelices.

En años recientes, los psicólogos han descubierto que es mucho más probable que las mujeres sufran desórdenes emocionales. En 2013, el profesor de Oxford Daniel Freeman se dió cuenta de que las mujeres tenían un 75 por ciento más de probabilidades de informar que tienen una depresión y un 6 por ciento más de probabilidades de informar de que tienen un desorden de ansiedad. El año pasado, un equipo dirigido por un grupo de investigadores en Cambridge también descubrió que las mujeres tienen muchas más probabilidades de experimentar ansiedad, particularmente en las culturas anglosajonas y europeas. Estos resultados apoyan también un estudio de 2009 de los economistas Betsey Stevenson y Justin Wolfers, que descubrieron que las mujeres  informaban de mayores niveles de felicidad que los hombres en los años 60, pero que esta brecha de género ahora ha dado la vuelta[1].

Freeman, un psicólogo clínico, se dio cuenta de una brecha en la literatura sobre las diferencias de sexo en las condiciones de la salud mental e investigó en las encuestas nacionales de salud mental del Reino Unido, Estados Unidos, Europa, Australia y Nueva Zelanda. Descubrió que las mujeres tienen más de un 40 por ciento de probabilidades que los hombres de desarrollar desórdenes de salud mental, con las mayores discrepancias en la depresión y la ansiedad. Freeman fue cuidadoso examinando si las mujeres tenían más probabilidades de informar de problemas de salud que los hombres, o si estaban más dispuestas que los hombres a pedir ayuda. En su libro de 2013, The stressed sex[2], co-escrito con su hermano Jason, y publicado por Oxford University Press, los autores concluyen que, si bien la autoevaluación y las conductas de búsqueda de ayuda de las mujeres podrían tener algún impacto, no podían explicar por si solas las diferencias halladas entre géneros. Muestran que, si bien los hombres sufren tasas más altas de abuso de substancias, TDAH y autismo, las mujeres se llevan la palma en los desórdenes emocionales, y las tasas de estas dolencias también están aumentando.

En 2016, investigadores de la universidad de Cambridge dirigieron una revisión sistemática de estudios que informaban sobre la proporción de personas con ansiedad en diferentes contextos a lo largo del mundo[3]. Descubrieron que las mujeres tienen casi el doble de probabilidades de sufrir ansiedad que los hombres, y que las personas que viven en Europa y en Norteamérica están afectados desproporcionadamente. Estos resultados también convergen con un estudio que tuvo en cuenta datos a lo largo de 35 años indicando que la felicidad de las mujeres había declinado relativamente a los hombres. En su artículo de 2009 The paradox of female happiness (La paradoja de la felicidad femenina), los economistas Betsey Stevenson y Justin Wolfers descubrieron que las mujeres informaban mayores niveles de felicidad en los años 60 y que eran más felices relativamente a los hombres[4].  Pero en 2009, la brecha de género se había dado la vuelta, con los hombres siendo el sexo más feliz. Se ha hallado que el declive en bienestar subjetivo femenino atraviesa tanto la clase como la raza y sigue siendo cierto para las mujeres de todas las edades, con niños o sin ellos. Este estudio a través del tiempo planteó interesantes cuestiones. Un declive en la felicidad a lo largo de 35 años no puede atribuirse a algo así como la genética –la causa debe ser en gran medida ambiental– dando más fuerza a la hipótesis de Freeman de que la mujer son el “sexo estresado”.

Aún no hay explicaciones simples para estos datos. Las causas de la enfermedad mental son complejas, y rara vez se puede culpar a un sólo factor. Los psicólogos pueden observar un rango de variables para intentar comprender por qué se desarrolla un desorden, y en esto están implicados factores biológicos, procesos de pensamiento, estructuras sociales y culturas locales. Cuando se trata de la ansiedad y de la depresión, la evidencia sugiere que están implicadas fuertemente causas próximas relacionadas con la neuroquímica y los estilos de pensamiento, combinándolos para crear las condiciones por las que surge un desorden. Los estudios han descubierto que las mujeres que se enfrentan con estresores vitales tienen más probabilidades de preocuparse en exceso, mientras que los hombres tienen más probabilidades de afrontar directamente el problema[5]. Pese a este hallazgo, sin embargo, un estudio publicado en el Journal of Neuroscience Research en enero de 2017 descubrió que aunque las mujeres sí se preocupan excesivamente más que los hombres, esto no puede explicar del todo las marcadas discrepancias halladas en las tasas de depresión[6]. Lo cual indicaría que deben existir otras causas subyacentes.

Otro desencadenante de desórdenes emocionales en las mujeres son los eventos reproductivos que afectan a las mujeres a lo largo de sus vidas. Desde hace tiempo se sabe que las hormonas sexuales femeninas pueden desencadenar inestabilidad emocional y que cambios marcados en los niveles hormonales pueden terminar originando desórdenes disfóricos premenstruales, depresión postpartum y depresión postmenopaúsica[7]. Cuando una mujer está embarazada, los repuntes que experimentan en estrógeno (se incrementa por 50) y progresterona (se incrementa por 100) son intensos. Se piensa que estos repuntes hormonales desencadenan pensamientos repetitivos, fijaciones y conductas impulsivas que pueden llegar a ser muy estresantes. Durante el embarazo, también se dispara la hormona del stress cortisol, así como la testosterona, preparando a la madre para tener la vigilancia adecuada para proteger a los recién nacidos[8]. Tras el embarazo, la bajada en estrógeno y progresterona puede conducir a “deficiencia hormonal” que también está asociada con experiencias emocionales negativas.

Los científicos también saben que convertirse en madre posee también efectos a largo plazo en el cerebro de una mujer. Se ha descubierto recientemente que cuando las mujeres se convierten en madres, disminuye el volumen de la materia gris en regiones que sirven para la cognición social durante las últimas fases del embarazo[9].  De nuevo, se piensa que esta es una medida adaptativa para ayudar a que la madre se concentre en su hijo muy vulnerable. En este contexto de la crianza de los niños, la tendencia de las mujeres a preocuparse en exceso –si bien es estresante para la madre– puede verse también como una adaptación desde un punto de vista evolucionista. El psicólogo del desarrollo Joyce Stevenson ha sugerido que en entornos precarios (tales como aquellos que habrían compartido nuestros ancestros) las mujeres podrían haber evolucionado para preocuparse sobre su propia salud y la de las niños, para poder sobrevivir. Es probable que las mujeres que estuvieran más atentas protegiendo a sus hijos de amenazas tuvieran más éxito pasando sus genes a sucesivas generaciones que las mujeres que estaban menos atentas. En consecuencia, esta susceptibilidad hacia las preocupaciones podría haber sido seleccionada, y de hecho en libro Warriors and worriers[10], Benenson ha dicho que “la ansiedad es parte de lo que significa ser mujer”.

Existen muchos mecanismos biológicos únicos en las mujeres que podrían dirigir la propensión de las mujeres hacia la depresión y la ansiedad. Aunque tender a preocuparse podría haber sido originalmente una adaptación, está claro que un exceso de preocupaciones no hace ningún bien a las mujeres de las sociedades modernas occidentales. La hipótesis presentada en The stressed sex, que las mujeres padecen cada vez más de un exceso de trabajo, y están cada vez más sobrepasadas y cansadas, sigue siendo convincente. Pudiera ser que las propias predisposiciones biológicas de las mujeres hacia la ansiedad las hicieran más sensibles a los hechos estresantes de la vida (como dar a luz) y los estresores crónicos de vida (como trabajar a tiempo completo a la vez que se cría a los niños). Y cuando se combinan las vulnerabilidades biológicas hacia los desórdenes emocionales con los estilos ocupados y crecientemente complejos de vida que viven la mayoría de mujeres occidentales, esto se convierte en una receta para amplios problemas de salud mental.

Algunos dirán que el declive de la felicidad femenina se debe a prejuicios sostenidos contra las mujeres, barreras estructurales, y opresión patriarcal. Aunque estos temas pueden ser un factor, especialmente en el contexto de la distribución desigual del trabajo doméstico, está claro que el incremento en los desórdenes emocionales entre las mujeres ha tenido lugar en medio de un incremento en la cantidad de horas de trabajo fuera del hogar por parte de las mujeres. En los Estados Unidos, la mitad de todas las familias formadas por dos padres tienen a ambos padres trabajando a tiempo completo. En la mayoría de los casos, las mujeres aún llevan la carga del “segundo turno” cuando llegan a casa; el cuidado de los niños y las tareas del hogar, hacer la comida, arreglar las mochilas escolares y demás. Según los resultados de la encuesta de Pew Research Center, el 56% de los padres trabajadores dicen que encuentran difícil de conseguir el balance entre el trabajo y la vida, y que ser padres es “cansado” y “estresante”[11].

Hoy, la vida es una lucha para muchas familias trabajadoras de clase media, tanto para hombres como para mujeres. Pero las mujeres son particularmente sensibles al rechazo social, y la ansiedad y la depresión a menudo nos impactan cuando sentimos que no damos la talla. Con tantos dominios en donde destacar ahora, es comprensible que las mujeres se sientan fuera de lugar por no conseguir la excelencia en todos ellos. Las mujeres toman decisiones constantes sobre cómo parcelar su tiempo de la manera más eficaz. Y los conflictos entre carreras y el tiempo invertido en los niños o en las relaciones y el trabajo doméstico son casi imposibles de resolver, generando tensión en la mayoría de las vidas de las mujeres. Dar prioridad a un área siempre lleva a menospreciar otras (aunque sea por un corto tiempo). Los hombres también se enfrentan con estos desafíos, pero parece que estas transacciones son particularmente apremiantes para las mujeres. La inacabable negociación entre dominios conflictivos de la vida se cobra un precio emocional.

Si pensamos tomarnos con seriedad la ciencia de las diferencias de sexo en salud mental, debemos reconocer que las mujeres pueden ser más susceptibles a desarrollar desórdenes emocionales en respuestas al stress. Al mismo tiempo, una aproximación cuidadosa necesita asegurarse de que las mujeres no son consideradas “menos capaces” que los hombres, particularmente en el contexto de carreras de alta presión. Las mujeres han trabajado duro para que fueran tomadas en serio dentro de las profesiones de las esferas pública y privada, y perder terreno en estos dominios sería muy de lamentar. Sin embargo, también debemos reconocer que eventos significativos en la vida de una mujer –como dar a luz– inducen ansiedad, y que las mujeres necesitan ser apoyadas cuando tales eventos tienen lugar. El ideal feminista de “independencia” quizás debería dar paso a un reenfoque de inter-dependencia, tanto dentro de las familias como de las comunidades, si se aspira a contener los niveles de stress de las mujeres.

Para finalizar, las discusiones sobre este problema no deben ser paralizadas por la sensibilidad política del tema y el conocimiento científico de los datos no debería ser visto como un golpe a la igualdad de género. Reconocer que las mujeres están estresadas no debería propiciar un tratamiento injusto o desigual. Por el contrario, reconocer las diferencias de sexo en la salud mental realmente podría promover políticas más éticas dentro del trabajo, en reconocimiento del trabajo vital que las mujeres hacen en casa. Si las mujeres se llevan la peor parte de los desórdenes emocionales, debemos emplear las mejores herramientas a nuestra disposición para entender por qué, y qué es lo mejor que podemos hacer para aliviarlas.

 

Fuente: EUROMIND

Referencias

[1] Remes, O., Brayne, C., Linde, R., & Lafortune, L. (2016). A systematic review of reviews on the prevalence of anxiety disorders in adult populations. Brain and Behavior, 6(7).

[2] Freeman, D., & Freeman, J. (2013). The stressed sex: Uncovering the truth about men, women, and mental health. Oxford University Press.

[3] Remes, O., Brayne, C., Linde, R., & Lafortune, L. (2016). A systematic review of reviews on the prevalence of anxiety disorders in adult populations. Brain and Behavior, 6(7).

[4] Stevenson, B., & Wolfers, J. (2009). The Paradox of Declining Female Happines. American Economic Journal: Economic Policy, 1(2), 190-225.

[5] McLean, C. P., & Anderson, E. R. (2009). Brave men and timid women? A review of the gender differences in fear and anxiety. Clinical psychology review, 29(6), 496-505

[6] Sundström Poromaa, I., Comasco, E., Georgakis, M. K., & Skalkidou, A. (2017). Sex differences in depression during pregnancy and the postpartum period Journal of Neuroscience Research, 95(1-2), 719-730

[7] Sundström Poromaa, I., Comasco, E., Georgakis, M. K., & Skalkidou, A. (2017). Sex differences in depression during pregnancy and the postpartum period. Journal of Neuroscience Research, 95(1-2), 719-730.

[8] Albert, P. R. (2015). Why is depression more prevalent in women?. Journal of psychiatry & neuroscience: JPN, 40(4), 219

[9] Hoekzema, E., Barba-Müller, E., Pozzobon, C., Picado, M., Lucco, F., García-García, D., & Ballesteros, A. (2016). Pregnancy leads to long-lasting changes in human brain structure. Nature Neuroscience

[10] Benenson, J. F. (2014). Warriors and worriers: The survival of the sexes. Oxford University Press

[11] Pew Research Center. (2015) Raising Kids and Running a Household: How Working Parents Share the Load. Washington D.C

 

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