Por Robert Redeker
En las televisiones, radios y periódicos abundan los reportajes sobre la vida privada de políticos, estrellas de la moda, del cine, de la canción, del deporte y demás personajes entronizados por los media. Paralelamente y sin ningún tipo de pudor, personas “anónimas, de la calle”, exhiben su intimidad en reality shows creyendo alcanzar la celebridad de los famosos. Nuestra sociedad oscila entre la exaltación de la protección del derecho de la vida privada y su creciente conversión en un espectáculo de masas. ¿ Cómo explicar esta contradicción ?.
Se dice que la vida privada está constituida por aquello de nuestra existencia que no incumbe a los otros. Lugar de lo íntimo y lo secreto, nuestra vida privada se teje a partir de lo que hacemos y pensamos en nuestra intimidad . Es nuestro espacio privado vetado a los demás. Es el refugio de lo elemental y de lo animal : aquel lugar donde nos alimentamos, descansamos, defecamos o nos reproducimos. La parte animal de nuestro ser satisface sus necesidades en la esfera de la existencia privada. Estas limitaciones son de construcción reciente : en el siglo XVIII el Duque de Saint-Simon observa que Mme la Duquesa de Orleáns, esposa del Regente, pregonaba que ella era “nieta de Francia incluso en su silla retrete”.
Lo privado es el conjunto de aquellas actividades por las que no tenemos que rendir cuentas a la sociedad. El asalariado debe rendir cuentas por su trabajo. El emprendedor de su estrategia. El filósofo de sus ideas. El soldado del uso de las armas. El policía de la autoridad que la sociedad le ha delegado. El Presidente de la República de su acción política. Pero ni unos ni otros están obligados a hacer públicos sus preferencias alimentarias, sus amores y desamores, su interés por la Star´Ac (*), o de su inclinación por el juego. Esta línea de demarcación entre lo público y o privado es propia del hombre moderno y nace con la llegada de la época burguesa posterior a la Revolución Francesa.
¿ Qué ve el indiscreto que mira por el ojo de la cerradura, quién se deleita con los “affaires” de sociedad ?. No son las cualidades o el talento del personaje observado, si no aquel mínimo común denominador que todos podemos compartir. El voyeur se ve a sí mismo espiando las intimidades del otro. Las diferencias desaparecen : el “gran hombre” al fin y al cabo es como él mismo. Aquello que hace interesante a un ser humano, que lo distingue y por tanto lo hace sobresalir por encima de los otros – su obra, sus acciones, su trabajo – pertenece a lo público. Pasteur o Einstein son interesantes por su trabajo ; sus vidas privadas fueron de lo más ordinarias. Todo el mundo tiene sus amores, sea Napoleón o el señor Fernández. Pero de los dos, sólo Napoleón fue un gran hombre !. De hecho, lo más secreto – aquella parte de nuestra existencia que protegemos mediante las barreras de la vida privada – es también lo más común, lo más ordinario, y no deja de ser un secreto solo en apariencia. Lo extraordinario de las personas es público y notorio, y lo banal privado. Lo misterioso no es la vida privada, que todos tenemos y preservamos los unos de los otros, si no lo fuera de lo común y lo grandioso que convierte a ciertos de nuestros congéneres en seres excepcionales : en héroes, en santos, en creadores. Existe entonces un falso misterio de la vida privada i un verdadero misterio de la grandeza.
¿ Por qué esta curiosidad pública por la vida privada de los otros, sobretodo de las personas remarcables, cuando uno ya se puede imaginar que no será tan diferente de la de uno mismo ?. Según Tocqueville, la pasión de los pueblos democráticos es la igualdad. La democracia soporta mal la grandeza, a pesar de que como toda sociedad tiene necesidad de ella. Sin grandes hombres no hay sociedad !. Ningún capitán para llevar el timón !. No habría ni artistas ni industriales !. Sin hombres ni mujeres excepcionales, no habría futuro !. La negación de lo mayestático y de la desigualdad sumergiría a la sociedad en el nihilismo. La puesta en escena de la vida privada de los grandes hombres a la que la masa se entrega es el precio que la democracia exige a la desigualdad para hacerla más soportable. Es la revancha de la vida ordinaria sobre la vida excepcional.
He aquí la ley de la espectacularización de la vida privada : llevar lo superior a lo inferior, lo grandioso a lo banal, lo extraordinario a lo ordinario. Es el peaje que la igualdad democrática se cobra a lo excepcional para permitirle seguir existiendo. Su difusión mediática establece una igualdad paradoxal entre los humanos : el príncipe tiene concubinas, problemas con sus hijos, madrastra y probablemente también hemorroides. Ligado con la pasión democrática de la igualdad, este espectáculo, donde se une también el resentimiento de la masa contra las élites, es el precio a pagar por la aceptación de esta fecunda desigualdad.
(*) Especie de Operación Triunfo a la Francesa emitida por la cadena pública francesa TF1.