Ciencia y sociedad, Tercera Cultura
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¿Qué idea científica está lista para la jubilación?

Es realmente complicado resumir la miscelánea de respuestas a la pregunta EDGE de este año, o sacar grandes conclusiones, pero hay algo que está bastante claro: los científicos tienen una variedad heterogénea de propuestas sobre qué idea científica está a punto para la jubilación. Al fin y al cabo, la idea de una “comunidad científica” que comparte métodos, presupuestos y quizás conclusiones comunes no siempre ha estado aquí. Sólo se puso de moda en la segunda mitad del siglo XX, por lo visto debido a la influencia de Karl Polanyi, un economista. No sé si es una casualidad que la idea de «comunidad científica» apareciera más o menos en la misma época en la que también lo hacía una de las ideas más absurdas creadas por el ingenio humano: «comunidad internacional». Junto con la idea de “consenso científico”, esta ilusión comunitaria puede hacer que olvidemos o menospreciemos desacuerdos fundamentales entre científicos, que de hecho afectan desde la periferia al “núcleo” de las teorías, para emplear los términos de Lakatos. Desde aquí podríamos proponer otra idea para jubilar: «Comunidad científica«.

Polanyi en 1947

Polanyi en 1947

Algunas de las respuestas de este año son contradictorias entre sí, de hecho. Para poner un ejemplo, el físico Martin Rees argumenta a favor de la intratabilidad científica de algunas cuestiones: “sería antropocéntrico creer que toda la ciencia está dentro de los límites comprensibles de los poderes humanos mentales”. Por contra, Ross Anderson, profesor de ingeniería en Cambridge piensa que hay que jubilar la idea de que “algunas cuestiones son demasiado difíciles para que puedan ser tratadas por los científicos”. En realidad, Rees, el último premio Templeton, está argumentando en favor de lo que los escolásticos llamaban “ciencia de los bienaventurados”, pero ese sería el tema de otra anotación

Apoyándonos en nuestro propio “sesgo” (al fin y al cabo los sesgos no siempre son malos, tal y como alerta el psicólogo cognitivo Tom Griffiths), a nosotros en Tercera Cultura nos han interesado en particular las respuestas que involucran una crítica de la “tabla rasa” y de la idea de cultura dominante en las últimas décadas.

Dos respuestas jubilan la idea científica de “cultura”. Pascal Boyer, una de las referencias de la ciencia cognitiva de la religión, piensa que cultura es un término científico poco informativo: “contra el oscurantismo de muchos sociólogos tradicionales, historiadores y antropólogos, el comportamiento y la comunicación humana puede ser estudiada en términos de sus causas naturales. Pero esto no implica que deba existir una ciencia de la cultura”. Para Boyer, las culturas son difundidas como una “epidemia” de representaciones mentales, pero conocer la dinámica de esta epidemia no informa sobre las causas de estos fenómenos. Las causas de la multitud de cosas que lamamos “cultura” están fuera de la cultura. “Cultura” no es un dominio específico de fenómenos regidos por leyes especiales.

Sustentándose en Napoleon Chagnon, la antropóloga Laura Betzig llega a conclusiones similares. Para ella, “cultura” es una especie de sustituto divino que abre una brecha imaginaria entre los seres humanos y los demás seres vivos. Y concluye: “las mismas leyes que aplicamos a los animales podemos aplicarlas a nosotros”.

La psicóloga del desarrollo Kiley Hamlin, pasando revista a los estudios morales con bebés, considera que la idea de una “tabla rasa” moral debe ser suprimida. Las diferencias morales entre individuales no siempre son atribuíbles a la socialización y la educación. Las experiencias no llevan por si mismas a conductas antisociales, y se fija en concreto en las consecuencia dañinas del abuso en los niños: “Los niños con los alelos “de riesgo”, son más susceptibles a los daños del abuso.”

Hamlin y Boyer le dan la vuelta a la divisa de Clifford Geertz, tan influyente: omnis cultura ex cultura. En resumidas cuentas, la cultura no explica la cultura.

Por supuesto, también está Pinker, que propone jubilar la ecuación: conducta = genes + ambiente y critica la “burbuja” mediática sobre la epigenética, quizás procedente de un deseo social profundo para evitar las explicaciones fatalistas. Los genes siempre están “regulados” por signos del entorno, recuerda, pero “qué información se toma, cómo se transforma, y cómo afecta al organismo (esto es, el modo en que aprende un organismo) depende enteramente de la organización innata del organismo”. Mucho de lo que los genetistas conductuales llaman “ambiente”, según Pinker, en realidad oculta una variedad de causas desconocidas, pero no independientes de lo genes: “las personas con un genotipo determinado se sitúan a sí mismos en un ambiente favorable a sus gustos y talentos innatos. El “ambiente” depende crecientemente de los genes, más que ser una causa exógena de la conducta”.

Al lector curioso, en función de sus compromisos teóricos particulares no le será difícil localizar otras propuestas de jubilación y otros desacuerdos fundamentales dependiendo de cuál sea su área de especialidad, y de sus «sesgos».

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