Es sabido que los chimpancés (Pan troglodytes), y sus primos los bonobos (Pan paniscus), son las especies animales con las que estamos más emparentados los humanos modernos. Separadas por “sólo” un millón de años, estos primates exhiben algunas diferencias de conducta social muy atractivas cuya interpretación nutre las “guerras culturales” para definir el ser humano. Los partidarios de la no violencia y del amor libre prefieren tradicionalmente al bonobo, más pacífico y sexualmente relajado, mientras que la imagen del chimpancé como modelo de revolución social se resiente tras el descubrimiento de las “guerras chimpancés” hace décadas.
Por lo que refiere al uso temprano de herramientas, y las diferencias derivadas entre sexos, parece que los humanos también nos asemejamos más al chimpancé.
Los primeros estudios sobre chimpancés en estado salvaje habían establecido que las hembras eran más hábiles que los machos empleando objetos requeridos en tareas de recolección, como “pescar” hormigas o cascar nueces. Esta teoría predecía que las hembras inmaduras tenderían a “juegar” más habitualmente con objetos que los machos, en armonía con la hipótesis de “preparación para hacer herramientas”, según la cual la manipulación temprana de objetos está orientada al desarrollo de capacidades útiles y decisivas –en el sentido de influir en el éxito reproductico– visibles en la vida adulta.
Pero esto no es lo que ha encontrado un equipo de primatólogos dirigido por Kathelijne Koops, de la universidad de Zurich. Estos investigadores han analizado las diferencias de sexo en manipulación temprana de objetos entre chimpancés inmaduros de Kalinzu (Uganda) y entre bonobos de Wamba (Congo). Los resultados se han publicado en la revista Plos One.
En contra de las expectativas teóricas, este equipo ha descubierto que la diferencia de sexo en manipulación de objetos favorece realmente a los machos, no a las hembras de chimpancé. Sin embargo, entre bonobos no existirían diferencias de sexo.
Las nuevas conclusiones convergen con la conducta observada en niños humanos, donde el uso de herramientas en contextos de juego también favorece a los machos. El juego de los niños está más dirigido a los objetos al menos desde los tres años y las diferencias parecen tener algo significativo que ver con el desarrollo hormonal normal, ya que también se ha observado que las niñas expuestas a mayores niveles de andrógenos durante el desarrollo fetal también juegan con más objetos.
Los autores conjeturan con que esta diferencia sexual, en la que coinciden chimpancés y humanos, podría estar relacionada con la práctica de ciertas habilidades motoras asociadas con comportamientos específicamente masculinos, como las muestras de dominio. Es decir, no tendría que ver solo con las técnicas de recolección y caza.
Aunque el aprendizaje social es esencial para desarrollar esta clase de capacidades en todas las especies de mamíferos, esto no implica que estas conductas se libren de influencias genéticas. Las variantes genéticas para estas habilidades pueden evolucionar en paralelo a las adpataciones culturales: “Incluso los comportamientos aprendidos socialmente pueden tener una base genética. Y esto puede afectar tanto a las diferencias entre especies como a las diferencias entre sexos de una misma especie”.
Ojo: estamos igualmente emparentados con bonobos que con chimpancés. Si efectivamente la diferencia al jugar es significativa en chimpancés y no en bonobos, a nosotros nos deja igual, ya que grupos «igualitaristas» pueden basarse en el bonobo para sostener que toda la diferencia humana en los sexos es cultural
Por poder, pueden, pero eso no altera que de hecho el juego de los niños humanos –en cuanto a las diferencias de sexo en manipulación de objetos- se asemeja más al de los chimpancés que al de los bonobos.
De hecho el codigo genético humano es más cercano al del chimpancé que al del bonobo, aunque la diferencia es muy pequeña. En la parte del genóma humano que se diferencia de de ellos, el 1.6% del código genético humano resulta más cercano al código genético del Bonobo que al del Chimpance y 1.7% del código genético humano resulta más cercano al código genético del Chimpance que al del Bonobo.