La vida pudo haber llegado a la Tierra empujada por la luz
En 1830 el químico sueco Jöns Jacob Berzelius confirmó que en ciertos meteoritos que «caían del cielo» había compuestos orgánicos. Aquello fue una revolución, en los meteoritos procedentes del espacio había lo que se consideraba propio de la vida: compuestos de carbono.
Aquel primer descubrimiento llevó a algunos científicos posteriores, como por ejemplo Richter o el famosísimo Lord Kelvin, a pensar que en los meteoritos podían viajar las «semillas de la vida» que podrían «sembrar» los planetas. No obstante aquello no eran nada más que ideas sin un apoyo teórico suficiente. En 1908, el premio Nobel Svante Arrhenius publicó la teoría que llamó «panspermia» en la que defendía que la vida se originó en el espacio y que viajaba empujados por la presión de la luz. Los microbios actuaban como velas solares. Sí, la luz además de iluminar y de calentar ejerce una fuerza de empuje que permite que los objetos cambien de órbita y se desplacen por el sistema solar. La idea se popularizó pero tampoco tenía muchos apoyos experimentales. Uno de sus defectos mayores era que la vida, tal como se conocía entonces, era tremendamente delicada y sensible a las condiciones del espacio exterior. ¿Cómo podía un microorganismo resistir millones de años en ese entorno tan hostil? ¿Cómo podía la vida originarse allí? Poco a poco las ideas se fueron afinando; por ejemplo, la vida podría haberse originado en un planeta –digamos Marte– podría haber colonizado rocas que en algún momento, bien por una fuerte erupción volcánica, bien por el choque con un meteorito salió disparada y se puso en órbita. Después, la presión de la luz y el llamado «efecto Yarkovsky» hizo que esa órbita fuera cambiando y en ciertas circunstancias pudo acercarse a la Tierra que la capturó con su gravedad. Se estima que en quince millones de años una roca puede pasar de la superficie de Marte a la Tierra. El «efecto Yarkovsky» se basa en que los pequeños meteoritos que giran, absorben la radiación procedente del Sol y la devuelven en otra dirección por lo que hay una fuerza que altera su órbita. En los años 60 del pasado siglo se informó de que habían logrado «resucitar» una bacteria que estaba en un cristal de sal con más de 500 millones de años. En aquel momento se rechazó la idea, pero experimentos posteriores han demostrado que es posible. Es decir, algunas bacterias aguantan 500 millones de años dormidas. Eso da pié a otra sugerente hipótesis: el intercambio de vida entre sistemas solares. De ello hablaremos en la próxima columna.