Tercera Cultura
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El suave encanto de las verdes medicinas alternativas (I)

autor: Fernando Peregrín Gutiérrez

El suave encanto de las verdes medicinas alternativas (I)A simple vista se diría que la medicina moderna occidental está enferma. Los síntomas son el descontento de un creciente número de ciudadanos de las sociedades occidentales, generalmente de educación y medios económicos por encima de la media y de notable mayoría femenina, que buscan alternativas terapéuticas en otros tipos de medicinas y las crecientes manifestaciones de opiniones críticas contra ella, cuando no claramente desacreditadoras, que aparecen con mayor frecuencia en muchos medios de comunicación[1]. Las causas, múltiples y complejas, paradójicamente, derivan en parte de las de su éxito: su progresiva dependencia de las ciencias naturales básicas—la física, la química y la biología molecular—y de los conocimientos histológicos, anatómicos, fisiológicos, etcétera, que éstas están proporcionado y las tecnologías sanitarias que han surgido de estos conocimientos. En consecuencia, por un lado, los médicos y demás profesionales sanitarios, a medida que basan su saber en la ciencia, tienden a adoptar un lenguaje cada vez más incomprensible para el paciente, al tiempo que toman una actitud más cautelosa, fruto de la sistemática duda científica, respecto de las certezas y seguridades que muy posiblemente necesiten los enfermos para su consuelo. Por otro, la tecnificación de la medicina occidental hace que sus usuarios se encuentren, extraños e indefensos, en un frío entorno de equipos e instrumentos cuya complejidad aumenta sin cesar y que parecen una cadena industrial de robots por la que van pasando, resignada y silenciosamente, un paciente tras otro.

Existen, sin duda, otras causas de origen político y económico que contribuyen al desprestigio de la medicina occidental. En la medicina pública, la insuficiencia de medios, cada vez más caros, para atender a la cada vez mayor demanda, ocasiona las desesperantes listas de espera y el escaso tiempo que se puede dedicar a lo que se llama atención personal, al contacto directo entre médicos y enfermos. Resulta que estos últimos perciben frecuentemente que no se les trata como individuos cuya mayor y casi única preocupación es su estado de salud, sino como a un elemento más de la masa indiferenciada de pacientes, un número de cartilla, y que en lugar de prestar atención para entender cómo experimentan sus síntomas y sufren sus dolores, la medicina moderna, mediante expertos con bata blanca, máquinas y laboratorios, decidirá por su cuenta. Se habla y se escribe entonces genéricamente de la deshumanización de nuestra medicina occidental, sin tener en cuenta que más que a un problema intrínseco de dicha medicina, quizá esta situación se deba parcialmente a la manera políticamente interesada (no preocupa la calidad del sistema sanitario público, que no da votos; basta con solventar o postergar los problemas para no perderlos), ineficaz y hasta chapucera en la que se administra y se suministra la medicina socializada en los sistemas públicos de salud de la mayoría, por no decir la totalidad, de los países occidentales (en Estados Unidos, aunque no se haya socializado la medicina, ésta está controlada por las aseguradoras y demás organizaciones administradoras de servicios sanitarios (HMO), es muy costosa y de muy irregular calidad. Los estadounidenses se gastan un 14% de su PIB en sanidad).

No obstante, para los más críticos con el llamado modelo de salud occidental, la deshumanización de la medicina se debe no sólo a las citadas causas políticas y económicas, sino que es consecuencia directa de su dependencia de la ciencia y la tecnología. La importancia, dicen, dada al estudio científico de los órganos y sus patologías en las enseñanzas regladas de los profesionales de la salud, hace que estos se centren en el diagnóstico y tratamiento de las enfermedades mediante las mejores tecnologías disponibles, tecnificando en exceso la medicina y descuidando los aspectos denominados “humanísticos” de la práctica médica. Más adelante intentaremos explicar qué entienden los citados críticos por dichos aspectos “humanísticos”, mas en este punto se debe señalar, aunque sin entrar en detalles, que es cierto en parte su reproche al descuido de las enseñanzas en las escuelas y facultades de enfermería y medicina sobre la comunicación que debe existir entre los profesionales sanitarios y los usuarios de la sanidad pública, sean pacientes o simplemente interesados en mantener adecuadamente su estado de salud.

Se dice también que otra causa deshumanizadora de la medicina moderna occidental, que tiene su origen en su enorme dependencia de la ciencia y la tecnología es la de que sus avances y progresos, tan evidentes que son difíciles por no decir imposibles de negar hasta por sus detractores más recalcitrantes, están controlados y dirigidos por una minoría formada por los grandes laboratorios farmaceúticos, las multimillonarias multinacionales diseñadoras y fabricantes de aparatos de electromedicina, instrumental clínico y otros dispositivos médicos (productos sanitarios, en la jerga de la legislación española vigente), las clínicas y hospitales (principalmente universitarios) de mayor prestigio internacional y los especialistas que ejercen en ellos, y una docena escasa de renombradas revistas científicas. El resultado de este monopolio técnico y científico, supervisado (y para algunos críticos del sistema médico occidental incluso propiciado) por unos pocos organismos gubernamentales de control y regulación, como son la Agencia Europea para la Evaluación de los Medicamentos (EMEA) y la Food and Drug Administration (FDA), ha sido la esclavitud del médico y de los sistemas nacionales de salud de una poderosísima industria médica y farmacéutica, que controla la investigación y el desarrollo de nuevos productos y tecnologías cuya exclusividad de comercialización se protege mediante patentes internacionales y cuyas decisiones y beneficios están en manos de unos pocos individuos, generalmente americanos o europeos. La deshumanización proviene en este caso, según los disconformes con la medicina occidental, de que tanto los médicos como los pacientes quedan indefensos frente a unos conocimientos y técnicas cuya complejidad y costo aumentan continuamente, que les son ajenos (el tradicional ojo clínico del facultativo, por ejemplo, se ha sustituido por una parafernalia de procedimientos diagnósticos tanto analíticos como mediante imágenes) y que les impone el sistema sanitario como única alternativa posible.

Es difícil negar la realidad de algunos de estos hechos. La medicina moderna se ha desarrollado en el marco de un sistema social y político determinado lo que explica en parte, aunque no siempre justifica, sus virtudes y defectos. Mas no es mi intención en este artículo realizar una crítica sociológica de la medicina moderna occidental y de sus logros y fracasos, sino de analizar las razones, entre las cuales se incluye sin duda el creciente descontento con la medicina convencional u ortodoxa de una parte cada vez mayor de la población, del importante auge en las sociedades de Occidente—en algunos países como Estados Unidos se puede calificar de espectacular—de otros tipos de medicinas y terapias llamadas alternativas, complementarias, no convencionales, suaves[2], holísticas o integrales.

Diferencias epistemológicas

Tienen en común todas estas medicinas que se presentan como alternativa o complemento a la medicina moderna que usualmente se enseña y practica en Occidente, a la que se la denomina también ortodoxa y convencional. Se han descrito como

“Un amplio ámbito de recursos curativos que abarca todos los sistemas de salud, modalidades y prácticas con sus correspondientes teorías y creencias que no son los del sistema de salud políticamente predominante en una sociedad o cultura en particular, en un determinado período histórico.”[3]

Para la Organización Mundial de la Salud (OMS) los términos medicina alternativa y medicina complementaria deben definirse respecto del concepto de medicina tradicional o indígena, que corresponde a la suma de todos los conocimientos, habilidades y prácticas basadas en teorías, creencias y experiencias propias de cada cultura, sean o no explicables, y que se usan para el mantenimiento de la salud así como para el diagnóstico, mejora o tratamiento de enfermedades físicas y mentales[4]. Se da pues el caso, no siempre simétrico, de que una medicina pueda considerarse tradicional en un país o región y no convencional, alternativa o complementaria en otros. Tal sucede, por ejemplo, con la medicina tradicional china, que es alternativa en Occidente mientras que en China la medicina occidental no se denomina alternativa ni tiene la consideración que ese término conlleva en los países en los que la atención sanitaria principal en el ámbito nacional es responsabilidad exclusiva de la moderna medicina occidental. ¿En qué se diferencia pues, esta medicina de las demás para que se produzca tal asimetría conceptual y denominativa? Para los editorialistas del prestigioso Journal of the American Medical Association (JAMA), la pregunta está mal formulada ya que no hay medicinas alternativas en general, sino la medicina que está científicamente demostrada, se basa en la evidencia de las pruebas y tiene una sólida base de datos experimentales en que apoyarse, y las que carecen de pruebas y de evidencia científica[5]. Y aunque no se diga explícitamente en el editorial en cuestión, no queda ninguna duda de que de todas las que se practican hoy en el mundo, la medicina moderna occidental es la única que se acerca al modelo de una disciplina cuya teoría y práctica se asientan en firmes y probados fundamentos científicos. De ello cabe inferir que, dado que el conocimiento científico en el que tiende a basarse cada vez más la medicina occidental es transcultural (digan lo que digan los relativistas gnoseológicos), ésta tiene cierto potencial de alcanzar también un carácter transcultural, una validez universal, al menos en sus aspectos más conceptuales, técnicos y objetivos, pese a que no es fácil que la relación entre médico y enfermo o nociones generales como bienestar, salud, enfermedad y dolor, y por tanto, la práctica médica en su totalidad, pierdan alguna vez todo o parte de su dependencia subjetiva y cultural[6].

En general existen importantes diferencias ontológicas y epistemológicas entre la medicina científica y la gran mayoría de las medicinas tradicionales, principalmente debidas a que casi todas ellas surgieron en épocas pre-científicas y, posteriormente, no se han adaptado a los importantes cambios teóricos y metodológicos impuestos por la ciencia moderna. Así, mientras que la gran mayoría de las medicinas tradicionales se basan en algún tipo de vitalismo, sea de origen mágico, espiritual o religioso, la medicina científica se sustenta, al menos metodológicamente, en la biología naturalista que excluye cualquier clase de espíritus, fuerzas vitales y poderes sobrenaturales, por lo que, los que la desarrollan y ejercen deben actuar, independientemente de cuales sean sus creencias religiosas, con metodología naturalista. Sucede que la experiencia histórica nos ha mostrado la posibilidad de que las medicinas tradicionales hayan encontrado mediante métodos empíricos procedimientos terapéuticos, físicos o químicos, para ciertas enfermedades, con independencia de las creencias vitalistas (sagradas o no) sobre los fundamentos y mecanismos de acción de dichas prácticas terapéuticas. Se trata de los llamados remedios naturales, entre los cuales el más importante es la fitoterapia o tratamiento de las enfermedades con plantas. La medicina científica, de forma pragmática, considera en estos casos que los orígenes místicos y el desarrollo empírico (mediante prueba y error sin control alguno) de estos remedios, por muy pre-científicos que fueran, son sólo de interés para los historiadores de la antropología cultural y la farmacognosia, y que, para que puedan considerarse parte de esa medicina científica basta con que superen la evaluación de su eficacia terapéutica y su seguridad mediante pruebas científicas realizadas con el rigor y la metodología reglamentada para los ensayos clínicos[7]. Por este procedimiento, un número importante de sustancias de origen vegetal ha pasado a formar parte del vademécum de medicamentos de la medicina occidental. Sucede entonces que el misterio de la acción terapéutica de la planta desaparece, pues tarde o temprano se identifican los principios activos que contiene (una molécula o conjunto de ellas) responsables de la eficacia  paliativa o curativa de dicha planta medicinal, se extraen y se purifican (o se sintetizan en los laboratorios) y se convierten en un medicamento convencional[8]. Si una planta medicinal no supera esta evaluación o no ha sido aún evaluada con estos criterios, no puede admitirse como medicamento científico y por tanto se deberá seguir considerando, en el mejor de los casos, como un remedio natural de la medicina tradicional (o un tóxico potencialmente peligroso, en caso de no pasar las pruebas de seguridad)[9]. A este respecto, y pese a lo que se escribe y se dice sobre la inocuidad de los remedios naturales, es importante reseñar que la base de datos sobre éstos más completa del mundo, la “Natural Medicines Comprehensive Database”, incluía en sus edición de 1999 un total de 964 remedios de las medicinas naturales. De todos ellos, solamente 46 tenían la consideración de eficacia probada para las indicaciones correspondientes (según la evidencia científica disponible), y otros 72 se consideraban como probablemente eficaces.[10] Respecto de la seguridad, los editores de dicha base de datos solamente pudieron calificar de bastante seguros a 147 de esos casi mil remedios analizados. Como probablemente inseguros figuraban un total de 118 remedios, 131 como casi inseguros y 45 como claramente sin seguridad alguna. En resumen, solamente en un 15% de los remedios de las medicinas naturales se ha podido establecer su seguridad y únicamente en un 11% de ellos, su eficacia o probable eficacia para las indicaciones en las que se vienen usando.[11]

Al comparar una planta medicinal de eficacia terapéutica con el correspondiente medicamento farmacéutico con los mismos componentes activos nos encontramos con otra de las causas del auge de las medicinas alternativas y complementarias. Para sus partidarios, y aunque el análisis químico y los ensayos clínicos demuestren irrefutablemente la equivalencia de ambos, la planta es preferible como medicina pues es un producto natural y no un artificio químico. Dejando a un lado la tentación de explicar con detalle por qué el ácido acetil salicílico sintético que contiene una tableta de Aspirina es en todo igual al que acumulan naturalmente las plantas como parte de su sistema de resistencia a las infecciones (resistencia sistémica adquirida) y que ambos son el mismo compuesto químico, continuaré con la afirmación de que la demanda de terapias no convencionales es una parte de la moda que otorga un gran valor a todo lo que se pueda etiquetar (con etiqueta de color verde, por supuesto) de natural, ecológico, verde, saludable y alternativo[12]. Se argüirá que estamos ante algo mucho más importante que una simple moda y que nos encontramos frente a un amplio movimiento social que tiene unas nuevas formas de pensar y actuar, un nuevo “paradigma integral” basado en teorías diferentes a las del “paradigma reduccionista” de la ciencia moderna y una escala de valores más acordes con la relación holística e integradora que debe existir entre el hombre, la sociedad y la naturaleza. Por consiguiente, el auge de las medicinas alternativas, complementarias o suaves no es una cuestión de modas sino consecuencia natural de esta nueva cosmovisión[13].


[1] Véase como ejemplo, el artículo de Jesús Vinçens, La integración de la salud, publicado en el número 123 de CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA, junio de 2002.

[2] Aunque todas estas medicinas o terapias se presentan como suaves en contraposición a la “dura medicina ortodoxa y convencional de Occidente”, la denominación de suaves no es muy frecuente, aunque tiene reminiscencias cervantinas. Figura en un párrafo de la Aprobación de la segunda parte del Quijote firmada por el licenciado Márquez Torres, que se reproduce a continuación:

“Hácense odiosos a los bien entendidos, con el pueblo pierden el crédito, si alguno tuvieron, para admitir sus escritos y los vicios que arrojada e imprudentemente quisieren corregir en muy peor estado que antes, que no todas las postemas a un mismo tiempo están dispuestas para admitir las recetas o cauterios; antes, algunos mucho mejor reciben las blandas y suaves medicinas, con cuya aplicación, el atentado y docto médico consigue el fin de resolverlas, término que muchas veces es mejor que no el que se alcanza con el rigor del hierro.”

[3] Panel of Definition, CAM Research Methodology Conference, April 1995. Defining and describing complementary and alternative medicine. Alternatives Therapies in Health and Medicine, 1997; 1995:3:49-57

[4] Guidelines on Methodology, WHO 2000. Las medicinas tradicionales, cuando se practican en donde son autóctonas y en donde son, en muchas ocasiones, las únicas medicinas a disposición de la población, merecen respeto y comprensión, aunque no sean científicas y su eficacia y riesgo se consideren muy discutibles. Mas cuando se practican en Occidente por moda o capricho, como negocio, merecen otra consideración.

[5] Phil B. Fontanarosa, George D. Lundberg: Alternative Medicine Meets Science, Editorial. JAMA, Vol. 280 No. 18, 11 de noviembre de 1998.

[6] Conviene distinguir entre subjetividad y objetividad ontológicas y epistemológicas. Que la ideas de bienestar, salud y enfermedad tengan una fuerte componente ontológica cultural y subjetiva, no impide que utilicemos una epistemología científica, esto es, objetiva y transcultural, para su estudio y consecuente búsqueda de respuestas y soluciones al mayor número posible de asuntos y problemas relacionados con la medicina y la salud (sobre subjetividad y objetividad ontológicas y epistemológicas, véase John R. Searle: Mente, lenguaje y sociedad. La filosofía en el mundo real. Alianza Editorial,  Madrid, 2001).

[7] El uso prolongado de una planta medicinal, así como el anecdotario, creencias, teorías o testimonios sobre dicho uso que no estén rigurosamente documentados carecen de validez científica para demostrar su eficacia o seguridad. Sirva como ejemplo la reciente y categórica demostración de la ineficacia de la Hierba de San Juan (Hypericum perforatum, también conocida como Corazoncillo, Hipérico, Pericón, etcétera) para el tratamiento de la depresión, pese a su uso continuado durante mucho tiempo por millones de personas en todo el mundo, mediante uno de los estudios más exhaustivos sobre la eficacia de los remedios naturales, realizado por la Universidad de Duke (Carolina del Norte) y cofinanciado por el National Center for Complementary Medicine (NCCAM), el National Institute of Mental Health (NIMH) y la Office of Dietary Supplements(ODS), organismos pertenecientes a los National Institutes of Health (NIH) del Department of Health and Human Services (Hypericum Depresion Trial Study Group. Effect of Hypericum perforatum (St. John wort) in major depression disorder: a randonized, controlled trial. JAMA, 2002; 287:1807-1814). Asimismo, en febrero de 2000, la Agencia Española del Medicamento emitió una nota informativa sobre el riesgo de interacciones medicamentosas del Hypericum Perforatum, principalmente con anticonceptivos y antirretrovirales para el tratamiento de la infección por VIH (www.msc.es/agemed/csmh/notas/hiperico.asp).

[8] Algunos fitoterapeutas discrepan de que la conversión de las plantas medicinales en medicinas clásicas (especialidades farmacéuticas con indicaciones terapéuticas, según la legislación vigente española) sea preferible al uso de las plantas naturales pues se pierde el valor de la sinergia, concepto que se refiere a que la parte activa de la planta medicinal está formada por numerosos componentes, y su acción farmacológica es a veces superior a la que se obtiene con los principios activos aislados. Salvo en los casos muy excepcionales en los que no sea posible identificar y extraer de una planta todos sus principios activos y preparar el medicamento convencional con las mismas concentraciones que estos tenían en la planta de origen, esta aseveración carece de todo fundamento y no ha podido ser demostrada científicamente.

[9] En España aún está por desarrollar la legislación correspondiente (artículo 42 de la Ley del Medicamento), tal vez en espera de la correspondiente Directiva Europea. La postura de la administración sanitaria española, que es contraria a dobles estándares de seguridad y eficacia, es de exigir lo mismo a las plantas que a los medicamentos farmacéuticos si se quiere que se comercialicen con indicaciones terapéuticas. La industria de plantas medicinales y los herbolarios pretenden por su parte, sin justificación científica alguna, que se trate con benevolencia la evaluación de la eficacia de estos productos.

[10] Jellin, J. M., Batz, F. y Hitchens, K., editors (Pharmacist’s Letter/Prescriber’s Letter), Therapeutic Research Faculty, Stokton, 1999 (se renueva frecuentemente). La eficacia y la seguridad estaban demostradas cuando se cumplían los mismos requisitos sobre ensayos clínicos que los que se exigen a las medicinas convencionales.

[11] Marty, A. T.: “Natural Medicines Comprehensive Database”, Journal of the American Medical Association, JAMA, Vol. 283 No. 22, junio de 2000.

[12] El Grupo de los verdes del Parlamento Europeo encabeza todas las iniciativas para presionar a la Comisión Europea a fin de que regule las medicinas alternativas en pie de igualdad con la medicina científica, pero sin tener que pasar por las duras y exigentes evaluaciones de esta última.

[13] Vinçens, J., loc. cit. Entre las teorías en que para este autor se basa el supuesto “nuevo paradigma” científico figuran la de los sistemas de Bertalanffy, que, al contrario de otras teoría semejantes que a menudo se citan formando parte de ese “nuevo paradigma”, como la teoría de la información (Shannon), la cibernética (Wiener ), la teoría de autómatas (Turing) o la teoría de los juegos (von Neumann), incluidas hoy en los libros de texto de la “ciencia reduccionista”, ha quedado en vía muerta, dados sus componentes metafísicos; la de Gaia de Lovelock, que no es tal teoría sino una simple metáfora medioambiental, desfigurada por ecologistas ignorantes hasta la patochada de considerar a la Tierra como un organismo viviente; la trama de la vida, de Fritjof Capra, que no es como dice Viçens una metáfora utilizada en física cuántica sino el título de un libro sobre biología lleno de errores y de ideas absurdas con las que Capra pretende refutar con increíble frivolidad aspectos básicos y sólidamente establecidos del darwinismo; y los campos morfogenéticos de Rupert Sheldrake, un despropósito de la New Age.

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