Cultura

‘Maldito día’

Jacinto Antón.  El País

Arturo Pérez-Reverte revive de manera impresionante en Un día de cólera, su nuevo libro, la feroz jornada del Dos de Mayo de 1808 en Madrid, devolviéndola a la calle con toda su sangre y salvajismo y con tono documental.

«Pelean por barullo o por cabreo: esos franchutes le han tocado las tetas a mi novia, son unos cabrones, chuloputas»

«El drama del Dos de Mayo es el de los lúcidos, los que saben que combatir a los franceses es defender a unos reyes incapaces»

«¿Qué se puede esperar de un pueblo que se echa a la calle porque está cabreado? Eso no puede llevar a nada bueno»

«Estoy hablando de personas, del albañil, la pescadera, el picador, gente concreta, gente de verdad, seres humanos»

Cañones, cañones, cañones. «Colocaron las piezas ahí, dos de a ocho libras y dos de a cuatro, para cubrir la transversal de San José en las dos direcciones, hacia San Bernardo por la derecha y hacia Fuencarral por la izquierda, y enfilando también la calle de San Pedro, al frente. Desde aquí les tiraban a los franceses, vinieran por donde vinieran». Arturo Pérez-Reverte hace una mueca lobuna y señala con la mano como si orientara a los artilleros del parque de Monteleón y estuviéramos metidos de lleno en aquel fregado de humo, pólvora y espanto, el Dos de Mayo de 1808, nada menos. Hasta parece prudente agacharse.

Nos encontramos en uno de los escenarios principales (la madrileña plaza del Dos de Mayo) de aquella histórica, violenta y controvertida jornada de la que pronto se cumplirán 200 años y a la que el escritor ha dedicado su nuevo libro, Un día de cólera (Alfaguara), una reconstrucción apasionante y minuciosa hasta la obsesión de los sucesos que tuvieron lugar en la fecha. «Por ahí entró la columna Lagrange-Lefranc», está diciendo el autor, «dos mil hombres, encabezados por un destacamento de gastadores y granaderos de la Guardia Imperial; imagina los chacós negros, las relucientes bayonetas, los toques de corneta, el crepitar de la fusilería». El lugar está tranquilo como una balsa de aceite en esta tarde radiante. Un grupo de jóvenes con monopatines, varios paseantes con perros y un tipo que, sentado, da cuenta de un gran bocadillo, miran de reojo, con cierta aprensión, a Pérez-Reverte, que luce un radical corte de pelo a lo paracaidista de la 82ª Airborne en Sainte-Mère-Eglise, y sigue indicando con rasgo feroz ángulos de tiro, líneas de ataque, movimientos de tropas.

«Éste fue nuestro Álamo», afirma contundente. Y agrega, con tono compungido, señalando al suelo, junto a la puerta monumental conservada en medio de la plaza que es lo único que queda del viejo edificio del parque de artillería: «Exactamente aquí cayó Daoíz, y allá Velarde». Las ajadas estatuas de los dos héroes «les faltan las espadas originales y el pedestal está atravesado de grafitos» parecen inclinarse para observar por encima del hombro del novelista.

Pasear por los escenarios del Dos de Mayo con Arturo Pérez-Reverte de scout es «igual que leer su libro» como ver resucitar la historia bajo tus ojos. Tras callejear tropezando con grupos de paisanos armados, esquivando balazos, cuerpos tirados de cualquier manera y charcos de sangre -«mira, la calle del Barquillo, aquí murió el hijo del general Legrand, oficial de caballería, de un macetazo»-, llegamos por la calle Mayor hasta cerca de la Puerta del Sol, donde vemos pasar a la caballería francesa del Chef d’escadron Daumesil, dragones, cazadores y granaderos montados, con los mamelucos en vanguardia, preparada para cargar. El escritor se detiene y aprovecha para evocar el ataque de los coraceros de Rigaud en la Puerta de Toledo. El suelo parece temblar con la evocación de la masa compacta de esa caballería pesada. Esa vibración de la tierra que notan los personajes del libro antes de ver llegar a los 926 coraceros… «Es real. Pude sentirla durante el rodaje de Alatriste, durante el ataque contra el cuadro español, con todos aquellos caballos», explica Pérez-Reverte. La escena de Un día de cólera recuerda la de Salvar al soldado Ryan en la que llegan los pánzer y los precede una trepidación de los cristales, las paredes, la tierra -no en balde, al cabo, los regimientos de coraceros se convirtieron en unidades de blindados-. «Yo eso lo viví en Vukovar», añade el novelista, «con Márquez, el cámara; la sensación de desasosiego cuando se acercan los carros de combate…».

El largo paseo por «la batalla de Madrid» del Dos de Mayo es el postre de la conversación con Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) en el café Gijón, donde el novelista recibe con un humor excelente y sorprendentemente sosegado. , incluso con un punto de dulzura tan discordante en él como crema sobre una guindilla.Es posible que Un día de cólera, paradójicamente, le haya calmado. Ante la primera pregunta, no obstante, se revuelve como si lo hubieran azotado con un knut.

PREGUNTA. Un día de cólera tiene un aire periodístico.

RESPUESTA. Para nada. No es periodismo.

P. Bueno, no es ficción, ni libro de historia, dice usted, se parece a aquellos libros de Dominique Lapierre y Larry Collins, como ¿Arde París? Aquí es un poco ¿Arde Madrid? El amplísimo reparto, esos personajes -todos reales, subraya usted- a los que seguimos de un lado a otro, las vidas y perspectivas que se entrecruzan, la minuciosidad en situar a cada uno en el momento exacto y en el lugar preciso en que se encontraba? Marbot se corta afeitándose, Moratín se quema con el chocolate, una manola le canta una copla a Daoíz, Murat imparte órdenes de tirar sin compasión en su cuartel general en el palacio Grimaldi…

R. Eso sí, es un libro documento, basado en los datos, los informes militares, las memorias de los que vivieron aquellos hechos, los documentos oficiales, las listas de muertos y heridos. Pienso más que en Lapierre y Collins en Cornelius Ryan.

P. El autor de El día más largo, Un puente lejano…

R. Y La caída de Berlín, sí.

P. Ese afán de objetividad, ese puntillismo, los nombres, dónde mata y muere cada uno…

R. El Dos de Mayo es algo muy contaminado y manipulado por todo el mundo durante 200 años. He querido despojarlo de todo eso, mostrarlo como fue, con información de primera mano -he consultado una cantidad ingente de documentación-, y hacer que el lector lo viva, por primera vez, en la calle. Que entienda cómo fue, y que se sienta un participante, que pase miedo, que corra, que sude. Un día de cólera es un libro basado en los testimonios, absolutamente riguroso. Es novela sólo en la medida en que he llenado los agujeros que deja la documentación usando técnicas de narrador, poniendo la argamasa que une los datos. Pero empleo un lenguaje directo, objetivo, frío, sin adjetivos. Un tono documental. Aquí no hay héroes, ni heroísmo, ni épica. No he ido a juzgar el aspecto ético. Es un libro descriptivo, distante. Me separo del sujeto para dejarle el sitio al lector, es él el que se mete en la acción, se codea con los personajes.

P. Dice que el Dos de Mayo ha sido muy manipulado.

R. Desde el día siguiente. Por los patriotas, por el absolutismo de Fernando VII, los liberales, la I República, la monarquía, la II República -que puso el énfasis en el protagonismo del pueblo en aquella jornada-, el franquismo -para Franco los héroes eran Daoíz y Velarde, claro, los militares a la cabeza del pueblo-… De nada como del Dos de Mayo se han hecho tantas lecturas.

P. Entonces, su propuesta…

R. La historia ya ha sido contada, no voy a reescribir a Galdós -como hacen otros-, sería ridículo. Ni voy a dar una interpretación. Que sea el propio lector el que interprete. Quien quiera ver en esto un arrebato patriotero va de culo.

P. Eso de frío, distante, objetivo… se lo salta a veces con algunos trucos.

R. Claro, es una narración, y uso la libertad que me da ser novelista. El historiador, en cambio, no puede narrar ciertas situaciones, no está autorizado a rellenar los huecos, las lagunas de la historia.

P. Aquello, como lo muestra, fue una ordalía de sangre y violencia.

R. Una lucha sucia, callejera. Cada uno hizo su guerra. Mucho combate individual.La reina fue la navaja. Los franceses hablan de ella con acojone. No navajitas de las de ahora, sino trastos de dos palmos.

P. De hecho, la única onomatopeya que se permite en Un día de cólera es la de la multitud enfurecida en Puerta del Sol abriendo al unísono sus navajas: clac-clac-clac.

R. Centenares de cachicuernas albaceteñas de siete muelles…, he imaginado ese ruido.

P. Aquel día los madrileños inventan un arma nueva letal: la maceta.

R. Sí, una auténtica innovación bélica española. Matan a varios franceses lanzándoselas desde balcones. Les tiran de todo, tejas, ladrillos, botellas, muebles, agua y aceite hirviendo. Unos tipos saquean la armería real y combaten con armas antiguas, cascos, escudos, viejas espadas, alabardas de tiempos de Carlos V… El cerrajero Molina mata a un imperial a garrotazos. Otros usan hachas, hoces, agujas, lo que sea?

P. Su descripción de la célebre carga de los mamelucos, al frente de la caballería de la Guardia Imperial, es estremecedora.

R. Un choque brutal. A los mamelucos que caen los degüellan como a gorrinos, «moros», les llaman. Claro que, para un madrileño de entonces, un mameluco egipcio, con el atavío oriental, turbante, cahouk, sarouaibombachos escarlata, le parecería el no va más de lo musulmán…

P. Pero en realidad había mucho mameluco francés, ¿no?, eran un poco como los zuavos, una indumentaria exótica.

R. Eso, la incorporación de franceses, fue más tarde, los mamelucos que cargaron en Madrid eran originales, egipcios, como el pobre Mustafá del que hablo y al que, sujetándole entre tres, le rebanan el cuello.

P. En todo caso, cargarse a un mameluco -a los que Napoleón concedió un águila por su valor en Austerlitz- o a un coracero, ya que estamos, requería valor.

R. Sí, recuerda que eran soldados de élite. Para ser coracero, les gros frères, les hommes de fer, debías medir un mínimo de 1,73, que era una buena altura entonces. -Daoíz y Velarde, por ejemplo, son muy bajitos-. Eran tropas que impresionaban, con enormes caballos.

P. Sí, cantaban aquello tan simpático C’est la charge, c’est la foudre,/ c’est l’assaut dans la sang et dans la poudre. ¿Cómo caen ante simples civiles?

R. Imagínate que eres un coracero, digamos que te llamas Dupont, muy marcial, muy bravo, muy duelista, que te has paseado por todos los campos de batalla de Europa, por Eylau, con Hautpoul, por Friedland. Y llegas a la Puerta de Toledo y en vez de los enemigos acostumbrados, todo orden y banderas, se te tiran encima cuatrocientos tíos con navajas, puñales, macetas, lo que sea? Una manola le mete un espetón de asar a tu montura por los belfos, otra se deja atropellar para detenerte; un cura te pega un escopetazo. Te acojonas. Te dices: ¡Mon Dieu, yo no soy un gendarme, yo soy un soldado! Goya muestra muy bien lo que fue aquello: la gente estaba enloquecida, rabiosa, no se precavían físicamente, se tiraban a los pies de los caballos para hacerlos caer. Eso tú y yo no lo hacemos.

P. Yo, desde luego que no.

R. El que hace eso es el mismo español que despotrica de Zapatero, de Rajoy, de Bono, aunque más primitivo, más fanatizado, trabajado a fondo por la Iglesia. Coge y suelta a ese tío bien cabreado ante los franceses y tienes el Dos de Mayo. Primero es cólera pura; luego, cuando las cosas comienzan a ir mal, siguen peleando por vergüenza, vergüenza torera, y venganza.

P. Hubo muchas mujeres en la lucha.

R. Sí. Es muy sorprendente que, por ejemplo, entre los que se enfrentan a la caballería francesa hay una gran cantidad de mujeres. También las hay en Monteleón, con los artilleros, arrastrando cañones si es necesario, como Ramona García Sánchez. Casi la mitad de las bajas que recoge la documentación son mujeres.

P. Se las cargan los franceses sin miramientos.

R. Hombre, tú mismo, si se te tira encima una pescadera con tijeras herrumbrosas de limpiar pescado en la mano buscándote la yugular, no sé, yo no dejo que se me acerque.

P. ¿Sumergirse como lo ha hecho en el Dos de Mayo le ha llevado a alguna conclusión sobre el significado de esa fecha?

R. Mi conclusión es que ¡maldito día! El Dos de Mayo es una losa que aún nos pesa. Es el día en que el instinto, el coraje, el fanatismo, el valor, el patriotismo, el ansia de rapiña, el deseo de venganza, lo noble y lo innoble produjeron un proceso que trajo consecuencias terribles para España. Los madrileños luchan en el bando equivocado ese día. Para restituir el viejo orden, casposo, ruin. Esa épica callejera nos metió en una pesadilla que arrastramos hasta hoy, ahí nacen las dos Españas. Insisto: ¡maldito sea el día! El drama del Dos de Mayo no es sólo el de los 400 muertos españoles censados. Es el de la inteligencia, el drama de los lúcidos. De la gente que sabe que la razón, el progreso, está del lado de los franceses, que el futuro es ése. Y que combatir a los franceses es defender a unos reyes incapaces y a unos curas fanáticos. La familia real, española, esos Borbones, eran lo más abyecto, despreciable y vil de Europa. Por eso mucha gente se quedó en sus casas. , por eso luchó quien luchó y no luchó quien no luchó. Moratín, Goya, Blanco White… Qué día más terrible cuando el bando del honor se contrapone abiertamente a todo lo que quieres y en lo que crees.

P. Usted parece identificarse con los afrancesados, por la cabeza, y también por el corazón, con la gente del pueblo llano que se echa a la calle, la gente a la que finalmente dejan en la estacada, el «pueblo huérfano», como ese valiente chispero, Juan Gómez, escéptico y descreído, que es un trasunto suyo.

R. ¡No, no te equivoques! Aquí no hay trasuntos míos, no me invento nada ni a nadie. Todos los personajes son reales, construidos a partir de testimonios. Mi libertad ha sido, sabiendo que cinco mueren en la misma esquina, hacer que se conozcan, que hablen entre ellos, lo cual no es muy osado suponer.

P. ¿Cuántos personajes maneja? en total…

R. Unos trescientos.

P. ¿Quién lucha ese día?

R. El mito de siempre es que ese día lucha el pueblo todo, la nación. Eso es mentira. La mayoría de la gente está en sus casas. Es la chusma, el pueblo bajo, ignorante, el que sale a la calle. Las putas de Lavapiés, los matarifes del Rastro, los chisperos (herreros) de Barquillo, los delincuentes, los mendigos. Muchos salen por barullo, por chulería, por robarle al francés los dineros de la bolsa y arrancarle los dientes de oro. Por venganza: esos franchutes le han tocado las tetas a mi novia, son unos cabrones, chuloputas, no pagan el vino.

P. ¿Y el patriotismo?

R. A veces lo confundimos con el cabreo, que es lo que hay en abundancia el Dos de Mayo. Por eso mi libro se titula Un día de cólera y no Un día de gloria. Lo del patriotismo en el Dos de Mayo es en buena parte manipulación. Al acabar la jornada la gente cree que todo ha terminado ahí, un motín y nada más. Ni independencia ni leches. No sabían lo que estaban haciendo, lo que vendría después. Yo he visto mucha insurrección. , he estado en Rumanía cuando la caída de Ceaucescu. A la calle siempre salen los mismos. Aquel día, combatiendo en Madrid, había algunos patriotas, sí, y militares, incluso un aristócrata. Pero hay que comprender que la algarada es popular y viene del cabreo. Era cólera, no patria. El del Dos de Mayo es el mismo español que pega al ministro, que se cabrea en Barajas. Sale a cargarse franceses como sale a cargarse curas durante la República. Ese español tan peligroso. «¡Con razón o sin ella!», ese terrible motivo del español para pelear. El Dos de Mayo no hay propósito definido, no hay plan, no hay cabeza rectora. Por eso resulta tan difícil a los franceses pararlo. Lo de la nación y la patria viene después. La guinda de la macedonia. Luego todo el mundo se apropia de aquello. Volverán a hacerlo el próximo 2 de mayo de 2008. Yo quiero devolver el 2 de mayo a la calle, insisto. Que el lector corra ante los caballos, escuche las balas golpeando a su lado, se agobie, participe en el combate callejero, se encuentre con gente que no volverá a ver, se meta en el caos, el humo, los gritos, la sangre…

P. Ahí su experiencia de corresponsal de guerra es un punto.

R. Cuando hablo de saltar tapias delante de tipos armados que te persiguen no me lo explican, lo he vivido, y eso se nota. Puedo reconstruirlo con soltura. Yo he estado allí, sé lo que se siente. Eso lo hace muy real.

P. Hay cosas que hacen pensar en El pintor de batallas. Lo cual es lógico porque en ambos aparecen Goya y sus cuadros.

R. Un día de cólera se me ocurrió cuando escribía El pintor de batallas. Aquí también estoy explicando un cuadro. Nos hemos nutrido mucho de un imaginario gráfico con el 2 de mayo. También en eso he tratado de despojar a los cuadros de las adherencias, dar una lectura limpia, sin interposición, sin intermediarios.

P. El parque de artillería de Monteleón es uno de los centros de Un día de cólera.

R. La que llamo la batalla de Madrid tiene sus escenarios ahí, en Monteleón, y en el eje Palacio Real-Puerta del Sol-Buen Retiro y en la Puerta de Toledo, más los lugares de los fusilamientos. El parque de Monteleón es nuestro Álamo. De hecho en ese lugar mueren más que en la misión tejana. ¡Mira que hemos comido con patatas leyenda del Álamo!, tanto Travis, Bowie y Crockett.

P. Remember the Alamo, Remember Monteleón. Es verdad, los franceses incluso tocan a degüello como los lanceros de Santa Ana. Aquí también son tres los líderes de la resistencia: Daoíz, Velarde y Ruiz, Jacinto Ruiz, teniente.

R. Si te acercas ves que eran unos matados. Dos oficiales, simples capitanes, uno por exaltación -Velarde, el típico militar de «¡viva España!», el que asalta la trinchera en Rusia a pecho descubierto-, el otro por decencia -Daoíz, callado y frío, pero que se suma al asunto por vergüenza torera y asume su destino trágico-. El tercero, un tenientillo asmático. Y les hacen bajas, y muchas, al mejor ejército del mundo. ¿Por qué he de admirar a los del Álamo, que ni me va ni me viene? Monteleón marca más mi vida, esos valientes? Montan un chocho de la hostia.

P. Daoíz cae bajo las bayonetas francesas, a lo David Crockett, atravesando con su espada antes al general Lagrange, ¡vaya escena!

R. Así fue, hay testimonios.

P. Parece que admira usted ese valor.

R. Pero todo eso fue para mal. No lo olvidemos. ¿Qué se puede esperar de un pueblo que se echa a la calle porque está cabreado? Eso no puede llevar a nada bueno. Pero, claro, es una jornada fascinante.

P. Los militares de Monteleón, confiando en que con su gesto van a arrastrar al ejército entero tienen un no se qué del 23-F.

R. Algo de eso hay. Todas las fuerzas políticas y militares se inhiben, unos por sinceridad -les horroriza mezclarse con la chusma revoltosa, turbulenta: en el fondo mejor que se los carguen los franceses-, otros por no liarse. Pero el 23-F es algo tan sucio que cualquier comparación mancha. No me gusta esa comparación.

P. Un día de cólera se puede leer como un parte de bajas. Esa obsesiva y recurrente enumeración de las víctimas, todos esos nombres de los participantes, párrafos enteros. ¿No teme que puedan hacer engorrosa la lectura?

R. Era fundamental lo de los nombres. Estoy hablando de personas, del albañil, la pescadera, el picador, gente concreta, gente de verdad, seres humanos. Eso no puede hacerse de forma anónima. El lector tiene que reconocerlos. Además, es un recurso clásico, a la manera homérica. La Ilíada, salvando las distancias, está llena de nombres y genealogías. No escatimo esa reiteración. Los personajes del Dos de Mayo no son abstracciones patrióticas. Tengo las listas y las uso.

P. Y si al lector le corta…

R. Que se fastidie. El libro lo requería. Creo que ese uso de los nombres aporta más de lo que pueda entorpecer. Tras la lectura, no te queda un concepto abstracto como el pueblo de Madrid, sino nombres, personas. De todas formas, ojo, eso de los nombres es algo que dosifico y sitúo estratégicamente en la narración.

P. Hace constar las profesiones de los que cita, y las edades, que sirven para ver que en la calle había hasta niños y ancianos.

R. Sin esos datos no se entiende el Dos de Mayo, sin ellos nos manipulan, te llevan al huerto los políticos y los hijos de la gran puta, ponlo así, por favor.

P. También aparecen dos maestros de esgrima, a uno le hace morir dándose de sablazos con los dragones franceses.

R. Yo no le hago, yo no hago nada, bueno, casi nada.

P. Parecía un guiño a El maestro de esgrima.

R. No, no. Son personajes reales. No hay ningún guiño en esta novela, ni siquiera a El húsar, que me hubiera resultado fácil, por la cercanía temporal.

P. Da la impresión de que se lo ha pasado muy bien escribiendo.

R. Ha sido un trabajo enorme. ¡Pero lo que he disfrutado! Con las lecturas y mapas, y paseando por Madrid, por los escenarios, imaginando la carga de caballería en la Puerta de Toledo, entendiendo por qué caen tantos madrileños en un lugar: ¡porque huían de los coraceros cuesta arriba!

P. Una topografía del terror.

R. Vas encontrando fantasmas, y los ves luchar y morir, y entiendes por qué mueren así y ahí. Es algo muy conmovedor. De nuevo, por supuesto, está mi experiencia personal en combates callejeros, que me permite leer la batalla sobre el terreno. Enfiladas, ángulos de tiro, descubiertas. Lo que en los documentos eran simples listas de bajas cobra sentido.

P. Me da la sensación de que, pese a la objetividad y tal, a lo largo de la narración usted se va calentando.

R. No yo, es la historia la que se calienta en esas horas, ese día.

P. Pero se percibe que la odisea de esas partidas y esos individuos, esa gente desesperada, le conmueve.

R. Me conmueve su terrible orfandad, que nadie los apoye. Nadie los orienta, nadie se moja, nadie media por ellos al final al final, cuando van al matadero.

P. Los fusilamientos son estremecedores. De un realismo que espanta. Los de la Montaña del Príncipe Pío. Parece que descongelara el cuadro de Goya y le diera animación.

R. Así han sido siempre, con fusiles de avancarga o armas automáticas, no son escenas imaginadas, las he visto en Angola, Nicaragua, Sarajevo. Ésa es mi ventaja. Pones experiencia, historia y Goya y sale lo que hay en el libro.

P. La forma en que los franceses van casa por casa, vacían las cárceles, seleccionan a los presos, los ejecutan. Esa matanza sistemática hace pensar en las Fosas Ardeatinas o en los Einsatzkommandos.

R. Fue un comportamiento similar al de los nazis. Los franceses están furiosos por sus bajas. Odian y desprecian a esa gente baja, sucia, fanática, esa hidra que les ataca y desaparece para volver a juntarse. Hay un componente de racismo, sin duda. Aunque más racista era nuestro aliado, el inglés.

P. Hay disparos en la nuca, y a los que van a fusilar les hacen quitarse la ropa.

R. Es lo habitual.

P. Nada de elegancia napoleónica.

R. No me hagas reír, mírate los grabados de Goya.

P. El punto de vista, la simultaneidad, de los acontecimientos,le habrá dado problemas.

R. Tenía las paredes de casa llenas de anotaciones, de personajes. Sabía dónde estaba cada cual en cada momento. Manejar todo eso, respetando los horarios, respetando los horarios, fue todo un desafío. Hay una parte en él muy técnica.

P. Una dramaturgia.

R. Una coreografía.

P. También utiliza el punto de vista de los franceses.

R. No hay buenos ni malos. el Dos de Mayo. Hay que entender a los franceses: ven delantea una chusma.

P. Y tienen muchas bajas: 2.500, según algunas fuentes.

R. Yo creo que hubo menos, pero es cierto que al inicio del Dos de Mayo tuvo lugar una auténtica caza del francés, y les pillaron en pelotas, aislados, desprevenidos. , solos por ahí. Goya pinta muchos franceses muriendo luego en la famosa carga -aunque es cierto que no la vio personalmente, estaba en otra zona-. Murat le escribe a Napoleón que han tenido cantidad de muertos y que lo diga alguien como él, una bestia parda acostumbrada a las batallas más sangrientas, significa que de verdad los hubo. Por otro lado, no fusilas tanto si no ha habido mucho mal rollo. Estaban muy cabreados los franceses

P. Les hace hablar alguna vez con acento -Marbot dice cobagdes, Murat a un sacerdote: «Te vamos a fusilag, cuga»-, pero estamos lejos de Trafalgar y no digamos de la hilaridad de La sombra del águila.

R. Los franceses hablan como lo hacen. Toques de humor hay pocos, sólo los que da la propiahistoria, la vida, la desmesura de la jornada.

P. ¿Y Arturo Pérez-Reverte qué hubiera hecho ese colérico 2-M?

R .Yo no sé qué hubiera hecho. De joven, como todos, pensaba que hubiera salido a luchar. Ahora, con la lucidez de los años, no soy capaz de decirlo. Depende de cómo hubiera ido todo, de las circunstancias que me hubiera tocado vivir. En principio, salir a la calle para qué, ¿para defender a esos curas, a esa nobleza inculta, a esos Borbones corruptos? Que salga su puta madre. Pero si veo a ese francés matando a mis vecinos, fusilando, ejecutando. O si una bala perdida alcanza a un familiar en casa? Mucha gente sale por venganza, por rabia, por rencor o por el qué dirán. Qué tragedia, insisto, ese día para los lúcidos, para la razón, para Moratín, para Goya, para la gente culta.

La conversación se alargará para entrar en terrenos tan concretos como la forma de doblar el codo los coraceros al cargar con sus espadas o el tipo de unidad francesa (¡marinos de la Guardia!) que Goya representó en sus fusilamientos del 3 de mayo. Pérez-Reverte referirá cosas tan espeluznantes como las consecuencias de una herida de metralla o bayonetaen el vientre. y en las que el paquete intestinal se desparrama sin remedio. El novelista explicará que presenció una herida asíen Bosnia, para espanto de una joven que escucha disimuladamente la conversación en la mesa de al lado. La chica empalidece cuando el escritor detalla cómo las vísceras del desgraciado, rajado por una esquirla, se desparraman con un ruido líquido «-son azules y huelen»- y suspira aliviada cuando nos marchamos hacia las calles, que no saben lo que se les viene encima, para seguir reviviendo el Dos de Mayo. Cañones, cañones, cañones.