Un artículo publicado hace poco en Science ha suministrado más material inflamable en una larga polémica cultural sobre la presencia de la guerra en la evolución humana. Para los autores, los antropólogos finlandeses Douglas Fry y Patrick Söderberg, que se han basado en datos procedentes de una respetada base de datos etnográfica compuesta por una muestra de hasta 186 culturas tradicionales, la guerra es una forma poco usual de violencia entre cazadores y recolectores. Según su análisis “más de la mitad de los casos de agresión letal fueron perpetrados por individuos solitarios, y casi dos tercios resultaron de accidentes, disputas interfamiliares, ejecuciones dentro del grupo o motivos interpersonales tales como la competición sobre alguna mujer en particular”. La guerra sería más bien una característica de las culturas propietarias de tierra que ya habían desarrollado la agricultura, no un rasgo de nuestro ambiente adaptativo ancestral.
Otros antropólogos que han investigado en la guerra primitiva no están de acuerdo, o han llegado a conclusiones opuestas. Para Sam Bowles o Kim Hill la guerra habría sido un fenómeno relativamente frecuente entre nuestros antepasados, hasta el punto de que habría influído de forma significativa en la evolución de las conductas altruístas, en continuidad con una sugerencia que ya se encontraba en el mismo Darwin. Lawrence Keely calcula que los conflictos del siglo XX, el malvado “siglo del estatismo”, deberían haberse cobrado más de 2000 millones de muertos de haberse aproximado al porcentaje de víctimas típicas por esta clase de conflictos en sociedades pre-estatales. Los datos de otros antropólogos, tan discutidos por otros motivos, como el caso de Napoleon Chagnon, también apoyarían esta visión, digamos, más sombría de nuestro pasado fuera del estado.
El principal problema con el estudio de Fry y Soderberg parece afectar a la selección de la muestra: “Para ser puristas, sólo tuvimos en cuenta las fuentes más antiguas para cada cultura”, afirman sus autores, bajo la justificacion de que los estudios más antiguos son los que mejor reflejan los rasgos de las culturas tradicionales. Esta selección ha levantado la sospecha de otros estudiosos de la guerra y los conflictos primitivos, como Richard Wrangham o Raymond Hames, antropólogo en la universidad de Nebraska, que ha subrayado la falta de criterio de los autores del nuevo artículo en Science para escoger sólo los registros de violencia más viejos. Parece razonable, como señalan los criticos, que si sólo se tienen en cuenta los registros de actos violentos más tempranos, sin ofrecer una justificación de peso para hacer esta selección, toda la investigación posterior deja de contar a priori para clasificar como “guerrera” o “pacífica” a una sociedad.
Referencia:
Douglas P. Fry & Patrik Söderberg. (2013) Lethal Aggression in Mobile Forager Bands and Implications for the Origins of War. Science 341 (6143), 270-273. DOI:10.1126/science.1235675]
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