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David Buss: Por qué se moraliza el sexo

La «libertad sexual» no existe. Algunas conductas relacionadas con el sexo de hecho se consideran moralmente inaceptables y están sujetas a distintas sanciones sociales, mientras que otras son universalmente consentidas o incluso incentivadas. Además, resulta que no sólo la Biblia y la tradición judeocristiana, o las costumbres occidentales, están obsesionadas originalmente con este tema. Existen normas bastante explícitas para regular la sexualidad y el matrimonio al menos desde el código sumerio de Ur-Nammu, fechado entre los años 2100 y 2050 a.C, pasando por las leyes indias de Manu, del siglo III antes de la era cristiana.

David Buss, psicólogo evolucionista de la universidad de Texas, explicó este verano en la universidad de Varsovia, con motivo de ISSID 2017, que la moral sexual en realidad tiene una historia evolutiva profunda, más allá de la religión, remontándose a adaptaciones psicológicas surgidas en el ambiente ancestral del ser humano. Todo antes de la aparición de las civilizaciones extensas, sus código escritos y sus castas sacerdotales puritanas, cuando nuestros ancestros convivían con unas decenas de personas a las que conocían personalmente.

David Buss en ISSID 2017. Varsovia

El sexo se «moraliza» porque es un recurso extremadamente valioso en cualquier sociedad. Controlar estos recursos es esencial para garantizar el éxito reproductivo y la forma en que se comportan los demás puede tanto impedirlo como facilitarlo.

Buss destaca lo que llama “pilares” de la moral sexual universal: conductas como la coacción sexual, la infidelidad, el incesto, el sexo de corto plazo, el bestialismo o la homosexualidad (especialmente la masculina) rara vez no son reguladas y sancionadas.

Una de las razones principales por las que el sexo se moraliza arraiga en el conflicto inherente del emparejamiento humano (Buss, 2017), cuyas bases no han sido socavadas plenamente ni siquiera en las sociedades más igualitarias del planeta.

Hombres y mujeres necesitan cooperar juntos para proteger a hijos con una infancia extendida y vulnerable, lo cual favorece la evolución de adaptaciones psicológicas –como el amor y el apego– y de instituciones sociales –como el matrimonio– que facilitan una colaboración armoniosa. Pero hombres y mujeres también tienen distintos intereses debido a sus diferencias en la biología reproductiva. Las células sexuales femeninas son escasas y “caras” mientras que las masculinas son abundantes y “baratas”; por lo que los costos de tomar malas decisiones sexuales son normalmente mayores para las mujeres que para los hombres. Estas diferencias evolutivas terminan generando conflictos sexuales típicos en todas las fases del  emparejamiento humano: antes de la consumación sexual, tras la formación de la pareja y tras la ruptura.

Un claro ejemplo de conflicto sexual son los celos. Los celos pueden verse como una de las adaptaciones psicológicas orientadas a defenderse contra la infidelidad de la pareja –particularmente en una especie que valora las uniones a largo plazo, a diferencia de la mayoría de los mamíferos. Esto puede llevar a fuertes antagonismos, con extremos patológicos, probablemente debido a que los celos tienen algo en común con las conductas supersticiosas: desde el punto de vista del interés reproductivo individual un “falso positivo” es menos costoso que no detectar en absoluto una infidelidad.

David Buss explicó por qué estas tácticas para proteger a las parejas son ejemplos de adaptación psicológica, pero no de conducta moralmente aceptable. Que los hombres más dominantes aspiren a controlar la sexualidad de sus parejas o sus hijos (especialmente sus hijas) mientras se excusan a sí mismos por mantener relaciones sexuales con otras parejas, es ciertamente un ejemplo de hipocresía moral, pero también es consistente con adaptaciones psicológicas masculinas como un mayor deseo de variedad sexual o una menor disposición para lamentar el sexo ocasional –en comparación al promedio femenino.

1 Comentario

  1. Increíble el artículo en el que ha dejado mucho en lo que pensar y abrir unos conceptos de los que a veces se piensa de manera equivocada, sin duda este artículo merece la pena compartirlo de inmediato, gran trabajo.
    Un cordial saludo, Sandra.

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