La aproximación evolucionista al estudio del ser humano inaugurada por la teoría de Darwin, y desarrollada con posterioridad gracias a los descubrimientos de la genética y la biología molecular (“síntesis moderna”) se ha ido ampliando en las últimas décadas, desde la antropología cultural a la criminología, y los problemas sociales estudiados por los trabajadores sociales también pretenden incorporar este enfoque biopsicológico, aunque no sin resistencias. No se trata de meras curiosidades teóricas, ya que incorporar lo bio en los estudios sociales y psicológicos, en principio, ayuda a intervenir más eficazmente en los problemas.
Los llamamientos a la “interdisciplinaridad” de las ciencias son comunes en los últimos tiempos, incluso vociferantes. Se supone que también las ciencias sociales deben incorporar variables biopsicológicas para llegar a conclusiones válidas.
Pese a críticas y malentendidos frecuentes, los resultados de la genética conductual proporcionan ya evidencias significativas de que la herencia biológica explica una parte de la variación en comportamientos humanos complejos. Los estudios de gemelos y adopción, junto a técnicas modernas de análisis genético, permiten calcular hoy la heredabilidad de un rasgo, es decir, una estimación sobre el porcentaje de la variación en un rasgo dado que es atribuíble a factores genéticos, además del porcentaje que es atribuíble al ambiente compartido (las experiencias comunes de dos hermanos mientras son criados juntos) y no compartido. Evidentemente, también existen factores no genéticos que explican una parte substantiva de esta variación.
Otra parte importante del enfoque bio procede de la neurociencia, con su capacidad para descubrir las bases neurales del comportamiento, con un impacto relevante en la predicción y el tratamiento de una larga lista de problemas psicosociales.
Adicionalmente, el estudio de las variables fisiológicas también es significativa en el diagnóstico e intervención. La frecuencia cardíaca, por ejemplo, se ha asociado con una gama de conductas antisociales, y el papel del cortisol como respuesta al stress también se ha asociado con problemas emocionales infantiles.
Según un equipo encabezado por Brandy R. Maynard (2015), del departamento de trabajo social de la universidad de Saint Louis, EE.UU, la aspiraciones de acercar la biología a las ciencias sociales están lejos de cumplirse, sin embargo.
Estos investigadores han analizado distintos artículos incluyendo al menos un factor biológico, publicados en los últimos 15 años dentro del campo del trabajo social, y a lo largo de 75 revistas científicas especializadas en trabajo social. Estos factores biológicos van desde factores genéticos (estudios de gemelos y adopción) a factores fisiológicos (como ritmo cardíaco, sangre, saliva, y resonancias magnéticas funcionales). Los resultados son muy desalentadores: sólo 11 de los estudios analizados resultó que medían una variable biológica. Los investigadores calculan que la probabilidad de encontrar un estudio biosocial –0.0003– en este campo “es similar a la probabilidad de ser alcanzado por un rayo”. Entre las causas, figurarían una falta de entrenamiento en el mismo marco teórico biológico por parte de los científicos sociales, una prevención ante la tendencia a medicalizar los problemas sociales, pero también apuntan a un persistente y viejo conocido temor ideológico”: «hay un miedo al determinismo biológico, la creencia de que la conducta es controlada únicamente por los genes, algo que nos llevaría por el camino de un nuevo movimiento eugenista, así como miedos de que la investigación biosocial refuerce actos racistas y perpetúe la injusticia social y económica”.
Las líneas de investigación biosocial, apuntan los autores, continuarán desarrollándose de todos modos, con o sin la ayuda de los trabajadores sociales. Hasta cuando las ciencias sociales pueden permitirse ignorar aspectos tan cruciales de la conducta social y humana, es un enigma.