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¿Cuándo comienza la historia?, por Daniel Lord Smail

Cuando estaba en el instituto -nací en 1961- estaba bastante claro que la historia comenzó en 1492. Es verdad que en nuestras clases de estudios sociales tratábamos a los pueblos nativos americanos, y dado que crecí en Winsconsin, esto significaba los Chippewa. Pero la nación Chippewa no poseía exactamente una historia. Todo lo que tenían era una colección de costumbres inmemoriales, encapsuladas en los dioramas congelados que íbamos a ver al Museo de la Sociedad Histórica de Madison. Nunca tuvimos que memorizar ningún dato asociado a los Chippewa. En este sentido, Wisconsin sólo entró en la corriente de la historia cuando llegaron los primeros comerciantes franceses para poner las cosas en movimiento, en el mismo sentido en que Cristobal Colón llevó mágicamente la historia a Norte América como un todo. Una delgada cortina cubría todo lo que había antes. Algo había allí, pero no estaba conectado con el flujo que llamamos «historia». A ninguno de nosotros se nos hubiera ocurrido preguntar qué estaban haciendo los Chippewa en Wisconsin al mismo tiempo que los romanos estaban haciendo cosas en Roma.

¿Cuándo empieza entonces la historia? En los currículum universitarios de hoy en día no empieza antes de 1492. Pero incluso si se hubieran ampliado nuestros currículum de historia, hay una misteriosa correspondencia entre el sentido de la historia de los chicos de mi escuela y el modo en que los historiadores profesionales y los currículum escolares enfocan la historia hoy. Hace muchos años era sólo un miembro junior de una universidad del estado de Nueva York. Un colega senior y yo estábamos hablando sobre cómo sería eso de enseñar historia en el instituto en los años 60. «Enseñaba cuatro cursos al semestre», me contó. «Hice de todo: Griegos, romanos, lo que fuera hasta el principio de la historia.» Se refería a Sumeria hace unos seis mil años. La frase me llamó la atención porque al mismo tiempo yo estaba enseñando un curso de historia, «Una historia natural», que comenzaba hace unos tres millones de años. Para ser justo, él no quiso decir que la humanidad empezó en los húmedos e irrigados campos de Mesopotamia, el equivalente secular del jardín del Edén. Quiso decir que algo que llamamos convencionalmente «historia» empezó allí. Pero aún está esa fina cortina que cubre la visión del otro lado. Más allá, no hay fechas. No hay historia. Un conjunto indiferenciado de cazadores-recolectores, con sus costumbres inmemoriales, sus pinturas en las cavernas, y sus vidas solitarias, desagradables y brutales.

Éste hábito cronológico mediante el que la «historia» se separa de la «prehistoria» resulta típico de los departamentos de historia en las escuelas y las universidades de los Estados Unidos. En realidad, a muchos departamentos les falta hoy un historiador de la antigua Grecia o Roma, y la misma Sumeria hace tiempo que se ha ido. Pero los orígenes sumerios de la historia sobreviven en los cursos sobre la civilización occidental y los libros de texto porque es un lugar confortable y familiar desde el que empezar. Debemos empezar por alguna parte, ¿de acuerdo? De otro modo, el oscuro abismo del tiempo se abre claramente bajo nuestros pies, y nos tambaleamos precariamente sobre el borde, enfrentándonos a la inmensidad del pasado. Apenas podemos advertir a los arqueólogos, paleoantropólogos, y biólogos que trabajan en el otro lado de la sima. Si bien podemos dejarles con seguridad todo eso, puesto que por alguna razón no se trata de historia.

Pocos historiadores profesionales niegan que hay algo ahí, al otro lado del abismo. El problema es que no sabemos de qué modo pensar en ello como historia. En consecuencia, existe un acuerdo tácito y generalizado sobre la frase memorable acuñada por dos influyentes historiadores en 1898: «Sin documentos, no hay historia». Y dado que la escritura tiene poco más de cinco mil años, esto limita la historia al pasado al que estamos habituados. Extrañamente, está bien emplear evidencia no documental después de que una sociedad dada ha llegado a la escritura. Por eso los historiadores estadounidenses se permiten a sí mismos consultar la evidencia arqueológica en sus esfuerzos para resconstruir la historia del Nuevo Mundo después de 1492. Lo que a menudo se permiten menos es confiar en la evidencia arqueológica en ausencia de documentos. La existencia de documentos contemporáneos de algún modo «purifica» la evidencia arqueológica de su corrupción científica convirtiéndola en merecedora de ser historia.

Mediante ésta lógica, estamos limitados a una historia que no abarca más de cinco o seis mil años. Apenas es una coincidencia que éste marco temporal corresponda con la cronología Judeo-Cristiana, de acuerdo con la cual el mundo fué creado en el 4004 a.C. Hace ciento cincuenta años, los límites de la cronología Judeo-Ciristiana fueron deshechados durante el curso de una revolución intelectual al menos tan significativa como los descubrimientos del heliocentrismo y la relatividad. Gracias a Charles Lyell, Charles Darwin, y otros, ahora somos conscientes de la inmensidad del tiempo geológico y astronómico. Hemos comprendido nuestra ascendencia primate y la unidad de la vida. Pero aún así continuamos enseñando historia como si ésta empezara entre los dos grandes ríos de Mesopotamia hace unos seis mil años. De éste modo, traducimos la historia del Génesis en los términos seculares adecuados, pero dejamos intacta la narrativa básica. Para todos los efectos, la «historia» en cuanto enmarcada en nuestros currículum y planes de estudios, aún no ha experimentado la revolución Darwiniana.

Entonces, ¿a qué se parece la historia si echamos por la borda la idea de prehistoria, corremos la cortina y nos arrojamos a nosotros mismos al abismo del tiempo? Una historia profunda nunca puede disfrutar la amplia gama de recursos disponibles para los historiadores del pasado más reciente. La biografía y la historia de las ideas son basante desesperadas, y nunca podremos tocar a la gente del pasado a través de sus propias palabras. Pero ahí hay historia que escribir. Jared Diamond, Tim Flannery y otros han mostrado cómo la ecología, el medio ambiente y la enfermedad pueden proporcionarnos modos convincentes de conectar el pasado profundo con el pasado reciente. Podemos trazar el movimiento de los pueblos, las cosas y los fenómenos de los últimos cincuenta mil años con considerable fidelidad, escribiendo historias que hablan sobre diásporas humanas, comercio y jerarquías. Los excrementos fosilizados y los huesos proporcionan extraordinarias visiones sobre la salud, la dieta y la división del trabajo por género, temas que conectan con el trabajo de los historiadores del pasado reciente. El oscuro abismo ya no es tan oscuro. En tanto y cuanto rechacemos la asociación de la historia humana con las ciudades y los imperios, en tanto y cuanto reconozcamos que los huesos, las herramientas, los alimentos rituales, las chimeneas, los montones de basura, los vestidos, los fonemas y los genes son tan útiles como los documentos, no hay fin para las posibilidades de una historia profunda.

Más que ninguna otra cosa, la nueva ciencia de la neurobiología ha proporcionado múltiples modos de escribir una larga historia centrada en el rasgo definitorio de la humanidad, el cerebro. Ahora sabemos bastante sobre cómo funcionan neurontransmisores como la dominamina y la serotonina en el sistema cerebro-cuerpo. Hemos comenzado a reunir éstos neuroquímicos para entender de qué modo estaban involucrados en la co-evolución del cuerpo humano y la cultural humana durante varios cientos de miles de años. Obviamente no podemos medir los niveles de dopamina en las sinapsis de los pueblos muertos. Lo que podemos hacer es desarrollar historias sensibles al hecho de que una gran parte de las prácticas humanas y de las instituciones humanas -liturgias, rituales, espectáculos, comidas, drogas, formas de tortura y privación- poseen innumerables consecuencias psicológicas. Todo esto no ha llegado por accidente. Puede que las instituciones humanas que han surgido en los cinco mil años pasados fueran diseñadas por reyes, sacerdotes, administradores o artesanos, pero ellos también fueron «diseñados» por el proceso de selección cultural para modular o manipular la química del cerebro-cuerpo de uno mismo o de los súbditos y clientes. Ésta clase de visión puede ayudarnos a entender, pongamos por caso, la evolución de las prácticas de privación sensorial en las religiones monásticas. ¿Qué mejor manera puede haber para inculcar la adicción a las oraciones, las liturgias y las prácticas ascéticas que aligerar la desagradable sensación de privación de dopamina? Una neurohistoria, escrita a la luz de la neurobiología, puede ayudarnos a ver cómo se diseña la moderna economía mundial para proporcionar domanina, serotonina, epinefrina y todos los neurotransmisores y hormonas que prestan el color, las pizzas y el comfort de nuestras vidas. Pero nada de esto tendrá sentido hasta que comprendamos la larga historia del cerebro.

La primera vez que enseñé la historia profunda de la humanidad, hace siete años, un estudiante anónimo hizo éste comentario en un examen del curso: «Esta es la primera clase de historia que ha tenido sentido para mí.» Mis estudiantes presionaron, empujaron e interrogaron, pero estaban animados por lo que habían aprendido y su sentido de la historia se había ampliado. Y es que la historia siempre ha necesidado ser ampliada. El año pasado, la mitad de las tesis escritas en mi departamento de historia tenían un punto de balance cronológico situado después de 1939. Tres cuartas partes trataban del siglo XX. De este modo la historia ha sido reducida a un conjunto de asuntos actuales. Hagamos histórica la historia de nuevo. Ha llegado la hora de renovar nuestro sentido natural del asombro por el pasado profundo. Remodelando nuestra idea de lo que es la historia, alcanzando los términos de la revolución darwiniana, podemos abandonar el secular Edén de Mesopotamia y comenzar la historia donde debería empezar: en África.

Traducción : Eduardo Robredo Zugasti

17 Comentarios

  1. Para alguien como yo interesado en la historia y en sus enseñanzas y que además desconfía de numerosas «versiones oficiales subtituladas» que se han dado por probadas sobre lo que pasó, cómo pasó y por qué pasó, le resulta especialmente motivador un artículo como este que abre para mí por un lado muchas posibilidades de seguir aprendiendo y por otro confirmaciones de que mi particular visión de la historia está próxima a nuevos paradigmas que se están investigando.

    Muchas gracias y enhorabuena por esta iniciativa
    Raúl Gómez

  2. J. Moreno says

    Bienvenido este blog que aportará un poco más de racionalidad a los internautas que recalen en él.

    Aunar esfuerzos para dar respuestas con rigor científico a las múltiples visiones del homo sapiens sobre su realidad, es una tarea de Titanes.

  3. …Me siento pequeño… muy pequeño.
    Aún así, en primer lugar, felicidades por el artículo… despues.. quizá el problema de esa visión «compacta» de la historia que describe sea precisamente esa falta de «neurohistoria». ¿Hemos llegado a un punto de no retorno en lo social? ¿Solo nos interesa una actualidad rápida y desconectada de la realidad? Noticias descontextualizadas… No somos capaces de ir haciendo historia de nuestra propia actualidad.
    No se si me explico… y sigo siendo pequeño.

  4. Pingback: ¿Cuándo comienza la historia? - DanielTercero.net

  5. Fabrizio says

    En mi opinión, un gran problema en el estudio de la Prehistoria ha sido que muchos de sus estudiosos (caso de los paleontólogos) han sido poco fiables y muy dados a encontrar pruebas materiales que siempre confirmaban sus tesis previas (algo así como los antropólogos, pero sin llegar a sus delirios). De acuerdo que esto se da en general en cada periodo histórico, pero al ser éste un campo más abierto y menos «verificable», los disparates también han sido más abundantes.

  6. La redacción del artículo es deficiente; errores como «currículums» y sandeces como «división genérica del trabajo» muestran que incluso en sitios como este en los que se busca el rigor y la fundamentación sólida de lo que se dice se desprecia el idioma y su buen uso tanto gramatical como de estilo.

  7. Tercera Cultura says

    No se muy bien si lo que le parece una sandez es la expresión original «gendered division of labor» en si, o la traducción. Quizás sería más correcto «división del trabajo por géneros».

    En lo del plural de curriculum lleva razón.

  8. Lo correcto es «división del trabajo por sexos». Hay muchos más errores: como tildes mal puestas y una auténtica burrada:»Hemos comprendido que los primates son ancestros nuestros»

  9. Tercera Cultura says

    Vale, lo de los primates ya está corregido. Pero «sexo» no es igual a «género», son términos académicamente distintos.

  10. micaela jara says

    la historia tiene como objetivo conocer todo hecho del pasado.en sintesis la historia es una ciencia social querelata y estudia los hechos humanos. muchas gracias!!!

  11. bitnux says

    correctisimos todos los comentarios, pero que hacemos con las administraciones de turno, con los cambios economicos injustos, todo en son de un disfrazado <>…
    y alianzas de civilizaciones como dinero publico arrojado en el vacio interplanetario…
    mientras se conduce mediante decretos ley, solo falta la treiste figura en el hemiciclo
    y parece que la historia se repite mecanicamente, solo cambiandose los payasos
    Viva FOFO !! al menos era libre, y nos hacia compartir el sentimiento

  12. josé mercado says

    Parece que son ateos y no creen en Dios y en su palabra .si tan solo creyeras ,podrias deducir que 4000AC mas (+) 2013DC .por su palabra ,El hizo las cosas en gran manera .El no hizo un pollito y se sento a esperal a que creciera ,El no hizo a un bebe y espero a que creciera ,El creo un hombre cosas encompleto .al igual del resto de las cosas en

  13. Julián Rodríguez says

    Gracias por este acertado y excelente artículo. Dejemos las doctrinas y vayamos a las evidencias.

  14. Pingback: Biolingüistica: La lengua de la humanidad - Gen Altruista - Ana Herbsztein

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