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¿El futuro posthumano?: Neurofármacos selectivos y cerebros cotidianos

autor: Adolf Tobeña publicado en  «evolución» (revista de la Sociedad Española de Biología Evolutiva)

Introducción

Adolf TobeñaLa pregunta inicial reproduce el título del libro de Francis Fukuyama (2002): Our Posthuman Future: the Consequences of Technological Revolution, que usaré como punto de anclaje. Fukuyama (Fig. 1) es un estudioso atento del campo de las humanidades que se ha percatado de que las ciencias naturales han iniciado la exploración de territorios antaño reservados a las sabidurías más sazonadas sobre los desvelos humanos. Fukuyama es, además, una referencia inevitable del pensamiento político contemporáneo. Su conocidísima conjetura (Fukuyama 1992) sobre la culminación de los procesos históricos en los sistemas democráticos contemporáneos, aquellos que se basan en la libre concurrencia de todo tipo de iniciativas bajo un marco de regulación flexible y con un recambio garantizado y frecuente del poder político, tiene la gracia que puede llevarse al modelaje en escenarios de simulación. Es decir, que puede servir como pista indagatoria en modelos de juego social complejo. Aunque la mayoria de analistas europeos vituperó esas propuestas recurriendo a esquematizaciones groseras no conseguieron aminorar ni su atractivo ni su pertinencia. Estamos, en realidad, ante un académico que no sólo se atreve a plantear síntesis de alcance sino que revisa la consistencia de sus ideas en función de nuevos datos y flancos débiles. Así, en la estela de la crisis que sufrió el poder imperial vigente como consecuencia de los exitosos raids del 11-09-01 en New York y Washington, Fukuyama salió a la palestra para reafirmarse en sus planteamientos de fondo sobre “el fin de la historia” y señalar, sin embargo, una grieta relevante (Fukuyama 2002). Aclaró que en sus análisis sobre el devenir histórico había minusvalorado la importancia de la biología: los cambios que pueden acabar introduciendo las aplicaciones del conocimiento biológico actual y el que empieza a vislumbrarse. Según su opinión, eso sí que puede hacer virar los vectores del futuro y generar escenarios históricos radicalmente nuevos.

¿Erosión neurofarmacológica de la esencia humana?

Las conclusiones a las que llegó Fukuyama eran tremendas. En sus propias palabras:  “la biotecnologia supone una amenaza fundamental para la esencia de la condición humana. El peligro proviene de su potencia para manipular nuestra naturaleza mediante unos procedimientos que simplificarán, en último término, la complejidad que nos caracteriza hasta reducirnos a alguna cosa que será menos que humana” (Fukuyama 2002).  Para anunciar semejante hecatombe Fukuyama inspeccionó, con meticulosidad, diversos frentes de avance de la biologia contemporánea y señaló cuatro ámbitos singularmente amenazadores:

  1. La neurociencia cognitiva (entendida como el desciframiento de la señalización molecular que relaciona las variantes génicas y la circuiteria neural con los talentos y el comportamiento);
  2. La neurofarmacologia aplicada a atributos del espíritu (la posibilidad de modificar con sustancias altamente selectivas desde el estado de ánimo hasta los rasgos más idiosincráticos del carácter, los sentimientos, las motivaciones y los valores de las personas);
  3. Las tecnologias de prolongación de la vida, con el uso de todo tipo de herramientas correctoras del envejecimiento que han llegado ya al estadio molecular;
  4. Las tecnologias de la bioingenieria y modificación génica propiamente dichas.

Francis Fukuyama

Fig. 1. Francis Fukuyama, Senior Fellow en las Universidades de Stanford y John Hopkins y uno de los politólogos más influyentes de las últimas décadas, en lugar de eludir la biologia se ha acercado a ella otorgándole un papel de primer orden en el devenir de los procesos históricos.

De los diversos flagelos biotecnológicos que pueden llegar a dinamitar las bases sobre las cuales se han edificado las sociedades de individuos libres, Fukuyama destacaba uno en particular porque hace ya largo tiempo que está plenamente activo. Usando de nuevo sus palabras:

“la neurofarmacologia es un precursor de las poderosas tecnologias biológicas del futuro que permitiran alterar las variedades del comportamiento humano y que pueden llegar a rediseñar la compleja gama de atributos cognitivos y emotivos que caracterizan a la naturaleza humana. Casi todo lo que podamos imaginar como posibilidades de la ingenieria génica tiene su correspondencia hoy con el uso de los neurofármacos selectivos. Con sustancias como la fluoxetina (Prozac) o el metilfenidato (Rubifen), podemos alterar todo aquello que haste hace poco habíamos considerado como el núcleo de la virtud y el carácter. La autoestima, la tenacidad, el coraje, el temple o el control de impulsos pueden ser sutilmente modificados por aquellas y otras sustancias. Usamos, por consiguiente, prótesis médicas para eludir el entrenamiento en el dominio de las carencias, debilidades e impulsos humanos. Comoquiera que tan sólo estamos comenzando a conocer los mecanismos del autoescrutinio consciente y de la compleja gama de emociones y sentimientos que nos distinguen como seres peculiares, la prudencia debería ser un requerimiento imprescindible para adentrarnos por esos senderos. Y quizás convendria meditar a fondo si nos conviene, en realidad, transitarlos”.

¿Hay en ese estentóreo aviso para navegantes que lanza Fukuyama, la ponderación y el buensentido de alguien que fue miembro del Comité de Bioética de la presidencia norteamericana o se vislumbra ahí algo más?. Sospecho que el tono alarmista, la profecia renovada del mundo feliz y ultrasimplificado denota la antigua aprensión de los humanistas y los científicos sociales hacia los horizontes que desvelan las ciencias naturales (Tobeña 1999, 2003). Si echamos la vista atrás, la costumbre de acudir a sustancias neuroselectivas para alterar el talante constituye una práctica que los humanos vienen frecuentando desde hace milenios. ¿Cómo explicar sino los celebrados y antiquísimos usos rituales del alcohol etílico en muchas sociedades? ¿Y cómo podría conseguirse la espectacular sincronización de los ritmos vitales contemporáneos sin la ayuda cotidiana de las cafeínas, las teínas y otras xantinas? Esas sustancias también presentan especificidad neural en sus acciones y alteran, de manera eficiente, el estado de ánimo de los consumidores, pero nadie piensa que supongan una amenaza grave para los fundamentos de la libertad política. Al contrario, a menudo se considera que la propician, si se usan de manera prudente y ajustada a las normas sociales prevalentes.

Tampoco, que yo sepa, se han disparado las sirenas de alarma ante el uso de analgésicos, hipnóticos o vigorizadores sexuales altamente efectivos sugiriendo que pueden contribuir a una simplificación de la condición humana a base de cercenar grados de libertad. Venimos usando una gran variedad de prótesis farmacológicas neuroselectivas desde hace tiempo sin que esa práctica  haya traído ningún estropicio mayor, ni siquiera amenaza alguna para  la viabilidad de las sociedades libres. Por el momento más bien debe considerarse que ha ido al revés. Basta pensar, por ejemplo, en la definitiva contribución a la libertad femenina que han supuesto los fármacos anticonceptivos (que modifican sutilmente el estado de ánimo, las habilidades cognitivas y otros rasgos del temperamento femenino, por cierto). O en los espacios ganados para la autonomia individual gracias a los psicofármacos administrados a quienes padecen trastornos mentales severos. O sea que todo parece indicar que la amenaza de catástrofe neurofarmacológica anunciada por Fukuyama se diluye si se saben apreciar los efectos que tiene y ha tenido este frente de la biologia sin dejarse histerizar por aprensiones alarmistas.  Siempre puede replicarse, no obstante, que las garantías del pasado no sirven para prevenir los cataclismos futuros. Nadie osará negar que hay mucha carga de buen sentido en esa prevención.

El Metilfenidato (Ritalin, Rubifen, Concerta) y los Antidepresivos selectivos “post-Prozac”

Fig. 2. El Metilfenidato (Ritalin, Rubifen, Concerta) y los Antidepresivos selectivos “post-Prozac” serían los azotes más extendidos de la neurofarmacologia cosmética y “simplificadora”

La prudencia incrementada en el uso de las nuevas y poderosas herramientas de intervención biológica es obligatoria, aunque no estoy seguro que las proclamas catastrofistas sean el mejor camino para propiciarla. Porque debe tenerse en cuenta, en primerísimo lugar, que existen alternativas no necesariamente simplificadoras en los caminos que se abren y que están todavía por recorrer. El núcleo esencial de los miedos de Fukuyama y de otros agoreros es la simplificación.

La erosión de los atributos distintivos que conforman la condición humana, de resultas de las modificaciones inducidas por las tecnologias de intervención génica, neuromadurativa o neurofarmacológica. Una merma que podría conducir al derrumbe de los fundamentos normativos sobre los cuales edificaron, los ilustrados pioneros, el frágil sistema de normas que garantiza la concurrencia libre y el trato imparcial en las sociedades democráticas.

Fukuyama pregona, de nuevo, las sombrías anticipaciones  de Huxley, Orwell y epígonos diversos, sobre unas sociedades despóticas y felizmente esclavizadas bajo el imperio de la biotecnologia aplicada al dominio social. Anticipaciones espeluznantes pero plenamente incumplidas, por ahora, a pesar de los espectaculares avances biológicos. En cualquier caso vale la pena discutir, con algo de detalle, el alcance de la frontera neurofarmacológica porque hay que coincidir con Fukuyama en que el asunto no es banal.

Límites de los estiletes neurofarmacológicos

Aunque la fluoxetina (Prozac) y el metilfenidato (Rubifén) hayan concentrado  buena parte de las invectivas contra la disipación “neurofarmacológica” de los valores humanos (Fig. 2), no son más que una punta muy visible del dopaje cotidiano en una sociedad acostumbrada a usar todo tipo de sustancias para optimizar rendimientos. Puede que esas dos moléculas merecieran el protagonismo que se les asignó, en las últimas décadas, porque ejemplificaron el uso de medicamentos no sólo para aliviar sufrimientos o atenuar molestias, sino para mejorar los balances de la interacción social.

Cuando se toma Prozac (o cualquiera de sus epígonos) para incrementar la confianza y la seguridad en uno mismo se acude a una herramienta optimizadora comparable a las que se prodigan en las competiciones deportivas a base de cócteles cada vez más sofisticados y elusivos o a los camuflajes estéticos mediante afeites de naturaleza química muy sutil.

Con el metilfenidato ocurre otro tanto: se administra a las criaturas notoriamente despistadas para incrementar su disposición a estudiar así como su perseverancia y disciplina en las rutinas ordinarias y los hábitos de trabajo. Es decir, aquello que los adultos obtenemos a menudo mediante una taza de café bien caliente o una infusión de cola fría cuando flaquea la autoexigencia o nos vence la fatiga o el sueño.

Pero tal como señalábamos más arriba, a pesar de que las novedades del arsenal farmacológico se anuncien como sondas moleculares de gran incisividad, no hacen más que engrosar una botica de larga y acreditada tradición. Si esas nuevas sustancias, además, no tienen potencia adictiva (el Prozac y sus parientes no poseen ese atributo y el metilfenidato sólo de manera nimia), van perdiendo notoriedad con el paso del tiempo y se incorporan a los hábitos más o menos  domésticos sin afectar a los cimientos del temple personal o de la armonía social. Porque hay que tener en cuenta que el tampón decisivo del  impacto y la repercusión de la frontera neurofarmacólogica en los usos sociales es la propia complejidad de la biologia cerebral.

Son tan variados e intrincados los mecanismos del modelado farmacológico en las células nerviosas que su propia especificidad limita su trascendencia como vectores de transformación global. No se trata de negar, ni muchísmo menos, que los neurofármacos hayan tenido repercusiones considerables en los ritmos y en las modas sociales. Al contrario, las tuvieron, las tienen y las seguirán teniendo aunque no necesariamente en el sentido agorero que a menudo se les quiere dar. La reincorporación de legiones de varones plenamente jubilados de toda expansión erótica a los gozos de la gimnasia sexual, gracias al Viagra y a sus diversas secuelas, constituye un ejemplo estentóreo de transformación neurosocial que nadie se atreve a catalogar de malsana.

Lo mismo cabe decir de los millones y millones de afectados con trastornos mentales severos que han dejado semidesiertos los antaño repletos manicomios en medio mundo, para circular con normalidad (relativa y vigilada) hasta el punto de llevar, en no pocos casos, una vida laboral y familiar bastante homologable. Y eso tampoco nadie se atreve a catalogarlo como indeseable. Es más, se está trabajando a marchas forzadas para poder efectuar una operación parecida con los centenares de millones de ancianos demenciados que ahora saturan a ritmos inmanejables los nuevos asilos para personas de edades provectas Se espera lograrlo, claro está, con estiletes neurofarmacólógicos que suspendan o atenuen el devastador deterioro cognitivo característico de las demencias.

Si se logran avances firmes en el frenado del deterioro neuronal que lleva al embotamiento y al caos cognitivo en las demencias, no hay que descartar que puedan modularse, por otro lado, algunos resortes que favorezcan una optimización cognitiva en los cerebros sanos. El horizonte de una farmacologia dedicada a optimizar los rendimientos ideatorios, la agudeza, la capacidad de archivar o rememorar con precisión y hasta la originalidad o la creatividad parece alcanzable, por cuanto se estan diseccionando procesos moleculares relacionados con esas propiedades y hay que esperar novedades halagüeñas.

Cuando esos pluses moleculares del ingenio estén disponibles y hayan recibido el marchamo de seguros, su impacto social pasará desde la presumible efervescencia inicial al acomodo posterior. Una etapas que pueden vislumbrarse por anticipado porque vuelve a ser oportuna aquí la comparación con los vigorizadores del rendimiento sexual. Al cabo de una decena de años desde la introducción del Viagra y sus secuelas todos los datos indican que ya se ha superado el pico de máxima expansión y que las ventas se han estancado en cifras fantásticas pero no progresivas. Los toman, mayoritariamente, los varones de edad avanzada y con flaquezas asignables a enfermedades crónicas que mermaban su potencia sexual.

El uso recreativo y optimizador es, por el contrario, limitado y ocasional. Ocurre que el deseo, la incitación, el centelleo, la imaginación o el entusiasmo pasional no son afectados por ese tipo de adminículos moleculares del erotismo. Su eficacia y limpieza depende de su selectividad mecanística y eso ayuda mucho a ponderar sus ventajas. Cabe esperar que con los nuevos estiletes moleculares que se iran introduciendo ocurrirá otro tanto ya que la potencia y la seguridad de los arietes moleculares depende, en toda circunstancia, de su especificidad química. La ensoñación recurrente de la píldora de la felicidad armoniosa, completa y definitiva es tan sólo eso, una ensoñación.

Nuevas fronteras en el tratamiento de los desórdenes mentales

Un breve oteo al área de los medicamentos para los trastornos mentales puede ofrecer pistas adicionales sobre esas tendencias. Tal como hemos dejado consignado anteriormente, en apenas cincuenta años la Psiquiatria ha pasado de ser una disciplina prefarmacológica dedicada, sobretodo, a la beneficencia y a la contención asilar, a disponer de moléculas útiles para prácticamente todas las modalidades de sufrimiento o desorientación psíquica.

No sólo están las archiconocidas familias de antidepresivos, antipsicóticos, ansiolíticos e hipnóticos, sino que hay sustancias para lidiar con los desórdenes del carácter, los trastornos alimentarios, las disfunciones sexuales, las agresividades desmedidas, los vicios adictivos, las anomalias de la atención y del aprendizaje y otros muchos síndromes. Los resultados de la introducción de un arsenal psicofarmacológico variado y potente han sido estupendos y todos los profesionales que se dedican a corregir disfunciones psicopatológicas se aprovechan de ello (aunque no es raro que algunos se complazcan, a menudo, en minusvalorar la efectividad de los fármacos para acrecentar así las virtudes de la cháchara facturable).

Pero queda, no obstante, un amplísimo margen de progreso porque sigue habiendo porcentajes considerables de pacientes que no mejoran con los psicofármacos o que lo hacen de manera insuficiente. Los cuadros psiquiátricos más discapacitantes, en particular, necesitan arietes correctores mucho más incisivos de lo que hoy es posible mediante la farmacopea disponible.   Los últimos años han visto un esfuerzo intensísimo para intentar dar con las claves génicas y moleculares cruciales de las predisposiciones a sufrir quiebras severas del juicio (esquizofrenias) o ruinosos derrumbes del estado de ánimo (depresiones).

En esas dos familias de trastornos se partía de un grado de conocimiento muy sutil sobre los neuroreguladores químicos más directamente implicados así como de las regiones cerebrales donde residen las anomalias más notorias (Sawa y Snyder 2002). Las disfunciones de la transmisión dopaminérgica, glutamatérgica y serotonérgica son particularmente relevantes en los desórdenes esquizofrénicos y el conocimiento de diversos resortes específicamente alterados condujo al desarrollo de farmacologia selectiva y relativamente limpia de efectos colaterales. Pero los eslabones previos que llevan al caos en la modulación del trabajo sináptico interneuronal que se traduce, a su vez, en psicosis se desconocen.  La empresa de dar con ellos ha topado con dificultades enormes y ha acabado resultando algo frustrante porque los engranajes cruciales se han mostrado elusivos.

Recientemente,  sin embargo, se han consolidado algunas pistas que prometen ser provechosas. Aunque hay ya un buen abanico de genes y de cascadas moleculares sospechosas de tener vinculación con la predisposición a padecer esquizofrenias (Sawa y Snyder 2005) los datos sobre el gen DSC1 (disrupted in schizophrenia 1), situado en la región 1q42 del primer cromosoma, estan entre los más prometedores. Ademas de haber podido estudiar aberraciones cromosómicas que afectan a ese gen y que se asocian a la presencia de esquizofrenia (y de trastornos bipolares) en dos pedigrís familiares, se han detectado asimismo asociaciones entre variantes del gen y la susceptibilidad a padecer trastornos del espectro esquizofrénico. Parece ser,  además, que el gen DISC1 y el de la fosfodies-terasa 4 (PDE-4) estan interrelacionados (Millar et al. 2005).

Ese dato es muy relevante por cuanto el gen DISC1 interviene en cascadas protagonizadas por proteinas NUDELdineína que regulan la organización neural durante el desarrollo del encéfalo, mientras que PDE4 es capital para la función de cAMP-PKA, uno de los sistemas de señalización intracelular más notorios. Interviene, entre otras cosas, en los efectos de buena parte de los neurotransmisores cerebrales y se sabe que su trabajo es esencial para la cognición ajustada. Las interacciones entre aquellos dos eslabones génicos y las cascadas que de ellos dependen puede servir para explorar nuevas compuertas específicas que ojalá resulten en novedades firmes para el tratamiento de las esquizofrenias y de los trastornos bipolares (Sawa y Snyder 2002; Brandon et al. 2009).

Por otra parte, en el ámbito de las depresiones resistentes a la intervención con fármacos (o a los tratamientos mediante estimulación eléctrica o magnética de regiones singulares del encéfalo), también se han producido novedades. Quizás  una de las más prometedoras sea la caracterización de la proteïna p11 como la llave intracelular preferente de las funciones del receptor 5-HT1B de la serotonina (Sharp 2006; Svenningson et al. 2006). Los datos a favor de la existencia de disfunciones en algunos subsistemas serotonérgicos en las depresiones severas son abrumadores. Buena parte de la capacidad restauradora del estado de ánimo y del empuje vital que consiguen los fármacos antidepresivos (o las terapias electroconvulsivas o de estimulación magnética), depende de la corrección de anomalias serotonérgicas en regiones perticulares del cerebro. De los 14 tipos diferentes de receptor con los que opera la serotonina en el encéfalo, el 5-HT1B es el que reúne un conjunto de datos más consistente en pacientes humanos y en modelos animales (inhibición motivacional) para vincularlo con las alteraciones características de los trastornos del estado de ánimo. El descubrimiento que la disponibilidad y operatividad de esos receptores 5-HT1B depende estrechamente de p11 y que las variaciones en la actividad de esa proteina remedan los síntomas depresivos o su  remisión puede tener consecuencias importantes de cara al desarrollo de nuevos fármacos.

Como existen datos, además, que interrelacionan la actividad de p11 con los efectos lesivos de la hiperactividad de los glucorticoides en circunstancias de estrés severo y repetido, puede que se esté culminando la descripción de un dispositivo nodal en el origen de las fracturas severas y crónicas del estado de ánimo. Con lo cual se abren perspectivas adicionales para las intervenciones correctoras que van mucho más allá de la función serotonérgica (Berton y Nestler 2006; Li et al. 2010).

Biologia “posthumana” en acción

Fig. 3. Biologia “posthumana” en acción: del dopaje cotidiano a la lectura y reconfiguración de los entresijos moleculares más sutiles.

En esos dos esbozos de frontera que hemos seleccionado a modo de ilustración puede apreciarse, de nuevo, que el criterio definitivo que permite discernir la posibilidad de dar con engranajes inexplorados y quizás practicables para el tratamiento de los trastornos mentales es la especificidad o singularidad neuroquímica. Nos remiten otra vez, en defintiva, a la constatación de lo intrincados que llegan a ser los mecanismos biológicos.

Lo son hasta el punto de tejer una complejidad fastuosa que las moléculas correctoras tan sólo afectan de manera limitada. Ese, pienso, es el error básico de Fukuyama: deducir que del conocimiento y las aplicaciones biológicas se derivan simplificaciones de la condición humana cuando en realidad desvelan una sofisticación impensable. Descontando la obviedad que los individuos que se autointoxican suelen restringir sus potencialidades comportamentales y mentales, las aportaciones neurofarmacológicas a la exploración de la naturaleza humana pregonan complejidades inesperadas en lugar de reducciones simplificadoras.

Confluencias agoreras

Para ir concluyendo, hay que añadir que en las prédicas del alarmismo neurofarmacológico Francis Fukuyama no circula en solitario, ni muchísimo menos. Coincide plenamente con otros gurús del pensamiento actual que avistan peligros sin fin en la frontera biotecnológica. Jürgen Habermas, por ejemplo, ha centrado sus inquietudes en la “eugenesia liberal” propiciada por los avances de la biotecnologia aplicada a la reproducción (Habermas 2002). Es decir, en las posibilidades de elección de los atributos de la descendencia que ya han abierto las tecnologias de diagnóstico prenatal y selección de embriones, y que no hacen sino anunciar las opciones que serán viables con la introducción de los procedimientos de manipulación génica.

Las prácticas hoy en dia habituales en las clínicas de fecundación asistida cuando se descartan embriones que acarrean alguna anomalía heredable, a base de decantarse por el sexo no diseminador, se pueden ampliar a la elección de sexo por motivos de preferencia razonada o de simple capricho parental. Debe preverse, asimismo, una expansión muy considerable de las posibilidades de decidir, en función de la discrecionalidad parental, a medida que se vayan poniendo a punto los procedimientos de intervención génica directa, destinados a corregir o primar caracteres fenotípicos singulares.

Ese panorama de discrecionalidad creciente en la “producción” de personas con atributos preseleccionados lleva a Habermas a afirmar, con alarma, al término de sus reflexiones:  “¿no es cierto que la primera persona que dictaminara, en función de su conveniencia, la forma de ser de otra (es decir,  los atributos de su naturaleza), estaría con ello destruyendo las relaciones de libertad que se dan entre las personas de igual condición y que son el fundamento que garantiza sus diferencias como tales?”.  Hay coincidencia total, por consiguiente, con el meollo de las preocupaciones de Fukuyama.

Son dilemas relevantes los que plantean esos distinguidos representantes de las nobles sabidurias de las humanidades al acercarse a la frontera científica. Además del comprensible desasosiego ante unos umbrales inquietantes, por ignotos, a mí me parece vislumbrar una confluencia con las posiciones del pensamiento científico que puede ser muy aprovechable. Ambas posturas, Fukuyama de una manera muy directa y Habermas recreándose en el barroquismo grato a algunos discursos filosóficos, coinciden en apreciar las aportaciones que las ciencias naturales ofrecen al conocimiento de la naturaleza humana. Los dos están de acuerdo, tácitamente al menos, en que los atributos morfológicos, fisiológicos y cognitivo/emotivos que caracterizan a los individuos de nuestra especie y que les dotan de un estatus singular en la biosfera, dependen de complejos engranajes moleculares susceptibles de ser descritos y modificados.

Eso no lo discuten sino que lo aceptan como punto de partida. Lo cual no me parece un mal comienzo. No lo es porque reduce la tradicional brecha mente/cuerpo sobre la cual se han erigido buena parte de los encastillamientos doctrinales de raíz anticientífica (Gazzaniga 2005; Mosterín 2006). Y propicia, al tiempo, los vínculos de interconexión entre la sabiduria de las humanidades y la derivable de los diversos frentes de la investigación biológica. Muy particularmente los de las ciencias biosociales (la genética de la conducta, la neurociencia cognitiva, la neuroeconomía, la paleoarqueologia y la antropologia moleculares).

Si hay coincidencias de base como las mencionadas, son mucho mayores las posibilidades de iniciar programas de investigación que promuevan la fusión progresiva de conocimientos, la consiliencia wilsoniana (Wilson 1998), en definitiva. En esas sendas recorridas al unísono podran encontrarse, quizás, nexos que deben permitir que los ilustrados y los científicos se reencuentren no sólo para debatir sobre alarmas y catástrofes más o menos inminentes.

Recomendación final

De lo dicho hasta aquí  me permito deducir una recomendación destinada a prevenir los alarmismos ante las nuevas fronteras de las tecnologías biológicas. Se trataría de patrocinar algo tan trillado y simple como el trabajo sinérgico entre la sabiduria de las humanidades y la de las ciencias naturales para promover los intercambios fructíferos. Eso es poco frecuente y estoy convencido que una buena parte de las aprensiones derivan de la distancia cada vez más acentuada entre unas sabidurías que necesitan puentes y vínculos de interconexión con urgencia (Buchanan et al. 2000).

Para ello se me ocurren dos iniciativas muy sencillas. Primera: hay que incorporar el pensamiento científico al olimpo de la sabiduria convencional prescindiendo de tabúes gremiales y distinguiéndolo de las tareas meramente divulgativas donde a menudo se quiere encasillarlo. Habrá beneficios para todos: para el propio olimpo, en primer lugar, porque anda algo huérfano y desorientado sin la presencia de los científicos; para las divinidades de las humanidades porque podrán reducir soledades y perplejidad; y para las divinidades científicas porque ganarán en refinamiento y maldad. Segunda: debe incorporarse el “know how” y el personal altamente formado del campo de las humanidades a los programas de investigación que están en franca expansión en los ámbitos de frontera de las ciencias biosociales.

Unas disciplinas que están comenzando a cubrir el hiato entre dos culturas, la humanística y la científica, que se han debatido largamente en confrontaciones amargas y fútiles, sin percatarse que está surgiendo una frondosa cultura de fusión. Los beneficios ahí también alcanzan para todos.

REFERENCIAS

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Fukuyama, F. 1992. The End of History and the Last Man. Free Press, New York.

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Mosterín, J. 2006. La Naturaleza Humana. Espasa Calpe, Madrid.

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Sharp, T. 2006. A new molecule to brighten the mood. Science 311: 45-46.

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Wilson, E.O. 1998. Consilience: the Unity of Knowledge. Alfred A. Knopf. New York. (trad. española: Consiliencia: la Unidad del Conocimiento. Galaxia Gutenberg, Barcelona. 2000).

Información del Autor

Adolf Tobeña es Catedrático de Psiquiatria en la Universidad Autónoma de Barcelona y Director del Departamento de Psiquiatria y Medicina Legal, de la U.A.B. Su grupo de investigación, en Bellaterra, ha efectuado aportaciones relevantes a la neurogénetica de la temerosidad y la vulnerabilidad adictiva, asi como a la influencia de experiencias precoces en la resistencia ulterior a las adversidades y al deterioro cognitivo. Todo ello, en modelos comportamentales en roedores. Ha efectuado, además, un extenso trabajo como ensayista y divulgador. Ultimos libros: «Anatomia de la Agresividad Humana», Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2000; «Mártires Mortíferos: Biologia del Altruismo Letal», Bromera- PUV, Valencia: 2004 (Premio Europa de divulgación científica); «Cerebro y Poder”, La Esfera de los Libros, Madrid, 2008.

11 Comentarios

  1. Xavier Rovira says

    Gracias por el artículo porque da punto para pensar. El que escribe aquí es un simple espectador de la calle pero como todos es bueno que tenga un criterio. Al menos como punto de partida. Ya irá cambiando. Creo que las personas evolucionamos de individuo a persona madurando, transitando por la vida rodeado de los nuestros. Unos con más fortuna que otros pero siempre escrbiendo nuestra propia historia. Puede que en el camino se nos averíe una pieza (en algún lugar o lugares del cerebro o del cuerpo) y que bueno si vas al médico y te lo cura. Cómodo pero es de justicia ayudarnos los unos a los otros. Pregunto: ¿Donde está el límite entre tener que pasar por el taller o simplemente a base de maduración autorepararnos? ¿Dónde está el límite entre lo comodo y lo trabajado? Ah.. un poco de prozac y listo… Raro, no? Pienso que estas tecnologías son el futuro. Cuanto más sepamos de nosotros mismo más nos podremos ayudar. Pero más responsables deberemos ser. Y bueno, el mundo no es que sea el paraiso pero ahí estamos. Si estas tecnologías son para curar cánceres perfecto pero si es para otras cosas más extrañas entonces tenemos un problema. Es normal que se tenga miedo a este tema. Sobretodo cuánto más complejo es el tema menos obvio es y menos se entiende (magister dixit). Así que el debate está servido.

  2. alfredo says

    Siempre hay gente como Fukuyama que se lamenta de que el hombre juegue a algo así como «ser Dios». Es es así particularmente en todo lo que pueda acercarse a cuestiones «del espíritu» como es el trastorno mental.

  3. maria cinta says

    Alex: No soy médico pero supongo que esto se deja a la responsabilidad de los médicos. De todas maneras, si con unas pastillas se ahorra uno años de terapia ¿qué tiene de malo?

  4. Lo peor de este artículo es haber traído al debate a un personaje tan impresentable como Fukuyama. Este como tantos otros escritores dudosamente calificados de “humanistas” tienen un denominador común: la ignorancia sobre todo lo que suene a ciencia y tecnología. ¡Eso sí que es verdaderamente humano! Además parece que aluden al peligro que las producciones científicas pueden ejercer como “amenaza fundamental para la esencia de la condición humana”. Pero a qué esencia se refieren a la que ha vertido ríos de sangre a lo largo de toda la historia de la humanidad, apoyada en religiones, ideologías y fundamentalismos de todo tipo. Hay que tener las ideas muy confusas para venir ahora a “rajarse las vestiduras” y cargar contra la Ciencia y la Tecnología como si se tratara del mismísimo diablo, utilizando argumentos ideológicos. La naturaleza humana es muy problemática y en un mundo que se dirige hacia los nueve mil millones de personas deberá en las próximas décadas que ser corregida en muchos aspectos, por la cultura, por la ciencia y por la tecnología, de lo contrario va resultar problemático que podamos sobrevivir. Recuérdese que nuestro cerebro es idéntico al del hombre del Pleistoceno, que vivía muy pocos años y cuya principal ocupación fue sobrevivir luchando contra las fieras.
    Suscribo sustancialmente la postura de Tobeña, aunque podría haber sido un poco más contundente con esta gente y sobre todo me parece urgente una sugerencia que este hace sobre los próximos pasos a dar por la farmacología, la que abra las puertas de asilos y geriátricos donde hoy vegetan y que permita poner en la calle a tantas personas mayores que con su correspondiente ayuda bioquímica les permita disfrutar las prolongadas edades que hoy se alcanzan, y más altas todavía que se van a conseguir en este siglo, con buena memoria y mayor calidad de vida. Hoy se están realizando experimentos con el gen que permite la “potenciación de la memoria”, codificando la proteína que regula un canal neural que desempeña un papel protagonista en dicha memoria y que actúa sobre el receptor NMDA. La sobreexpresión de este gen en animales se manifiesta en una notable potenciación de la memoria. Si estos avances llegan a cristalizar en humanos no me cabe duda que aunque solucionen un problema fundamental de nuestra naturaleza humama, movilizará a la “caverna ideológica” y los medios se poblarán de los Fukuyamas de turno.

  5. maria cinta says

    Y, por cierto, Juan, esta extensión de la vida en mucha mejor calidad choca paradójicamente con unas movilizaciones en Francia (por poner un ejemplo) donde algunos colectivos se niegan a alargar la edad de la jubilación a ¡62! años. Como si los 60 siguieran siendo un mero preámbulo a la ancianidad más incapacitante y quedasen meras semanas para «disfrutar».

  6. Alexandre Guima says

    La resistencia a alargar la edad de jubilación tiene dos facetas. Por un lado, se basa en la ideología acrítica y ciega y en la actividad de jóvenes ignorantes que se apuntan a la juerga callejera (si no están de vacaciones).

    Pero por otro lado, es un secreto a voces que la factura de la crisis se podría pagar sin tocar los derechos conseguidos por los sindicatos.

    Bastaría, entre otras cosas, ser duros, muy duros, con la evasión fiscal de las grandes fortunas. La Asociación de Inspectores Fiscales lo dijo muy clarito, en el caso de España: sí se tratara con dureza el fraude fiscal de los ricos, no sería necesario… ¡el decretazo!

    Conclusión: aunque los fármacos nos permitirán vivir más y mejor, lo más correcto sería NO alargar el tiempo de cotización, ya que no es necesario para pagar la crisis.

  7. Xavier Rovira says

    En el articulo se cita que Fukuyam llega a la siguiente conclusión: “la biotecnologia supone una amenaza fundamental para la esencia de la condición humana».

    Hoy sabemos que la física nuclear no supone ninguna amenaza para la
    condición humana pero que las bombas tómicas sí lo son. Entonces es mejor traducir la frase original por «X cosas derivadas del campo de la biotecnología supondrán una amenaza para la condición humana.» Como por ejemplo lo pueden ser nuevas drogas, nuevas armas biológicas.

    Se supone que igual que se controlan otras tantas cosas, las derivadas de las nuevas tecnologías deberían ser controlables.

    Lo que no entiendo es porque dice que modificando químicamente nuestras propiedades del cerebro seremos algo inferior a un humano.¿A que se refiere?

  8. Alexandre Guima says

    Supongo que él cree que una persona que se tira desde un balcón es más «humana» que otra que toma prozac.

    Para algunas personas aceptar que somos seres biológicos – además de sociales – supone un atentado en contra de su dignidad.

  9. Xavier Rovira says

    Me parece correcta tu apreciación Alexandre, gracias.

    Leyendo sobre este hombre uno puede preguntarse porqué escribe lo que escribe y si su punto de vista nos sirve para algo o si le sirve a él para algo.

    A veces caemos un poco en el hecho de que si somos jardineros vemos el mundo en clave de plantas, si somos médicos en clave médica y como Fukuyama… vemos las claves en lo capitalista liberal.

    Fukuyama y su tesis sobre la fin de la historia es bien rara y se escapa un poco a mi razonamiento. Así que no opino. Ni sabía que existía. Supongo que es falsa pero me asusta porque parece que
    estos capitalistas liberales se empecinan en poner por delante el sistema a la persona.

    Es como si dejáramos que una calculadora a pilas nos governara.

    Es al revés, nosotros creamos la calculadora a pilas para usarla. Y si hace falta creamos el ordenador.

    Y ahora nos hablan de que para que la calculadora funcione hemos de trabjar más años y apretarnos el cinturón y bla bla bla. Si la calculadora no va, se arregla o se crea un ordenador nuevo.

    Entonces… qué se cabe esperar de personas plentamente convencidas de que el capitalismo liberal
    es lo más de lo más y lo único y que ya no habrá nada más.

    No se, no se… al fin y al cabo lo que no puedas explicar a un niño de 8 años y no te entienda es que no se entiende.

    Ahí va lo que he entendido y que explicaría a un niño. Corregidme por favor.

    Creo que dice que como solo va haber capitalismo liberal en el mundo y nos dedicaremos como máquinas a gestionar los recursos pues resulta que ya no habrán más movimientos políticos e históricos porque los otros han fracasado y que como esto es un aburrimiento lo único que moverá el patio son los cambios que introduzcamos en la persona a base de ciencia molecular. Y claro si lo que sale de eso es un marxista o de otro sistema entonces será algo inferior a un humano. Porque claro, para él no hay nada
    mejor que se capitalista liberal, que es precisamente lo que es el.

    Entonces claro, la ciencia de la biologia es un atentado porque podría fabricar subpersonas de otros sistemas políticos.

    Esta es mi conclusión, no se si muy desacertada. Pero si es así vaya morro que tiene el tío.

  10. Conceptualmente ir contra el progreso biotecnológico es tan absurdo como lo fue la reacción de los agoreros frente al descubrimiento de la anestesia o del tren de vapor.

    ¿Se pierde esencia humana cuando un anestesista nos priva sentir el dolor de soportar una incisión en el estómago?

    El capitalismo liberal puede ser combatible pero es inútil luchar contra la biotecnología.

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