Las teorías que estudian la evolución de la cooperación humana se centran tradicionalmente en entender el gran “misterio” de nuestra evolución: el altruísmo.
Para la llamada “hipótesis del gran malentendido” (Big Mistake Hypothesis), la cooperación entre extraños característica del mundo moderno es posible porque conservamos los mecanismos cognitivos que evolucionaron en el contexto de pequeños grupos, y que ahora podemos extender a situaciones imprevistas. Para los partidarios de la selección de grupo, en cambio, la cooperación es más bien el resultado de la competencia de grupos que evolucionaron normas culturales específicas. Michael Tomasello y sus colegas del Instituto Max Planck de Antropología Evolucionista sugieren una alternativa, la hipótesis de la interdependencia [PDF]: “en algún punto de la historia los seres humanos crearon formas de vida en las que colaborar con los demás resultaba necesario para la supervivencia y la procreación». Nos hicimos más solidarios a medida que nos convertimos en progresivamente más interdependientes.
Escenario de «caza de ciervo»
El escenario llamado de “caza de ciervo” se refiere a situaciones en las que los individuos están obligados a colaborar para perseguir un objetivo valioso. En esta situación, todos los participantes tienen alternativas pero son capaces de anticipar los beneficios de colaborar en un objetivo común, como la caza de un ciervo y el reparto posterior del botín.
Los chimpancés, pero no los bonobos y los demás primates, participan en escenarios de caza de ciervo, pero de un modo muy distinto a los humanos. A diferencia de las bandas de chimpancés, las coaliciones de cazadores humanos no se basan en el dominio y, lo que todavía es más importante, comparten de forma rutinaria el botín entre los participantes, y casi siempre se reserva una parte para una localización central donde también será repartida entre no participantes.
Tomasello y sus compañeros aportan evidencias de que tenemos “cableada” esta conducta específicamente humana, como muestran varios experimentos con niños. Hamann et al., por ejemplo, averiguó que los niños de tres años comparten recursos más equitativamente si proceden de esfuerzos de colaboración, más que del trabajo en paralelo, mientras que los chimpancés “comparten” (o más bien permiten que los demás tomen su parte) sin tener en cuenta esta diferencia. Los niños humanos también esperan que los participantes en una tarea común estén comprometidos con ella. Según un estudio de Warneken et al. (2006) los niños ensayan distintos modos de reenganchar a los compañeros que han abandonado una tarea común, a diferencia de los chimpancés criados por humanos. Los niños humanos prelingüísticos también son capaces de comunicarse con otros en una tarea común, mediante gestos específicos, a diferencia también de los chimpancés.
La ayuda mutua
En contraste con los demás primates, los seres humanos han desarrollado capacidades cognitivas específicamente diseñadas para trabajar en común. Esta «intencionalidad compartida» incluye distintas características como atención común, bases conceptuales comunes, conocimiento público y un “punto de vista de pájaro” sobre la actividad común desde la que es posible comprender los diferentes roles intercambiables que desempeña cada participante.
Por supuesto, para que evolucionaran estos modos complejos de colaboración, fue necesario desarrollar un método para detectar a los aprovechados. De hecho, ninguna otra especie es tan sensible a la reputación social, y ningún otro primate tiene mecanismos cognitivos tan sensibles para detectar a los mentirosos.
Para Tomasello y sus compañeros, colaborar de forma mutualista se hizo más y más obligatorio a medida que dependíamos de colaborar para sobrevivir. Parte de estos mecanismos son “naturales” y ni siquiera necesitan habilidades de lenguaje, como muestran los estudios con niños, pero otros necesitan ser reforzados mediante normas culturales. La selección de grupo se convirtió en una fuerza evolutiva, solamente a partir de la coalescencia de los grupos originales en unidades más grandes, desde los grupos consanguineos del Pleistoceno, a las tribus, las confederaciones y, últimamente, los estados. El hecho de que la colaboración humana a gran escala se construya sobre materiales ancestrales que evolucionaron mientras éramos pequeños, hace que las tentaciones de regresar a estadios primitivos sean más o menos permanentes. Colaborar es una tarea humana realmente difícil.
¿Quiere decir que los bonobos y los demás primates no tienen desarrollada esa capacidad para la colaboración en ese escenario de «caza de ciervo» y que esa capacidad, aún con las diferencias que luego señalas, quedaría limitada a los humanos y los chimpancés?
Los primates tienen una capacidad limitada para la «caza de ciervo». De hecho, parece que los bonobos y el resto de primates no cazan en absoluto juntos, sólo se ha documentado esta práctica en chimpancés. Pero incluso estos lo hacen de un modo substancialmente diferente a las coaliciones humanas de caza. Los chimpancés simplemente siguen a un macho dominante con la expectativa optimista de que conseguirán un botín. Los humanos en cambio organizan coaliciones que no están basadas en el dominio, y sistemáticamente reparten el botín de la caza, no sólo entre los participantes en la caza, sino entre no participantes una vez que el botín va a parar a un punto central. Lo más interesante es que parte de las habilidades cognitivas que favorecen la caza humana en coaliciones, y la capacidad para distribuir las ganancias, estarían ya «cableadas» en el cerebro, como muestran las diferencias entre los bebes humanos y los demás primates.
Como me parece muy interesante el tema te haré dos preguntas más. ¿Qué importancia debemos conceder a esta colaboración como factor de civilización: muy grande, moderada, escasa…? ¿El cableado se produce por igual en niños y niñas? ¿Funciona igual para ambos sexos?
La colaboración humana es de una importancia esencial para la civilizacion, pero hay que tener en cuenta que la colaboración moderna, aunque se construye con materiales cognitivos antiguos, cuando los seres humanos vivían en pequeños grupos, necesita normas y leyes que no existían en el ambiente ancestral. Es decir, que teóricamente no podríamos confiar sólo en nuestra «naturaleza» (en el sentido de lo que tenemos «cableado»).
En el contexto de estos estudios no se sí han analizado diferencias de genero. Es posible que existan diferencias, no obstante. En general ya se conocen diferencias en el modo de colaborar que tienen hombres y mujeres. Resumiendo mucho, parece que las mujeres son mejores en el cuidado íntimo y familiar, y los hombres son mejores en la colaboración dentro de grandes grupos. Mi impresión personal es que el tipo de redes sociales amplias, características del orden civilizado, dependen más de la psicología masculina. Como siempre, no es que las mujeres no sepan o no puedan colaborar en redes sociales ampliadas, pero normalmete están más motivadas para colaborar en contextos más íntimos.
Medio en serio, medio en broma, quizá habría que resaltar que en nuestro país en los últimos años no estuvimos muy finos en eso de detectar a los aprovechados y aprovechadas ni a las mentirosas y mentirosos.