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Nicholas Wade: Variaciones problemáticas del tema humano

Nicholas Wade fue durante años corresponsal científico en el New York Times y es autor de varios libros científicos divulgativos. Aunque ya se había significado como un crítico acerbo de la antropología cultural, alineándose a favor de Napoleon Chagnon en su controversia con los antropólogos culturales, la obra que ha provocado una avalancha de críticas y de ira santa es de más reciente publicación: A troublesome inheritance. Genes, race and human history (Una herencia problemática. Genes, razas e historia humana). Wade aborda en este libro uno de los tabúes científicos más protegidos del último siglo: la variedad racial humana.

wadeDesde la segunda mitad del siglo pasado ha sido moral y científicamente problemático hablar de razas humanas, debido a la asociación histórica entre raza y racismo, eugenesia, o incluso nazismo. A veces la aversión a la raza se expresó en forma de pronunciamientos científicos solemnes. La Asociación Americana de Antropología publicó una declaración conjunta en 1998 en la que se afirmaba que “la humanidad no puede ser clasificada en categorías geográficas discretas con fronteras absolutas”. Ashley Montagu, en la misma línea de la antropología cultural, llegó a proclamar que la raza no sólo era algo así como una falacia sino “el mito humano más peligroso”. Y para la asociación americana de sociología la raza (humana) es meramente “una construcción social”, advirtiendo simultáneamente contra “el peligro de alimentar la concepción popular de que la raza es algo biológico”. Según el dogma “standard” de las ciencias humanas, muy extendido por todo el mundo académico también fuera de los Estados Unidos, la idea de raza humana es meramente una ilusión social, sustentada a menudo en prejuicios malévolos, y sólo la cultura explica las diferencias humanas.

La nueva de Obra de Wade está enfrentándose con un abigarrado conjunto de críticas que suelen repetir los mismos temas. Por una parte, tenemos críticas extremas que rechazan de entrada la variedad racial humana, en línea con los pronunciamientos típicos de las ciencias humanas, y vienen a despreciar los puntos de vista del libro como poco científicos o incluso “pseudocientíficos”. Para Jonathan Marks la obra de Wade es “agresivamente anticientífica” y para Eric Michael Johnson es en realidad una justificación del “poder blanco”, nada menos. Una recepción tan hostil no es nueva. Procede de una larga tradición intelectual occidental según la cual los puntos de vista sociobiológicos aplicados al ser humano no son sólo científicamente erróneos sino moralmente sospechosos. Pese a haber especificado que “el racismo y la discriminación están mal como cuestión de principio, no de ciencia” Wade no ha conseguido librarse de estos reproches, que se repiten característicamente década tras década desde que viera la luz el último capítulo de la Sociobiología de E.O. Wilson. Otros, como Steven Pinker, sin embargo son más moderados y saludan ante todo los primeros capítulos del libro, al ayudar a derribar el mito de la “tabla rasa”, mientras son mucho más cautos con los capítulos 6 al 9, considerados más especulativos y problemáticos.

Las grandes razas continentales

No es una sorpresa que las primeras clasificaciones raciales humanas basadas en los continentes aparecieran en Europa una vez culminada lo que se ha llamado “era de los descubrimientos”, un proceso que atraviesa los siglos XVI  y XVII hasta el conocimiento de la práctica totalidad del globo, que es cartografiado, colonizado o conquistado, primero por los portugues y españoles, y más tarde por los europeos del norte. Es así que Carlos Linneo (1707-1778), responsable del sistema de clasificación natural más influyente desde Aristóteles, divide a los seres humanos en cuatro grandes razas continentales: Homo americanus, asiaticus, europaeus y afer. Johann Blumenbach (1752-1840), que se opone a la idea de superioridad racial y destaca la unidad de la especie humana, además de añadir una raza más, la malaya e inventa el término “caucásico” para referirse a los pueblos de Europa, el norte de África y parte del subcontinente indio.

Pero, ¿son estas razas continentales consistentes con los datos genéticos, antropológicos y culturales de los que disponemos en el siglo XXI? Wade piensa que sí.

Las diferencias raciales humanas no están basadas en los genes que tenemos o no tenemos. Todos los seres humanos poseen los mismos 20.000 genes, según la estimación actual del Proyecto Genoma Humano. La variación racial parece manifestarse más bien en el promedio de la frecuencia con la que ciertos alelos (o variedades en las que suele presentarse un gen) se encuentran en las poblaciones humanas. Y resulta que parte de esta variación coincidiría esencialmente con la división geográfica continental de los seres humanos, descubierta por Linneo o Blumenbach. La primera corroboración de esta división continental en términos genéticos procedería de acuerdo con Wade del equipo de genetistas liderados por Luca Cavalli-Sforza y Anne Bowocock, que ya en 1994 habría encontrado patrones continentales en la distribución de secuencias de ADN. Otros estudios desde entonces habrían confirmado la misma conclusión de que “las diferencias genéticas son mayores si se definen sobre una base continental”. Por ejemplo, una técnica genética aún más refinada, basada en el análisis de polimorfismos de núcleo único (SNP) habría descubierto dos nuevas subdivisiones que no habían aparecido en los estudios posteriores.

Algunos críticos, como Jennifer Raff, han reprochado amargamente a Wade por un supuesto artificio técnico en la interpretación de los datos genéticos:

Los investigadores deben definir el número (K) de grupos de antemano, porque esto es lo que requiere el programa. El programa fue diseñado para dividir a los individuos en cualesquier conjunto predeterminado de grupos que pidan los investigadores, con indepdendencia de que exista o no en la naturaleza. En otras palabras, si el investigador pide que se estructuren los datos de forma que aparezcan los individuos en cuatro grupos, la estructura identificará esos cuatro grupos.

K=6. Estructura de la población genética humana dividida por continentes

K=6. Estructura de la población genética humana dividida por continentes

Pero Razib Khan no está de acuerdo con esta conclusión. Si bien es posible agrupar la información del modo en que queremos, sin que efectivamente esto corrobore la existencia de «tipos naturales», no todas las combinaciones K que escogemos se ajustarían igual de bien a los datos. Para Khan la interpretación “clinal” de los datos genéticos, es decir, la idea de que la variedad biológica humana se da en la forma de un gradiente continuo a lo largo de toda la geografía del planeta, no sirve para eliminar la idea de diferencias raciales discretas en los seres humanos, incluyendo diferencias continentales.

En cualquier caso, no todos los genetistas poblacionales y los biólogos evolucionistas coinciden tradicionalmente con la apreciación de que el concepto de raza es inútil para dar cuenta de la variedad biológica existente. Sólo por mencionar dos referencias clásicas, Theodosius Dobzhansky, uno de los padres de la «teoría sintética», consideraba que la especie humana es politípica, incluyendo variedades raciales, y Ernst Mayr consideró hasta el final de su vida que los negacionistas raciales “eran obvios ignorantes de la biología moderna”.

El tabú de la biodiversidad humana

Pero la parte más especulativa del libro, según su propio autor, coincide con los capítulos 6 a 9, cuando se conjetura sobre la posibilidad de que las diferencias biológicas entre grupos humanos expliquen al menos parte de sus diferencias sociales e institucionales.

Para Wade, las instituciones humanas, del derecho a la religión, no son autónomas, sino que dependen de diferencias sutiles aunque cruciales en la conducta humana en parte guiadas por selección natural reciente (durante los últimos 10.000 años): “La naturaleza social humana no varía gran cosa de una sociedad a otra, pero pequeñas variaciones en la conducta social probablemente pueden generar diferencias persistentes en las instituciones humanas”.

La “naturaleza humana” está lejos de ser inalterable. Hoy sabemos que los seres humanos han desarrollado adaptaciones específicas como respuesta a cambios ambientales ocurridos sólo en los últimos milenios, como la tolerancia a la lactosa en los pueblos expuestos a la revolución agrícola o la adaptación a las alturas de los tibetanos. Otros rasgos que creíamos más ornamentales, como la paleta de color en los ojos de los europeos, o incluso su piel clara, quizás también se haya desarrollado en tiempos históricos. Aunque los detalles se discuten largamente, hasta el 14% del genoma humano actual podría haber experimentado cambios debido a la selección natural en tiempos recientes.

Las conjeturas de Wade sobre una profunda interacción entre evolución histórica y biológica desafían una tradición intelectual firmemente asentada en las ciencias humanas, la antropología o la economía del siglo XX y XXI, según la cual los seres humanos sólo varían significativamente en función de su cultura, educación e instituciones. Desde este paradigma, sólo las explicaciones en términos culturales deben ser teórica y quizás moralmente aceptables, mientras que se endurece hasta términos poco razonables el rigor de prueba de las explicaciones no culturales. Esta endiablada doble exigencia, ideológica y metodológica, explica que desde los años setenta del siglo pasado, tras la sociobiolología de Wilson, las teorías no culturales de la conducta humana se hayan enfrentado con fuertes críticas, e incluso con acoso académico y campañas de desprestigio. Las peligrosas ideas de Wilson fueron descalificadas como “racismo, misoginia y eugenesia” y miembros del “partido de los trabajadores” llegaron a interrumpir un evento de la asociación americana de antropología de 1978. Los reproches actuales, y el tono crítico tajante de los antropólogos boasianos y algunos líderes intelectuales, en consecuencia, no es novedoso.

Quizás el punto más importante del libro y del conjunto de todas las discusiones es este: la variación biológica entre poblaciones humanas es un hecho (Nota bene: la variación biológica entre grupos es sólo una parte de la variación biológica humana total). Con independencia de que esta variación sea “racial”, “clinal”, o algo muy sofisticado a medio camino, lo cierto es que los grupos humanos varían biológicamente entre sí, que esta variación en parte depende de la evolución regional y reciente, y que con toda probabilidad afecta significativamente a las diferencias sociales que observamos hoy entre seres humanos. Wade no ha escrito un manual científico, por lo que es corriente que su planteamiento contenga errores, imprecisiones y conjeturas sin corroborar. El tono de algunas críticas en la recepción de este libro, sin embargo, es difícil de explicar en el marco de una discusión científica normal.

66 Comentarios

  1. Como anillo al dedo para rebatir el argumento totum revolutum tan caro a los negacionistas de la relación entre genes y razas/inteligencia, y empleado reiteradamente por este Aníbal Monasterio que tanto ha intervenido aquí, en http://www.c3c.es/razas.htm escribí hace años lo siguiente:
    «Un argumento habitual entre quienes niegan la verdadera magnitud de la influencia genética en la inteligencia consiste en resaltar los muchísimos genes de los que depende. Sí, probablemente son muchos, pero que alguien me explique, por favor, por qué extrañas razones el determinismo múltiple ha de acabar desembocando en el indeterminismo. No hace falta ser programador ni matemático para entender que, si en una ecuación la variable dependiente depende de un centenar de factores, a cada conjunto específico de valores de esos factores le corresponderá siempre el mismo resultado».
    Y añadiría ahora: “Y esa misma multifactorialidad haría el resultado bastante robusto (teoría de redes) frente a pequeñas variaciones en determinados genes”.
    En la página web citada he acumulado 13 razones por las que, sin necesidad de esperar a conocer en detalle la brutal complejidad de las interacciones genómicas y los cambios epigenéticos, podemos considerar como muy probable la existencia de diferencias cognitivas entre las razas. (El debate previo sobre si existen o no razas me parece una pérdida de tiempo; no hay que caer en esa trampa tendida por los “nurturistas”). Pero es que a esas razones “teóricas” se suma la evidencia empírica: véanse también estas dos recopilaciones de referencias a más de un centenar de artículos centrados en las razas y las diferencias cognitivas: https://delicious.com/enadelfo/raceshttps://delicious.com/enadelfo/intelligence Entre ellos hay muchos sobre el descubrimiento de genes concretos claramente relacionados con factores cognitivos o conductuales muy importantes para la vida en sociedad. Los genes que codifican la MAO A son ya casi historia en comparación con todo lo que se ha descubierto luego. Estamos hablando de la testosterona, la oxitocina, el receptor D4 de la dopamina, las esfingolipidosis entre los judíos, las variantes del gen transportador de la serotonina, los distintos niveles de la hormona del crecimiento IGF-I (relacionada con la inteligencia) entre las distintas razas, la microcefalina, etc.
    Y a esas consideraciones teóricas + evidencia empírica se suma (¡por qué no lo admitimos de una vez!) la experiencia personal. Todos conocemos a algún maestro o profesor de instituto que en voz muy baja, ebrio quizá y en un momento de debilidad, nos ha reconocido que sus alumnos asiáticos obtienen resultados claramente mejores que los norteafricanos. De eso he hablado también en http://www.c3c.es/iqpisa.htm y en http://www.c3c.es/laboasiati.htm.
    Por último, estoy seguro de que algún día se descubrirán los alelos responsables del carácter derrochador e infantil de los españoles.
    De todas formas, la verdad, es agotador tener que aportar tantas pruebas cuando ellos utilizan solo dos o tres ideas fijas reñidas con la realidad.
    Buen solsticio de verano a todos,
    E.

  2. Pingback: Anónimo

  3. No he podido resistirme. La comunidad científica rechaza de plano las equivocadas apropiaciones de Wade de la genética y biología molecular para defender supuestas diferencias raciales en inteligencia y el diferente desarrollo histórico de las sociedades. Una vez más vuelvo a reiterar que el último libro de Wade no se sustenta en ninguna base sólida científica y que todo son valoraciones y opiniones de un autor que no es científico profesional de las cuales se pueden inferir afirmaciones racistas y posiciones marginales. (Claro esta un tipo argumento de quien siga creyendo en esta pseudociencia será que sólo unos pocos intelectuales se atreven a mostrar datos que no son políticamente correctos porque el resto de científicos tienen miedo de mostrar la verdad porque afectaría a sus carreras. De risa si alguien lo ve así)

    Esta es la carta de más de 100 investigadores en genética y biología molecular dirigida al New York Times:http://cehg.stanford.edu/letter-from-population-geneticists/

  4. Ernesto, si no hubiera notado un tono despectivo en el uso del pronombre «este» seguido de mi nombre ni me hubiera detenido en mencionarte. Pero creo que es de estudio cómo personas (aparentemente) inteligentes puede amasar una gran cantidad de datos y defender con lógica teorías conspiratorias al margen del consenso científico. Cass Sustein da algunas aclaraciones de cómo se forman estas creencias en las personas en un pequeño libro que te recomiendo por si puedes aplicarte de buena forma el viejo adagio inscrito en el pronaos del oráculo de Delfos.

  5. Eduardo says

    Las cartas conjuntas de científicos no tienen ningún valor científico como tal. La verdad científica no se puede establecer con declaraciones de este tipo, no importa si lo firman 100 o 1000 «investigadores». Ese procedimiento es propio de de concilios religiosos, no de discusiones científicas. Para poner un ejemplo, la declaración «Dissent from Darwin» está firmada también por decenas de biólogos y académicos, perfectamente acreditados, que dicen estar en contra de Darwin. ¿Es eso una prueba de que Darwin esté equivocado? Ese tipo de declaraciones colectivas son simplemente una vergüenza. La forma de criticar los argumentos de Wade y los de cualquier otro consiste en publicar artículos y opiniones a través de medios corrientes, y donde se expresen argumentos substantivos. Y aquí, no importa cuanto se insista en ensuciar el debate con adjetivos denigratorios y declaraciones de superioridad moral como las arrriba expuestas por Aníbal, nos encontramos sistemáticamente con opiniones favorables y contrarias en distintos grados.

  6. Eduardo says

    Para que se vea de qué va todo esto. En su carta, los biólogos reunidos en concilio excomulgan a Wade entre otras cosas por especular sobre que «evolución humana reciente ha dado lugar a diferencias globales en CI».

    Pues bien, Wade no habla de CI en su libro.

    Siempre se ha quejado de que están criticándole sin leerle, y todo indica que así es. Dicho sea de paso, contrariamente a la afirmación de la carta, la evolución humana reciente con toda probabilidad es responsable de cambios recientes en inteligencia y diferencias entre grupos (ver la charla de Pinker sobre inteligencia askenazi, por ejemplo), pero lo que quiero subrayar ahora es que Wade NO habla de eso.

  7. Por supuesto que una mayoría opinando una cosa no tiene valor científico. Pero entonces ahora la pregunta es: ¿tiene valor científico una mayoría de científicos frente a un periodista que no ha trabajado ni en genética ni en biología molecular y que habla de genética y biología molecular?

    Eduardo, no sé pero a veces creo que te excedes. Vuelvo a remetir a la gente a todo lo que he estado comentando aquí y finalmente a la carta de mas de 100 investigadores negando cualquier valor a Wade.

  8. Eduardo says

    Muchos de los firmantes de la carta tampoco son expertos en genética de poblaciones (aunque sean biólogos, como Coyne) y, sin embargo, firman la carta. Por lo que mi respecta estas declaraciones conjuntas no tienen valor científico alguno. Nunca y en ningún caso. Los concilios y declaraciones dogmáticas son para la religión. En ciencia se puede discrepar.

    También yo remito a todo lo dicho.

    Y a esto. Henry Harpending:

    «The last half century of population genetics has been more or less dominated by neutralism, a model of genetic change that postulated, in its strong and common form, that population differences are a passive reflection of histories of gene flow and genetic drift. In human genetics, especially, selection has been of little interest. The idea of group differences being products of natural selection is abhorrent to many. The reaction to recent models of selection in humans recalls a common quotation whose origin is murky but is often attributed to a Victorian lady, reacting to news of Darwin’s theory of evolution by natural selection: “My dear, I trust that it is not true; but if it is, let us pray that it may not become widely known.”»

    http://westhunt.wordpress.com/2014/08/09/at-least-erroneous-in-faith/

  9. Rodolfo says

    ¿Existe algún árbol filogenético de las razas humanas? y ¿que genes han sido tomados en cuenta para hacer este árbol?

    Jim Watson

  10. Eduardo says

    No conozco ese árbol filogenetico pero en principio se podría construir. También hay que tener en cuenta que muchas diferencias raciales humanas son evolutivamente muy, my recientes (hay quién dice que los fenotipos asociados a piel y ojos claros surgieron en tiempos históricos), aunque las poblaciones continentales pueden tener varios miles de años de separación.

  11. He leído recientemente la traducción (poco afortunada, la verdad) de la Herencia incómoda. Francamente, esperaba más contundencia en las conclusiones.
    Para quien le interese, en http://www.c3c.es/waderecula.htm hago algunos comentarios sobre las vacilaciones e incoherencias del autor a lo largo del texto.
    El temor a las acusaciones de racismo sigue siendo una rémora para pensar con libertad.
    (Todo ello no es óbice para reconocer el mérito de Wade).

    Saludos.

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