Cooperar con socios de los que podemos fiarnos nos permite compartir grandes botines y disfrutar de las mejores ventajas de vivir en sociedad. Los científicos que intentan explicar la evolución de la cooperación humana cada vez conceden más importancia a estos intereses mutuos, por encima incluso de los motivos supuestamente altruistas. Por ejemplo, para Michael Tomasello y sus colegas (2012) colaborar mutuamente se convirtió en casi una obligación a medida de que en nuestra trayectoria evolutiva dependíamos más los unos de los otros para sobrevivir.
Baumard, Andre y Sperber (2013) (PDF) acaban de publicar otro trabajo, en esta misma senda mutualista, que intenta explicar el origen de la moralidad en términos naturales, alrededor de la búsqueda de compañeros fiables. Según este enfoque, la moralidad viene a ser una “adaptación al entorno en el que los individuos compiten para ser escogidos y reclutados en interacciones mutuas y ventajosas”. La mejor estrategia es “tratar a los demás con imparcialidad y compartir los costos y beneficios de la cooperación de forma igualitaria”.
El enfoque mutualista de la evolución de la cooperación humana rellenaría los huecos de las teorías filosóficas contractualistas (Rawls, Gauthier), que también trataban sobre cómo los hombres maximizaban los beneficios en intereacciones mutuas, al mostrar que las intuiciones detrás de estos comportamientos poseen una lógica evolutiva subyacente que no ha sido creada por una cultura en particular.
El contrato moral es un contrato entre hombres, y entre hombres y mujeres, no son instrucciones bajadas del cielo. La moralidad y el sentido de la justicia han evolucionado por selección natural.
Del favoritismo a la justicia
En la medida en que la moralidad implica imparcialidad, el instinto parental y la amistad no son intrínsecamente morales.
W.D. Hamilton es famoso por su clasificación de las distintas formas de interacción social que implican a un “actor” y a un “beneficiario”. “Egoísmo” es cuando las consecuencias de esta interacción sólo benefician al actor. “Altruísmo” es cuando la conducta sólo beneficia al beneficiario, pero es costosa para el actor. “Mala espina” (spite) es cuando perjudica a ambos. Y “Mutualismo” cuando beneficia tanto al actor como al beneficiario.
Ahora bien, no toda conducta cooperativa, ya sea mutualista o altruísta, se puede considerar moral en sentido estricto. Después de todo, la cooperación es una actividad natural presente a lo largo de muchas especies vivas, desde plantas a bacterias.
En la especie humana, aquel tipo de cooperación que está centrada en maximizar la eficacia reproductiva del actor, es decir, que abarca fundamentalmente a familiares y amigos suyos, no se puede considerar “moral” en los términos de justicia y contrato social. Es más, muchas veces cooperar para beneficiar a la familia o a grupos de amigos ideológicos está en abierta contradicción con el contrato social, como bien sabemos en los episodios de corrupción política alimentada por clanes familiares, tan a la moda últimamente. Estas formas de cooperación eminentemente “favoritista” estarían basadas en lo que Tooby y Cosmides (2009) (PDF) describieron como “Ratio de Transacción de Bienestar” (Welfare Trade-Off Ratio, WTR). Según esto, es posible predecir el WTR entre dos individuos basándonos en el grado de interdependencia entre sus respectivas expectativas de éxito reproductivo. Las elecciones basadas en WTR son típicamente favoritistas, diferentes a las elecciones basadas en justicia e imparcialidad.
Elige bien a tu socio
Según el modelo de cooperación basado en la elección de socio, lo mas importante ya no sería prevenir el engaño sino desarrollar las habilidades que nos permiten escoger a socios fiables, y ser escogidos nosotros mismos como socios fiables por los demás. En los modelos de elección de socio, un cooperador puede reaccionar al engaño de un antiguo socio empezando una nueva relación cooperativa con un socio más fiable.
La forma más elemental de elección de socios es la elección sexual y fundamentalmente la elección femenina que a su vez es un tipo de “selección social”. Esta forma de elección es muy conocida por los biólogos evolucionistas, por ejemplo, cuando el sesgo en la elección femenina lleva a seleccionar machos con formas ornamentales extremas que pasan a la descendencia (el lado oscuro de la elección femenina eventualmente son los peligrosos escenarios de “huida hacia adelante” fisheriana). De forma similar, las preferencias por socios fiables consistirían una forma de selección social basada en disposiciones psicológicas que favorecen la evolución del carácter genuinamente fiable.
En este modelo de elección lo que importa es ser elegible, no tanto castigar al que engaña. Distintos estudios han mostrado que la cooperación humana puede surgir de hecho sin instituciones que favorezcan la coerción y el castigo. Algunos ejemplos son los comerciantes europeos de la edad media, los joyeros judíos de Nueva York o intermediarios chinos en el sur de Asia. En estos entorno de cooperación espontánea “lo que impide que la gente engañe es el riesgo de no ser escogido como socios en futuras transacciones”.
Si elegimos bien, nos ahorramos tener que castigar. Y los mecanismos para elegir parece que ya evolucionaron en el paisaje ancestral o al menos eso parece indicar el estudio de los cazadores y recolectores contemporáneos, que intercambian constantemente información sobre los demás para averiguar su reputación, y son capaces de distinguir adecuadamente a los buenos cooperadores (Tooby, Cosmides & Price, 2006) (PDF).
El principal inconveniente con este modelo es que distribuciones injustas se pueden perpetuar si no tenemos alternativas a las que echar mano: “Cuando los individuos se implican en una interacción social sin opciones externas, generalmente es más ventajoso para ellos aceptar los términos de la interacción que rechazarlos y quedarse solos. En particular, incluso las interacciones muy injustas pueden ser evolutivamente estables en este caso”.
Por qué no todo el mundo es un sociópata
Si se trata de cooperar únicamente para obtener un beneficio, ¿no cabría esperar que la mayoría de los actores terminaran actuando de forma egoísta y tratando a los demás como meros instrumentos? Según la perspectiva mutualista, la “función del comportamiento moral es asegurarse una buena reputación como cooperador”, y el mecanismo próximo que habría evolucionado para cumplir esta función no sería otro que el “sentido moral”. Joan Jett tenía razón a medias: la reputación importa, pero hacer esfuerzos artificiales para señalizarla puede resultar engañoso.
Poseer un sentido moral genuino podría ayudarnos a ser más “elegibles” para cooperar en una empresa común. Esta sería la razón por la que no todo el mundo es un sociópata.
La función de asegurarse una buena reputación como cooperador se consigue más eficazmente, a nivel de mecanismos psicológicos, mediante un sentido moral genuino allí donde el comportamiento cooperativo se ve como algo intrínsicamente bueno, más que como una preocupación egoísta por la propia reputación.
Otra característica de la colaboración mutua es que la mayor parte de la gente tiene la expectativa de que los beneficios se repartan de forma equitativa y a la vez sensible con los méritos de cada uno. Existiría incluso una preferencia general por las distribuciones meritocráticas que aparece ya en las sociedades de cazadores y recolectores (Gurven, 2004) (PDF), pero cuyos detalles varían considerablemente de una cultura a otra, como muestran las diferencias actuales entre europeos y norteamericanos:
Los europeos tienden a ser más favorables a la redistribución de la riqueza que los norteamericanos. Esto puede que no se deba a que los europeos se preocupen más por la justicia sino a que tienen una visión menos positiva de su sociedad y piensan que los pobres están siendo tratados injustamente. Por ejemplo, el 54% de los europeos cree que la suerte determina los ingresos, comparado con sólo el 30% de los norteamericanos. Como consecuencia de esta creencia, los europeos están más dispuestos a apoyar políticas públicas dirigidas a combatir la pobreza.
En resumen, según el punto de vista mutualista, la elección de socios fiables está en el origen del nacimiento de lo que normalmente llamamos “sentido moral” o sentido de la justicia característico del contrato social, en contraste con el tipo de moralidad más restringida dirigida por motivos egoístas y por favoritismo familiar. De acuerdo con sus defensores, este sentido moral podría explicar los resultados que se observan en los juegos económicos (juego del Ultimatum, del dictador o de bienes públicos) que tradicionalmente resultan incongruentes con el modelo clásico del actor egoísta.
Referencia: Baumard, N, Andre, JB, Sperber, D. (2013). A mutualistic approach to morality: The evolution of fairness by partner choice. Behavioral and brain sciences (2013) 36, 59–122 doi:10.1017/S0140525X11002202