Uno de los aspectos más asombrosos de vivir en el planeta Tierra es esa suposición que parecen sostener la mayoría de los seres humanos acerca de que la fe (habitual pero no necesariamente, de la variedad religiosa) es una virtud. Esta extraña actitud — por añadir insulto al daño — suele venir aparejada a la igualmente extraña idea de que, de alguna manera, demasiada razón es mala. ¿Por qué?
Fe significa que uno cree algo independientemente de la evidencia o incluso a pesar de ella. Esto es tan irracional y potencialmente dañino para la salud que los educadores y los responsables políticos deberían estar muy preocupados por la perspectiva de una nación en la que la fe fuera elogiada y promovida. Quiero decir: Pongamos que tengo fe en el mecánico de mi coche pero más tarde descubrimos que el tipo no sabe nada acerca de coches, es incapaz de arreglar ninguno y encima me cobra miles de dólares cada vez que voy a verlo. Estaríamos indignados con él, quizás hasta el punto de acudir a acciones legales contra el canalla, mientras que yo te daría lástima por ser tan idiota. Ahora bien, sustituye cualquiera de las palabras “predicador”, “Papa”, “Iman” o incluso “Guru” por mecánico en el ejemplo de arriba, cambia el cuidado de mi coche por el cuidado de mi alma (sea lo que sea) y de repente aparece el fenómeno de la poderosa defensa social y legal del concepto de religión organizada. ¡Qué disparate es éste!
Pero, Massimo, suele decirme la gente cada vez que se introduce la palabra fe, ¿es que no tienes fe en nada? En absoluto, digo yo, rechazo que se topa inmediatamente tanto con extrañeza como con lástima. ¿No tengo, por ejemplo, fe en mi mujer? No. Confío en ella porque la conozco y porque me ama. ¿Qué hay de la fe en la humanidad, dado que profeso el humanismo secular? No. Tengo esperanza en la suerte de la humanidad, e incluso ésta se encuentra considerablemente mitigada por la conciencia de su menos que estelar actuación a lo largo de la historia.
Ah, pero yo creo en la evolución, ¿no? Así es. Pero advirtamos el cambio repentino entre “fe” y “creencia”, dos palabras que en absoluto significan necesariamente lo mismo. Una creencia es algo que uno cree que es cierto, pero las creencias — en contraste con la fe — pueden mantenerse en proporción a la evidencia disponible y a razones en su favor. “Creo” en la evolución porque la evidencia es apabullante. No tengo fe en la evolución.
Muy bien, entonces el incansable defensor de la fe decir podría preguntar, ¿qué hay de la aceptación de aquellas cosas que no se pueden probar, tanto lógica como empíricamente, tales como que hay un mundo físico ahí fuera (en vez de ser el universo una simulación en la mente de alguien)? ¿No es eso fe? En absoluto. Es una conjetura razonable que adopto por razones puramente pragmáticas, puesto que si uno la rechaza aparentemente le ocurren cosas malas (como destrozarse el cerebro contra el suelo mientras se cree que puede volar desde un rascacielos).
El pío exasperado concluirá entonces que mi vida debe estar carente de emociones y que merezco — otra vez — compasión y lástima más que ningún otro. Pero, por supuesto, ésta es otra confusión habitual que no resiste el escrutinio: mi vida es tan emocionalmente rica como la de cualquier otro. En conformidad con la conclusión de David Hume y la de Antonio Damasio, pienso que una existencia humana sana requiere un equilibrio entre razón y emociones. Sin razón no hubiéramos sido capaces de construir nuestra compleja civilización; pero sin emociones no nos importaría conseguir nada en absoluto. Con todo, mientras que la fe es obviamente emocional, no es un sinónimo de emoción. Esta es necesaria, aquélla es parasitaria de esta.
¿Qué hay de esa insensata idea de que, en cierta manera, vivimos en una sociedad hiper-racional excesivamente recargada por el triunfo de la razón? Si así es, resulta difícil distinguir tal sociedad de una hiper-irracional dominada por la fe. Esta presunción de que demasiada razón es mala es un residuo de la reacción romántica a la Ilustración, la así llamada “edad de la razón” (que duró demasiado poco y durante la cual la razón fue escuchada aunque apenas dominó los asuntos humanos). Si uno quiere hacerse una idea del escaso papel que la razón desempeña en nuestra sociedad, sólo tiene que escuchar un día lo que dicen la mayoría de nuestros políticos, o lo que la mayoría de nuestros periodistas escriben, por no mencionar, por supuesto, la experiencia corrientemtente aterradora de escuchar las conversaciones de la gente en el metro o en el trabajo.
Nos suelen decir frecuentemente con un punto de autosuficiencia que debemos ir “más allá de la razón”, incluso a pesar de que la frase la profiere gente que probablemente sería incapaz de pasar lógica 101. Ahora bien, esto no quiere decir que la razón sea ilimitada, ni mucho menos que sea garante de la verdad. La razón es un instrumento elaborado por la selección natural para tratar problemas en su mayoría mundanos de supervivencia y reproducción en un tipo específico de entorno físico y social. Pero parece funcionar bastante bien incluso cuando se trata de probar teoremas matemáticos complejos, construir excelentes hipótesis acerca de cómo empezó el universo e incluso proporcionarnos una decente guía acerca de cómo conducir los asuntos humanos maximizando la justicia y minimizando las muertes — ¡al menos en teoría!
La fe no nos lleva más allá de la razón, como queda ampliamente demostrado por el hecho de que ni un sólo problema — ya sea científico, filosófico o socio-político — haya sido resuelto alguna vez o tan siquiera modestamente mejorado por la fe. Al contrario, la fe tiene una maliciosa tendencia a hacer de nosotros torpes simplones, a gastar nuestras energías, tiempo y recursos en actividades que no mejoran la condición humana, y que en el peor de los casos convence a la gente de que estrelle aviones contra rascacielos o de que organice “santas” cruzadas para masacrar al “infiel”. La fe no es una virtud, es algo que repudia a una de las pocas cosas buenas que tienen a su favor los seres humanos: un poco de razón.
– Por Massimo Pigliucci. Publicado en Rationally Speaking. Traducción de Daniel Gete.
Pingback: Fe y razón
«La razón es un instrumento elaborado por la selección natural (…)»
La pregunta sería: ¿y la fe (en cierto modo) no?
Yo creo que la fe, especialmente en el sentido religioso, no sólo es inútil, además es dañina, pero no hay que olvidar que desde que sabemos, el ser humano siempre ha mostrado una tendencia clara hacia la fe religiosa. Lo que hace preguntarse, ¿ha tenido algún sentido evolutivo? ¿Ha propiciado la selección natural de alguna forma que los ‘creyentes’ se reproduzcan más? ¿O es simplemente un subproducto de la consciencia?
Perdón, pero no salgo de mi asombro.
¿Puede haber una mayor muestra de fe que decir:»Tengo esperanza en la suerte de la humanidad»?.
El Sr. Pigliucci sí que es un hombre de fe, porque muy difícilmente se puede llegar a decir algo así desde la razón….
Porque muy al contrario de lo expuesto por el autor, si algo carácteriza a un hombre de fe es que sabe que el futuro de la humanidad sólo depende de nosotros mismos y de cómo empleemos nuestra razón…Pero como es consciente de la dificultad de llevar a cabo con éxito esa labor, pone su confianza en la ayuda del Cielo.
Según define el sr. Pigliucci, fe significa que uno cree algo independientemente de la evidencia. El que el ser humano tenga esta cualidad (ser vivo con fe) es, por un lado, evidente y por otro necesario para que pueda sobrevivir en un mundo en el que es materialmente imposible tener evidencia de todo lo que el hombre necesita para sobrevivir en su dia a dia.
Así pues creo que este escrito es otro de los muchos casos en que el mismo autor confunde el término fe con la aplicación,manipulación y utilización que se le ha dado (a la fe) a lo largo de la historia.
Un error enorme.
P.D.: como en casos anteriores se me ha prejuzgado como «creyente» al defender la existencia y necesidad de la fe, comento que no lo soy de ninguna religión.
Mas bien se podría decir que la fe es el fracaso de la razón.
En el límte de la razón se encuentran fe o la «locua».
Me parece muy interesante lo que dice DavidVD. La pregunta es si la fe es un producto de la evolución, y si es así, ¿es la fe inherente a la forma en la que esta estructurada nuestro cerebro?
Si esto fuese así, una persona podría ser atea tanto como un cura puede ser asexual… Así, creer o no en algo (Dios, la suerte, los dados…) dependería de nuestra herencia genética más que de nuestro raciocinio.
Aunque esto suena un poco extremo, sí es verdad que ser ateo siempre es el resultado de un esfuerzo intelectual, mientras que a todo el mundo se le da bien creer.
Hay varias preguntas:
1.- ¿Tienen apoyo los conceptos de fe y creencia en la historia de la filosofía? Lo digo para poder entendernos.
2.- ¿Puede nacer el pensamiento de la materia? ¿Qué conceptos de ser y de realidad maneja? ¿en qué escuela filosófica de la historia encuentra apoyo?
3.- ¿Qué tienen de común la fe del Islam y la del Cristianismo?
Es decir: hay que escribir más con la razón y menos con el apasionamiento, con el que poco se puede pensar; y todo ello por el bien de la razón.
De acuerdo con Jorge, flaco favor a la razón con una argumentación tan pobre.
¿Les parece una buena descripción esto de que «a todo el mundo se le da bien creer»? Por el esfuerzo que invierten las religiones organizadas en EDUCAR EN SU FE se verifica que ellas han entendido bien que no es para nada evidente ni inmediato ni obvio que la gente «crea lo correcto», que -muy por el contrario- se requiere un esfuerzo de aprendizaje cuya enseñanza algunos consideramos lisa y llanamente como un adoctrinamiento. ¡Nadie cree espontáneamente en la trinidad ni en la reencarnación ni el Nirvana. Nada de eso ES NATURAL sino que son mitos aprendidos.
Otro tema es la IMPOSIBILIDAD de ser racional y/o interrogarse en todo momento como única conducta posible. Si los primeros homínidos se hubieran detenido a pensar si el felino que se abalanzaba sobre ellos era real o una creación del lenguaje o qué es en última instancia esto que llamamos realidad o materia … ¡pués no estaríamos acá discutiendo!
Veo con gran satisfacción que el autor tiene «fe» en que la razón, utilizando el método científico, podrá responder a todas las cuestiones que la condición humana plantea, aunque no tiene evidencia alguna de ello. Pero en algo hay que confiar ¿verdad?
la razon y la fe esta en el cerbro o e el corazon