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La verdad y sus consecuencias

Ahora podemos trazar el impacto medioambiental real de los productos que adquirimos. Cómo medir tu propio eco – IQ.

La industria ecológica puede ayudarnos a entender el impacto de las decisiones de los consumidores / Por DANIEL GOLEMAN / NEWSWEEK 18/04/2009

[Trad: Alex Mestre]

Hace un tiempo compré a mi nieto, un crío, un coche de carreras de madera de un amarillo brillante por sólo 99 centavos. Luego leí que el plomo aplicado a la pintura hace que los colores (en especial el amarillo y el rojo) sean más brillantes y duraderos; como resulta que el plomo es más económico que otras alternativas, los juguetes baratos tienen una mayor probabilidad de contener este elemento. No tengo ni idea de si el barniz amarillo centelleante del juguete contiene o no plomo – pero ahora, meses más tarde, el deportivo está estacionado sobre mi escritorio. Nunca llegué a dárselo a mi nieto.

Cada producto que compramos esconde un coste que ignoramos: un peaje para el planeta, para nuestra salud y para la gente que con su trabajo produce estos bienes. Cada producto elaborado por el hombre tiene su propio rastro de impactos esparcidos por todo el camino que va desde su extracción o mezcla de ingredientes, pasando por su manufactura y transporte, su uso en nuestros domicilios o lugares de trabajo, hasta el momento que nos deshacemos de él. Estos impactos ocultos son tremendamente importantes. De hecho, un ingrediente utilizado en la elaboración de la loción protectora solar favorece la propagación de un virus mortal en los arrecifes de corales. Cada año, los bañistas esparcen de 4.000 a 6.000 toneladas métricas. El peligro y la contradicción que entraña es grande, teniendo en cuenta que muchos de estos bañistas precisamente lo que quieren es disfrutar del espectáculo coralino.

Nuestra poca habilidad para reconocer instintivamente las conexiones entre nuestras acciones y los problemas que resultan de ellas nos convierten en los causantes de los males que luego denunciamos. Nuestros cerebros están exquisitamente conformados para detectar y reaccionar ante peligros y amenazas muy precisas, como por ejemplo la que suponen determinados animales. Pero nuestro sistema de percepción no detecta las señales de aviso cuando un peligro o amenaza aparece de una forma gradual, bien sea mediante el aumento de la temperatura en el planeta o cuando en nuestro propio cuerpo determinadas substancias químicas crecen y se propagan a lo largo del tiempo.

Afortunadamente, la pasada década ha sido testigo de la emergencia de la industria ecológica, una disciplina que utiliza la evaluación del ciclo de vida de un producto (Life – Cycle Assessement o LCA) para analizar también todos los procesos subsidiarios que se dan en la fabricación de dicho producto y precisar sus impactos en el medio ambiente. El LCA traza por ejemplo la fabricación de una jarra de vidrio desde la extracción del silicio de la arena, su cocción durante 48 horas a 2.000 grados Fahrenheit, hasta su deshecho final. El LCA nos dice entonces que el calentamiento del propio horno de cocción supone el 16% de todos los impactos negativos que se dan en todo el proceso; que entre los agentes químicos liberados al aire por la fábrica de vidrio se encuentran altos niveles de dióxido de carbono o metales tóxicos como el cadmio.

El LCA nos provee de los datos que nos permiten ser ecológicamente conscientes sobre lo que compramos, para que valoremos qué hacer y sobre qué actuar, bien atenuando o eliminando su impacto en los osos polares o en nuestros propios cuerpos. Pero el análisis LCA es muy técnico y pertenece al terreno de los ingenieros industriales. Estas son las buenas noticias: si estuviera comprando ahora juguetes no peligrosos podría utilizar GoodGuide, una aseada, útil y gratuita herramienta informática que me descargué recientemente en mi iPhone. GoodGuide analiza los resultados que se encuentran en más de 200 bases de datos técnicas, donde la mayoría de ellas tienen incorporado el análisis LCA, y nos ofrece un resumen simplificado para nuestra valoración.

GoodGuide analiza un coche de juguete y nos dice no sólo si contiene plomo o otros ingredientes tóxicos como el mercurio, el PVC y otros metales pesados. Nos informa de su impacto medioambiental y del desempeño social de la compañía fabricante.

Como compradores tenemos legítimos y fiables medios para calibrar las consecuencias colaterales de lo que compramos. Al presionar a las marcas para que mejoren su responsabilidad social corporativa, podemos hacer que el interés del mercado se mueva hacia el beneficio ecológico. Al compartir lo que hemos aprendido con nuestra familia, Twitter, Facebook o nuestros amigos, la repercusión y el poder de nuestras decisiones individuales se multiplica.

Casi todo lo que fabricamos hoy en día fue inventado o diseñado en tiempos más inocentes, aquellos tiempos en los que tanto compradores como ingenieros industriales se podían dar el lujo de prestar poca atención a los impactos adversos de lo que se fabricaba. En lugar de ello muy razonablemente todo el mundo solo valoraba los beneficios del producto, como por ejemplo que fuera barato. Unos tiempos marcados por la proliferación de todo tipo de plásticos obtenidos a partir de un mar inagotable de petróleo, donde sólo era necesario abrir y utilizar el cofre que contenía todos los componentes químicos sintéticos que nuestra imaginación y nuestra pericia hubieran llegado a crear. Donde solo era necesario añadir plomo en polvo a la pintura para lustrar cualquier producto.

Abstraídos como estábamos, simplemente se ignoraban los costes que repercutían en el planeta y sus gentes. Ahora que estos costes están claros, debemos reinventarlo todo. Esta oportunidad y evidencia que se nos ofrece se hará incontestable si cada uno de nosotros votamos con nuestro dinero. En cómo y en qué lo gastamos. Luego hacer la compra maestra será sinónimo de hacer lo correcto.

Texto adaptado de Inteligencia Ecológica : Cómo sabiendo los impactos ocultos de lo que compramos puede cambiarlo todo. 2009 Daniel Goleman. Publicado por Broadway Books, una división de Random House, Inc.

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