Tercera Cultura
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La construcción de una identidad europea. Obstáculos y oportunidades

Philip T. Hoffman

Hoy en día no existe algo así como una identidad europea. Es cierto que los jóvenes pueden verse a sí mismos como europeos, y quizás también algunos representantes de la UE y miembros del parlamento europeo. Pero son excepciones, porque la identidad europea aún no existe. De hecho, la identidad europea lleva siglos sin existir: al menos desde la Reforma y el auge del estado nación, y quizás desde el cisma entre la cristiandad oriental y occidental, o incluso desde el colapso del Imperio romano en occidente.

En lugar de abrazar una identidad europea, los europeos se aferran a identidades nacionales separadas, identidades nacionales forjadas por una historia política compartida y ancladas en un lenguaje, etnicidad y una cultura común. Estas identidades nacionales están profundamente enraizadas y son bastante poderosas. Pueden influir en los votantes e incluso dirigirles en contra de sus intereses económicos. En el Reino Unido, por ejemplo, llevó a que los votantes optasen por el Brexit pese a la expectativa de que abandonar la UE reduciría los ingresos británicos nacionales al cerrar los mercados para bienes, servicios y trabajo.

Las identidades nacionales pueden hacer más aún que llevar a los votantes a abandonar los mercados libres. También pueden llevar a que los ciudadanos –y los gobernantes elegidos en democracia– se opongan a medidas valiosas que dependen de la cooperación entre naciones, desde la asistencia a economías en crisis hasta seguros bancarios internacionales. Las medidas de cooperación a las que se oponen podrían acarrear grandes beneficios. Podrían ayudar a superar las recesiones en Europa y reducir el riesgo de crisis financieras. Y en el largo plazo podrían ayudar a crear una identidad europea y por consiguiente a prevenir futuros votos para salir de la UE. Pero a pesar de todos los beneficios, tales medidas son imposibles políticamente, debido a que las personas en general suelen ser renuentes a extender su ayuda más allá de las fronteras de su nación o su propio grupo étnico. Parece que su cooperación se limita normalmente a personas como ellos mismos, tal como sugiere la investigación en antropología y economía conductual. Aunque estos límites a la cooperación bien pudieran tener ventajas en las belicosas sociedades de la primera edad media, y aunque podría suceder lo mismo en ciertas sociedades anárquicas en la África y Asia moderna, en la Europa actual suponen una barrera a medidas que pueden hacer que todo el mundo mejore.

Pero esta lúgubre conclusión no debe hacer que perdamos la esperanza. De hecho pueden tomarse medidas de cooperación en el futuro, pero para que sea así los líderes europeos deberán tener en cuenta las enraizadas identidades nacionales europeas, y comenzar la larga tarea de construir apoyos para la UE dentro de los grupos alienados. Esto relajará el apoyo que las identidades nacionales poseen en los votantes y se los ganarán para medidas de cooperación europeas más amplias. Con el tiempo, los beneficios que reciban de las políticas cooperativas ayudará a formar una identidad europea, y últimamente, esta identidad europea servirá para limitar los daños que puedan ocasionar las identidades nacionales.

El primer paso a tomar consiste en continuar con las medidas que ya están ayudando a formar una identidad europea y ganar apoyos para la UE. Incluyen los esfuerzos de la UE para apelar a los jóvenes, como becas universitarias o iniciativas para asistir a los jóvenes desempleados que no están en la escuela o en programas de formación. La UE también debería estimular la ayuda a áreas que han sufrido graves pérdidas de puestos de trabajo, bien sea debido al comercio internacional o debido a cambios tecnológicos. Debería ser factible ofrecer estas ayudas pese a los limitados presupuestos de la UE, dado que las áreas afectadas serían pequeñas. La asistencia debería aprovecharse del apoyo a la UE por parte de votantes que de otro modo les culparían por su difícil situación. Estos votantes pueden ser trabajadores no cualificados cuyos trabajos han sido puestos en peligro por el trabajo inmigrantes o por la importación bienes manufacturados extranjeros. En teoría, por supuesto, los mercados abiertos de la UE para bienes y trabajo deberían generar ganancias lo bastante grandes como para compensar a estos trabajadores de los riesgos y permitir que mejoren ellos y todos los demás. Pero, en realidad, los trabajadores en esta situación raramente reciben compensaciones adecuadas, y en consecuencia tienen más razones para rechazar la inmigración y los mercados abiertos, más allá de la influencia que el nacionalismo etnocéntrico tenga sobre ellos. La asistencia por parte de la UE ayudará a que esto no suceda.

Como segunda medida, los líderes europeos deberían efectuar una retirada estratégica y relajar las actuales normas que gobiernan la movilidad del mercado laboral, proporcionando a los gobiernos nacionales algún control sobre la migración de trabajadores de la UE. Esta retirada no significa abandonar el objetivo de mercados laborales abiertos. Se trata simplemente de una estrategia temporal para evitar que crezca la oposición a la UE hasta el punto de provocar su propia quiebra. Los costos económicos de la estrategia tampoco serían muy grandes, dado que la movilidad del mercado europeo de trabajo todavía está limitada por el lenguaje y el poder de las identidades nacionales existentes. Y la retirada lograría atraer la voluntades políticas esenciales de líderes que de otro modo sabotearían las políticas de cooperación.

El paso final consistiría en establecer un seguro bancario europeo y un seguro de salarios complementario para compensar a los trabajadores que se han quedado sin empleo (o están infraempleados) en edad madura debido al comercio internacional o cambios tecnológicos. Si se combina con unas mayores exigencias para los bancos, este amplio seguro bancario no sería costoso, y serviría para prevenir el tipo de crisis financieras que han arrasado Grecia y otros países. En el caso del seguro salarial, serviría para complementar programas nacionales para compensar el desempleo, los cuales, pese a su generosidad, no son capaces de ayudar a los trabajadores que se encuentran fuera del trabajo en la edad adulta, cuando resultan demasiado viejos para formarse de nuevo o para emigrar a otro país. El seguro salarial proporcionaría un puente hacia los programas de jubilación nacionales, una vez que se han agotado las compensaciones para el desempleo.

Este paso por supuesto sería el más duro políticamente, porque demandaría más recursos y provocaría resistencias en países económicamente pujantes. Políticamente, aún no es factible, y no será posible dar este paso hasta que mejoren las economías europeas. Pero con la buena voluntad ganada mediante la retirada estratégica de las reglas del mercado laboral, y mediante programas para ayudar a los jóvenes o asistir áreas que han sufrido graves pérdidas en sus mercados laborales, también será posible dar este paso en el futuro.

Una vez que entren en práctica estas medidas cooperativas para asegurar seguros bancarios y salariales, conseguirán ganarse el apoyo gradual de un creciente número de votantes en la UE. Este apoyo probablemente será mayor entre los jóvenes, pero con tiempo la UE debería ganarse la alianza de mayorías en todos los países. Y con el apoyo político y los beneficios generados por la cooperación, se establecerá por fin una identidad europea.


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Philip T. Hoffman

Rea A. and Lela G. Axline Professor of Business Economics and Professor of History, California Institute of Technology

Author of Why did Europe conquer the world?

 

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