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El caso Rushdie

Hace veinte años el caso Rushdie supuso un cisma entre la sociedad británica y su minoría musulmana. La campaña contra el libro Los Versículos Satánicos transformó el paisaje cultural y político de Gran Bretaña. La quema de libros durante las protestas y la fatua lanzada por el Ayatollah Khomeini obligó a Salman Rushdie a esconderse durante toda una década.

El caso Rushdie difería de los conflictos previos acaecidos previamente entre la sociedad británica y sus minorías. La ira musulmana no era debida a cuestiones como la discriminación o la pobreza, si no a la ofensa que las palabras de Rushdie habían provocado en los sentimientos más profundos de los creyentes musulmanes. ¿ De dónde provenía esta herida y porqué se manifestaba ahora ? Podía y debía ser mitigada esta angustia musulmana ? ¿ Cómo se vertebraba este enfado en temas políticos como los derechos y deberes ciudadanos ? Gran Bretaña no se había planteado antes este tipo de cuestiones. Veinte años después aún busca las respuestas.

Fue a través del caso Rushdie que muchos de los temas que ahora dominan el debate social y político – el multiculturalismo, la libertad de opinión, el islamismo radical – salieron a la superficie. Fue también debido a este caso por lo que nuestra opinión sobre estos temas empezó a cambiar. En la era post – Rushdie se ha afianzado el sentimiento de que en una sociedad plural es inaceptable el ofender a otras culturas o credos. En 1989 poca gente habría dudado sobre el derecho del escritor a publicar su novela. En 2005 estaba extendida la percepción de que el periódico danés Jyllands-Posten hizo mal en publicar las viñetas de las caricaturas de Mahoma. Los políticos rogaron a los medios británicos para que no las publicaran, y condenaron a otros medios europeos por hacerlo bajo el epíteto de “irrespetuosos”.

Shabbir Katar es un filósofo musulmán que se convirtió en el vocal del Consejo de Mezquitas de Bradford (GB) después de la quema de libros de Rushdie. Recomienda la auto-censura como algo valioso. Viene a decir que lo que Rushdie publica afecta a muchas personas en un mundo donde cohabitan convicciones y pasiones variadas. Muchos liberales son ahora de la misma opinión. “Si la gente comparte el mismo espacio público y político sin que haya conflicto”, menciona el sociólogo Tariq Modood, “debe evitar extralimitarse en lo que dice”.

El impacto de los atentados del 11/09 en Nueva York y del 07/07 en Londres, y la muerte del realizador holandés Theo van Gogh en 2004 han acabado de modelar el paisaje cultural. Particularmente significativa es la historia de La Joya de Medina, escrita por la periodista norteamericana Sherry Jones. La novela sobre Aisha, la esposa más joven de Mahoma, debía ser publicada por Random House el año pasado, pero después de que un académico norteamericano la describiera como “ofensiva” la editorial la desestimó. Ninguna otra gran editorial se interesó por ella. En 1989 la editorial Penguin continuó publicando Los Versos Satánicos a pesar de la fatua, las amenazas de muerte e incluso el asesinato de algunos editores y traductores. Veinte años después de la fatua de Khomeini el terror se ha interiorizado.

El novelista Hanif Kureishi, un amigo de Rushdie desde tiempos anteriores a la fatua, ha narrado extensamente la experiencia de los inmigrantes en Gran Bretaña a través de novelas como el Buda de los Suburbios y películas como Mi hermosa lavandería. Hablé con él recientemente sobre el impacto de la campaña contra Los Versos Satánicos en su propia obra y sobre la cultura británica en general.

“Nadie”, comenta Kureishi, “tendría los huevos hoy en día de escribir Los Versos Satánicos, ya no te digo de publicarlos. La escritura hoy es timorata porque los escritores están aterrorizados”.

Como Rushdie, Kureishi es un escritor que entró en el panorama literario de los ochenta explorando las relaciones entre raza, cultura, identidad y política en la Gran Bretaña de Thatcher. Pero mientras el primero nació en Bombay y su obra se encuentra modelada por la política y la cultura del subcontinente, Kureishi nació en Bromley, en el sur de Londres, fue a la misma escuela de su tan admirado David Bowie (aunque no coincidieron), y su obra está tamizada por los sonidos y ritmos de la capital británica.

La escritora Zadie Smith leyó por primera vez a los quince años la semi-autobiográfica primera novela de Kureishi, publicada en 1990. “Un ejemplar del libro circulaba por nuestra escuela a escondidas”, comenta. “Cuando me llegó mi turno me lo leí de un tirón en el patio y me perdí todas mis clases. Algo que un lector blanco daría por descontado a esa edad, el placer de leer un libro sobre alguien que se te parezca un poco, a mí no me había sucedido hasta el momento al no poderme identificar con ninguno de los personajes asiáticos que aparecían en las novelas que había leído. Los personajes de Kureishi no encajaban con el tópico despectivo habitual acerca de los asiáticos. Eran tan presumidos, listos y con una fuerte carga sexual como el mismo Kureishi”. “Yo era un paki. Toda mi familia lo era. En mi trabajo había muchos. En cambio en las películas o novelas de ese tiempo no aparecían. O por lo menos paquistaníes que yo pudiera reconocer”, afirma el autor.

Más aún que el propio Rushdie, Kureishi se convirtió en el talismán de una nueva generación de asiáticos que luchaban no solo contra el racismo, sinó contra la imagen convencional que se tenía de ellos. El escritor Sukhdev Sandhu afirma que Kureishi cambió el enfoque sobre lo que significaba ser asiático tanto por lo que respecta a él mismo como por parte de sus amigos blancos. Los asiáticos “habían sido caricaturizados previamente como sumisos y retraídos. No queríamos ser tema de debate público o fuente de problemas. No fue el caso de los personajes asiáticos de Kureishi. “El lenguaje de Kureishi fue una revelación. No era ni dócil ni manso. Más bien dinámico, divertido e informal”.

Kureishi obtuvo su primer éxito en 1985 con Mi Hermosa Lavandería. Su obra narraba la historia de amor entre un aburrido adolescente asiático llamado Omar y un muchacho anglosajón de clase obrera llamado Johnny, con el telón de fondo de la recesión económica y el racismo imperante en la Gran Bretaña de los años 80. La película contrastaba con el patrón clásico que seguían los films “étnicos” hasta la fecha, por ser divertida, chocante y sensual. Pero al mismo tiempo que abordaba temas tabú y rompía prejuicios establecidos, también resultó embarazosa para los cronistas con un enfoque tradicional en su descripción de la vida del inmigrante. Sandhu recuerda como su padre le dio un cachete después de ver la película en familia por televisión. El pobre Sandhu no sabía nada de la película excepto de que trataba sobre asiáticos. “La noche que emitieron la película barrí la alfombra, preparé un aperitivo e hice instalar a mis padres enfrente del televisor”. Las escenas de sexo gay y los desnudos, así como la inmoralidad de algunos de sus personajes (traficantes de drogas o un empresario paquistaní sin escrúpulos) disgustaron sobremanera a mis padres. Además, los mullahs tampoco salían muy bien parados. “¿Porque nos muestras semejante porquería?”, aulló el padre de Sandhu, con sus puños amenazantes. “Y eso que ya no llegaron a ver la escena en la que Omar y Johnny follan en el la lavandería”, musita Sandhu.

“Mi padre se sentía aterrado con toda razón”, comenta. El film mostraba precisamente todo aquello a lo que más temía : la ironía, la juventud, la inestabilidad familiar, o el deseo sexual. A pesar de todo le enseñó, aunque le costó unos cuantos años el asimilarlo, que no podía controlar el futuro. Y controlar – esposas, niños y dinero – era precisamente aquello que más deseaba un inmigrante asiático tradicional”.

El padre de Sandhu no fue el único ofendido. Con tres años de antelación respecto a Los Versos Satánicos de Rushdie, la obra de Kureishi provocó la ira de los islamistas. “Hubo manifestaciones en contra en New York promovidas por la Pakistani Action Group”, comenta Kureishi. Cada viernes había un centenar de hombres de mediana edad manifestándose delante del cine gritando “No homosexuals in Pakistan”.

Lo que más molestó a los críticos de Kureishi es que no tratara a sus personajes asiáticos con respeto. “Soy un hombre de negocios profesional, no un pakistaní profesional” le dice a su colega Johnny el arrendador Nasser al desalojar a un arrendatario negro. “Se trataba de un nuevo concepto sobre lo que suponía ser asiático, dice Kureishi, “más allá de la clásica noción victimista. Quería mostrar que no todos los asiáticos eran simpáticos y políticamente correctos, por lo que incluí un personaje egoísta y ambicioso muy en la onda del Thatcherismo”.

Pero la idea de victimismo no sólo resultaba muy seductora, también creó extraños compañeros de cama. “Fue la primera vez, que yo recuerde, que la Izquierda y los fundamentalistas iban de la mano”, comenta Kureishi. Los críticos islámicos dijeron que se había llamado homosexuales a todos los musulmanes y que los platos sucios se tenían que lavar en casa. I la Izquierda dijo “deberías apoyar tu comunidad en lugar de atacarla”.

A pesar del encontronazo con los islamistas Kureishi no pudo imaginar lo que más tarde llegaría con Los Versos Satánicos. “Primero leí un borrador de Los Versos Satánicos. No encontré nada escandaloso. Lo vi como un libro sobre la psicosis, la novedad y el cambio. Los 80 fueron una época de fusión – en la música, la gastronomía o la literatura. Los Versos Satánicos formaba parte de esta corriente”. Aún cuando las protestas empezaron, no las tomó en serio. “Las manifestaciones contra Mi Hermosa Lavandería ser diluyeron. Pensé que lo mismo pasaría con Los Versos Satánicos”.

Kureishi ni siquiera recuerda la quema de libros. “No fue algo que me quedara grabado”, dice. “Sólo con la llegada de la fatua me quedó claro lo peligroso que era todo. Parecía de locos que alguien pudiera ser asesinado por escribir un libro. Estaba anonadado. ¿Cómo una comunidad se podía volver en contra de una de sus más brillantes voces?”.

La fatua supuso un trauma para Kureishi, y no sólo por ser amigo de Rushdie. “Cambió el sentido de mi escritura. A diferencia de Salman a mi nunca me interesó la religión. Provengo de una familia musulmana, pero perteneciente a la clase media – intelectuales, periodistas, escritores – y muy anti-clericales. Yo era ateo, como Salman y como muchos asiáticos de mi generación. Estaba interesado en la raza, la identidad, la mezcla, pero no en el Islam. La fatua cambió todo esto. Empecé a investigar sobre el fundamentalismo. Visité mezquitas y hablé con ellos.

Seis años después de la fatua de Rushdie, Kureishi produjo The Black Album, su trabajo más relevante en la era post – Rushdie (en estos momentos prepara una versión teatral con el Teatro Nacional para este verano). Ambientada en 1989 cuenta la historia de Shahid, un solitario y vulnerable estudiante que se debate entre el liberalismo y el fundamentalismo – entre Deedee, su maestro y también amante, que le introduce en Lacan, el sexo, Madonna y Prince (el título del álbum está prestado de un álbum de Prince), y Riaz, para quien toda la música pop es decadente y quien enseña a Shahid a pregar y a ayunar.

Dos años más tarde llegó Mi Hijo el Fanático, un relato corto, del que después se hizo un largometraje, que trata sobre la densa relación entre Parvez, un taxista de Bradford que sueña en hacerse rico y en encajar en la cultura británica, y su hijo, Alí, quien se decanta por el fundamentalismo islámico para encontrar un senda de orden moral y de sentido de pertenencia. “Amo a Inglaterra”, dice Parvez a su hijo. “Te dejan hacer casi todo lo que quieras aquí”. “Ese es el problema”, replica Alí.

Los fundamentalistas en las historias de Kureishi no pertenecen a la primera inmigración. Si sus padres lamentan la pérdida de un mundo que han dejado en sus sociedades de origen, los hijos anhelan un Islam que nunca han conocido. Se trata más bien de un conflicto generacional que de un choque entre civilizaciones. La primera generación desea prosperar materialmente, mientras que la segunda busca llenar un vacío espiritual. “Creo en una cosa”, dice el padre de Shahid en The Black Album. “Se llama trabajar hasta que me arda el culo”. Cuando Alí se enfrenta a su padre por la bebida en Mi Hijo el Fanático, el padre cuenta que “durante años he trabajado más de diez horas al día, he tenido pocas distracciones y nunca me fui de vacaciones. ¿Es entonces un crimen tomarse una copa cuando te apetece ? Alí insiste en que lo es, y acusa a su padre de estar “demasiado imbuido de la civilización occidental”.

“Los fundamentalistas que conocí”, dice Kureishi, “fueron educados e integrados de un modo tan inglés como el mismísimo David Beckham. Pero pensaban que Inglaterra era un sumidero. Tenían una visión apocalíptica del futuro. Vivían en un universo paralelo. No tenían idea de cómo sería la vida en un país islámico, pero clamaban por instaurar la Sharia. Y apoyaban un Islam que hubiera disgustado a sus padres”. Kureishi recuerda la visita a la casa de Farid Kassim, uno de los fundadores de la rama británica de la corriente Hizo ut-Tahrir. “Cuatro mujeres nos trajeron la comida. Entraron en la sala de espaldas, de manera que no pudiéramos ver sus rostros. No he visto nada parecido en ningún otro lugar”.

El caso Rushdie, valora Kureishi, transformó no sólo su manera de hacer las cosas, si no que influyó en la manera de hacerlas para el resto de la población, escritores incluidos. La fatua creó un clima de terror y miedo. Los escritores tenían que pensarse dos veces lo que estaban haciendo. La libertad de expresión se convirtió de nuevo en un tema de debate cuando parecía algo ya totalmente superado. Los liberales tuvieron que dar un paso adelante para defender algo que por obvio y por supuesto ni se habían planteado con anterioridad. ¿Cómo les ha ido ? Los ataques a Rushdie demostraron que las palabras pueden ser peligrosas. También demostraron que el pensamiento crítico es más importante que nunca, y que necesita ser protegido ante la blasfemia, la inmoralidad y el insulto. Pero la mayoría de la gente y de los escritores agachan la cabeza, prefieren tener una vida sin sobresaltos. No quieren una bomba en la puerta de su casa. Han sucumbido al terror”.

Kenan Malik

Publicado en http://www.kenanmalik.com/essays/prospect_kureishi.html

5 Comentarios

  1. Pingback: El caso Rushdie

  2. mujerpez says

    yo, que siempre había pensado en el Reino Unido como el lugar indiscutible de la defensa de los valores democráticos y la libertad de pensamiento me quedé prepleja ante el poco nervio que demostraron con el caso Rushdie. Luego, cuando me enteré d elo «tolerantes» que eran en cuanto a control de mezquitas e imanes…

    En fin, que igual tenía algo de razón la sra. Oriana

  3. (en estos momentos prepara una versión teatral con el Teatro Nacional para este verano)

    Ya veo: censura por un tubo.

  4. Parece evidente que en las sociedades democráticas y liberales de Occidente en donde su régimen constitucional ampara y regula el sistema de derechos y libertades que a tantos beneficia, sin embargo, se está consintiendo una constante coacción, un recurrente amedrentamiento por parte de las asociaciones e instituciones religiosas.

    En el caso de la iglesia católica, en particular, son tantas y tantas las muestras de chaladura y disparate que dan sus jerarcas y feligreses al deyectar sus opiniones (aborto, matrimonio homosexual, adoctrinamiento en las escuelas concertadas, uso preservativo, incidencia del sida…,)que es claro que aprovechan la desidia, y la más evidente aún lenidad por parte de nuestros gobernantes, para seguir infiltrándose, continuar adoctrinando, con el objetivo de reducir el laicismo a su mínima expresión. Vale.

  5. Voltaire Fernández de Hoz says

    No salimos del oscurantismo católico para caer en el musulmán. Por mucha moda caprichosa y fascinación que pueda despertar en mentes retrasadas, la religión islámica, como todas,es IMPRESENTABLE. Urge una nueva definición del espacio público, desde la educación, que debería ser pública y gratuita, de tanta calidad como la que se ofrece en siniestras órdenes religiosas que no quiero nombrar, hasta en los medios.

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