Tercera Cultura
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Identidad europea, Unión Europea y Estado Europeo

Alexander Yakobson

La idea de Europa como una entidad histórica y cultural, una identidad abarcadora de sus distintos pueblos, en buena medida, es plausible. Ciertamente para mí es plausible como historiador de la Roma antigua. Fue Roma la que primero condujo a Europa hacia un único gobierno, llegando a conceder su ciudadanía a todos los habitantes libres del Imperio, integrando a las élites locales en su sistema de administración y de leyes, y ejerciendo una influencia profunda y de largo alcance sobre la diversa población del Imperio. La herencia de Roma y de la civilización greco-romana aún es relevante, de distintos modos, en buena parte de la Europa de hoy. Esto encuentra su expresión, inter alia, en el hecho de que buena parte de Europa habla algunas versiones tardías del latín, dentro de la tradición católico romana. La herencia imperial de Roma ha influido, a lo largo de los años, varias de nociones de la unidad europea, incluyendo la idea moderna posterior a la segunda guerra mundial de una Europa unida encarnada ahora en la UE.

Por supuesto, lo que ha proporcionado la base directa para la moderna idea de Europa no ha sido ni la herencia greco-romana ni ninguno de sus elementos históricos y culturales posteriores, como tales, sino la democracia moderna liberal de estilo occidental, a la que han contribuído todos estos primeros elementos y tradiciones. En el presente estadio de su desarrollo, y como parte de su fuerte énfasis en la igualdad, la democracia liberal tiende, más allá de insistir en la igualdad entre individuos, a promover también la igualdad entre culturas. Mientras que el concepto de multiculturalismo, en sus versiones ideológicas radicales, se ha convertido en controvertido, incluso sus críticos (aquellos que permanecen dentro del paradigma liberal-democrático) aceptan hoy de forma natural un grado de pluralismo cultural mucho mayor de lo que fué habitual en el pasado.

En consecuencia, hay una dificultad inherente a la hora de tratar de definir la identidad europea contemporánea en términos culturales e históricos. ¿Puede una definición así aplicarse en igual medida a todos los grupos culturales, incluyendo los inmigrantes y la gente con un trasfondo inmigrante, que habita hoy en Europa? ¿No debería considerarse que la democracia liberal y los derechos humanos son la única base de la identidad europea, su moralidad, y en el sentido amplio, su contenido cultural? Pero si esto es así, ¿qué es lo que hace de esta identidad algo específicamente europeo, opuesto a lo que es compartido por todas las democracias liberales modernas? Más aún, ¿realmente la democracia liberal misma, en su forma actual, desarrollada históricamente en un contexto europeo y de origen europeo, y bajo una fuerte influencia de las tradiciones culturales europeas, es culturalmente neutra con respecto a los diferentes pueblos que habitan la Europa de hoy? Esta cuestión a menudo se responde en controversias a propósito del secularismo, el género y la orientación sexual, temas cruciales tanto para el sistema liberal democrático y para diferentes culturas. En términos prácticos, para tomar un famoso ejemplo, ¿deberían calificarse los esfuerzos de varios países europeos para restringir el velo islámico, y para prohibir el Burka, como una defensa de los valores europeos o como un ataque a ellos?

Encontrar una definición “fuerte” de la identidad europea por consiguiente es problemático desde el punto de vista de algunas –aunque no todas– las interpretaciones de la democracia liberal. Una tarea así no puede reconciliarse con el multiculturalismo radical y los conceptos de “neutralidad estatal” en materias como identidad y cultura, para todos aquellos que consideran que una democracia liberal debe aceptar un grado substancial de pluralismo cultural. Por otra parte, una “identidad europea” basada exclusivamente en los valores de la democracia liberal quizás no proporciona una base común lo bastante fuerte y específica. Más aún, y quizás de modo más crucial, los principios liberales fundamentales mismos, tal como se entienden hoy en Europa (y otras democracia de estilo occidental) de hecho están lejos de ser “culturalmente neutrales”. A menudo hay una gran resistencia a reconocer este obvio hecho en los debates públicos sobre liberalismo, identidad y cultura, debido al temor a despreciar a las minorías, minando de este modo el universalismo liberal, es decir, la idea de que sus principios se aplican universal e igualmente a todos los seres humanos. Pero precisamente este liberalismo radical, y ciertamente en sus versiones más radicales actuales, de hecho está muy lejos de ser universalmente compartido.

La “Comisión Stasi” del gobierno francés que en su informe de 2004 recomendó prohibir (inter alia) el velo islámico en las escuelas públicas francesas, habla de laïcité como ‘constitutive de notre histoire collective’ y pone de manifiesto su profundo pedigree: “Se remonta a la Grecia antigua, el renacimiento y la reforma, el Edicto de Nantes, la Ilustración, cada uno de estos estados contribuyendo al desarrollo, a su propia manera, de la autonomía del individuo y la libertad de pensamiento. La revolución (Francesa) marca el nacimiento de la laïcité  tal y como se la entiende modernamente.

Significativamente, la cristiandad está ausente en este planteamiento, debido a que procede de laica república francesa, pero refleja indudablemente algunos de sus elementos. El espíritu de este planteamiento podría ser definido como pos-cristiano, pero con un mayor énfasis en lo “Cristiano” que en lo “Pos”; sería inútil pretender que es neutral entre diferentes tradiciones religiosas. La herencia histórico-cultural descrita en este texto es común, en buena medida, en toda Europa; por lo que, específicamente, es el principio (en buena medida pero en su totalidad) del estado laico, incluso en los países donde no se practica un laicismo de estricto estilo francés. Pero esta herencia no es de todos los europeos en el sentido en que sea común a todas las personas en la Europa de hoy. Es la herencia de la mayoría europea, o más bien la versión laica y liberal de esta herencia. En consecuencia, cualquier noción sobre la identidad europea basada en su herencia, no puede ser “culturalmente neutral”. Por supuesto tiene que abrirse a todos, pero está muy fuertemente impregnada por la cultura mayoritaria.

Las tensiones, dilemas y contradicciones internas implicadas en el intento de definir una identidad europea de ningún modo implican que haya algo erróneo o artificial en esta idea. Una identidad colectiva siempre es algo complejo, e incluso lo es una individual. Sería poco realista esperar que podamos definir una identidad común dirigida a millones de personas de un modo que aplique a todos por igual y en la misma medida. Pero ¿Qué son las fronteras de “Europa” en este contexto? Por supuesto, no toda la Europa que se extiende hasta los Urales. Lo que probablemente significa es la Unión Europea. La UE, pese a sus problemas actuales y el drama del Brexit, es ciertamente un fenómeno de enorme importancia y significación, en términos europeos. Esto justifica la discusión sobre su identidad, presente y futura, como “Identidad europea”, teniendo en cuenta la necesaria cualificación. Lo que la gente debe tener presente cuando hablan sobre la identidad europea, es si esta identidad es o puede hacerse con la suficiente fortaleza como para proporcionar las bases para un estado federal europeo (en toda la UE). Muchos ven en esto el “telos” natural del proyecto europeo, mientras que otros se oponen a esta idea y desean preservar los estados nacionales europeos, entendiendo la UE como (no más que) una estrecha unión entre ellos.

si emerge un estado europeo esto no significará la desaparición del estado-nación europeo, sino la emergencia de una nación europea

Mi opinión es que si emerge un estado europeo esto no significará la desaparición del estado-nación europeo, sino la emergencia de una nación europea. Esto es lo que precisa para emerger un genuino estado europeo, gobernado por una genuina democracia que disfrute de legitimidad popular. Por supuesto, un sentido de nacionalidad común no es una entidad formal legal, no se materializa, en sentido pleno, en un día en particular. Pero para que lleguen a existir un estado europeo y una democracia europea, la noción de una nacionalidad común tendrá que enraizar lo bastante dentro de los pueblos de Europa como para que estos deseen establecer un estado sobre su base. El estado mismo se desarrollaría con tiempo. Cultural e históricamente, esta idea es perfectamente plausible. Ninguna de las tensiones o contradicciones mencionadas antes hace que sea imposible.

Por supuesto, la nacionalidad es un término muy flexible. La nacionalidad concebida aquí podría ser naturalmente “federal” no menos que el estado en cuestión, pues incluiría varios subgrupos nacionales y culturales. La pluralidad de lenguas presenta una dificultad, pero no es un impedimento absoluto, tal como demuestra el ejemplo de Suiza. Lo único que importa, en último término, es que la gente considere que pertenece a una entidad colectiva lo bastante significativa para el estado en que se basa como para que la consideren “suya”. Tendrían que considerarse respecto a sí mismos del mismo modo que los bávaros de hoy se consideran respecto a la gente de Hamburgo: el “ellos” en un sentido significativo, por supuesto, importa mucho para las identidades locales, pero se consideran principalmente parte de un “nosotros” alemán.

Este sentimiento podría emerger en el futuro en la mayoría de los europeos; ciertamente es legítimo esperar y luchar por ello.  Pero es obvio que por el momento los pueblos de Europa no están en esa situación. Hasta que ocurra, en mi opinión sería una gran equivocación intentar establecer las estructuras de semejante estado, sin el apoyo que proporciona la identidad común y la legitimidad popular.


alexander.yakobsonAlexander Yakobson

Conrad Black Chair in Ancient and Medieval History
Department of History
Hebrew University of Jerusalem (Israel)

 

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