Historia de las ideas, Tercera Cultura

Revisando la “Tercera cultura”

Eduardo Robredo Zugasti

El próximo año 2009 se cumplirá medio siglo desde que C.P. Snow impartió su célebre conferencia en Rede (Cambridge) sobre las “dos culturas” . Lo que el novelista y físico dejó caer, la posibilidad de una “tercera cultura” entre medias de la “científica” y la “humanista”, se ha convertido desde entonces en fuente de un debate siempre vivo en torno a la demarcación de las ciencias, su posición pública, e incluso sobre su capacidad de transformación política.

Dejando de lado algunas críticas injustas (como la del crítico F.R. Leavis, que despachaba a Snow como un relaciones públicas del “establishment” científico) lo cierto es que Snow identificó en su intervención dos problemas muy relevantes. En primer lugar, la alienación de la vida académica provocada por una división del trabajo intelectual demasiado explícito entre ciencias naturales y humanidades. En segundo lugar, el trágico desajuste entre el conocimiento científico y la distribución del capital económico y tecnológico en el mundo. Así pues, no estamos delante de una especulación ociosa; la persecución de una “tercera cultura” tenía, desde el principio, un hondo significado político.

¿Qué “dos culturas”? A partir del desarrollo de la ciencia física, desde la “revolución científica”, y de las ciencias biológicas, sobre todo desde el siglo XIX, las “dos culturas” han llegado a ubicarse una a cada lado de la galaxia, para decirlo en los términos de la Fundación de Isaac Asimov (curiosamente una obra concebida por la misma época). La tecnociencia ha avanzado por el camino de la formalización matemática y el rigor de las ciencias físicas pagando el precio de la “barbarie del especialismo”, como lo llamó Ortega, lo cual no deja de provocar una suerte de conciencia infeliz en la vida intelectual. Por una parte, los “científicos” llegan a considerar a Homero o Dickens una especie de peculiaridad exótica. Por el otro, al proclamarse inexpugnablemente independientes , las ciencias sociales se niegan a reconocer la continuidad insinuada por Darwin entre las otras dos “culturas” (la humana y la animal). Ésta situación de extrañamiento es con seguridad ridícula e insostenible: las humanidades necesitan a las ciencias, tanto como la vicecontra.

Ahora bien, la propuesta de Snow es incompleta en varios sentidos importantes. Ernst Mayr, que ha explicado como nadie el crecimiento del pensamiento biológico ya argumentó en su momento que, en último término, no es posible reducir las controversias científicas a dos bloques homogéneos. Lo que es más importante, la perspectiva de Snow parece aún deudora en exceso de la concepción positivista y mecanicista de las ciencias típica desde Newton. En cuanto a sus consecuencias prácticas y políticas, la perspectiva original de las “dos culturas” adolece de un confiado carácter tecnocrático, de un “managerialism” científico que, para Snow, estaba llamado a resolver –incluso- los problemas de la economía política global:

Los países pobres, hasta que no hayan rebasado un determinado punto en la curva de industrialización no pueden acumular ese capital. Por eso es por lo que la brecha entre ricos y pobres está ensanchándose. El capital debe venir de fuera. Sólo hay dos fuentes posibles. Una es Occidente, lo cual significa sobre todo los EE.UU., y la otra es la URSS. Ni siquiera los EE.UU. disponen de recursos infinitos de tal capital. Si ellos o Rusia intentan hacerlo solos, significaría un esfuerzo mayor que el que uno u otro hubieran de realizar industrialmente en la guerra. Si tomaran parte los dos juntos, no significaría ya un sacrificio tan grande, aunque en mi opinión es pecar de optimistas pensar, como hacen algunos entendidos, que la cosa no supondría sacrificio alguno. La escala de la operación exigiría que fuese una empresa nacional. La industria privada no puede, ni aun la de mayor envergadura, pechar con ello, y, por otra parte, no les resultaría en absoluto una buena inversión. Es un poco como si se pidiese a Duponts o I.C.I., en 1940, que financiaran el entero proceso de creación de la bomba atómica.

En cierto modo, no hay más que dar un repaso a buena parte de los diseños de la economía política corrientemente empleados desde entonces (desde el “Consenso de Washington” al imperialismo humanitario de la ONU) para verificar que no hemos dado muchos pasos. La “comunidad científica”, y en particular la clase política, sigue confiando en el poder ilimitado del diseño y de la ingeniería humana, en la sabiduría del “manager” científico.

Ésta confianza histórica, que alimentó desde el inicio el gran proyecto de la Ilustración humana, enfrenta serios inconvenientes. El principal: la vida humana es un sistema adaptativo vasta y disparatadamente complejo, y tanto las mentes individuales, debilitadas por una larga lista de fallos cognitivos , como las instituciones, no pueden funcionar como diseñadores infalibles de felicidad, conocimiento o prosperidad. En las ciencias históricas, igual que en la biología evolutiva, no encontramos “leyes históricas” ni un progreso implacable, como especularon Condorcet, Hegel y Marx. El materialismo histórico es un ejemplo particularmente señalado; creyendo descubrir las leyes deterministas del desarrollo histórico, lo que Marx y Engels fundaron fue en realidad un temible y fascinante metarrelato de emancipación.

La “tercera cultura”, como un lugar de reunión entre las ideas del humanismo clásico, el evolucionismo y el naturalismo, no es exactamente un tercer estadio del desarrollo histórico. No pasamos de la mística a la ciencia positiva, o del pensamiento dogmático a la libertad. En su lugar, en la historia natural de la vida (y de la vida humana en particular) vemos aparecer narrativas y progresos siempre vulnerables, acompañados por edades oscuras y vestigios de esperanza. Como alertó E.O. Wilson en su gran obra de síntesis, debemos aprender a distinguir el falso del verdadero conservadurismo, el conservadurismo reaccionario del existencial o natural. Incorporar éste “segundo” enfoque evolucionista, consciente de la imperfectibilidad de la naturaleza humana, no significa renunciar, sino rescatar, el proyecto de la Ilustración:

Si acabamos renunciando a nuestra naturaleza genética frente al raciocinio auxiliado por las máquinas, y si también renunciamos a nuestra ética, nuestro arte y nuestro significado mismo, a cambio de un hábito de divagaciones despreocupadas en el nombre del progreso, imaginándonos como dioses y absueltos de nuestra antigua herencia, nos convertiremos en nada.

(1) C.P. Snow, Las dos culturas y un segundo enfoque.

(2) Starndard Social Science Model

(3) Charles Darwin, El origen del hombre.

(4) Ernst Mayr, The Growth of the biological thought.

(5) List of cognitive biases

(6) E.O. Wilson, Consilience. La unidad del conocimiento.

(7) Derek Freeman escribía esto en una conferencia de 1996: “Para decirlo de modo más dramático, no somos ángeles caídos sino monos erguidos. Esta toma clave de conciencia cambia todas nuestras remotas asunciones sobre nosotros mismos. Iluminados así por vez primera la historia y el comportamiento humano se vuelven comprensibles como nunca antes. A esta transformación radical, que ha alcanzado su cumbre en la mitad de los años noventa, la llamaré «la segunda ilustración evolucionista». Puesto que se encuentra basada en el conocimiento científico plenamente probado, predigo confidencialmente que deslumbrará y superará claramente a la ilustración del siglo XVIII.”