Laicismo

El caso Redeker

El caso Redeker
Por Christian Delacampagne, publicado en Commentary Magazine en Enero 2007

Traducción: Vicente Berenguer

El pasado Septiembre, Robert Redeker, profesor de filosofía en el instituto Saint-Orens-de-Gameville (una pequeña localidad cerca de Tolouse) y autor de varios libros eruditos, publicó un artículo en el periódico Le Figaro. La pieza, una respuesta a la controversia suscitada por las observaciones sobre el Islam que el Papa Benedicto XVI había hecho la semana anterior, se titulaba «¿Qué debería hacer el mundo libre frente a la intimidación islamista?». Era una feroz crítica de lo que Redeker llamaba «el intento del Islam por imponer su plúmbeo armazón sobre el mundo». Si Jesús fue un maestro del amor, escribió,  Mahoma fue un maestro del odio. De las tres religiones del Libro, el Islam era la única que predicaba abiertamente la Guerra Santa, mientras que el judaísmo y el cristianismo eran religiones cuyos ritos  rechazaban y deslegitimaban la violencia, concluía  Redeker. El Islam es una religión que desde su libro sagrado y sus ritos cotidianos exalta la violencia y el odio.

Cuando el artículo apareció online se leyó en toda Francia y en otros países. Enseguida fue traducido al árabe. Las denuncias de quenRedeker insultaba al profeta se extendieron por Internet. Al día siguiente de su publicación, el artículo ya fue condenado en Al Jazeera por el popular predicador televisivo Sheik Yousef al-Qaradawi (una voz no oficial de Bin Laden).  En Egipto y Túnez el ejemplar de Le Figaro fue prohibido. Por lo que respecta a Redeker, pronto recibió numerosas amenazas, tanto por carta como por e-mail. En una web islamista fue condenado a muerte a través de un post en el que, para facilitar la tarea al potencial asesino, se facilitaba su dirección y una foto de su casa. Temeroso por su vida y la de su familia, Redeker buscó la protección de la policía local, que transfirió el caso a las autoridades nacionales de contraespionaje. Siguiendo su consejo, Redeker, su mujer y sus tres hijos huyeron de su casa y se refugiaron en un emplazamiento secreto.  Desde entonces se han trasladado de ciudad en ciudad bajo protección policial, pagándose los gastos de su bolsillo. Otro profesor ha sido elegido por el ministerio de educación para reemplazar a Redeker, que muy posiblemente no volverá a ver a sus antiguos alumnos.

Como viejo amigo de Redeker ,yo estaba profundamente consternado por estos hechos y muy preocupado por su seguridad y la de su familia. Mi angustia se agravó a causa de la reacción del  establishment francés ante el caso Redeker . El primer ministro Dominique de Villepin fue practicamente el la única figura oficial que mantuvo una posición honrosa ; este declaró que «esta fatwa» contra un intelectual francés era «inaceptable», Un grupo de de intelectuales centrístas ,incluyendo a Pascal Bruckner, Alain Finkielkraut, André Glucksmanny Henry-Levy, hizo un llamamiento en defensa de Redeker y de las libertades fundamentales de Francia. Pero la mayoría de las respuestas ,incluso aquellas que disfrazadas como defensas de la libertad de expresión.eran de hecho hostiles al profesor de filosofía.  El alcalde comunísta de Saint-Orens-de-gameville y,haciendose eco ,el director del colegio de Redeker,lamentaron el hecho de que hubiese incluido su afiliación al final del artículo. Los dos sindicatos de profesores mayoritarios en francia,ambos socialístas,recalcaron que ellos no compatían las convicciones de Redeker. Las más punteras organizaciones izquierdístas de derechos humanos aún fueron más lejos denunciando sus irresponsables declaraciones e ideas pútridas. Un profesor de filosofía ,compañero de Redeker ,Pierre Tevanian,declaró (en una web musulmana) que Redeker era un racísta que debería ser severamente castigado por la administracíon del colegio.
Como viejo amigo de Redeker, yo estaba profundamente consternado por estos hechos y muy preocupado por su seguridad y la de su familia. Mi angustia se agravó a causa de la reacción del  establishment francés ante su caso. El primer ministro Dominique de Villepin fue prácticamente la única figura oficial que mantuvo una posición honrosa: declaró que «esta fatwa» contra un intelectual francés era «inaceptable». Un grupo de intelectuales centristas, incluyendo a Pascal Bruckner, Alain Finkielkraut, André Glucksmann y a Henry-Levy hizo un llamamiento en defensa de Redeker y de las “libertades fundamentales” de Francia.

Pero la mayoría de las respuestas, incluso aquellas que fueron disfrazadas como defensa de la libertad de expresión, eran de hecho hostiles al profesor de filosofía.  El alcalde comunista de Saint-Orens-de-Gameville y el director del colegio de Redeker lamentaron el hecho de que hubiese incluido su afiliación al final del artículo. Los dos sindicatos de profesores mayoritarios en Francia, ambos s”. Las más punteras organizaciones izquierdistas de derechos humanos aún fueron más lejos denunciando sus “irresponsables declaraciones” e “ideas pútridas”. Un profesor de filosofía compañero de Redeker, Pierre Tevanian, declaró (en una web musulmana) que Redeker era “un racista” que debería ser severamente castigado por la administración del colegio.
Incluso Gilles de Robien, el ministro francés de Educación, criticó a Redeker por actuar como si representara al sistema educativo francés; extraña acusación contra el autor de un artículo que era claramente una opinión personal.

Entre los miembros de los medios de comunicación, Redeker fue regañado por articular sus ideas tan imprudentemente. En  la radio Europe 1, Jean Pierre Elkebach invitó al acosado profesor a declarar su ”arrepentimiento”. El consejo editorial de Le Monde tildó  la pieza de Redeker de “excesiva, errónea, engañosa e insultante”. Llegó a calificar sus observaciones sobre Mahoma como “blasfemas”, lo cual implicaba que el fundador del Islam debía ser tratado, incluso por los no musulmanes en un país no musulmán, no como objeto de investigación sino de veneración.

Cierto, el lenguaje de Redeker no había sido amable. ¿Pero cuando ha sido eso un requisito del discurso intelectual francés? Uno puede encontrar un lenguaje igual de fuerte en Les Temps Modernes, el diario fundado por Sartre  y en cuyo consejo editorial ha trabajado Redeker mucho tiempo. Juzgando la respuesta a su “ofensa”, grandes sectores del establishment político e intelectual francés han establecido una excepción a su duramente ganada tradición de discusión abierta: cuando se tata del Islam (en oposición al cristianismo y al judaísmo) la libertad de expresión debe respetar unos límites.
¿Cómo alcanzó Francia este punto?

La primera y más inmediata explicación es que el país está a punto de entrar en un importante periodo electoral. Cinco millones de musulmanes residen en Francia y la mayoría de ellos son ciudadanos con derecho a voto. Ningún partido se puede permitir una confrontación con esta creciente comunidad. Es más, en la memoria están todavía frescas las revueltas en los suburbios de las ciudades francesas en el otoño del 2005. Aún existe violencia aunque menos dramática en las áreas con grandes poblaciones de jóvenes musulmanes de origen africano o norte africano nacidos en Francia, y eso ha hecho que el miedo de la clase política a una nueva conflagración la obligue a evitar tocar nada relacionado con el Islam.

Más desconcertante es la complicidad de los medios franceses. Por supuesto que ellos también quieren evitar ser percibidos como adversarios de la comunidad musulmana. Pero han ido más allá de la mera precaución. Después de los disturbios, los principales periódicos, revistas y noticiarios han mostrado poco interés en la realidad del Islam francés, especialmente en la creciente influencia de la propaganda islamista. De ahí que no fuese un periodista sino el político de extrema derecha Phillippe de Villiers el que llamara la atención recientemente sobre la islamización del personal en el aeropuerto Charles de Gaulle. Este fenómeno no era un secreto pues el aeropuerto está situado en el departamento de Seine San Denis, mayoritariamente musulmán y que por lo tanto contrata gente de allí, pero nadie vio pertinente investigarlo. Confrontados con la militancia islamista, los periodistas franceses parecen haber perdido su nervio y comprometido su profesionalismo.

Por lo que respecta al mundo académico francés, la historia es más complicada. Trabajar en temas sensibles relacionados con la raza y la religión no ha sido nunca una elección fácil para un erudito francés, especialmente para uno cuyas opiniones se salgan de las convenciones de la izquierda académica. Durante los años cincuenta  Fernand Braudel, trató de disuadir a Leon Poliakov de que escribiera sobre el antisemitismo, un tema sobre el que Poliakov posteriormente escribiría libros muy importantes. Años después, gentes bien intencionadas y preocupadas por mi futuro me aconsejaron que evitara el tema del antisemitismo. Ignoré su consejo y escribí un libro titulado L´Invention du Racisme (1983), y ya no pude conseguir trabajo en la universidad. Por suerte me ha ido mejor en los Estados Unidos.

Hoy en día en Francia, investigar sobre los polémicos temas de la raza y la religión es tabú a menos que uno exhiba la política correcta. Para hablar en conferencias o para que uno pueda aspirar a puestos importantes debe estar dispuesto a describir la era colonial francesa como un genocidio y a denunciar la política americana en Oriente Medio como una bárbara crueldad. Los que se niegan son relegados al ostracismo.

Un ejemplo notable de lo que es estar incluido en la lista negra ocurrió en el 2004, cuando un investigador solicitó un puesto en el prestigioso Collége International de Philosophie. Sus credenciales eran magníficas, pero cuando un miembro del comité supo que tenía opiniones pro americanas (al parecer no se oponía con rotundidad a la guerra de Irak), comenzó una campaña subrepticia pero efectiva para negarle el puesto. Los detalles del caso aparecieron en L´Express. El nombre del candidato injustamente tratado era Robert Redeker.

Se podrían señalar muchas explicaciones para esta extraordinaria parcialidad, pero estoy convencido que el origen está en la compleja historia de las relaciones entre Francia y el mundo árabe durante los últimos 150 años. El factor dominante en esta historia han sido los distintos esfuerzos de Francia por establecer un dominio de ultramar. El colonialismo francés empezó en Argelia en 1830, más tarde se extendió a Marruecos y a Túnez, llegando a alcanzar Siria y El Líbano. Después de la primera guerra mundial el Tratado de Versalles convirtió a Francia en la potencia encargada de estos países recién fundados. En Argelia el periodo colonial fue el más largo, hasta 1962, y también el más amargo. Sus últimos años estuvieron manchados por una sangrienta guerra de independencia en el curso de la cual los clérigos musulmanes argelinos jugaron un importante papel, no sólo apoyando las operaciones militares del FLN, sino también haciendo del Islam la ideología de la guerra.

Un trasfondo histórico tan tenso nos llevaría a pensar que existe un gran antagonismo entre el ex poder colonial y sus anteriores colonias. Pero, extrañamente, la realidad ha sido la contraria. Con excepción de la abortada expedición de Suez en 1956, cuando Francia estuvo aliada con Gran Bretaña e Israel contra Egipto, los distintos gobiernos franceses han mantenido unas relaciones notablemente amistosas con los países árabes. Si ha habido una tendencia permanente en la diplomacia francesa desde Charles De Gaulle hasta Miterrand y Chirac ha sido la de mantenerse siempre en el campo pro árabe. La base de esta alianza fue establecida por De Gaulle. Al final de la guerra de Argelia éste decidió que era vital restaurar unas buenas relaciones con los líderes árabes, especialmente con el régimen egipcio, que había apoyado al FLN. Para conseguir este fin, sin embargo, tuvo que romper la alianza diplomática y militar que existía entre Francia e Israel desde 1948. La Guerra de los Seis Días le ofreció el pretexto que tanto buscaba.

El episodio más vívido de esta realineación (y ciertamente el más famoso) fue la observación que emitió De Gaulle en una conferencia de prensa en 1967. Los judíos, dijo, eran unas gentes elitistas, muy seguras de sí mismas, y muy dominantes. El significado de este comentario no pasó desapercibido para el distinguido politólogo Raymond Aaron, que reconoció en él el típico lugar común anti semita sobre la supuesta sed de poder de los judíos. Fue la clara señal que dio De Gaulle sobre el giro en la política exterior francesa, pasando así a abrazar la causa anti sionista. El giro de De Gaulle reforzó otras tendencias ideológicas en la sociedad francesa que ya eran fuertes por entonces y lo siguen siendo hoy. La primera de ellas es la arraigada resistencia de los católicos franceses a ver a Palestina, Tierra Santa, como el lugar de nacimiento de Jesús devuelto a los judíos, a los que consideraban enemigos de Cristo. En la práctica la Iglesia siempre había buscado tener buenas relaciones con los regímenes islámicos para proteger los intereses cristianos en la región. La simpatía francesa por Israel había torcido estos esfuerzos y De Gaulle dio a la Iglesia esta ventaja diplomática.
Una importancia más duradera de este giro radical de de Gaulle fue el apoyo a los paises no alineados ,como se llamaba entonces al tercer mundo. Para estos elementos de la política francesa ,el sionísmo era simplemente una forma de colonialísmo occidental, ahora apoyado por la fuerza bruta de los imperialístas  Estados Unidos. Con el paso de los años esta idea se ha convertido en universal en la izquierda francesa, y no digamos en los bien pensantes de otras partes de Occidente. Una de las ironias más trístes  de la política francesa es que la izquierda , por su cerril odio a Israel, se ha hecho más anti semita que la extrema derecha,con su larga historia de animosidad contra los judios.
Otro aspecto de este giro radical de De Gaulle fue el apoyo a los países no alineados, como se llamaba entonces al Tercer Mundo. Para estos elementos de la política francesa el sionismo era simplemente una forma de colonialismo occidental, ahora apoyado por la fuerza bruta de los imperialistas de Estados Unidos. Con el paso de los años esta idea se ha convertido en universal en la izquierda francesa, y no digamos entre los bien pensantes de otras partes de Occidente. Una de las ironías más tristes de la política francesa es que la izquierda, por su cerril odio a Israel, se ha hecho más anti semita que la extrema derecha, que cuenta con una larga historia de animosidad respecto a los judíos.
Otro aspecto en el que fijarse es el de la actitud de las élites francesas hacia el mundo árabe y el papel de la comunidad académica de los orientalistas. Como resultado de la colonización, las universidades francesas empezaron pronto a desarrollar estudios norte africanos y de Oriente Próximo. Este campo, a pesar de sus muchos logros, estaba emponzoñado desde el principio.

El primer gran orientalista fue Louis Massignon (1883-1962), un intelectual católico que publicó sus primeros libros hace cien años, mientras Francia se hallaba enfrascada en el affaire Dreyfus, y se movía en círculos anti semitas. Poco después apareció el famoso trío compuesto por Jacques Berque, Maxime Rodinson y Vincent Monteil. Experto en Indonesia, Monteil se convirtió al Islam y después de la segunda gran guerra suscribió algunas teorías derechistas que negaban la realidad del Holocausto.  Rodison, que era judío, fue activista comunista durante la Guerra Fría. Por lo que respecta a Berque, que creció en el Marruecos colonial, vivió en tantos países árabes que con el paso de los años se hizo manifiestamente incapaz de mantener una distancia crítica. Mientras yo trabajaba en la sección cultural de la embajada francesa, Berque se entretuvo contándome cómo se había asimilado completamente a la cultura árabe. Viajando por Irak a principios de los setenta fingió ser marroquí y como tal fue invitado por el imán de una importante mezquita a comentar unas suras coránicas durante el sermón del viernes. Si lo hubiesen descubierto habría puesto en peligro su vida. Pero, como decía Berque, su árabe era tan fluido (era el único no árabe miembro de la academia egipcia de lengua árabe) y su conocimiento de la materia tan extenso que ningún iraquí podría haberlo detectado. Su identificación no era sólo cultural. Buceando en sus pronunciamientos, se encuentra un patrón muy claro. Calificó el nacimiento de Israel como un acto ilegítimo y predijo que el estado judío no sobreviviría más allá de unos pocos años. En 1967 predijo que Nasser borraría a Israel del mapa. A finales de los ochenta declaró que Saddam Hussein era un gran líder socialista y secular que traería la democracia al Oriente Medio. También exigió que Francia lo tratase como a un buen amigo. En sus años finales dijo que el islamismo podría hacer algunos avances aquí o allá, pero que nunca tendría predicamento entre las élites de un país como Egipto.

Desgraciadamente los herederos de los orientalistas hoy en día tienen prejuicios similares y son poco de fiar en sus juicios políticos.  Gilles Kepel, en La Guerra por la Mente Musulmana (2004), ha proclamado que el islamismo es un fracaso y Al Qaeda un esfuerzo baldío, llegando a describir los ataques del once de septiembre como un acto de pura desesperación. Oliver Roy, autor de El Islam Globalizado, ve el islamismo como un programa revolucionario que responde a aspiraciones populares, aunque se exprese en términos reaccionarios. Otro estudioso, Francois Burgat, arguye en Cara a cara con el islam político (2005) que los países occidentales en vez de luchar contra los líderes islámicos, deberían mantener con ellos un diálogo amistoso.

No quiero sugerir que ninguno de estos estudiosos carezca de conocimientos sobre la situación en el mundo árabe. Pero dan una imagen distorsionada de la situación, y lo hacen deliberadamente. Tratando de quitarnos la sensación de amenaza por parte del Islam, minimizan la importancia del Islam radical y su amenaza a la libertad y a la paz. En contraposición a lo que los mismos islamistas dicen, los orientalistas insisten en que no hay un choque de civilizaciones.

El efecto de estas opiniones en la discusión política en Francia es profundo. La presente generación de orientalistas es omnipresente en los medios. Aseguran que la creciente y bien visible islamización de los suburbios europeos no supone ningún peligro. Sugieren que el problema de Israel es su propia existencia. Inspiran la abierta simpatía con la que se ve a Hamas o a Hezollah en periódicos como Liberation o Le monde. Se esfuerzan por acuñar el término islamofobia para deslegitimizar a los que no están de acuerdo con ellos, como Redeker.

Yo no soy orientalista ni experto en el Islam, pero he pasado años en Oriente Medio y en otros países árabes y sé que la situación en el mundo islámico se corresponde muy poco con el wishful thinking de tantos estudiosos, periodistas y políticos franceses. Una rápida ojeada al mapa, desde Chechennia a Israel y a la Autoridad Palestina, Líbano, Irán, Irak, Afganistán, Sudán, Somalia, Cachemira, el sur de Tailandia y el sur de las Filipinas, revela que las guerras más devastadoras son las del tipo jihadista. Todas se alimentan del islamismo violento. También sé que el creciente anti semitismo que uno se encuentra en Francia, combinado con la tendencia de la élite a hablar de Israel como un estado temporal, no es sólo peligroso en sí, sino también para Francia. Una república fundada en los principios de la libertad y la igualdad no puede dar cabida a tan perniciosas ideas. La corrupción de las ideas es difícil de controlar y los compromisos morales e intelectuales que llevan a gente educada a negar la naturaleza y la realidad de la lucha contra el islamismo, una lucha de todo Occidente, pronto afectarán otros aspectos de la vida pública.

Cuando por fin di con Redeker por e-mail semanas después de que se ocultase con su toda familia, todavía estaba atónito por su suerte. «Nunca pensé que tal cosa pudiese ocurrir en nuestra vieja república francesa», me escribió en un corto y estoico mensaje. Tampoco yo. Pero las cosas han cambiado. Lo que era impensable en Francia ha ocurrido.