Tercera Cultura
comentarios 2

EL ‘LUTO’ DE LOS CHIMPANCÉS

Publicado en elmundo.es

EL ‘LUTO’ DE LOS CHIMPANCÉS Nuestros parientes más cercanos del reino animal velan, asean y acarician el cadáver de sus seres queridos, demostrando que pueden sentir aflicción como el ser humano.

ROGER CORCHO

EL 'LUTO' DE LOS CHIMPANCÉSPansy era un chimpancé hembra de unos 50 años -el más longevo del Reino Unido- que vivía en el Safari Park de Blair Drummond, próximo a la ciudad escocesa de Glasgow. Su muerte, a finales de 2008, fue captada por unas cámaras colocadas en una de las plataformas interiores del zoo, donde un grupo de chimpancés se resguardaba en invierno. El visionado de las imágenes deparó algunas sorpresas al personal de la instalación: cuando estaba moribunda, Pansy recibió muchos más cuidados de los acostumbrados. Tras su muerte, su hija veló el cadáver durante toda la noche y, posteriormente, otros chimpancés la asearon y acariciaron. Los siguientes días, el grupo se mostró apagado, y sus miembros procuraban evitar el recinto en el que se había producido la muerte.

Resulta conmovedor observar conductas animales que esbozan sentimientos -como la pena o la aflicción- que consideramos singularmente humanos. James Anderson, psicólogo de la Universidad de Stirling, es el autor de un estudio publicado esta semana en la revista Current Biology. Para Anderson, estas conductas muestran similitudes entre la manera de enfrentarse a la muerte de los humanos y la de los chimpancés, «aunque los ultimos no tienen ni creencias ni rituales religiosos en torno a la muerte». También afirma que «la capacidad de reconocer la muerte por parte de los chimpancés está probablemente más desarrollada de lo que a menudo se sugiere».

Los chimpancés de Escocia no son un caso aislado. Existe otra filmación de 2003 que documenta el caso de dos chimpancés hembra de la región guineana de Bossou especialmente sensibles a la muerte de sus crías. Jimato tenía un año cuando contrajo la gripe y falleció. Lo mismo ocurrió con Veve, de dos años y medio. Durante 68 y 19 días, respectivamente, sus madres portaron sus cadáveres en sus tareas diarias y los cuidaron como si estuvieran vivos, protegiéndolos incluso de las moscas que se agolpaban a su alrededor. Jimato y Veve se acabaron momificando debido al tiempo transcurrido y a la sequedad del clima y, finalmente, sus cuerpos fueron abandonados. Para la investigadora de la Universidad de Oxford Dora Biro, podría tratarse de una conducta aprendida, ya que en ese mismo lugar se habían observado pautas semejantes una década antes.

Aunque la indiferencia a la muerte de los congéneres es muy habitual entre muchos seres vivos, se empiezan a acumular evidencias de especies en las que se reconoce el deceso. Los elefantes son otro ejemplo. En el Parque Nacional de Amboseli en Kenia, la investigadora de la Universidad de Sussex Karen McComb constató que los paquidermos, al encontrar restos de un ejemplar que había pertenecido a su manada -a los que distinguen por el olor-, tocaban sus huesos con la trompa y las extremidades. El reconocimiento suscita una conducta característica que no tiene nada que ver con la indolencia que muestran ante cualquier otro cadáver, sea de elefante o no.

El economista Adam Smith definió la empatía como «la capacidad de ponerse en el lugar del que sufre». Los chimpancés se caracterizan por ser unos primates muy agresivos -existen numerosos estudios que describen las violentas luchas de poder en cada grupo-, pero estas observaciones muestran que también son capaces de preocuparse por sus congéneres. Además, queda en entredicho que la empatía o el reconocimiento de la muerte sean rasgos propiamente humanos. Al contrario, son conductas que aparentemente se extienden más allá de nuestra especie para darse en otros primates. Esto significa que tendría que estar implicada la herencia genética.

Para Anderson, «la Ciencia proporciona evidencias sólidas de que los límites entre nosotros y el resto de especies de ninguna manera están cerca de quedar claramente definidos, al contrario de lo que muchos piensan». Del mismo parecer es el reconocido primatólogo Frans de Waal, para quien el enfoque evolucionista obliga a pensar que «en algún nivel tiene que haber una continuidad entre la conducta de los seres humanos y la de los primates. Ningún ámbito, ni siquiera nuestra famosa moralidad, puede excluirse de esta suposición».

Con cada nuevo descubrimiento científico, las esferas en las que se resguardaba la espiritualidad y singularidad humanas explotan y se desvanecen en el aire de forma sistemática. Al final, lo que se vislumbra es simplemente un mono desnudo -según el afortunado título escogido por Desmond Morris-, con unos rasgos característicos muy marcados para los que se descubren paralelismos con el resto de primates y seres vivos.

Si no somos más que «una ramita del inextricable y exuberante arbusto de la vida», como decía Stephen Jay Gould, en ese caso es evidente que cada vez comprendemos mejor tanto el vínculo de unión de nuestra especie con el resto de seres vivos, como también nuestra propia humanidad.

2 Comentarios

  1. Estoy bastante de acuerdo, salvo con la hipótesis de que el «luto» sea una señal de «empatía»: el animal vivo puede estar triste por haberse quedado ÉL sin la compañía del otro, y no tanto porque experimente pena por el sufrimiento del OTRO al morir (pues seguramente tampoco tiene una noción clara de lo que uno nota al estar muerto).
    Esto no quiere decir, desde luego, que algunos animales (incluidos los humanos, en algunos casos) NO experimenten algún tipo de empatía, sólo que la conducta hacia los congéneres difuntos no tiene por qué experimentarse como una manifestación de empatía.

  2. Pingback: EL ‘LUTO’ DE LOS CHIMPANCÉS « Mujerárbol Nueva

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *