Divulgación Científica, Tercera Cultura
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Guerreros Yanomamö. Coaliciones agresivas para trascender los vínculos locales

Históricamente, tenemos dos grandes teorías sobre el origen de la guerra y la violencia humana. Por una parte están los que creen que la guerra y la violencia forman parte esencial de la naturaleza humana, como rasgos compartidos con nuestros ancestros evolutivos, quizás desde hace millones de años. Un punto de vista más o menos representado por Hobbes, y por antropólogos modernos, como Napoleon Chagnon o Lawrence Keely. Por otra parte están los que creen que la guerra y la violencia son accidentes de la evolución humana, “antropólogos de la paz” que rechazan lo que llaman “mito del brutal salvaje” y suelen subrayar el papel de la civilización europea como desencadenante de violencia. A grandes rasgos, los antecedentes ideológicos de esta postura se pueden remontar hasta Rousseau, que atribuía a la cultura y educación el principal origen de las desavenencias violentas.

Yanomami Se podría decir que esta divisoria trasciende las discusiones científicas, y se ha convertido en un tema cultural transversal. Para poner un ejemplo conocido, la película de Stanley Kubrick 2001. Una odisea del espacio, presenta una tesis más bien “hobbesiana” al incluir la guerra primitiva en la evolución humana, como preámbulo nada menos que del salto tecnológico hacia las estrellas. Pero para los “rousseaunianos” esta visión resulta inaceptablemente sesgada. Por ejemplo, para la vicepresidente del proyecto Gran Simio Paula Casal esta visión de Kubrick y Clarke representa un “reduccionismo tradicional masculino y centrado en la guerra”: El garrotazo es la barbarie, la empatía es la civilización.

Este mismo 2014 la revista de la academia de las ciencias de Estados Unidos ha publicado un trabajo que viene a alinearse de nuevo con el bando “hobessiano”, o el de Kubrick y Clarke. Entre los autores figura Napoleon Chagnon, conocedor in situ de la violencia tribal en la amazonia.

Los seres humanos comparten con otras bandas de primates, en particular con los chimpancés, la habilidad de formar coaliciones letales de machos. Las similitudes en esta forma de agresión, relativamente extraña en el reino animal, apoya la hipótesis de que las coaliciones agresivas representan una homología evolutiva, con la suposición de que el último común ancestro entre humanos y chimpancés poseía ya una capacidad similar para la violencia coordinada.

Sin embargo parece que existe una diferencia substantiva entre las coaliciones agresivas de nuestros ancestros y las de los humanos modernos. Las coaliciones guerreras de machos humanos no son homólogas a las coaliciones de chimpancés, basadas en grupos de interés fraternal. Los seres humanos “demuestran una estrutura social metagrupal única en la cual las alianzas estratégicas permiten a los individuos formar coaliciones que trascienden las fronteras de las comunidades locales.” En otras palabras, la agresión masculina evolucionó al trascender los vínculo de pertenencia fraterna y local.

En principio estas coaliciones emergerían en grupos patrifocales, donde los machos tienen oportunidades de formar alianzas y mantienen esperanzas de reciprocidad. Es interesante que la evolución humana haya tendido a ampliar las alianzas de guerra, desde los vínculos fraternos de los chimpancés a las alianzas entre linajes segmentarios y, en etapas posteriores, a los compañeros de batalla que une a guerreros de naciones políticas extensas. Esta es la principal diferencia entre las coaliciones guerreras humanas y las halladas en el resto de primates.

Según el llamado modelo de alianza estratégica, contradistinto al de alianza fraterna, “aunque los machos de las sociedades tribales preferirían formar coaliciones letales con otros adultos de la misma familia, las coaliciones pueden formarse a partir de clases de machos adicionales en la medida en que residan dentro de una distancia de residencia práctica, que les permita mantener instituciones sociales y relaciones amistosas a través de la vigilancia mutua y el intercambio de recursos estratégicos”. No sorprendentemente, la búsqueda de esposas es uno de los recursos estratégicos más buscados.

Chagnon y sus compañeros han estudiado el funcionamiento de ambos modelo (fraternal y estratégico) entre los Yanomamo, un grupo de tribus indígenas que habitan la parte norte de la amazonia, aproximadamente unas 25.000 personas repartidas en unas 250 villas. El escenario es particularmente apto, ya que los Yanomamö habrían experimentado una guerra intertribal crónica en los últimos años.

La búsqueda de esposas sería, efectivamente, el recurso estratégico más buscado por las alianzas de guerreros (co-unokai) entre los Yanomamö. De hecho, la posesión de riqueza no es tan importante como la disposición de los hombres a formar parte en coaliciones guerreras en busca de alianzas matrimoniales orientadas, en último término, a la formación de hogares poligámicos. Si el guerrero “adquiere más status a través de la lucha o debido a que su linaje es grande, podría conseguir una segunda o tercera esposa”.

Según los resultados del trabajo, las coaliciones guerreras de los Yanomamö se ajustan mejor al modelo estratégico que al fraterno. Los co-unokais normalmente son de distintas villas y patrilinajes, cometen los actos de violencia preferentemente cuando comparten la misma franja de edad, residen en una distancia práctica para fomentar la reciprocidad y proceden de diferentes lugares de nacimiento.

Estas alianzas estratégicas “1) juntarían a los linajes individuales y las villas, 2) proporcionarían los fundamentos para nuevas comunidades y 3) formarían la base estructural para el intercambio de recursos, incluyendo los más importantes, es decir, los recursos reproductivos”. Evidentemente, no es todo violencia y destrucción, por lo que la pintura de Hobbes de la violencia primitiva en la que todos son enemigos de todos como mucho es metafórica. La violencia letal, en el contexto de los Yanomamo, sirve para conseguir prestigio, compañeros potenciales y extender los vínculos de solidaridad que están en la base de nuevas y más amplias comunidades, en realidad desconocidas en nuestros más próximos parientes naturales.

1 Comentario

  1. idea21 says

    Aunque hay quien duda si los yanonamo son representantivos del ser humano ancestral (¿quién puede asegurar semejante cosa?), en general parece que los «hobbesianos» ganan terreno y que cierto nivel de violencia ancestral (¿entre 20 y 30 % de varones que mueren violentamente?) está más o menos comprobado. La pregunta más interesante sería, entonces, saber si la violencia responde a causas del entorno o ha acabado inserta en el código genético humano por lo que los cambios en el entorno no resolverían el problema por sí solos.

    Cuando se dice que se lucha por los recursos (por ejemplo, por los territorios de caza), en tal caso siempre podemos tener la esperanza de que las mejoras tecnológicas acaben gradualmente con la violencia. Si es para aumentar el harén de los guerreros, entonces parece mucho más difícil, porque la sed de lujuria y prestigio podría ser insaciable.

    Cuando se afirma «La búsqueda de esposas sería, efectivamente, el recurso estratégico más buscado por las alianzas de guerreros (co-unokai) entre los Yanomamö» algunos observan que parece que los grupos guerreros andan escasos de mujeres porque, para ahorrar recursos, se da un sensible infanticidio de niñas, de modo que así la tribu cuenta con más varones guerreros que los defiendan (se alimenta a cuatro niños y dos niñas, en lugar de a tres niños y tres niñas). Pero si a resultas de esto se carece de mujeres suficientes, utilizan su «fuerza defensiva» para robarlas a los vecinos. Un círculo vicioso (o una «trampa hobbesiana» en el sentido de que la defensa implica la agresión preventiva).

    El lado positivo es que, para fortalecer la capacidad ofensiva se van formando alianzas más amplias. Esta idea del «enemigo exterior» puede modificarse culturalmente, y así muchos guerreros árabes acabaron interpretando la «yihad» (lucha de los hermanos creyentes contra el enemigo exterior) como la lucha del creyente contra el pecado, lo que no está mal.

    Queda por demostrar la conexión entre la agresividad «extragrupal» y la agresividad «intragrupal»: un buen soldado no siempre es el mejor de los camaradas, la agresión también se da dentro del grupo ¿o no?

    Lo importante es que el hombre moderno («hombre», porque la violencia es, sobre todo, cosa de chicos) ha fabricado mecanismos culturales que, como se puede constatar, puede disminuir sensiblemente la violencia. Hasta qué punto, no se sabe… y tampoco nadie parece muy interesado en averiguarlo…

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