Ciencia cognitiva, Tercera Cultura
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¿Es el nuestro un cerebro religioso?

Eso creen diversos investigadores. Existen estudios que parecen identificar estructuras cerebrales relacionadas con la experiencia religiosa. La conclusión es que la religión (en el sentido más elemental) es un atributo humano que está arraigado en el equipaje de predisposiciones que heredamos de nuestros antepasados, y que no depende únicamente del adoctrinamiento ni de la catequesis. Biólogos, paleoantropólogos, psicólogos y neurocientíficos proponen lo mismo desde sus disciplinas. Pascal Boyer, Scott Atran o David Sloan Wilson están en esta línea. Las formas de la religiosidad son transculturales y transhistóricas, y se remiten a homínidos anteriores al Homo sapiens con una concepción transcendente de la vida.(1)

craneoPara Adolf Tobeña,(2) la religiosidad forma parte del mismo cerebro y consiste en “una serie de vectores psicológicos que permiten mediciones plausibles, así como intentos de conexión con las estructuras neurales que, presumiblemente, hay debajo”. El cerebro religioso es un campo en auge que incluso ha acuñado un término nuevo: neuroteología, o neurociencia de la espiritualidad.

Hay todo un historial sobre los efectos de algunas drogas en la aparición de sensaciones de transcendencia o visiones de carácter espiritual. También sobre las repercusiones de algunos accidentes cerebrales en el establecimiento de cuadros muy similares. Se ha investigado, por ejemplo, la relación de la epilepsia con la hiperreligiosidad. Estas conjeturas vienen apoyadas por estudios con gemelos que sugieren modestas pero no triviales cargas genéticas.(3)

Eso no quiere decir que existan genes que nos empujen a convertirnos en mahometanos o budistas, pero los datos sobre la heredabilidad de la predisposición religiosa sugieren que debe de haber cargas e interacciones genéticas que favorecen unos patrones de plasmación organizativa y unas interconexiones en algunos circuitos cerebrales que resultan, a su vez, en comportamientos o actitudes detectables por las escalas de religiosidad. Es decir, que habría un poso para la religiosidad en la estructuración y el modelaje del cerebro, que vendría dado hasta cierto punto por vía genética.(4)

No todos los investigadores comparten esta visión de la religión como una tendencia innata. Los cuatro jinetes de la militancia atea, Richard Dawkins, Daniel Dennett, Sam Harris y el finado Christopher Hitchens, promueven la idea que la religión es algo descriptible como una “infección memética”. Para ellos las creencias son el resultado del adoctrinamiento, un artefacto cultural, unas posibles unidades funcionales de la replicación cultural con más poder para generar el sentir religioso que la propia naturaleza. Sin embargo, la teoría memética descarta o trata muy marginalmente los elementos vivenciales y temperamentales de la religiosidad, y no considera suficientemente las incursiones neurológicas o genéticas que ya se han llevado a cabo sobre los atributos afectivo/emotivos de la religiosidad y sobre la variabilidad en función de esas tipologías temperamentales. O sea, los vectores psicológicos primordiales que, presumiblemente, discurren por debajo.

La transitoriedad, la caducidad segadora del periplo vital es la ansiedad nuclear, la cuestión fundamental del corazón de la religión. Así, las creencias religiosas serían “sortilegios cognitivos” al servicio de la regularidad confortadora y de la creación de baluartes de confianza con la garantía de la autoridad suprema.

Por otro lado, durante la mayor parte de la historia evolutiva del Homo sapiens y de las especies antecesoras, la evolución cultural fue suficientemente lenta como para permanecer estrechamente aparejada a la evolución genética. En resumen, no había disparidad entre el entorno social y cultural y la biología, y lo que llamamos “sociopatías” serían algo desconocido fuera de los accidentes y enfermedades cerebrales. Pero llegó un momento en que la naturaleza, la herencia genética, ya no fueron suficientes para lidiar con un entorno social cada vez más complejo. La religión, desde la más rudimentaria a la más sofisticada, se convirtió en la principal institución para resaltar los valores que mejor funcionaban en la comunidad. La religión facilitó la tarea de ampliar los instrumentos punitivos y de control y el sentimiento de grupo a gentes más allá de la familia o de la tribu.

Estudiosos de primera fila insisten en que no existe relacion entre agudeza cognitiva y religiosidad. Es más, insinuan que, tal vez, el ateísmo o el escepticismo podría ser una alteración en un cerebro naturalmente equipado para la trascendencia. Incluso nos recuerdan la preponderancia de la irreligiosidad entre los autistas. En palabras de Adolf Tobeña: “De la misma manera que hay gente apática, asocial, perezosa o boba, la hay que no ve trascendencia en parte alguna.”

Discrepando de este enfoque, Satoshi Kanazawa asegura en The Intelligence Paradox (John Wiley & Sions, 2012), su libro más reciente, que el ateísmo suele ir asociado a una mayor inteligencia. La tesis de Kanazawa es que lo que llamamos inteligencia es una habilidad que se desarrolló recientemente en un Homo sapiens al que no le bastaron ya las habilidades cognitivas adaptadas a un mundo estable en el que genes y entorno ecológico iban a la par. Según su atrevida (pero documentada) teoría, las personas inteligentes suelen ser las que adoptan los modos de pensar más alejados de su naturaleza ancestral. Así aparecen criaturas extravagantes como los “progres” (liberals), los ateos o… los monógamos. Sin embargo, advierte que, quizá, este distanciamiento no sea el que consigue más gratificaciones en la vida.

¿Están los ateos menos pertrechados para afrontar la existencia que los creyentes? Hay disparidad de opiniones. Los movimientos humanistas seculares tratan de tender puentes razonables. Y desde la divulgación “pop” (5) invitan a los ateos a “robar” a la religión sus “buenas ideas”. Sea como sea, conocer mejor nuestro cerebro puede señalarnos el camino hacia una nueva homeostasis.

 

Notas

1.  Robert Boyd, Cómo evolucionaron los humanos (Barcelona, Ariel, 2001).
2. Adolf Tobeña, Devots i descreguts (Valencia, Universitat de Valencia, 2013).
3. Bouchard Jr, Thomas J.; McGue, Matt; Lykken, David; Tellegen, Auke: http://www.ingentaconnect.com/content/aap/twr/1999/00000002/00000002/art….
4. Dan Hamer, El gen de Dios (Madrid, La esfera de los libros, 2006).
5. Alain de Botton, Religion for Atheists (Londres, Pantheon Books, 2012).

 

Publicado en Letras Libres

 

13 Comentarios

  1. Lucky Lucas says

    A mí me tienen ustedes que explicar cómo es posible que exista un «cerebro religioso» o un «cerebro criminal». Marino Pérez Álvarez y otros investigadores emplean la expresión «falacia mereológica» para referirse a esto. Me resulta imposible aceptar que un cerebro tenga las características asociadas a los sujetos en su forma enteriza. Ustedes encierran la conducta en una parte del cuerpo.

    A mi juicio, la conducta de un sujeto no depende del cerebro, a no ser que existan lesiones orgánicas; depende -voy a mentar al coco- de la cultura y de las propias actividades llevadas a cabo. No soy neurocientífico, ni he leído a los Churchland, ni puedo apoyar esta opinión con estudios realizados allende los mares; pero tampoco soy filósofo y practico el sentido común cuando niego la doctrina de las formas platónica. Los sujetos no son cerebros con patas, sino cuerpos enterizos, y en su conducta intervienen factores diversos.

  2. reviraviejo says

    Un comentario A Lucky Lucas. Ciertamente la conducta no puede reducirse a una parte del cuerpo. Pero no puede negarse predisposiciones para ciertas conductas, y que la base de esas predisposiciones sea el cerebro. Hablando desde el sentido común (porque no tengo conocimientos para ir más allá con respecto a este tema) es perfectamente posible que haya ciertas predisposiciones emocionales que faciliten, o puedan traducirse en, sentimiento religioso. Sin que esto quiera decir nada acerca del valor o la verdad de la religión. Y por cierto, negar la doctrina de las formas platónica es negar las matemáticas.

  3. Lucky Lucas says

    Un sujeto no predispuesto a concebir explicaciones sobrenaturales puede, por la influencia del entorno y el ejercicio de tales actividades, convertirse en alguien de fe. La predisposición genética, mucho me temo, es una explicación incompleta.

    Y, por contra, el sentido común nos exige aceptar que la plasticidad cerebral puede desactivar la predisposición religiosa de ciertas personas.

    Negar la doctrina platónica de las formas es negar una explicación trascendente del mundo, una división ontológica innecesaria y un supuesto epistemológico de tintes lunáticos. Una cosa es la abstracción como fundamento del conocimiento científico y otra muy distinta que existan de facto las ideas en un mundo diferente al sensible. Aristóteles puso las formas en los entes mismos; no necesitó postular mundos inteligibles. Que yo sepa, la metafísica aristotélica no fue incompatible con las matemáticas, con la abstracción o con las ideas. Pero, en fin, yo de esto no sé nada.

  4. ¿La religión, todo ese complejo de conductas, aprendizajes, y experiencias… es una «predisposición que heredamos de nuestros antepasados»? Pues por mucho que se niegue, se está hablando claramente de una herencia genética que nos haría religiosos. Pero no es así. Biológicamente es imposible en principio, así y nos alucinemos que todos los genes del genoma humano estuviesen envueltos, ya que en principio la religión misma no es ningún rasgo ni conducta mínima, como hablar del miedo o del gusto por el azúcar. Tampoco es un módulo neurocognitivo focalizado y claramente innato como el reconocimiento facial, ni tampoco alguna definida red cerebral exclusivamente dedicada a algo como en el caso de la Teoría de la Mente, o la Red por Defecto. Finalmente, las experiencias místico-religiosas no reclutan ningún área neural especial, sino que es lo mismo que ocurre en las epilepsias, episodios psicóticos o estados alterados de consciencia.

    Así que hablando del cerebro, tenemos que Michael Persinger ha inducido artificialmente y en laboratorio experiencias que han sido interpretadas como nirvana por creyentes budistas, como de presencia de Dios por creyentes cristianos, y como abducción alienígena por el que era más bien irreligioso; mientras que Olaf Blanke lo ha hecho con experiencias extracorporales. Y de los pocos estudios neurocientíficos de asuntos explícitamente religiosos como «experimentar una íntima relación con Dios» o «experimentar miedo a la ira de Dios», Kapogiannis et al. 2009 fueron bastante concluyentes:

    «Las áreas del cerebro identificadas en este y los estudios en paralelo de fMRI no son exclusivas del procesamiento de la religión, sino que juegan un papel importante en la cognición social. Esto implica que las creencias y la conducta religiosa no surgieron como adaptaciones evolutivas sui generis, sino como una extensión (algunos dirían “subproducto”) de la cognición y el comportamiento social.»
    http://www.plosone.org/article/info%3Adoi%2F10.1371%2Fjournal.pone.0007180

    Otra exclusividad religiosa, rezar a Dios, en el cerebro se trata de «una experiencia intersubjetiva comparable a la ‘normal’ interacción interpersonal» (Schjoedt et al. 2009: http://scan.oxfordjournals.org/content/4/2/199.full.pdf+html).

    ¡Y de hecho no es lo que proponen Boyer ni Atran! Por el contrario, recientes estudios de otro vector de predisposición que entusiasma a los adaptacionistas de la religión, la moral, más bien confirma que la religión es un subproducto de la cognición humana (ver Pyysiäinen & Hauser 2010: http://www.project-reason.org/archive/item/the_origins_of_religion_evolved_adaptation_or_by-product/).

    Saludos

  5. Por cierto, creo que se está muy mal interpretando el que en efecto existan predisposiciones como la hiperagencia o el reconocimiento facial con una predisposición hacia las creencias religiosas. Los dos primeros de hecho conducen a percibir el cosmos como si tuviese intención, o que las cosas están conectadas (mágicamente), pero las creencias religiosas no son meramente la percepción del cosmos como intencional, ni tampoco se reduce a pensamiento mágico. Los dioses en general, y sobre todo los dioses supremos y únicos como Yahvé son auténticos artefactos religiosos de reciente invención post-neolítica.

    Un asunto como la religiosidad (rezar, ser devoto, asistir a cultos, etc.) es uno que claramente no es un conducta única y uniforme: se puede rezar pero no ir a cultos, se puede ser devoto pero no seguir ninguna doctrina, o por último se puede creer en Dios y renegar de la religiosidad típica de misas y limosnas. La religiosidad es co-dependientes de factores económicos y sociales, y los estudios de gemelos con idéntica religiosidad no necesariamente sugieren un sustrato genético favorable religiosamente, sino favorable a rasgos de la personalidad (p.ej. un cierto fenotipo neurofisiológico) que pueden conducir al individuo a afiliarse a un credo.

  6. Eduardo Zugasti says

    Literalmente no tenemos un cerebro religioso. Pero sí existen herencias biológicas -como la hiperdetección de agencia- que, hábilmente «secuestradas» por líderes y tradiciones culturales, pueden dar lugar a que tengamos creencias religiosas. Evolutivamente, la hipótesis que cuenta con más números ganadores es la del subproducto. Lo hemos dicho ya muchas veces aquí; la verdad no está ni en la «tabla rasa» ni en el «determinismo biológico».

    Lucky Lucas, creo que usted debería leer el post de Churhland al que parece hacer referencia, porque lo que dice ahí es que no, que no existe un «cerebro criminal» tal cual.

  7. deucaaristof says

    La ley de evolución e involución es una ley mecánica.En esta ley mecánica está a su vez otra ley,llamada ley de kausas efectos.Nuestros antepasados salieron del edén,por estar en conformidad con el llamado pecado,perdiendo sus poderes,fué involucionando,creando lo que se le domino,como la creación del mal o la cola d satan y sus consecuencias.También sus reinos,d la naturaleza invertida d los que habla el sabio Dante Alligieri en su divina comedia,como el reino de la Infraconsciencia.Cuenta la mitologia que Apolo le corto esa cola que llevaron nuestros antepasados,para quedarse en el cóxis ese átomo maligno,que es el que controla a la persona acometer lo que hoy dia llamamos delitos,defectos,vicios,complejos y demás consecuencias que vienen hasta nuestros dias,con la complicación d la mente.Y todo ello,entre evoluciones e involuciones,es lo que hace que el cerebro también vá cambiando d formas y tamaños,por las leyes del cuerpo fisico,que a su vez,está gobernado por otros cuerpos como el vital,astral mental y causal.lunar y sus leyes.

  8. Buho says

    Creo que tiene razón Zugasti, la verdad no está ni en la tabla rasa ni en el determinismo biológico. En realidad el tema de la plasticidad cerebral tan agudamente tratado por Marino Pérez en su libro, nos pone ante la necesidad de trascender el marco puramente neurofisiológico. No obstante las (pre)disposiciones biológicas existen, pero no funcionan como mecanismos rígidos. Hasta los reflejos muestran variabilidad (plasticidad)En biología evolutiva, de hecho, hay que hacerse cargo siempre de dos cosas aparentemente contradictorias: la estabilización y la variabilidad.

    Con respecto a la moda de buscar en el cerebro explicaciones para todo, creo que lo que más pesa es la intención (estética) de prestigiar la explicación.

  9. El gato de Schrödinger says

    Estimado Deucaaristof:

    Sin ánimo de ofender, creo que ha olvidado usted tomarse la medicación.

  10. Christian Oltra says

    Como se demuestra en los comentarios a esta interesante entrada, las pasiones son malas consejeras en el análisis de la realidad. Incluso Dawkins parece caer en la falacia antinaturalista («como no me gusta no debe existir») que con tanto acierto ha criticado en otras ocasiones.

    Creo que hay pocas dudas de que la religión tiene componentes innatos (y, por tanto expresados en el cerebro), psicológicos, socio-culturales y contextuales implicados. Por eso todas las sociedades históricas desarrollan algún tipo de creencia, más o menos intuitiva, sobre el más allá, y por eso también, los individuos y las sociedades difieren significativamente en la expresión de estas creencias. Como cualquier otra forma de conducta social humana, ¿cómo podría no ser resultado de una interacción entre elementos neurohormonales, psicológicos y socioculturales?

    DIcho esto, creo que la clave es, como apuntan algunos autores referidos en algún comentario, si las creencias religiosas son adaptaciones biológicas sui generis o, por el contrario, resultado de otros mecanismos cerebrales. Pero me faltan conocimientos al respecto. La investigación nos dará la respuesta.

    Desde mi punto de vista, es difícil considerar la religión como una adaptación biológica en sí. Las creencias religiosas son elementos de la cultura. Son información en estado puro. Pero también es cierto que estas deben adecuarse a algún mecanismo cerebral específico. La evolución nos proporcionó un cerebro dotado de inteligencia social e inteligencia general capaz de buscar explicaciones al mundo social y biofísico que nos rodea y, también, de crear creencias religiosas y transmitirlas a otros individuos.

    La arqueología cognitiva nos dirá. Mientras, tendremos debates apasionados. Pero no se asusten los alarmados por el determinismo cerebral. El estudio de las bases cerebrales de la conducta no es determinista (en el sentido utilizado comúnmente). Como tampoco lo debe ser el estudio de las bases psicológicas, sociológicas y contextuales de la conducta. El cerebro es un sistema fundamental, como lo son la mente o la sociedad. El asunto clave es que ninguno puede considerarse separado del otro. No se trata de una moda. Se trata de una investigación necesaria y fundamental.

  11. Que rezar a Dios implique la activación de ciertas áreas del cerebro (asunto por demás obvio que solo faltaba ver en los escáneres) no significa que éstas áreas trabajan exclusivamente para rezar a Dios y por lo tanto tampoco para la religión, como correctamente discuten Kapogiannis et al. Esto no sugiere pues que existan «componentes innatos» (cerebrales) y por lo tanto no hay «adaptación biológica» al obviamente no haber reclutamiento neural exclusivo, como concluyen los investigadores.

  12. Christian Oltra says

    Los estudios sobre experiencias religiosas y su manifestación en el cerebro pueden hacernos perder la perspectiva. ¿Cómo iba la evolución a propiciar un mecanismo biológico, un circuito neural, como se dice algún comentario, para hacer frente a algo que no existe? Una idea central es que nuestro cerebro y nuestra mente están adaptados a un entorno biofísico y a un entorno social (ver una buena síntesis en Pagel, 2012). Así que, como apunta la investigación de Gazzaniga, entre otros, nuestro cerebro está capacitado de modo innato para generar interpretaciones sobre nuestras reacciones a eventos del mundo biofísico y social. Nuestro cerebro está preparado para generar creencias.

    Por tanto, es muy probable que las creencias religiosas tengan un fundamento innato en la medida en que la capacidad de generar creencias está inscrita en nuestro cerebro. El cerebro humano es un órgano diseñado para entender el mundo biofísico y social. Para generar interpretaciones y creencias. Por supuesto, no ha sido diseñado para generar creencias sobre dios. Pero sí lo ha sido para generar interpretaciones sobre el mundo, a algunas de las cuales podemos denominar religiosas. La investigación de Paul Bloom parece indicar que nuestra mente posee una predisposición a generar interpretaciones de la realidad que podemos considerar como protoreligiosas tales como la tendencia a atribuir voluntad a las cosas, el pensamiento dualista o la tendencia a buscar causas.

    Las ideas religiosas que mejor se adapten a este marco cognitivo biosocial estarán en mejor posición para sobrevivir a la evolución sociocultural.

  13. Como el cerebro humano está predispuesto a construir narrativas, es relativa la importancia de los referentes objetivos de tal narrativa. Es de evidente importancia la neurociencia aquí.

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