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La ciencia de los dos sexos. Por qué no es «simplista» hablar de machos y hembras

Tradicionalmente, las personas “intersex” resultan desconcertantes. Sólo con el auge de la ciencia médica natural (Vázquez y Cleminson, 2009), a partir del siglo XVIII, se clarifica definitivamente la división en dos sexos, y se alienta un espíritu compasivo y racionalizador hacia las personas con sexo dudoso, desterrándose como fantásticas y maravillosas las viejas historias sobre hermafroditas verdaderos. El régimen liberal y la “ciencia ilustrada” europea politizan el sexo: la autoridad para “asignar” la identidad sexual a los individuos pasa de las familias a los médicos forenses, que detentan ahora el “saber positivo del cuerpo y alma”.

Hermaphrodite_by_Nadar_1Junto con esta descripción sexual binaria, la nueva ciencia destruye la idea aristotélica de que las mujeres son “varones imperfectos”, tal y como aparece en la Defensa de las mujeres (1726) del padre Feijoo. También se destierran concepciones teológicas pintorescas, como que las mujeres recuperarían el sexo masculino tras la Resurrección Universal.

El «espectro» sexual

De acuerdo con la escritora científica Claire Ainsworth, cuyo artículo ha tenido una gran difusión en la edición digital de la revista Nature, los descubrimientos genéticos modernos “no encajan bien en un mundo que todavía define el sexo en términos binarios” , tal y como había sido definido por los científicos ilustrados.

La identidad sexual no sería irreversible desde el inicio de la vida. Al menos hasta las primeras cinco semanas de vida un embrión humano posee el «potencial» de desarrollar una anatomía femenina y masculina. Ni tan siquiera los cromosomas XX o XY garantizan un cuerpo femenino o masculino. El festival de  «desórdenes» genéticos capaces de alterar la identidad sexual es sorprendentemente complejo.

Las personas “intersexuales” o que padecen “síndromes del desarrollo sexual”, por los que no son fácilmente identificables como “hombres” o “mujeres”, podrían constituir hasta un 1% de la población. Este porcentaje, increíblemente elevado, es muy discutible, y Ainsworth sólo aporta una fuente (Arboleda, Sandberg y Vilain, 2014) para respaldarlo. Otras estimaciones (Sax, 2002) bajan el porcentaje a sólo el 0.018% de la población, si el criterio se “restringe a aquellas condiciones en las que el sexo cromosómico es inconsistente con el sexo fenotípico, o en las que el fenotipo no puede clasificarse como masculino o femenino”.

¿Por qué dos sexos?

Aunque la intersexualidad no es “maravillosa” ni monstruosa, y el trabajo de Ainsworth proporciona abundantes ejemplos sobre identidades sexuales limítrofes, la afirmación básica de que el sexo binario es “simplista” es arriesgada. En sentido contrario, podemos argumentar que la división en dos sexos biológicos sigue teniendo consecuencias abrumadoramente importantes, desde la misma reproducción sexual hasta el desarrollo de las diferencias sexuales en el fenotipo de los individuos adultos.

La reproducción asexual ocurre en algunas especies de insectos, peces y ranas, pero la reproducción sexual tiene demasiado éxito, desde hace millones de años, como para no suponer que aporta ventajas adaptativas substanciales. La explicación más común es que el sexo favorece una mayor variación genética en la descendencia y esto aumenta las probabilidades de supervivencia en ambientes variables. Otra hipótesis es la defensa natural frente a determinados parásitos.

En humanos, las diferencias sexuales empiezan en los cromosomas y continúan desarrollándose hasta la edad adulta. A menudo el condicionamiento social no se separa del biológico. Para el biólogo evolutivo Lewis Wolpert (Why can’t a woman be more like a man? Faber & Faber, 2014), la base de las diferencias sexuales está esencialmente en los genes. Las niñas son más sensibles al contacto físico y se fijan más en los rostros sólo unas pocas horas después de nacer (los niños se fijan más en los objetos). Niños y niñas también se distinguen muy pronto en sus juegos. Contra el construccionismo social, los niños y las niñas prefieren los juguetes supuestamente “asignados” a su género al menos desde los 2 años de edad. Lo más plausible es que la exposición diferencial a las hormonas –y no sólo ni fundamentalmente la influencia de los padres y el entorno– durante el desarrollo embrionario explique diferencias sexuales tan tempranas, pronunciadas y consistentes en las preferencias de juegos, como evidencian en paralelo los estudios con primates (Hasselt, Siebert y Wallen, 2008).

Las diferencias genéticas también construyen cerebros diferentes, hecho denunciado a veces como “neurosexismo”. El núcleo intersticial del hipotálamo anterior (siglas en inglés: INAH-₃) de los hombres, por ejemplo, dobla el tamaño del de las mujeres, y este dimorfismo parece relacionado con la homosexualidad y la transxualidad. En el mismo sentido, desórdenes hormonales como la hiperplasia suprarrenal congénita parecen desempeñar un papel decisivo en las llamadas “identidades de género”, al “masculinizar” la conducta de las mujeres, influir en la orientación sexual, en la elección de carreras profesionales o en las preferencias de juego.

Las diferencias genéticas entre hombres y mujeres también construyen diferencias fenotípicas de personalidad, como evidencia el trabajo del psicólogo evolucionista David P. Schmitt.

No se trata de restar importancia a la intersexualidad. Irónicamente, al igual que otros fenómenos naturales erróneamente identificados al principio como «maravillosos», como los meteoritos, los hermafroditas verdaderos y otras «observaciones raras» y desconcertantes para el sexo binario, no son sólo parte del mundo natural sino que son mucho más frecuentes de lo que se creía. Sin embargo, vistas en conjunto las diferencias entre dos sexos están realmente muy lejos de ser “triviales” o simplistas, y la idea de un «espectro sexual» depende más del voluntarismo de las definiciones que de los datos.

5 Comentarios

  1. Masgüel says

    Que la división entre dos sexos biológicos siga siendo fundamental no impide la concepción de esa división como un espectro. Basta que sea bipolar y que el grueso de la población se encuentre en los rangos que permiten la reproducción, para que la diferencia entre las gónadas de los implicados sea lo que permite la supervivencia de la especie. Simon Baron-Cohen también afirma que los cerebros de hombres y mujeres son distintos, pero porque se trata de una diferencia de grado, propone entender el espectro de cociente autista como una hipermasculinización cerebral. La causa sería un exceso de testosterona durante el desarrollo embrionario (en niños y en niñas).

  2. idea21 says

    Aquí está la hipótesis de la plasticidad erótica femenina, que explica muchas cosas y augura un futuro diferente (y probablemente mejor)

    http://en.wikipedia.org/wiki/Erotic_plasticity#Female_erotic_plasticity_hypothesis

    Básicamente se trata de que las mujeres son mucho más influenciables por el entorno que los varones en lo que se refiere a sus deseos sexuales. Como hasta hace muy poco las mujeres no han sido libres, no había posibilidad de que expresaran la peculiaridad de que, estadísticamente, su gusto por los varones es probablemente muy inferior que el gusto de los hombres por ellas.

    Tiene que ver también con el dicho de que «ellos siempre quieren, ellas siempre pueden».

    Los estudios al respecto siguen siendo controvertidos, pero mucho más controvertido es airear opiniones al respecto debido a los prejuicios culturales.

  3. «el sexo favorece una mayor variación genética en la descendencia y esto aumenta las probabilidades de supervivencia en ambientes variables. Otra hipótesis es la defensa natural frente a determinados parásitos.»
    ¿No pueden ser ciertas las dos cosas? es decir, el sexo aumentaría la variabilidad genética, que favorecería la supervivencia de la especie al mejorar, entre otras cosas, la defensa frente a los parásitos.

  4. Pingback: Anónimo

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