Malos argumentos en defensa de los “pueblos indígenas”

La conciencia de culpa de los europeos por su presencia en América data prácticamente de los primeros conquistadores y colonizadores. En la América española se escuchó el enérgico sermón del dominico Antonio de Montesinos contra la brutalidad de los encomenderos tan pronto como en 1511, una ocasión que despertó el fervor indigenista de Bartolomé de las Casas, el más famoso “protector de universal de todos los indios”. Aunque una leyenda negra pesa en especial sobre los conquistadores españoles, lo cierto es que la campaña de Las Casas y la polémica subsiguiente resonó fuertemente en la monarquía hispánica, dando origen a las “leyes nuevas” en 1542, que en principio prohibían la esclavidud de los indígenas así como la confiscación forzosa de nuevas tierras. En la América anglosajona también se escucharon voces de denuncia, como la del ministro protestante Roger Williams (1603-1683) que, como los dominicos españoles, cuestionó el robo de las tierras a los indígenas y abogó porque estos fueran instruídos en el cristianismo.

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Steven Pinker

La idea de que pesa una carga especial sobre el hombre blanco europeo es, pues, muy antigua. Y en cierto modo los movimientos actuales en defensa de los “pueblos indígenas” son una herencia de esta tradición altruísta cristiana. El problema es que una historia de afrentas morales, reales o supuestas, a veces hace difícil tener una visión objetiva de las cosas, resucitando polémicas cíclicas incluso sobre el papel de la ciencia y cobrándose no pocas víctimas inocentes.

Uno de los afectados recientes fue Jared Diamond, cuyo libro The world until yesterday fue criticado por los líderes indigenistas occidentales como “del todo equivocado, tanto factualmente como moralmente, así como extremadamente peligroso”. Por lo visto el pecado capital de Diamond fue tomarse en serio a Napoleon Chagnon, esa bestia terrible para la “antropología de la paz” (según Ashley Montagu, recordemos, «los estudios biológicos respaldan el principio de la fraternidad universal»).

Steven Pinker también ha recibido críticas en este mismo sentido, sobre todo después de atreverse a publicar Los ángeles que llevamos dentro. El declive de la violencia y sus implicaciones (Paidos, 2011), en el que argumenta a favor de un declive paulatino de la guerra y la violencia humana en el marco del desarrollo histórico de la civilización y el estado en los últimos siglos. Esta vez Pinker ha respondido a los críticos indigenistas subrayando la peligrosa mezcla de moralismo y supuestas críticas factuales de sus oponentes:

La destrucción de los nativos americanos a causa del genocidio y las epidemias europeas a lo largo de quinientos años de hecho es un gran crimen de la historia. Pero es extraño culpar del crimen a un puñado de científicos contemporáneos que se esfuerzan en documentar su modo de vida antes de que se desvaneciera bajo las presiones de la asimilación. Y es una táctica peligrosa. Desde luego, los pueblos indígenas tienen derecho a sobrevivir en sus tierras ya sean, como las demás sociedades humanas, propenensos o no a la guerra y la violencia. Los autoproclamados “defensores” que vinculan la supervivencia de los pueblos indígenas con la doctrina del Buen Salvaje se sitúan en una posición dificilísima. Cuando los hechos muestren una cosa distinta entonces deberán debilitar la defensa de los derechos nativos o bien emplear los métodos necesarios para suprimir los hechos.

 

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