Tercera Cultura
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Professor Anthony Grayling: Ser europeo

Fuente: euromind

¿Existe algo así como una cultura europea, una mente europea, una sensibilidad europea, o un carácter europeo? ¿Existe algo así como un Europeo? La respuesta es un enfático sí. Es un Sí porque lo que define un europeo es el hecho de ser un producto y un heredero de la tradición europea, con todas sus riquezas de pensamiento, arte, literatura, música, ciencia y desarrollo social.

En todas partes desde la costa atlántica de Irlanda hasta los Urales de Rusia, un individuo con una educación razonablemente buena reconocerá los nombres de Homero, Platón, Agustín, Dante, Leonardo da Vinci, Shakespeare, Descartes, Rembrandt, Newton, Bach, Mozart, Beethoven, van Gogh, Tchaikovski, Tolstoi, Proust, y muchos más. El arte y la música de Europa hablan con una sola voz, en un único lenguaje, a todos aquellos que viven dentro del espacio de cuatro mil kilómetros que va de Irlanda a los Urales. Y este arte y música de Europa habla también a todo el mundo no europeo, como la marca que identifica Europa: no sólo a aquellas partes del mundo con los que Europa ha comerciado y ha colonizado desde el principio de la globalización en el siglo XV, sino a todo el mundo, como atestigua el hecho de que se pueda interpretar sin asomo de incongruencia a Schubert en el conservatorio de Shangai, se vea una obra de Shakespeare en Tokio, se escuche una conferencia sobre Kant en Seul, y se discuta sobre Descartes en Delhi.

Esto último dice tanto sobre la identidad europea como la conciencia que tienen los mismos europeos de heredar y compartir con todos sus compañeros europeos una única tradición. Desde fuera de los confines geográficos de Europa la rica historia de la cultura europea aparece como una única historia. En esta historia las fronteras y barreras son irrelevantes para el fluído intercambio de ideas, arte y música que concede a Europa su lugar distintivo en la historia del mundo. Incluso las guerras internas de Europa hablan de la vecindad que une a sus pueblos, en la medida en que fueron contiendas intestinas, en ocasiones muy amargas querellas y rivalidades familiares, más dolorosas si cabe por ello.

No nos sorprende en nada hablar de pintores holandeses en Italia, de escritores rusos en balnearios de Alemania, de exiliados franceses e ingleses en Holanda, alguno de ellos acaso leyendo a un filósofo griego (Platón) o un poeta latino (Ovidio), presenciando una obra de un autor noruego (Ibsen), o escuchando a una orquesta austriaca (la filarmónica de Viena) que interpreta música de un compositor polaco (Chopin). Nada de esto nos resulta en absoluto inusual, como nos debería resultar en caso de que las nacionalidades de los autores, pensadores, compositores o intérpretes fuera de alguna relevancia. No son relevantes. El hecho de que no lo sean prueba la naturaleza compartida de lo que implica esta herencia. En consecuencia, define Europa tanto por sus extensas llanuras del norte como por sus altas montañas al sur, por sus grandes penínsulas del mediterráneo o por el arco de Escandinavia al norte.

Por supuesto, existe diversidad y diferencias en Europa. El cálido mediterráneo y el helado ártico, las precipitaciones de suave lluvia en Irlanda p la visible tundra siberiana desde los Urales nos recuerda que también hay diferencias. Abundan los estereotipos nacionales, y no carecen de justificación. Seguramente existe algo así como un carácter nacional, distinguiendo al pueblo inglés del francés, alemán o español. Hay diferencias en gustos, de cocina, y por supuesto de lenguaje. Pero no son esenciales. El estereotipo que importa es eso que distingue a los europeos, digamos, de los chinos: y esto es un producto de la historia unitaria compartida que da a Europa sus lazos internos. Del mismo modo, China tiene una larga y poderosa historia cultural que logró aunar un único y grande estado, y con una diversidad lingüística tan grande al menos como la misma Europa –algo que estuvieron a punto de lograr algunos imperios europeos históricos.

Pero los hechos de la historia política, aunque muy activos causando demasiadas guerras que dañaron el pasado de Europa, no son los relevantes. El imperio romano y su su mermado y fantasmagórico avatar, la Cristiandad, preservaron el latin como lenguaje universal para la gente educada hasta el siglo XVIII, un legado altamente unificador. Aunque el fantasmagórico avatar del sucesor del Imperio romano casi eliminó el aprendizaje y la literatura de la antigüedad clásica, su recuperación en el renacimiento trajo de vuelta el foco hacia la herencia común de Europa en la filosofía de Grecia y la alta civilización de Roma.

Durante muchos siglos el estudio principal en las escuelas de Europa fueron los clásicos, esto es, la literatura, la filosofía y la historia de la antigua Grecia y Roma. Era una buena educación, en el gobierno, la estrategia militar, la ética, la teoría política, ejemplos de buen o mal gobierno, la naturaleza cambiante de las condiciones sociales, la teoría de la educación, las instituciones del derecho, y mucho más. Aristóteles y Cicerón, Homero, Esquilo y Virgilio, los antiguos mitos y leyendas, los ejemplos de Horacio y Mucius Scaevola, tuvieron una enorme influencia en la mente de Europa.

Se piensa a menudo que la vida ética de Europa deriva de la perspectiva religiosa introducida hace casi mil años tras la época de Platón, pero de hecho se desarrolló a partir del pensamiento griego, y no menos a partir de la perspectivas estoica, que formó el punto de vista de la gente educada a lo largo de las eras helénica y romana. Una fuente esencial fue el compromiso republicano romano con las virtudes de probidad, honor, deber, control, respeto, amistad y generosidad sobre las que escribieron Cicerón, Séneca, Virgilio, Horacio y muchos otros.

En consecuencia, los “valores europeos” tienen sus raíces en los valores de Grecia y Roma; al igual que la filosofía, la literatura, el arte y la música –las fuerzas que formaron la mente civilizada– derivan de su pasado clásico. No es posible leer las pinturas en la pared de ninguna gran galería europea sin conocer la historia y la mitología del continente. Las literaturas de los lenguajes europeos más importantes están ricamente embebidas en la tradición de la que proceden. Y porque es una tradición compartida –informando e inspirando a todas las literaturas europeas– el trabajo que hacen conformando la sensibilidad europea es también unificador.

No sería exagerado decir que “Los europeos son griegos y romanos” si queremos decir que estamos definidos por las siguientes palabras –y en consecuencia conceptos– de origen clásico griego y latino: democracia, liberalismo, valores, historia, moralidad, comedia, tragedia, literatura, música, universidad, memoria, política, ética, populacho, geografía, energía, exploración, hegemonía, teoría, matemática, ciencia, teatro, medicina, gymnasium, clima, burocracia, dialecto, analogía, psicología, método, nostalgia, enciclopedia, educación, paradoja, empirismo, polémica, retórica, dinosaurio, telescopio, sistema, escuela, tipo, fantasía, fotografía. De hecho, podemos tomar cualquier palabra que denote instituciones sociales y políticas, ideas, aprendizaje, ciencia y tecnología, medicina, y cultura, y todas ellas derivan del lenguaje –y en consecuencia de las ideas y de la historia– de Grecia y Roma.

En nombre de la piedad el emperador Justiniano cerró las escuelas de Atenas –las instituciones fundadas por Platón, Aristóteles y otros– en el 529 d.C. porque enseñaban doctrinas “paganas. Una nueva tradición se añadió a la tradición clásica temporalmente suprimida, y consiguió hacer su propia contribución, pero mediante la recuperación de la perspectiva clásica en el renacimiento resultó superada, haciendo que se cumpla la promesa de la tradición histórica inicial.

La visión del mundo forjada por los europeos en lo siglos XVII y XVIII, como resultado, dio lugar a los tiempos modernos. Copérnico, Galileo, Gassendi, Roche, Huygens, Boyle y Newton son los principales nombres de un periodo de genio extraordinario en el auge e la ciencia natural, algo hecho posible por el debilitamiento de la ortodoxia doctrinal que durante siglos había obstaculizado el camino de la investigación. La visión científica y moerna del mundo, creada por Europa y exportada a todas las esquinas de la tierra, ahora funciona como la visión del mundo dominante: los aviones, los ordenadores, la comunicación electrónica y la medicina moderna figuran entre sus hallazgos distinguidos. Es cierto que la mayoría de las personas del mundo aún ven el mundo como lo hacían las personas anteriores al siglo XVII, pero donde antes dominaba la visión religiosa y la visión científica era marginal, ahora es al revés. Este fue el logro de la mente europea.

Hay un estilo en el modo europeo de conducir los asuntos económicos y políticos que resulta distintivo, y sólo es compartido por aquellas partes del mundo que con ramificaciones de la misma Europa. Todo europeo se siente en casa en todas partes al viajar por Europa, o al vivir y trabajar en otras partes de ella. Uno de los mayores éxitos del proyecto de la Unión Europea, además de la paz que ha traído –un magnífico logro a juzgar del terrible pasado–, ha sido conseguir que los europeos, como individuos, lleguen a tener un sentido más íntimo del propósito compartido y del destino de su continente natal. Decir algo así es decir que existe algo así como una identidad europea, y que en consecuencia existe algo así como un europeo. El que escribe estas letras siente –y sabe– que es un europeo: y donde hay uno, hay más: de hecho, varios cientos de millones de ellos.

ENDS


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Philosopher and Master of New College of the Humanities


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